Introducción al Pensamiento Cartesiano
El sistema filosófico de René Descartes se enmarca dentro del racionalismo, corriente de la que es considerado por muchos su fundador. El contexto cultural e histórico que rodea la obra de Descartes son las Guerras de Religión del siglo XVII entre protestantes y católicos europeos. Estas guerras supusieron el final de la religión cristiana como vínculo entre los países europeos y como discurso legitimador en política, derecho y moral. Por ello, la época de Descartes fue un periodo de crisis, en el que se buscaba un nuevo fundamento capaz de servir como un discurso legitimador común para todas las potencias europeas.
Para Descartes y los racionalistas, el nuevo fundamento de la moral, el derecho y la política sería la razón. Sin embargo, aunque todos los seres humanos nacemos con la capacidad de razonar, Descartes consideraba que se necesitaba un método adecuado para evitar el error en los razonamientos y cálculos, un método para llegar a la verdad.
En sus primeras obras, Descartes intentó establecer unas reglas para el correcto uso de la razón que permitieran alcanzar la verdad (por ejemplo, Reglas para la dirección de la mente, 1628, obra inconclusa y póstuma). El número de estas reglas fue variando hasta consolidarse en el Discurso del método para dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias (1637), obra en la que afirma que las reglas del método pueden resumirse en cuatro:
El Método Cartesiano: Cuatro Reglas Fundamentales
- Regla de la evidencia: «No admitir jamás como verdadero cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era.» Entendiendo por evidente aquellas ideas que son claras y distintas, es decir, indubitables y cuyas definiciones no llevan a confusión con otras ideas, poseyendo una definición precisa que permite distinguirlas. Las ideas claras y distintas son captadas por intuición. Un ejemplo serían los axiomas de la geometría.
- Regla del análisis: «Dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como sea posible, y en cuantas sea necesario para su mejor solución.» Consiste en dividir los problemas hasta sus partes más simples, hasta llegar a ideas claras y distintas.
- Regla de la síntesis: «Conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos.» Una vez alcanzadas las ideas claras y distintas mediante el análisis, se debe organizar de nuevo el material de estudio partiendo de ellas y, usando las reglas lógicas de deducción, encadenar los contenidos que dependan de ellas, formando una cadena de deducciones. Este modo de proceder es el mismo que se da en geometría.
- Regla de la enumeración o comprobación: «Hacer, en todo, enumeraciones tan completas y revisiones tan generales, que estuviera seguro de no olvidar nada.»
Influencias y Novedades del Método Cartesiano
El método cartesiano tiene una clara inspiración en el método deductivo de Euclides (siglo III a.C.), que consistía básicamente en una larga cadena de deducciones lógicas a partir de principios simples y evidentes, los llamados axiomas. Esas verdades claras y distintas de las que habla Descartes serían equivalentes a los axiomas de Euclides. La segunda regla, la del análisis, se inspira a su vez en la geometría analítica desarrollada por el propio Descartes, donde la complejidad de los problemas geométricos (por ejemplo, puntos de intersección) se aborda «descomponiendo» las figuras geométricas en sus proyecciones en los ejes de coordenadas, reduciendo así los problemas geométricos a problemas algebraicos de resolución de sistemas de ecuaciones. Conviene señalar que, aunque se hace uso de deducciones lógicas, el método cartesiano se opone a la silogística aristotélica de la escolástica, ya que Descartes consideraba el método escolástico obsoleto para la nueva ciencia.
La Metafísica Cartesiana y la Duda Metódica
El Propósito de la Duda
Una vez establecido el método, Descartes decide aplicarlo a uno de los ámbitos más abstractos del conocimiento: la metafísica, donde reinaba un gran desacuerdo dada la multitud de teorías diferentes sobre los mismos temas. Entendemos por metafísica el tipo de conocimiento que versa sobre la primera causa del universo y los primeros principios del ser y sus categorías, y que trata acerca de conceptos como sustancia, alma e incluso la naturaleza de Dios. Siguiendo su método, Descartes debía encontrar al menos una verdad de la cual no pudiera dudar, una verdad absolutamente evidente e indubitable; y una vez alcanzada, tomarla como un fundamento seguro del conocimiento metafísico, haciendo de la metafísica una ciencia. Para encontrar esa primera verdad indubitable, Descartes escoge el camino de la duda metódica: dudar de todo para ver si queda algo que resista a toda duda. Es importante señalar que esta no es una postura escéptica inicial, sino un punto de partida para alcanzar la certeza.
La Duda Universal y el Cogito, Ergo Sum
El criterio de la duda se aplica entonces a diferentes ámbitos y fuentes del conocimiento humano: la tradición, los sentidos, los razonamientos y silogismos, hasta llegar a las matemáticas e incluso la propia existencia. Incluso en una parte del Discurso del método, Descartes llega a dudar de la realidad del mundo. En el último momento, se llega a dudar de las matemáticas; para ello, se recurre a la famosa hipótesis del genio maligno, un hipotético ser capaz de engañarnos acerca de los axiomas de la matemática. Lo importante, tal y como señala Descartes, es que se puede suponer la existencia de este ser tan extraño sin incurrir en una contradicción (suponer un círculo cuadrado es contradictorio por su propia definición, pero el genio maligno no lo es). Por lo tanto, en sentido estricto, los axiomas de la matemática también pueden ser objeto de duda, no son indubitables.
La duda, en este momento, parece haber acabado con toda posibilidad de lograr una certeza. Sin embargo, Descartes señala que hay una cosa acerca de la cual el genio maligno no puede hacernos dudar, algo que resiste a toda duda: el hecho de estar dudando. El acto de dudar entraña la propia existencia: debo existir para poder dudar. En palabras de Descartes: «***Cogito, ergo sum***» (*Pienso, luego existo*).
Es necesario señalar que Descartes considera este hallazgo fruto de la intuición, no de un razonamiento, porque de lo contrario el genio maligno podría habernos engañado acerca de nuestro razonamiento. También conviene señalar que la superación de la duda guarda relación con la manera en la cual San Agustín supera el escepticismo en su obra Confesiones (398 d.C.). De este modo, Descartes supera la duda radical y encuentra la primera verdad indubitable, clara y distinta, el primer principio de la filosofía que estaba buscando: «Yo existo, al menos como una res cogitans (cosa pensante)» (el cuerpo podría ser una ilusión producto del genio maligno). Sin embargo, la hipótesis del genio maligno aún está activa, de modo que la duda acerca de la existencia de otros seres humanos, de la existencia del propio cuerpo y de la existencia del mundo aún permanece y es necesario solucionarlo.
Del Solipsismo a la Existencia de Dios
El Giro Idealista en la Filosofía
Antes de continuar con la solución de Descartes para superar el solipsismo (forma radical de subjetivismo según la cual solo existe o solo puede ser conocido el propio yo), conviene señalar la gran diferencia de la filosofía de Descartes frente al realismo filosófico medieval y antiguo. Para el realismo, la realidad exterior al sujeto se presenta ante este como una realidad indudable, que además se hace presente tal y como es. A partir de Descartes, esto ya no será así: lo que primariamente conocemos son las ideas en nuestro pensamiento y no la realidad directamente.
He aquí, pues, el comienzo de la actitud filosófica llamada idealismo: la primera realidad será el sujeto y las ideas de su pensamiento; esto es lo inmediato. Sin embargo, el mundo siempre es algo mediato, conocido por medio de los sentidos, pero no directamente. Descartes intentará demostrar que no solo existen las ideas en la mente, sino que estas ideas se corresponden con una realidad externa al sujeto. Su filosofía pretende reconstruir la realidad, pero siempre a partir del sujeto y de las ideas contenidas en su mente (Hume y Kant le seguirán en este planteamiento).
Para cancelar la hipótesis del genio maligno y superar el solipsismo, Descartes acude a la existencia y bondad de Dios. Descartes usa tres argumentos para probar la existencia de Dios; los dos primeros encuentran paralelismos con las cinco vías de Santo Tomás de Aquino (siglo XIII) y el último con el argumento ontológico de San Anselmo de Canterbury (siglos XI-XII):
Argumentos Cartesianos para la Existencia de Dios
- Argumento gnoseológico (o de la perfección): Es un hecho que en nuestro pensamiento tenemos la idea de un ser perfecto, de perfección infinita (Dios). Pero tal idea no es adventicia (venida de fuera) ni facticia (construida por nosotros), por lo que debe ser innata. La poseemos desde nuestro nacimiento, como una «marca de fábrica» puesta en el pensamiento por una realidad exterior tan perfecta que solo puede ser Dios.
- Argumento de la contingencia (o cosmológico): Es un hecho que soy una realidad imperfecta y contingente, y que mi existencia depende de una serie de circunstancias y causas que dieron lugar a mi existencia. Pero, en última instancia, debe existir un ser que no sea contingente como yo, sino necesario, que exista por sí mismo y no por causa de otro. Tal ser necesario, cuya existencia real hay que afirmar por el hecho de que yo existo siendo contingente, es Dios.
- Argumento ontológico: Ya formulado por San Anselmo, y reformulado por Descartes del siguiente modo: «Si tengo en mi mente la idea de Dios y lo concibo como el ser más perfecto que pueda pensarse, entre sus perfecciones habrá de encontrarse la existencia, pues de lo contrario no sería el ser más perfecto que pueda pensarse, y siempre se podría pensar en otro más perfecto que él, en uno que existiera.»
La Superación del Engaño y la Veracidad Divina
Demostrada la existencia de Dios y siendo este un ser bondadoso y veraz, es imposible entonces que Dios permita la existencia de un genio maligno que nos engañe cuando conocemos correctamente. Para Descartes, el error al conocer es fruto de las pasiones cuando no son controladas por nuestra voluntad, pues las pasiones ciegan y tuercen el juicio de los hombres, pero no se debe a un fallo de nuestra facultad de conocer.
La Teoría de las Sustancias y el Dualismo Cartesiano
Definición y Tipos de Sustancia
Llegados a este punto, parecería que recuperamos nuestros antiguos conocimientos y certezas acerca de nosotros mismos, de los demás y del mundo, y que todo queda como antes, pero no es así. La filosofía de Descartes, al reorganizar los conocimientos de nuevo en torno a esas ideas claras y distintas (tal como exige la regla de la síntesis), va a plantear una serie de problemas ontológicos y epistemológicos nuevos. En esta reorganización del conocimiento metafísico, Descartes hace uso de esta definición de sustancia: «Sustancia es aquello que existe de tal manera que no tiene necesidad sino de sí misma para existir.» Y establece que hay dos tipos de sustancias:
- Sustancia infinita: Son los seres que encajan a la perfección en la definición de sustancia. (El único ser en esta categoría es Dios).
- Sustancias finitas: Son aquellas sustancias que solo necesitan de Dios para existir. Estas se dividen a su vez en dos tipos: res extensa (cosas extensas o materia) y res cogitans (cosas pensantes o mente/alma). Según Descartes, el alma no necesita del cuerpo para existir (un dogma religioso del cristianismo), ni el cuerpo del alma para existir (los animales eran vistos por Descartes como autómatas orgánicos hechos por Dios, pero sin ningún tipo de mente, de nuevo un dogma cristiano: los animales no tienen alma).
Atributos y Modos de las Sustancias Finitas
El atributo es la esencia de la sustancia. Así, habrá dos atributos principales de la sustancia finita: la extensión (res extensa, mundo material) y el pensamiento (res cogitans, mundo espiritual). Por su parte, el modo sería la forma en la que se da el atributo: modos de la extensión serían, por ejemplo, el tamaño, el volumen, la figura… mientras que el pensamiento tendría modos como, por ejemplo, la duda.
El Problema del Dualismo Cartesiano: Mente y Cuerpo
La Interacción Mente-Cuerpo y la Glándula Pineal
Al dividir las sustancias finitas entre res cogitans y res extensa, se crea una fractura ontológica, lo que se conoce como el problema del dualismo cartesiano. Desde el punto de vista del sistema cartesiano, el ser humano es un ser dual: es res extensa (tiene un cuerpo-organismo) y es res cogitans (tiene una mente). Entonces surge el problema de la interacción mente-cuerpo: ¿cómo es posible que pensamientos y sentimientos inmateriales puedan mover las cosas materiales? ¿Cómo es posible que un pensamiento triste o alegre desencadene toda una serie de reacciones en mi cuerpo material? ¿Cómo es posible que algo material pueda mover algo inmaterial? ¿Cómo es posible que un golpe en mi cuerpo genere dolor en mi mente?
Recordemos que Descartes entiende todo el movimiento en la naturaleza como una comunicación de cantidad de movimiento (p=mv) entre cuerpos extensos. En términos de cantidad de movimiento, pensamientos y sentimientos tendrían una cantidad de movimiento igual a cero al no tener masa ni velocidad, y por tanto, no podrían mover las partes del cuerpo. Y, en el otro sentido, las partes del cuerpo no podrían comunicar su cantidad de movimiento a la mente al ser por naturaleza inmaterial.
Descartes intentó superar este dualismo entre cuerpo y mente argumentando que dentro del cerebro, en la glándula pineal, es donde se produce la comunicación entre el cuerpo y la mente. Dicha explicación no convenció ni a sus detractores ni a sus discípulos, y de este modo el dualismo cartesiano quedó como un problema central para la filosofía moderna.