filo global 1

La teoría de las ideas/Dos mundos


Con estos planteamientos de fondo, desarrolló su teoría de las ideas, con la que trató de explicar una extensa gama de temas filosóficos: la realidad física, la moral, el conocimiento.
.. Según esta teoría, no hay una sola realidad, sino dos mundos o ámbitos distintos: – Existe un universo que podemos experimentar mediante los sentidos. Se trata del mundo sensible, compuesto por cosas materiales, cambiantes, el cual da lugar a un conocimiento de opinión, por lo que se puede denominar mundo dóxico (del griego doxa, opinión). Este mundo incluiría la pluralidad y el cambio defendidos por Heráclito.
– Además de este ámbito, para Platón existe otro tipo de realidad, un mundo inteligible, que va más allá de lo que perciben nuestros sentidos y que está constituido por ideas, realidades inmateriales e inmutables que solo se pueden conocer mediante la razón y que posibilitan un saber universal y permanente. El mundo inteligible, también denominado mundo eidético (del griego eidos, idea o forma), posee casi todas las carácterísticas del ser de Parménides y conduce a la existencia del Bien en sí. La objetividad de las ideas supónía la superación del relativismo de los sofistas.

Participación e imitación


Aunque los dos mundos son distintos, entre ellos existe una relación de participación (méthexis) e imitación (mímesis).
– El mundo sensible participa del mundo inteligible, de modo que las cosas son lo que son, tienen una esencia unitaria y permanente, porque participan de las Ideas. Para Platón, hay ideas de todo cuanto existe en el mundo sensible y cambiante. El hombre es hombre porque participa de la idea de hombre; lo mismo sucede con todas las demás realidades sensibles.
– El mundo material imita el mundo de las ideas, porque las cosas que percibimos con nuestros sentidos son copias de aquellas, menos perfectas, y sometidas al cambio y la pluralidad. Los seres materiales copian las ideas de manera semejante a como la sombra de un cuerpo copia imperfectamente ese cuerpo.


Las ideas y sus propiedades


Existen, pues, dos mundos para Platón. El mundo sensible, de alguna manera, depende del mundo de las ideas. Pero ¿que són realmente las ideas?

Las ideas platónicas tienen mucho que ver con el concepto y la definición que Sócrates buscaba para expresar la esencia de las cosas. Según este autor, los conceptos universales – como el Bien en sí o la Justicia en sí- pueden ser alcanzados por la razón, que debe descubrirlos y extraerlos del interior del alma.
Pero ¿cómo han llegado hasta allí? Platón respondíó con su teoría de las ideas: se hallan en el alma porque existen en un mundo aparte, al que solo ella puede acceder.

La conclusión a la que llegó el filósofo ateniense es que las ideas no existen en las cosas, en la mente ni en las definiciones, sino que tienen una realidad en sí, trascienden lo sensible, son esencias separadas de las cosas.
La idea del cuadrado, por ejemplo, no se identifica con una cosa que tiene forma cuadrada, ni con su concepto ni con su definición, sino que existe en sí misma. Por consiguiente, la idea de cuadrado tiene una realidad distinta del mundo sensible y de nuestro pensamiento.
Platón defendíó que las ideas son realidades más plenas y más perfectas que las cosas sensibles que las imitan. No cabe, por lo tanto, el relativismo que promovían los sofistas, porque todo el mundo puede conocerlas como son en sí, mediante la razón, con independencia de lo que cada uno pueda entender.
Una vez que se han señalado que las ideas son las esencias separadas de lo que existe en el mundo material, se pueden enumerar algunas de sus propiedades o carácterísticas: las ideas son eternas, inmutables, únicas, inteligibles perfectas, causas y modelos de lo sensible.
Por otro lado, Platón admitíó que hay numerosas ideas, tantas como esencias de los objetos sensibles. Existen ideas de todo lo que es; hay ideas de los objetos físicos (como una piedra o un caballo) y hay ideas de valores estéticos o morales (la belleza, la bondad, la justicia, etc.).


Pero esta multiplicidad comprometía la necesaria unidad que ha de reinar en el mundo de las ideas. Para salvar este obstáculo, sostuvo que estas se encuentran ordenadas jerárquicamente, es decir, según grados de importancia.
El conjunto de las ideas forma una figura piramidal. En la base de esta figura se sitúan las más elementales, que son las relacionadas con las cosas materiales; el vértice está coronado por una sola idea suprema, de la que participan todas las demás sin que ella participe en ninguna otra. En el diálogo La República, Platón situó esta idea suprema en la idea del Bien, que compara con el Sol, ya que sin él nada se puede ver ni conocer. Así, para entender lo que realmente es el hombre, debemos conocer el hombre bueno y, para ello, en último término, la idea del Bien. Pero esta idea superior no solo facilita que las demás ideas sean conocidas, sino que les da su esencia, sin que ella reciba su esencia de ninguna otra.


Las cosas sensibles y corpóreas


Lo sensible, aun no siendo perfecto, por encontrarse entre el ser y el no ser, goza de cierta realidad. El universo, compuesto inicialmente de una materia informe, era caótico hasta que fue transformado gracias a la acción de un ser denominado Demiurgo, que le transmitíó la forma y la unidad del mundo inteligible, y lo convirtió en cosmos. Todo parece apuntar que este Demiurgo es una realidad intermedia entre el mundo sensible y el inteligible, un ser superior, artífice del mundo físico, que nos recuerda al Nous de Anaxágoras.
El Demiurgo confecciónó el mundo que nos rodea, pero no lo creó desde la nada, ya que la noción judeocristiana de Creación es completamente ajena a la mentalidad griega de la época, que supónía la eternidad de la materia. Este ser bueno e inteligente ordenó el universo, tomando como modelo el mundo de las ideas. Así, el cosmos no tiene la perfección de las ideas, pero, de algún modo, refleja su bondad y su belleza. Platón describíó el universo material dividíéndolo en dos ámbitos: el celeste, inmutable y compuesto por un conjunto de esferas, y el terrestre, resultado de la mezcla de los cuatro elementos, cambiante según varía la combinación entre esos elementos.


2. El ser humano


Platón describe al individuo humano como un ser compuesto de alma y cuerpo. El alma es la parte más alta y digna, porque es semejante a lo divino, es decir, a las ideas; por su
superioridad , el alma debe regir el compuesto humano. El cuerpo, por el contrario, debe ser gobernado por el alma, ya que es imperfecto; además, el cuerpo supone un obstáculo para el alma en su anhelo por alcanzar la contemplación de la verdad y el bien. Siguiendo la opinión de los pitagóricos, Platón consideró que el cuerpo es como una cárcel para el alma, de la que desea salir para vivir junto a las ideas.
La asociación de alma y cuerpo no es completa, porque es una uníón temporal y accidental. Es temporal porque no dura siempre, pues se deshace tras la muerte del ser humano. Es accidental porque ambos elementos nunca pierden su identidad propia dentro del compuesto, alma y cuerpo están unidos, pero siguen siendo cosas distintas, como el jinete y el caballo.
El cuerpo humano, al pertenecer al mundo sensible, siempre ha estado en este mundo en el que vivimos, pero ¿dónde ha estado el alma humana antes de unirse al cuerpo?, ¿cuál es su origen? El pensador ateniense consideró que el alma preexistíó en el mundo de las ideas antes de unirse al cuerpo y esto lo sabemos por su afinidad con ellas. Si el alma tiene que ver con el mundo inteligible, es porque preexistíó en él con anterioridad.
Entonces, si el alma habitaba en el mundo de las ideas y era feliz allí, ¿por qué ha abandonado aquel mundo para introducirse en un cuerpo? Platón trató de responder a este interrogante considerando que el alma humana en sí misma no posee una completa unidad, por lo que sus elementos no siempre actúan con total armónía.
Para intentar aclarar este razonamiento, expuso en Fedro el mito del carro alado. De acuerdo con él, el alma es como un carro tirado por dos caballos: uno representa las inclinaciones o impulsos nobles, mientras que el otro simboliza los apetitos y deseos. El auriga o conductor es la razón, que debe dirigir a ambos. Todo va bien mientras la razón gobierna al hombre, pero cuando el deseo de placeres se desboca, la razón pierde el control, se quiebra la unidad del alma y esta queda sujeta al mundo sensible.


A través de la imagen del carro alado, Platón muestra que el alma consta de tres partes o funciones:
– La racional, representada por el conductor del carro, que debe gobernar a todo el ser humano y conducirlo al conocimiento de las ideas. Los sujetos en quienes destaque esta parte del alma serán los amantes del saber.
– La irascible, simbolizada en el caballo bueno, en la cual se encuentran los impulsos nobles, como la valentía. Aquellos que sean gobernados por el alma irascible serán los amantes del poder y de los honores.
– La concupiscible o apetitiva, por la cual el humano busca y desea el placer sensible, y es arrastrado hacia lo material. Si domina este aspecto del alma, el individuo será amante del placer y del dinero.
Esta división tripartita del alma humana ocupó un lugar destacado en el pensamiento del filósofo, porque como veremos la empleó para explicar las diversas virtudes y la organización de la sociedad ideal.
Otra cuestión importante es saber si el alma permanece cuando se separa del cuerpo tras la muerte y este se corrompe. Al igual que los pitagóricos, Platón sustentó que el alma es
inmortal. No obstante, a diferencia de ellos, trató de razonarlo, alegando que el alma humana es semejante a las ideas porque ha vivido junto a ellas y las ha contemplado antes de
introducirse en un cuerpo; por consiguiente, es afín a lo divino y es imperecedera. Es decir, pertenece a su esencia perdurar, aun cuando el cuerpo desaparezca. Al igual que las ideas, no tiene partes materiales y, por tanto, no puede morir, pues no puede descomponerse ni corromperse.

Tras la muerte, el destino del alma es alcanzar y contemplar nuevamente el mundo de las ideas. Sin embargo, siguiendo a los pitagóricos, Platón afirmó que no todos lo consiguen, pues el alma que no se libera plenamente de los impulsos que la atan al mundo sensible pasará (transmigrará) de un cuerpo a otro después de la muerte; ese otro cuerpo podrá ser humano o animal, dependiendo de lo racional o irracional que haya sido su vida. Solo podrá lograr su objetivo cuando esté enteramente purificada de lo terreno mediante una vida virtuosa.


3. El conocimiento El mito de la caverna

Platón relató el mito de la caverna en el libro VII de la República, con el fin de ilustrar sus doctrinas filosóficas. Esta alegoría nos hace imaginar la existencia de unos prisioneros que
llevan toda la vida encadenados en el interior de una caverna, de tal manera que solo pueden mirar hacia el fondo y observar unas sombras proyectadas en la pared. En un momento dado, un prisionero es liberado y sale de la caverna. Al cabo de un tiempo, sus ojos se acostumbran a la claridad y descubre que los objetos que ahora se le presentan son mucho más perfectos que las sombras que veía en la cueva. ¿Y qué ocurriría si volviese dentro? Seguramente intentaría convencer a sus compañeros de que lo que han visto desde siempre no es real, sino sombras de la verdadera realidad. Ellos, sin embargo, creerían que está loco.
El mito sugiere, entre otras cosas, que el hombre no puede conformarse con lo que percibe por los sentidos, sino que ha de traspasar la frontera de lo sensible y contemplar las ideas, que constituyen lo perfecto y pleno.

La alegoría de la línea

Esta alegoría pone de manifiesto la existencia de dos grados de conocimiento: el sensible, que da lugar a la opinión (doxa), y el racional, que genera la ciencia (episteme). Platón explicó esta gradación del conocimiento mediante la alegoría de la línea dividida en dos grandes segmentos: uno que abarca lo visible y otro que comprende lo inteligible.

El conocimiento de la opinión o doxa es el de las cosas que cambian y constituye el primer segmento de la línea. Dentro de este se puede distinguir dos subsegmentos o grados de conocimiento sensible:
– La conjetura (eikasía), que es el conocimiento de la imagen de la cosa sensible. Por ejemplo, sería conocer el reflejo de un sauce en el agua.
– La creencia (pistis), que es el conocimiento directo de las realidades sensibles mediante los sentidos. Es más perfecto que el anterior, porque nos pone en contacto con las cosas
materiales, aunque nada nos dice sobre lo que realmente son. Sería el caso de ver o palpar un sauce.


El conocimiento de la inteligencia o nous se corresponde con los del segundo segmento de la línea: trata de las ideas, que solo la razón puede alcanzar. La inteligencia se divide en dos grados de conocimiento intelectual (otros dos subsegmentos): – El pensamiento discursivo (dianoia), que es el conocimiento de las ideas relacionadas con las matemáticas y la geometría. Para llegar a ellas, el alma se sirve de imágenes de cuerpos sensibles y formula supuestos (hypothesis) a partir de los cuales trata de alcanzar conclusiones. Así, cuando dibujo un círculo, puedo suponer propiedades de los círculos y extraer conclusiones sobre esas propiedades. – La ciencia (episteme) es fruto de la dialéctica, último estadio en el proceso de ascensión del alma hacia las ideas más altas. Aquí, el alma ya no recurre a lo sensible ni se ocupa de supuestos, sino que contempla las ideas primeras y trata de relacionarlas con la realidad sensible. 

La teoría de la reminiscencia o del recuerdo (anamnesis)

Pero, ¿cómo puede la dialéctica conducir al alma a conocer las ideas directamente, más allá del conocimiento sensible?, ¿de qué modo es posible llegar a conocer la idea de bondad si solo percibimos cosas buenas en el mundo sensible, pero nunca la Bondad en sí? Para responder a estos interrogantes, Platón recurríó a la teoría de la reminiscencia o del recuerdo (anamnesis).
Entender, para Platón, no sería otra cosa que el despertar del alma a un conocimiento que ya poseía antes de unirse a un cuerpo, cuando gozaba de la contemplación de las ideas. Al encarnarse el alma olvidó todo lo que sabía. De ahí que el conocimiento no sea más que un empeño constante por recuperar toda la sabiduría que el alma perdíó, lo cual solo es posible mediante la dialéctica, que nos permitiría conocer -es decir, recordar- las ideas directamente.
Sócrates ya había asegurado que el hombre extraía ideas de su interior, pero no elaboró una teoría para justificar tal concepto. Su discípulo, sin embargo, lo hizo mediante la teoría de la reminiscencia: si hay un mundo de ideas y el alma ha estado en contacto con él antes de entrar en el mundo sensible, parece lógico mantener que las ideas que aprendemos, en realidad, ya estaban dentro de nosotros.         El aprendizaje, por tanto, no consiste en adquirir nuevos conocimientos, sino en desvelar lo que estaba oculto, en despertar lo que estaba dormido.
“El mundo de las ideas está a nuestro alcance, pero no logramos aprehenderlo; solo la dialéctica nos permitirá recordar y percibir cómo en el aparente caos del mundo se adivina el orden de las ideas”.


La moral


Platón vivíó una época de crisis y decadencia, de la cual culpó al enfoque relativista con el que los sofistas abordaron el análisis del bien y la virtud. Su maestro Sócrates, por el contrario, había transmitido la necesidad de indagar sobre la verdadera virtud y el verdadero bien.
La filosofía práctica de Platón -su ética y su política- se edifica sobre sus teorías acerca de las ideas, el hombre y el conocimiento, pues estaba convencido de que el ser humano no puede obrar el bien si no conoce lo que es el Bien en sí, la idea suprema de Bien. El pensador ateniense sosténía que todos los hombres desean las cosas buenas y la felicidad,
pero con frecuencia sucede que no saben distinguir los bienes verdaderos de los bienes aparentes; muchas veces desconocen en qué consiste el bien y confunden el objeto de la verdadera felicidad con realidades imperfectas, como los placeres sensibles, las riquezas o los honores. Para Platón, el bien y la felicidada solo se pueden hallar en la contemplación de las ideas y especialmente de la idea más elevada, que es la del Bien.
Ahora bien, ¿cómo es posible alcanzar esa felicidad y esa visión de las ideas a la que todos aspiran? Solo hay un camino: el cultivo de la sabiduría y de la virtud, que, en el fondo, para Platón, se identifica. En este sentido, fue continuador del intelectualismo moral socrático, según el cual, quien conoce el verdadero bien no puede dejar de practicarlo y, por el contrario, quien se deja llevar por el vicio es por ignorancia con respecto a aquel.
La primera tarea del filósofo consistirá en explicar qué es la virtud, en buscar la idea o esencia de esta, es decir, aquello por lo que las diferentes virtudes merecen tal nombre. Platón no llegó a dar una definición de virtud, si bien, al revisar sus obras, es posible hacer una aproximación a este concepto: – La virtud es algo interior del alma que le proporciona armónía y salud. No es una simple habilidad técnica que se puede enseñar en un sentido meramente externo, sino que ha de brotar del alma de quien la busca. Platón pensaba que la verdadera educación es interior, es un autoaprendizaje.


– La virtud es un saber o conocimiento acerca del bien. Ser virtuoso consiste en ser capaz de distinguir los bienes verdaderos de los aparentes y fugaces. Si actuamos mal es debido a la ignorancia, que impide al alma desvincularse de lo sensible y material.
– La virtud es una purificación para el alma que le permite liberarse del cuerpo y retornar al mundo de las ideas tras la muerte. De hecho, el hombre virtuoso se desliga del cuerpo ya en la vida mortal, pues no se deja arrastrar por los deseos sensibles. Platón entendía que el alma debe convivir con el cuerpo mientras permanece unida a él y por eso necesita cierta satisfacción sensible. Pero si esta se sobrevalora, impide al hombre dirigirse a su verdadero fin.
– La virtud es el dominio de la razón sobre las demás partes del alma y sobre el cuerpo; con ella, cada una de las partes del alma y del cuerpo cumple su función de modo adecuado, esto es, racional. Platón expuso en el libro IV de La República cuatro tipos de virtudes:
– La sabiduría o prudencia (sofía) radica en la parte racional del alma y proporciona a las otras partes el conocimiento de lo que es conveniente para ellas y para el conjunto del alma. Su misión es dirigir bien tanto a los miembros del alma como a los de la comunidad. Sabio es quien dirige sus acciones de acuerdo con la ciencia y no con la opinión.
– La valentía o fortaleza (andreia) se asienta en el alma irascible y regula los impulsos y pasiones nobles. Con ella, las pasiones se someten a la razón para distinguir lo que se debe de lo que no se debe temer.
– La moderación o templanza (sofrosine) es la virtud propia del alma concupiscible y modera los desos para que el hombre haga uso de los placeres sensibles con medida y equilibrio, actuando según el dictado de la razón.
– La justicia (diké) consiste en hacer lo que corresponde a cada uno de modo adecuado y en que cada uno no se apodere de lo ajeno ni sea privado de lo propio. En el caso del individuo, esta virtud lo capacita para que cada parte del alma realice bien la función que le corresponde.
En su dimensión social, una polis es justa cuando todos los ciudadanos desempeñan satisfactoriamente sus funciones en el conjunto y cumplen con su deber.


La sociedad


La vida en sociedad (la polis) surge, según Platón, por las ventajas materiales que esta aporta a los individuos mediante la división del trabajo y el logro de la convivencia pacífica con sus semejantes. Sin embargo, la sociedad también tiene como finalidad facilitar a los hombres una vida virtuosa y feliz por medio de la educación.
Platón no aceptó ningún sistema político concreto, sino que se planteó la búsqueda de la organización social perfecta (modelo para todas las polis), que aproximara a los hombres al bien y a la justicia.
Con este planteamiento comenzó la primera utopía social de Occidente. Las utopías posteriores, siguiendo el ejemplo de Platón, nacieron como una crítica a la situación política de su época y como una propuesta de cómo debía constituirse la comunidad para alcanzar la justicia y la felicidad.
En la República se afirma que la polis ideal debe estar compuesta de tres clases o grupos de ciudadanos, de manera semejante a como el alma está formada por tres partes diferentes. El Estado será bueno y justo en la medida en que cada una de esas clases se ocupe eficazmente de su cometido, sin que unas interfieran en otras:
– Los filósofos, dedicados al gobierno de la polis, constituyen el grupo más reducido, pero también el más importante. El adecuado desarrollo de su cometido exige que sean educados en la virtud de la sabiduría o prudencia, propia del alma racional. Ellos estarán en condiciones de conocer el Bien y la Justicia en sí mismos, por lo que podrán tomar decisiones buenas y justas, pensando en el bien de la ciudad, y olvidándose de sus intereses particulares y egoístas.
– Los guardianes, un grupo más numeroso, deberán velar por la paz social interna y externa, cultivando especialmente la virtud de la valentía, asentada en el alma irascible.
– Los productores son la clase más numerosa, constituida por campesinos, artesanos y comerciantes, quienes han de trabajar para todos y no solo para sí mismos, ya que el resto de los ciudadanos tienen que dedicarse a otras tareas. Su virtud es la moderación o templanza, que regula los deseos del alma concupiscible, pues han de usar los bienes que producen con medida, porque deben pensar en la comunidad en su conjunto.


Los ciudadanos tienen que situarse en una u otra clase de acuerdo con sus cualidades naturales, no atendiendo a su familia ni a sus riquezas. Lo importante es que cada individuo
desempeñe la ocupación que le corresponde según su naturaleza, sin interferir en funciones que no le pertenecen.
Precisamente, la virtud de la justicia aplicada a la polis consiste en eso: si cada ciudadano está en su puesto y hace lo que debe, se logrará la polis ideal, en la que reinará el orden y las personas alcanzarán la felicidad.
Platón dedica un amplio espacio en La República a explicar cómo debe ser el proceso de selección de los aspirantes a guardianes y gobernantes. Consiste en una cuidadosa educación que divide en etapas.

En cuanto a las formas de gobierno, la ideal para Platón es la monarquía o gobierno del filósofo. Del mismo modo que el hombre es virtuoso cuando la parte racional de su alma manda sobre las demás, así también una ciudad será perfecta cuando la clase de los verdaderos filósofos gobierne sobre el resto de los ciudadanos.

Esta forma de gobierno decae si el gobernante no tiene cuidado de que unas clases no interfieran en otras. Si esto ocurre, el orden y la armónía social se desintegran y la monarquía
se sustituye por sistemas de gobierno cada vez más alejados del ideal.
Platón describe la degradación de las formas de gobierno a partir de la que, a su juicio, es menos mala, hasta la peor. Empieza por la timocracia, en la que la clase militar se adueña del poder y somete a los demás ciudadanos. Esta degenera en oligarquía, donde unos pocos muy ricos controlas al resto. El empobrecimiento de los ciudadanos a favor de los oligarcas conduce a aquellos a la rebelión, lo que da lugar a la democracia o gobierno del pueblo. Sin embargo, este conduce al desorden y la anarquía. La consecuencia necesaria de la democracia es la tiranía, porque restablece el orden social. La tiranía, sin embargo, es el final de la comunidad política, pues los ciudadanos se convierten en esclavos bajo el poder del tirano, quien, a su vez, se convierte en esclavo de su propio poder. Bajo esta forma de gobierno, los hombres añorarán las realidades supremas y se verán impulsados a derrocar al tirano y a sustituirlo por el rey-filósofo. De este modo, para Platón la sucesión de las formas de gobierno tiene un carácter cíclico.


Platón vivíó en el siglo V a.C. En la Atenas democrática. En esta etapa, las polis compartían lengua, cultura y religión. Fue una etapa de cambios puesto que la Esparta aristocrática derrotó a una Atenas (Guerra del Peloponeso), que inició la Tiranía de los Treinta.

Con respecto al contexto cultural señalaremos un momento cultural sin  parangón (siglo V), con un gran auge de las artes. En arquitectura destacan Letinios y Calícrates; y Fideas, construyendo el Acrópolis y el Partenón de Atenas respectivamente. En escultura destacaremos a Mirón, gracias a su estudio de la proporcionalidad humana presente

en el canon de belleza y el Discóbolo; Polícleto desarrollando la técnica de contraposto en el Doríforo y el Diadumeno; Praxíteles introduciendo la curva praxiteliana en sus obras, Scopas y Lisipo huyendo a los cotidiano y avanzando en el Pathos. Por otro lado, Herodoto, Tucídides y Jenofonte considerados los Padres de la Historia y la Geografía. En el teatro, señálamos a Equilo, Sófocles y Eurípides en la tragedia y a Aristófanes en la comedia.

En cuanto al contexto filosófico, Platón fue discípulo de Sócrates, del cual hereda su apuesta por la objetividad de los valores y la verdad, frente al relativismo y defensa de la retórica de los sofistas. Rechazó el concepto de átomo de Demócrito, ya que pensaba que el orden no puede proceder de caos. En su defensa de la inmortalidad y la reencarnación de alma se percibe la influencia de Pitágoras y sus ideas, al igual que la importancia que le concede a las Matemáticas en la filosofía. El concepto de Demiurgo de autor deriva de la idea de Anaxágoras de una inteligencia ordenadora (nous) de Universo. En Parménides y su creencia en la dualidad ontológica, encuentra un referente para su teoría de las ideas y su pensamiento de los dos caminos de llegada al conocimiento. Aunque criticó el concepto de Devenir, aceptó la teoría de Heráclito de que el tiempo altera la materia pero tan solo en el mundo sensible descrito por Parménides. Por su parte, Anaximandro desarrolló el concepto de infinito y Aristarco el modelo heliocéntrico.


Platón vivíó en el siglo V a.C. En la Atenas democrática. En esta etapa, las polis compartían lengua, cultura y religión. Fue una etapa de cambios puesto que la Esparta aristocrática derrotó a una Atenas (Guerra del Peloponeso), que inició la Tiranía de los Treinta.

Con respecto al contexto cultural señalaremos un momento cultural sin  parangón (siglo V), con un gran auge de las artes. En arquitectura destacan Letinios y Calícrates; y Fideas, construyendo el Acrópolis y el Partenón de Atenas respectivamente. En escultura destacaremos a Mirón, gracias a su estudio de la proporcionalidad humana presente

en el canon de belleza y el Discóbolo; Polícleto desarrollando la técnica de contraposto en el Doríforo y el Diadumeno; Praxíteles introduciendo la curva praxiteliana en sus obras, Scopas y Lisipo huyendo a los cotidiano y avanzando en el Pathos. Por otro lado, Herodoto, Tucídides y Jenofonte considerados los Padres de la Historia y la Geografía. En el teatro, señálamos a Equilo, Sófocles y Eurípides en la tragedia y a Aristófanes en la comedia.

En cuanto al contexto filosófico, Platón fue discípulo de Sócrates, del cual hereda su apuesta por la objetividad de los valores y la verdad, frente al relativismo y defensa de la retórica de los sofistas. Rechazó el concepto de átomo de Demócrito, ya que pensaba que el orden no puede proceder de caos. En su defensa de la inmortalidad y la reencarnación de alma se percibe la influencia de Pitágoras y sus ideas, al igual que la importancia que le concede a las Matemáticas en la filosofía. El concepto de Demiurgo de autor deriva de la idea de Anaxágoras de una inteligencia ordenadora (nous) de Universo. En Parménides y su creencia en la dualidad ontológica, encuentra un referente para su teoría de las ideas y su pensamiento de los dos caminos de llegada al conocimiento. Aunque criticó el concepto de Devenir, aceptó la teoría de Heráclito de que el tiempo altera la materia pero tan solo en el mundo sensible descrito por Parménides. Por su parte, Anaximandro desarrolló el concepto de infinito y Aristarco el modelo heliocéntrico.

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