La idea de Dios en la filosofía cartesiana

De entre las muchas ideas que tiene el ‘Yo’ hay una que le va a permitir a Descartes demostrar que el mundo no es un sueño del ‘Yo pensante’, sino una realidad exterior al pensamiento: esa idea es «la idea de Dios». Está claro que dicha idea no ha llegado al pensamiento a través de los sentidos, pues nadie ha visto a Dios; no es, por tanto, adventicia. Ahora bien, pudiera ser facticia, elaborada por nuestro ‘yo’ gracias a la imaginación. Descartes empleará varios argumentos para demostrar que la idea de Dios no es facticia, sino que representa una realidad exterior al pensamiento. Utilizará para ello tres argumentos: el ‘gnoseológico’, que es de su invención, el ‘cosmológico’ que toma prestado de Tomás de Aquino, y el ‘ontológico’ de San Anselmo:

Argumento gnoseológico

La idea de Ser Perfecto e Infinito (=Dios) que hay en el pensamiento está claro que no es adventicia (no ha llegado al ‘yo’ a través de los sentidos, pues nada observable con los sentidos es absolutamente perfecto y aún menos infinito) pero tampoco es facticia, pues siendo nuestro pensamiento imperfecto, como indican sus continuos errores y sus dudas, no podría formarla por sí solo, dado que lo perfecto no puede proceder de lo imperfecto, ni lo infinito proceder de lo finito, por lo que debe haber sido puesta en el pensamiento humano por un ser que posea esas cualidades de perfección infinita, es decir, por Dios.

Argumento cosmológico

(o de la ‘contingencia’, empleado por Tomás de Aquino): se basa en la causa de mi existencia. La causa de mi existir no soy yo mismo ni es debido a que yo sea eterno, por tanto, soy una realidad contingente que debe su existencia a otro ser previo, pero si todos los seres fueran contingentes ninguno habría empezado a existir, por lo que hemos de admitir la existencia de algún ser que sea necesario (=que exista por sí mismo y no por causa de otro ser previo a él). Dicho Ser Necesario, principio de la existencia de los seres contingentes, incluido ‘yo’ mismo, es Dios.

Argumento ontológico

(empleado por San Anselmo): la idea de Ser Perfecto implica lógicamente que tal ser exista, del mismo modo que la idea de triángulo implica que ha de tener tres lados. Escribe Descartes: «Si volvía a examinar la idea que tenía de un Ser Perfecto, hallaba que la existencia estaba comprendida en ella del mismo modo como en la idea de un triángulo se comprende que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos, o, en la de una esfera, el que todas sus partes sean equidistantes del centro». Luego, la idea que tenemos de Ser Perfecto implica con necesidad lógica que no es sólo una idea nuestra, sino una realidad existente fuera del ‘Yo’.

Una vez demostrada la existencia de Dios, Descartes pasa a demostrar la existencia del mundo del siguiente modo: puesto que Dios es la perfección absoluta, ha de ser veraz y bueno completamente, por lo que no le es posible engañarnos haciendo que creamos que el mundo existe fuera de nuestro ‘yo’ si no fuera cierto. Por tanto, el mundo no es un simple sueño que tomamos como real, sino una realidad que existe fuera del ‘yo’ garantizada por la absoluta bondad y veracidad divinas.

En la filosofía cartesiana, Dios es la garantía de la existencia real del mundo. Y, además, la veracidad perfecta e infinita de Dios también garantiza que nuestras ideas, si son evidentes, es decir, si el pensamiento las intuye con absoluta claridad y distinción, entonces proceden de Dios y son absolutamente verdaderas, permitiéndonos conocer el mundo en sí mismo, tal y como es esencialmente.

El dualismo antropológico cartesiano

Para Descartes, el HOMBRE es la unión circunstancial de dos sustancias completamente distintas: una material y otra pensante: el cuerpo (material, que ocupa un espacio) y el alma (que no necesita nada material ni espacio alguno para existir). Ahora bien, si cada sustancia es una realidad independiente de la otra, entonces ¿cómo se produce la comunicación entre ellas? ¿cómo es posible que una modificación en el cuerpo afecte al alma, haciéndola sentir dolor o placer o tener una idea? o ¿cómo puede una modificación en el alma, un deseo por ejemplo, llegar a afectar al cuerpo haciendo que se mueva en cierta dirección o haciéndole sudar o llorar? Descartes sostiene que es a través de la glándula pineal, situada en la base del cerebro, donde se produce la comunicación entre las dos sustancias que componen al hombre.

Por tanto, la antropología cartesiana defiende el dualismo. Y además sostiene la inmortalidad del alma. Para ello emplea dos argumentos. En primer lugar, deduce la inmortalidad precisamente del dualismo, pues si el alma es totalmente heterogénea (=una sustancia distinta), entonces puede existir al margen del cuerpo, y no tiene por qué morir cuando éste muere. Y, en segundo lugar, añade que la inmortalidad del alma se debe también a su indivisibilidad, pues lo que es indivisible es incorruptible. Mientras que lo que tiene partes puede precisamente por ello descomponerse y por tanto desaparecer como tal realidad.

En cuanto cuerpo, el hombre no es libre, pues está sometido a las mismas inexorables leyes físicas, mecánicas, que rigen sobre cualquier cuerpo material. Sin embargo, en cuanto alma (cuya esencia es el pensamiento: la naturaleza más íntima y propia del ‘yo’) el hombre posee libertad.

Las modificaciones (=modos o accidentes) del alma pueden ser de dos grandes tipos: percepciones (son las ideas que tiene el pensamiento, bien por intuición o bien por deducción), o voliciones (son los afectos de la voluntad, como los deseos y las pasiones, los cuales son «modificaciones» del alma causadas por el cuerpo).

Estas PASIONES son modos del alma de carácter involuntario (escapan al control del ‘yo’), que afectan inmediata y directamente al alma con gran fuerza e intensidad («parecen tomar al asalto el pensamiento»), pudiendo llegar a esclavizarla y dirigiendo al hombre contrariamente a lo que sería razonable o de «buen sentido». Descartes considera que las pasiones son «ideas confusas», ideas no claras. Pero no nos propone eliminarlas (cosa imposible mientras el alma esté unida al cuerpo), sino sólo encauzarlas razonablemente (=ajustarlas a la razón o «buen sentido»).

La primera verdad de la filosofía cartesiana: «el cogito» como superación del escepticismo

Ahora bien, el mismo hecho de dudar de todos los conocimientos revela la existencia de una realidad que está haciendo eso, pensando/dudando, es decir, señala la existencia de una «cosa pensante» (res cogitans): ‘yo’, que estoy dudando, tengo que ser «algo», aunque nada más sea algo que sólo piensa, soy una «cosa» (res, en latín) pensante (cogitans). Por lo tanto, dirá Descartes «Cogito, ergo sum» (Pienso, luego existo). Esa es la primera verdad indudable del sistema filosófico cartesiano. Verdad evidente, pues si dudo de ella intuyo con más claridad que soy algo que duda/piensa.

Descartes emplea la palabra pensamiento (en latín cogito, y en francés pensée) para designar la actividad que se produce en el interior de nuestra conciencia o ‘yo’: básicamente tener ideas, entenderlas, afirmarlas, negarlas, dudar de ellas, relacionarlas lógicamente, etc. El ‘Yo pensante’, al cual Descartes se refiere también con el término «alma», es «una sustancia cuya total esencia o naturaleza consiste en pensar». Así pues, la esencia del Yo/Alma es el pensamiento.

El ‘yo pienso, luego existo’ no sólo es la primera verdad de la filosofía cartesiana, sino también el prototipo de cómo debe ser toda verdad, pues se intuye con absoluta claridad y distinción (=evidencia). De ahí que Descartes afirme: «Me parece que puedo establecer como regla general que todo lo que percibo clara y distintamente es verdadero». Tal es el criterio cartesiano de verdad: sólo son verdaderas aquellas ideas que el pensamiento intuye con absoluta evidencia. Sólo ellas dan al pensamiento la seguridad racional subjetiva de que son verdaderas, es decir, dándole la certeza de conseguir conocer la realidad tal y como es en sí misma.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *