Introducción: El Martillo Filosófico de Nietzsche
Friedrich Nietzsche escribió en 1888 el Crepúsculo de los ídolos o Cómo se filosofa con el martillo, cuyo tercer capítulo es «La razón en la filosofía». En esta obra, Nietzsche entiende por ídolo cualquier cosa que sea objeto de culto y profunda admiración; concretamente, se refiere a los conceptos fundamentales que la filosofía tradicional ha manejado: Yo, Dios, Ser, Verdad, Bien… Estos objetos son los falsos cimientos en los que está asentada la cultura occidental y a los que Nietzsche les pronostica un final cercano. El subtítulo de la obra hace referencia al método que sigue en toda la obra. Nietzsche utiliza su crítica como un martillo que golpea a los ídolos para ver si suenan huecos (por tanto, que carezcan de contenido real y/o sean falsos).
El tema principal del capítulo tres se podría suscribir bajo el título “Crítica a la ontología y epistemología de la filosofía tradicional”, especialmente al platonismo (y variantes), que es el interlocutor del texto. La razón es el origen de los errores que ha llevado a la filosofía a crear una copia inmutable, estática y eterna de la realidad que niega la realidad misma.
El capítulo está dividido en 6 epígrafes que desarrollaremos a continuación, tratando los siguientes grandes temas: las dos características fundamentales (idiosincrasias) de la filosofía tradicional, las causas de por qué ha errado y una breve (pero profunda) lista de las críticas directas que realiza contra esa forma de pensamiento.
Los Seis Epígrafes: Desmantelando la Razón Filosófica
1. La Invención del Ser Estático
Nietzsche comienza mostrando la primera idiosincrasia de la filosofía tradicional, que es la invención del ser estático. Representa un modo de hacer filosofía que arranca con Parménides y llega hasta el siglo XIX con el positivismo. Todos ellos afirmaban la existencia de un ser inmutable que constituye la verdadera realidad y que se opone al cambio del devenir, que constituiría una realidad de segundo grado, aparente.
Los sentidos son la fuente del error porque nos muestran el devenir (los cambios perceptibles en la naturaleza), no el mundo del ser inmutable. Todas las características de la realidad sensible (como la muerte, el cambio, la vejez…) son características del no-ser y, por tanto, falsas, aparentes y despreciables. Por esto, dicen que los sentidos nos engañan y son fuente de error; entonces, hay que desconfiar de ellos y confiar únicamente en la razón. Este es el motivo por el que la filosofía tradicionalmente ha rechazado siempre al «pueblo», porque su conocimiento estaba basado en la percepción sensible y no en la razón; la filosofía proponía un saber especial que se desmarcaba de los habitantes de la caverna platónica.
2. Los Sentidos como Fuente de Verdad
Aquí, Nietzsche propone a los sentidos como fuente de conocimiento verdadero. Ensalza la figura de Heráclito como exento del error de los filósofos tradicionales. Para Heráclito, la realidad era puro devenir, a pesar de que los sentidos muestren cierta unidad y duración de las cosas. El error fundamental no proviene de los sentidos (que nos muestran la realidad que es el devenir), sino de la razón misma y cómo esta interpreta el haz de sensaciones como un engaño, creando un segundo «mundo verdadero». Da un giro a la concepción aparente-real tradicional, utilizando el propio sistema conceptual platónico contra Platón mismo.
3. La Revalorización de la Experiencia Sensible
Los sentidos se convierten en criterio de verdad al informarnos de la realidad, estableciendo lo verdadero y lo falso, lo científico y lo pseudocientífico. Con el apogeo de la ciencia en los siglos XVI-XVII, se revaloriza el papel de los sentidos en la experiencia como método científico. Lo que no se basa en la experiencia y, por tanto, en los sentidos, se consideraría como no-ciencia y, por tanto, no sensible y, asumiendo el pensamiento de Nietzsche, no real.
4. La Transmutación Ontológica y los Valores Supremos
En el cuarto parágrafo, Nietzsche plantea la segunda idiosincrasia, que consiste en la «transmutación ontológica». La filosofía tradicional no solo inventa un segundo mundo, sino que defiende que este segundo mundo racional es más real e importante que el sensible. Esta «primera realidad» se forma mediante los «valores supremos», que al ser más generales, también son más vacíos y, por tanto, caen más fácilmente en la crítica del martillo. La historia de la filosofía tradicional se puede entender en esta clave como una complejización de los conceptos vacíos mediante la atenta mirada de la razón. Esto ha llevado a crear un seguro edificio de «verdad» en el que las paredes esconden la trágica verdad de que el castillo, aunque robusto en apariencia, tiene los cimientos podridos. En esta concepción, Dios es el valor supremo, lo más grande que es causa sui, es la mejor garantía de la realidad y la verdad. Contra esto, Nietzsche afirma que Dios es invención del hombre, una invención que ha provocado que la humanidad quede sometida bajo su omnipotente sombra que niega la vida; de ahí su fuerte carácter negativo.
5. Las Causas del Error Filosófico: Razón y Lenguaje
En el parágrafo cinco, Nietzsche menciona las causas por las que la filosofía tradicional ha errado. En primer lugar, señala el prejuicio de la razón. La razón tiende a crear conceptos más abstractos, los «conceptos supremos». Pretende establecer un orden en la realidad (que es constante devenir). El error que comete la filosofía tradicional es creer que la realidad posee realmente ese orden racional que ella misma ha compuesto. Pero la clave reside en que el error es inevitable, porque la razón misma funciona así. «Necesitamos el error» y no tenemos que vacunarnos contra la razón y su pretensión de universalidad y de necesariedad.
La segunda causa que establece es el lenguaje, que por su propia estructura, necesita los conceptos de la razón (empezando por el primero de todos: Yo, y seguidos por otros como Voluntad, Sustancia o Cosa…). Lo que quiere señalar es que aunque consiguiéramos vacunarnos contra la razón, el uso del lenguaje nos hace recaer en el mismo error. El lenguaje se convierte en la mejor prueba de la validez de la razón. Hablamos con conceptos y, a la vez, validamos nuestra razón.
Aunque podamos negar la validez de la razón y de sus categorías, no podemos dejar de hablar. Esto nos conduce a una situación paradójica: ¿cómo lo superamos? ¿Tenemos que renunciar a la gramática de nuestro lenguaje? ¿A la utilización de la estructura ‘A es b’ que afirma la sustancia? ¿Podemos renunciar a nuestro lenguaje? ¿En qué nos convertiría? Si no podemos, ¿es el ser humano un maestro mentiroso?
6. Tesis Críticas de Nietzsche
En el último parágrafo del capítulo, plantea sus críticas a la filosofía tradicional directamente en forma de tesis:
Tesis primera: La única realidad que existe es la realidad sensible. Todo lo que escape a la sensibilidad es indemostrable.
Tesis segunda: El «mundo verdadero» no se capta mediante los sentidos; por tanto, no existe. Se ha creado a partir de características opuestas a las de la única realidad.
Tesis tercera: La motivación por la que creamos ese segundo «mundo verdadero» es por miedo al mundo real. Al clasificarlo de falso y etiquetándolo de inferior, nos vengamos de él.
Tesis cuarta: Afirmar la existencia de dos mundos es síntoma de enfermedad y decadencia de quien no acepta la realidad como es. Hay que aceptar el componente trágico de la vida por ser un elemento fundamental en ella. Aceptar la vida no es adoptar una posición pesimista como la de Schopenhauer, sino una realista, es decir, tener una «concepción dionisíaca» de la existencia.
Conclusión: El Legado Platónico y el Pensamiento Crítico
Si tuviera que destacar una idea como conclusión de este capítulo, señalaría cuán impregnados estamos de pensamiento platónico en nuestro día a día y cómo el lenguaje que usamos habitualmente se acomoda a él. Es interesante cómo se plantea la paradoja de ir más allá de nuestro lenguaje pero sin dejar de utilizarlo. Nietzsche apunta claramente a una sociedad en la que el pensamiento crítico sea la base primera de toda actividad humana contra ídolos petrificados.