PLATÓN – EL PROBLEMA DE LA ÉTICA
La ética de Platón se estructura en torno a los conceptos de areté (virtud) y eudaimonía (felicidad), entendiendo que la vida verdaderamente feliz es la del justo. La virtud es la excelencia del alma, y solo un alma ordenada y virtuosa puede alcanzar la plenitud. Desde esta perspectiva, se critica la visión relativista de la justicia como una mera convención social, defendida por Glaucón y Adimanto, quienes sostienen que la justicia es un mal necesario para evitar daños entre los ciudadanos. Según ellos, si fuésemos invisibles, todos actuaríamos injustamente porque la justicia no sería más que un pacto artificial.
Frente a esto, Platón construye una teoría positiva de la justicia en dos niveles: el de la ciudad y el del alma. Para ello, en su obra La República, plantea la creación de una ciudad ideal como recurso metodológico para comprender la justicia individual. En dicha ciudad, hay una división de clases según la función que cada uno cumple: productores, guardianes y gobernantes. Esta estructura se refleja en el alma humana, compuesta por tres partes: apetitiva, irascible y racional. La justicia consiste en que cada parte cumpla su función sin interferir en las demás.
Las Virtudes Cardinales
La educación de los guardianes es clave para alcanzar esta justicia ideal. Deben formarse en virtud, especialmente en las cuatro virtudes cardinales:
- Sabiduría (conocimiento del bien y capacidad de gobernar)
- Valentía (defensa de la ciudad)
- Moderación (control del deseo)
- Justicia (armonía entre las partes)
Estas virtudes existen tanto en la ciudad como en el alma: la sabiduría en la razón, la valentía en el ánimo, la moderación en los deseos, y la justicia como equilibrio entre todas.
La vida del justo es más feliz porque es más armónica, unificada y guiada por la razón (enkrateia). En cambio, la injusticia supone la fragmentación del alma, la incapacidad de dominar los impulsos y la imposición del deseo sobre la razón, lo que Platón identifica con la akrasia (debilidad de la voluntad). Así, la justicia no es solo deseable por sus consecuencias, sino por su valor intrínseco como perfección del alma humana.
PLATÓN – EL PROBLEMA DE LA POLÍTICA
La reflexión política de Platón surge como respuesta a la crisis de su tiempo: la derrota en la Guerra del Peloponeso, la ejecución de Sócrates y la corrupción de la democracia ateniense. Frente a esta situación, Platón propone una alternativa radical: solo debe gobernar quien sabe lo que es el bien, es decir, el filósofo. Esta es la tesis fundamental de su pensamiento político: el saber debe gobernar.
Platón sostiene que la virtud política es un saber y no una mera opinión o habilidad retórica. Por eso, critica duramente a la sofística, a quienes acusa de enseñar una falsa sabiduría basada en la persuasión y no en la verdad. Frente a figuras como Pericles, que gobernaban con base en la opinión mayoritaria, Platón defiende un modelo de gobierno fundado en el conocimiento auténtico del bien común.
La Ciudad Ideal (Kallípolis)
Este modelo se expresa en la teoría del gobierno de los sabios, que Platón desarrolla especialmente en La República. En esta obra, describe una ciudad ideal (Kallípolis) basada en una estricta división de funciones:
- Los productores (trabajadores y artesanos)
- Los guardianes (encargados de la defensa)
- Los gobernantes (filósofos)
Cada grupo cumple su función según su naturaleza, lo que garantiza el orden y la armonía social.
Los guardianes-perfectos son formados mediante un largo proceso educativo, que incluye gimnasia para el cuerpo y música y filosofía para el alma. A través de esta educación, se purifica el alma y se la conduce hacia el conocimiento del Bien, simbolizado por el sol en el famoso mito de la Caverna. El filósofo es quien ha salido de la caverna y ha contemplado la verdad; por ello, está capacitado para gobernar con justicia.
La justicia política consiste en que cada clase realice su tarea sin entrometerse en la de las demás. Solo así se logra un estado ordenado. Pero esta forma ideal de gobierno es, para Platón, muy difícil de alcanzar. De ahí su profunda crítica a las formas de gobierno existentes, que considera degeneradas:
- La timocracia
- La oligarquía
- La democracia
- La tiranía
Todas ellas alejadas del saber filosófico.
Además, Platón reconoce la imposibilidad práctica del gobierno de los sabios: en una sociedad injusta, el pueblo no reconoce al verdadero sabio. El filósofo es ridiculizado o expulsado, y quien busca gobernar no es apto para hacerlo. Esta contradicción se ilustra con la vuelta del sabio a la Caverna, que simboliza el esfuerzo del filósofo por educar a los demás aunque estos no lo comprendan. Por ello, Platón plantea también la idea del gobierno de las leyes, como una forma intermedia en la que se trata de aproximar la política al ideal racional a través de una buena legislación y educación.
PLATÓN – CONOCIMIENTO Y LA REALIDAD
Platón desarrolla su teoría del conocimiento y de la realidad como respuesta a la crisis sofística y a la tradición presocrática. Enfrentado al relativismo de los sofistas, defiende la existencia de verdades objetivas y universales: las Formas o Ideas. Su pensamiento recoge influencias de Parménides, Heráclito, Pitágoras y Sócrates, y se fundamenta en una crítica a la identificación entre conocimiento y percepción sensible.
Opinión (Dóxa) vs. Conocimiento (Epistéme)
La base de su epistemología es la distinción entre opinión (dóxa) y conocimiento (epistéme). Platón sostiene que el conocimiento verdadero solo puede referirse a realidades inmutables y necesarias: las Formas. En cambio, lo sensible es cambiante y por tanto solo opinable. Esta imposibilidad de conocer el mundo sensible deriva de la herencia de Parménides y su desconfianza hacia los sentidos.
El conocimiento, según Platón, tiene por objeto las realidades inteligibles, accesibles solo por la razón. Este planteamiento se representa en el símil de la línea, donde Platón distingue entre los niveles del alma: desde la imaginación hasta la inteligencia pura. Aquí expone las condiciones del conocimiento: el deseo del saber (eros), el proceso de reminiscencia del alma y el papel crucial de las matemáticas como preparación para la dialéctica.
El Mito de la Caverna
Un ejemplo fundamental es el mito de la caverna, que representa el paso de la ignorancia al conocimiento. Los prisioneros (símbolo de los humanos en el mundo sensible) solo ven sombras; solo mediante un esfuerzo intelectual pueden salir de la caverna y contemplar el mundo real: el mundo de las Formas. El conocimiento se concibe como una conversión del alma hacia la luz, hacia la verdad.
La Teoría de las Formas o Ideas
Las Formas son entidades eternas, inmutables y perfectas, que existen independientemente del mundo sensible. Cada cosa sensible participa o imita a una Forma. Por ejemplo, todas las cosas bellas participan de la Forma de Belleza. Esta teoría permite explicar cómo tenemos conceptos universales y estables a pesar de la variabilidad del mundo físico.
La relación entre los dos mundos (sensible e inteligible) es de participación o imitación. El mundo visible es solo una copia imperfecta del mundo real. Dentro de las Formas, el Bien ocupa el lugar supremo: es la causa de todas las demás, como el sol lo es de la vida y de la visión.
Platón propone también un método dialéctico basado en la división y clasificación, que permite ascender racionalmente hacia las Formas. Así, su teoría del conocimiento es inseparable de su ontología: conocer es recordar (anamnesis) lo que el alma vio antes de encarnarse, y por eso la filosofía es preparación para la muerte, pues purifica el alma para que vuelva a contemplar las Formas sin el obstáculo del cuerpo.
PLATÓN – EL PROBLEMA DEL SER HUMANO
Platón concibe al ser humano como un alma (psyché) unida a un cuerpo, siguiendo una perspectiva dualista. Esta concepción se construye en oposición a otras interpretaciones anteriores del alma: la homérica, que la entendía como sombra; la pitagórica, que le atribuía inmortalidad; y la atomista, que la consideraba material. Platón da una definición funcional del alma: es aquello que da vida, movimiento y capacidad de conocimiento al cuerpo.
La Inmortalidad del Alma
En el diálogo Fedón, Platón aborda explícitamente la inmortalidad del alma, utilizando el método de las hipótesis para argumentar que el alma sobrevive a la muerte del cuerpo. La hipótesis fundamental es la existencia de las Formas, que son eternas e inmateriales; si el alma puede conocerlas, debe compartir su naturaleza. Así, el alma es inmortal e incorpórea.
Entre los argumentos del Fedón se encuentran:
- El argumento de los contrarios o cíclico, que plantea que todo proviene de su contrario: la vida de la muerte y viceversa.
- El de la reminiscencia, que sostiene que aprender es recordar lo que el alma conoció antes de nacer.
- El de la afinidad, según el cual el alma se parece más al mundo inteligible que al sensible.
- El argumento final, según el cual el alma es causa de vida, y lo que causa vida no puede admitir su contrario (la muerte).
Esta doctrina se articula con la idea de que el cuerpo es una cárcel del alma, que la arrastra a lo sensible y al error. La filosofía, entonces, es un ejercicio de purificación, una preparación para la muerte que permite a la psique liberarse y regresar al mundo de las Formas.
La Estructura Tripartita del Alma
En los diálogos Fedro y La República, Platón profundiza en la estructura tripartita del alma, en la que distingue tres partes:
- Racional (logistikon): busca la verdad y debe gobernar.
- Irascible (thymos): sede de la voluntad y el coraje.
- Concupiscible (epithymia): fuente de deseos y apetitos.
Esta división explica los conflictos internos del alma. El mito del Carro Alado en el Fedro representa esta lucha: el auriga (razón) trata de controlar a dos caballos (uno noble, el ánimo; otro rebelde, el deseo). Este conflicto entre razón y apetito, o entre deber y deseo, es central en la antropología platónica.
Platón también introduce los conceptos de akrasia (falta de dominio de sí mismo) y enkrateia (autodominio), que vincula con su ética y política: un alma justa es aquella en la que cada parte cumple su función y está en armonía. La virtud es entonces el equilibrio del alma, como la justicia es el equilibrio en la ciudad.
En suma, Platón entiende al ser humano como un alma racional destinada a conocer el Bien, pero atrapada en un cuerpo que la desvía. La vida filosófica es el camino hacia la liberación, hacia el autogobierno interior y la contemplación de la verdad.