El problema de Dios y la ética en la filosofía medieval y antigua

Problema de Dios en un autor de la época medieval

El tema central de la filosofía de San Agustín fue el problema de Dios y la creación, ofreció argumentos dirigidos a los ateos demostrando que Dios se puede encontrar en el alma misma y por tanto la felicidad en Dios. Un hecho innegable para San Agustín fue la existencia de Ideas inmutables y eternas en la mente, eran absolutas (no dependen de nada para existir) y por tanto no pueden ser creadas por nosotros, que somos seres imperfectos, tienen que haber sido creadas por un ser igual de perfecto que esas ideas, Dios. De estas argumentaciones sobre la existencia de Dios se deduce que relacionado con su perfección también desarrolla el “consentimiento universal” volviendo a recalcar que es el ser más perfecto que existe. Dios no puede ser comprendido por nuestra razón porque es un ser perfecto que escapa a nuestro entendimiento, por tanto, su esencia es inefable. También reconoce la existencia de Dios por sus efectos (la creación), la belleza que la disposición y el orden del universo nos hace ascender hasta él. San Agustín creía en el ejemplarismo: Dios creó el universo de la nada, basándose en las Ideas (rationes seminales: actúan como potencias invisibles y producen la creación de nuevas criaturas y seres) que poseía en su mente, es decir, su esencia. Nuestra existencia depende de él, si Dios dejará de dirigir su creación toda la naturaleza dejaría de existir y moriría. Las cosas contingentes pueden existir porque participan del ser de Dios y pueden encontrar en Él su razón de ser. El ser humano, en cambio es creado por Dios y es un compuesto de alma y cuerpo, siendo el alma inmortal y simple, estando unida al cuerpo ya que pertenece a la esencia del humano también pero el alma por una inclinación natural controla al cuerpo.

Exponer el problema del conocimiento en un autor o corriente de la época antigua

Para Aristóteles la realidad debe hallarse en el mundo de la experiencia. La solución al problema del movimiento planteado por Parménides radica, según Aristóteles, en el concepto de potencia. Todo objeto sensible es un compuesto, que consiste en una materia modificada en un momento dado por una forma o por la privación de esa forma determinada. Esta doctrina se conoce con el nombre de hilemorfismo Dado que en los seres físicos el cambio y el movimiento son incesantes, cabe expresar dinámicamente esa distinción de materia y forma diciendo que se trata de una potencialidad que tiende a conseguir la actualidad. La materia contiene la potencialidad que sólo se realizará al adquirir la forma que la determine como algo de tal o cual especie. Aristóteles distingue en su doctrina de las categorías entre sustancia y accidente. Sustancia primera es el ser individual compuesto por materia y forma, Sustancia segunda es la forma, es decir, la especie en la que se incluye al individuo, y también los géneros de esas especies. Aristóteles es un claro exponente del empirismo, teoría que afirma que todos nuestros conocimientos se originan a partir de la experiencia. Según Aristóteles, todo conocimiento es práctico, productivo o teorético. La Filosofía o saber teorético es un saber desinteresado que no se busca por su utilidad.

Problema de la ética en alguno de los autores o corrientes dados en clase

Aristóteles distingue entre virtudes morales (éticas) y virtudes intelectuales (dianoéticas). Las virtudes intelectuales o dianoéticas aseguran el buen funcionamiento de la parte racional del alma. Ejemplos de estas virtudes son la sabiduría (sophía) y la prudencia o sabiduría práctica. La sabiduría práctica o prudencia (phrónesis) es la capacidad de aplicar la razón a los asuntos prácticos. Por lo tanto, es una virtud intelectual relacionada con el saber práctico (praxis = acción), es decir, con la Ética y la Política. Aristóteles utiliza el término sabiduría (sophía) para designar el conocimiento teorético. Aristóteles identifica la sabiduría con la ciencia más universal: la Filosofía Primera o Teología (Metafísica). Las virtudes éticas o morales aseguran el buen funcionamiento de la parte sensitiva del alma, esto es, nos permiten controlar racionalmente nuestros deseos, emociones y sentimientos. Aristóteles dice que la virtud moral (virtud ética) es un hábito (ethos) que consiste en la elección del término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquello por lo que decidiría el hombre prudente. Es un término medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto, aunque no toda acción ni toda pasión admiten un término medio, ya que hay cosas malas en sí mismas, no por sus excesos y defectos. La filosofía de Aristóteles se caracteriza por la noción de finalidad (teleología). También la ética aristotélica es teleológica: todas las acciones humanas están orientadas a un fin. Ese fin es, en última instancia, la búsqueda de la felicidad, cualquier otro fin que persigamos no es más que un medio para lograr ese Bien Supremo. La felicidad consiste en realizar del modo más perfecto posible aquella función que nos es propia, es decir, en realizar del modo más perfecto posible nuestra esencia o forma. El intelecto o inteligencia (noûs) es lo más divino que hay en nosotros, y su actividad es la felicidad perfecta. Esa actividad propia del intelecto es el pensamiento filosófico (vida teorética o contemplativa). Aristóteles menciona tres estilos de vida en orden ascendente de mérito: en primer lugar, la vida del disfrute que tiende al placer, luego la vida política que tiende al honor y la búsqueda de reconocimiento y, por último, la filosófica (vida teorética), la más elevada de todas. Todo el mundo debe tener cubiertas las necesidades vitales. También el filósofo, siendo humano, tiene necesidad de bienestar físico, porque no puede sustentarse sólo de pensamiento. También tiene que actuar de acuerdo con la justicia y otras virtudes morales. Pero, sentadas todas esas cosas, el filósofo es el único ser humano que es plenamente autosuficiente, porque para ejercer su actividad, la contemplación, no necesita bienes materiales más allá de lo imprescindible para vivir con cierto decoro.

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