Ética y filosofía de Tomás de Aquino, Agustín de Hipona y Platón

Ética y política de Tomás de Aquino

La ética de Tomás de Aquino se basa en el teleologismo, donde nuestros actos están orientados hacia un fin último que se considera un bien deseable: la felicidad, alcanzada a través del desarrollo del alma racional mediante el conocimiento y la virtud. Dios representa el bien supremo, y el conocimiento de Dios es el máximo al que puede aspirar el ser humano, por lo que una vida dedicada a la búsqueda y comprensión de Dios se considera la más perfecta y feliz.

Aquino sostiene que Dios gobierna el mundo mediante la ley eterna, de la cual las criaturas participan a través de la ley natural, que les confiere una naturaleza propia y unas inclinaciones específicas. La acción correcta del hombre radica en seguir la ley natural que su razón le dicta. La ley natural es el hábito de la razón práctica, universal, invariable e indeleblemente arraigada en la razón, con su principio fundamental de»Hacer el bien y evitar el ma».

En su teoría política, Aquino afirma que el hombre es naturalmente sociable y que la perfección de la vida humana solo se alcanza en sociedad. Todo poder emana de Dios, y la ley positiva debe derivarse de la ley natural y buscar el bien común. Por tanto, el orden político debe subordinarse al orden moral, y este último al orden divino. Las leyes positivas y la autoridad son legítimas cuando respetan la ley natural; de lo contrario, son injustas y justifican la resistencia. Sus obras más conocidas fueron la y la .

Dios según Tomás de Aquino

Una de las verdades reveladas por la fe, pero susceptible de demostración racional, es la existencia de Dios. San Anselmo empleó el argumento ontológico para demostrarlo: según este argumento, Dios es»el mayor ser que existe y ha de existir tanto en la mente como en la realida». Frente a esta demostración a priori, Santo Tomás propuso una demostración a posteriori, que parte de los sentidos y va del efecto (los seres del mundo) a la causa que los ha producido (Dios).

Tomás de Aquino ofreció cinco demostraciones de la existencia de Dios, conocidas como las cinco vías, que comparten la misma estructura:

  1. Se parte de un hecho de la experiencia.
  2. Se aplica el principio de causalidad, advirtiendo que no puede haber una serie causal infinita.
  3. Se concluye que ha de existir un ser originario, que es el que da lugar a toda la serie, es decir, Dios.

Las cinco vías son:

  1. La del movimiento, que parte del movimiento del mundo y concluye en la existencia de un primer motor inmóvil.
  2. La segunda vía se basa en la causalidad eficiente, yendo desde las causas subordinadas hasta la primera causa incausada.
  3. La tercera vía se fundamenta en la contingencia, partiendo de los seres contingentes del mundo hasta un primer ser necesario.
  4. La cuarta vía se apoya en los grados de perfección, avanzando desde los grados de perfección del mundo hasta un ser infinitamente perfecto.
  5. Finalmente, la quinta vía se sustenta en la finalidad y el orden cósmico, trazando una ruta desde el orden y la finalidad del mundo hasta una primera inteligencia ordenadora.

La teoría del conocimiento de Agustín de Hipona

Nuestra búsqueda de la verdad es motivada por el amor, pero no un amor egoísta, nacido de deseos desordenados que se pierden en las trivialidades del mundo. Más bien, se trata de un amor espiritual, guiado por la caridad, que anhela elevarse hacia la única, eterna e inmutable verdad.

La teoría agustiniana del conocimiento sigue un camino que va desde lo externo hacia lo interno y luego hacia lo superior. Comienza con el conocimiento sensible, el cual, al ser variable, no asegura certeza y puede llevar al escepticismo, a menos que se encuentre una verdad indudable. Agustín de Hipona anticipa a Descartes al considerar que esta verdad indudable reside en la certeza interna proporcionada por la autoconciencia: si uno se engaña al razonar, es claro que está pensando; y si piensa, entonces sin duda existe. Por tanto, la verdad reside dentro de cada ser humano.

Posteriormente, se inicia un camino de ascenso espiritual, que abarca dos niveles:

  1. El conocimiento discursivo o científico, que pertenece a la razón inferior.
  2. El conocimiento intuitivo de las verdades eternas, como la belleza, la justicia y la bondad, que corresponden a la razón superior.

Estas verdades trascendentales no pueden ser alcanzadas por el hombre por sí solo, sino que requieren de una iluminación intelectual directa proveniente de Dios sobre su mente. De la misma manera en que el ojo necesita luz para ver, la mente necesita la luz divina para conocer la verdad.

La antropología y la moral según Agustín de Hipona

La existencia del mal en el mundo no contradice la existencia de Dios ni implica que Él sea responsable del mal, ni sugiere la coexistencia de un principio malévolo junto al principio del bien, como creían los maniqueos y San Agustín en su juventud. Según la perspectiva de Aquino, el mal físico es simplemente la ausencia o privación del bien, ya que las criaturas, al ser diferentes de su Creador, son inherentemente imperfectas. Además, el mal se interpreta mejor en el contexto del universo, donde sirve para resaltar aún más la bondad.

En cuanto al mal moral, se entiende en el marco de la visión dualista del ser humano según Agustín: compuesto por alma (inmortal) y cuerpo (mortal). Dios, siendo bondadoso, ha concedido al hombre el libre albedrío para elegir entre el bien y el mal (pecado), y así merecer recompensa o castigo por sus acciones.

Con respecto al origen del alma, San Agustín rechaza la doctrina platónica de la reencarnación y adopta el traducionismo, que sostiene que el alma se transmite de padres a hijos, llevando consigo el pecado original que Adán cometió al desobedecer a Dios. Desde entonces, el alma no puede salvarse por sí sola, sino que requiere de la gracia, una ayuda especial de Dios, que la impulsa a evitar el apego a lo sensible y la inclina hacia el amor a la virtud, único camino que asegura la salvación. La virtud, definida por San Agustín como un amor ordenado, guía al hombre a respetar el orden establecido por Dios en el universo y a alcanzar la paz, que es la tranquilidad del orden, garantizada por la justicia y el derecho.

La antropología de Platón

Platón (428-347 a.C.), filósofo de la Antigua Grecia y discípulo de Sócrates, abogó por el dualismo antropológico, donde alma y cuerpo son dos entidades distintas unidas accidentalmente. En su visión, el alma, inmortal y espiritual, pertenece al Mundo de las Ideas, mientras que el cuerpo, mortal y material, es parte del mundo sensible. Para Platón, el cuerpo actúa como una prisión para el alma. El alma racional, esencial para el hombre y origen del conocimiento racional, permite acceder a las Ideas del mundo trascendente.

Según Platón, el alma humana reencarna de cuerpo en cuerpo hasta purificarse para retornar al Mundo de las Ideas. Argumenta la inmortalidad del alma mediante:

  1. La reminiscencia, mostrando que el alma puede existir sin el cuerpo.
  2. La simplicidad del alma, al ser no material y, por ende, incapaz de descomponerse y morir.

Platón distinguió tres partes del alma:

  1. El auriga (alma racional), que reside en la cabeza y debe gobernar sobre los otros dos.
  2. El caballo blanco (alma irascible), que reside en el pecho y proporciona esfuerzo y vigor.
  3. El caballo negro (alma concupiscible), ubicado en el vientre y asociado con deseos y pasiones sensuales.

La virtud, para Platón, radica en el desarrollo del bien propio del hombre, su esencia racional, y es universal. Identifica tres virtudes según la división del alma:

  1. Sabiduría o prudencia, asociada al desarrollo del alma racional.
  2. Valentía, que se logra con el desarrollo prudente del alma irascible.
  3. Templanza, obtenida con el desarrollo prudente del alma concupiscible.

La Justicia surge con el equilibrado desarrollo de estas tres virtudes, generando un orden perfecto en las tres partes del alma cuando cada una cumple su función específica.

u función específica.

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