Ortega y Gasset: Pensamiento y Sociedad
Objetivismo y Preocupación Social
Ortega propone la disciplina del objetivismo para superar la situación de atraso social, político, técnico y cultural en que se encontraba el país. El cual estaba marcado por la literatura y la discusión de temas ligeros, disminuyendo el interés por temas de profundo pensamiento. Para que España saliera de este atraso, había que poner como base de la disciplina intelectual el objetivismo, desarrollando tres aptitudes:
- Rigor y método
- Actitud crítica
- Racionalismo
La falta de rigor y método nos conduce a discusiones de poco valor. Para hacer ciencia, rama fundamental de desarrollo de la época, es necesario tener una actitud crítica, por encima de todo lo demás. El racionalismo, exponía Ortega, que mientras más fuertes sean nuestras creencias, más rigurosas serán nuestras teorías acerca de los objetos de la realidad.
La Masa y la Élite
Según Ortega, cuando las masas dejan de querer serlo y cuando cada uno de sus miembros, dejándose llevar por la envidia, ambicionan arrebatar el poder a quienes están por encima de ellos, la sociedad, irremediablemente, acaba por destruirse.
Las sociedades crean Estados para poder vivir mejor. Para que una nación sea suficientemente poderosa, es preciso que una minoría bien elegida organice a toda una masa de gente. Por otra parte, en la sociedad, se imponen los individuos notables, bajo los cuales se concentra la masa. Ahora bien, conviene no confundir los conceptos de élite y masa con los ricos y pobres. La élite ha de poseer la virtud de la excelencia, y por tanto, ser modélica; la masa, en cambio, aun anhelando llegar a ese estado de excelencia, debe mostrarse dócil y obediente. En consecuencia, la sociedad ha de ser sociedad antes de ser justa, para lo cual es necesario que la masa sea masa, aunque no abandone su anhelo de mejorar y de aprender. Para Ortega, lo importante es saber identificar cada tipo de persona y elegir bien. Hay que recordar que el Estado ha de gozar de legitimidad que se deriva de su aceptación por parte de la masa.
Perspectivismo y Racionalismo
Raciovitalismo
Frente a la realidad que declara el concepto de objetivismo, tenemos la doctrina del subjetivismo: es imposible el conocimiento objetivo puesto que los rasgos del sujeto cognoscente, sus peculiaridades, influyen fatalmente en el conocimiento. El subjetivismo es relativismo, termina negando la posibilidad de la verdad, del acceso al mundo, y concluye en la idea de que nuestro conocimiento se refiere a la apariencia de las cosas. Nietzsche fue gran partidario del subjetivismo.
- Subjetivismo, relativismo o escepticismo: alegan que solo existe un punto de vista individual y que las peculiaridades del individuo deforman la verdad; la verdad no existe.
- Objetivismo, dogmatismo o racionalismo: la verdad existe y si existe tiene que existir igualmente un punto de vista sobreindividual.
Perspectivismo
Aquel que observa la realidad lo hace desde su punto de vista. El punto de vista o la perspectiva de cada uno resulta, pues, el componente fundamental de toda realidad, siendo imposible determinar que un punto de vista sea superior a otro. Por consiguiente, la teoría del perspectivismo reivindica la pluralidad de las perspectivas para interpretar la realidad. En consecuencia, la verdad absoluta, es decir, una visión total de la realidad, no será sino la combinación organizada de todas las imágenes que se tengan de ella. Cada imagen representa un aspecto determinado de la realidad. La verdad, por tanto, se obtendrá poco a poco, paulatinamente, a medida que se vayan recomponiendo los fragmentos ofrecidos por cada punto de vista.
Según la doctrina perspectivista, la realidad no puede ser interpretada en el ámbito de la distinción excluyente entre sujeto y objeto, en la oposición radical entre el yo y el no-yo. En efecto, frente al idealismo que resalta la supremacía del yo sobre las cosas y frente al realismo que remarca que las cosas tienen una esencia propia más allá del yo, Ortega propuso la alternativa epistemológica consistente en unificar el yo y las cosas: el yo da vida a las cosas. Así, la percepción de la realidad se basa fundamentalmente en asociaciones o combinaciones de cosas. Más tarde, en la llamada etapa raciovitalista de Ortega, la interacción entre el yo y las cosas se vinculó a la noción de vida, desde el punto de vista de que la vida es realidad radical.
La Superación del Racionalismo
La época moderna y el espíritu filosófico que la sustenta están en crisis y deben superarse con nuevas creencias y nuevas formas culturales y vitales. Cada época está inspirada y organizada en ciertos principios.
El racionalismo considera que la razón es la dimensión fundamental del hombre y trae consigo la idea de la racionalidad como una capacidad ahistórica, transpersonal, capaz de vincularnos con verdades abstractas, atemporales, ajenas a cualquier elemento histórico y subjetivo. En sus versiones más extremas, el racionalismo es contrario a la vida. El idealismo presenta al mundo como una construcción del sujeto cognoscente, como un contenido de la conciencia que se lo representa.
Doctrinas opuestas: el idealismo tiene como contraria la tesis realista típica del pensamiento antiguo y medieval, y al racionalismo se opone el relativismo y el vitalismo irracionalista. Para Ortega, ninguna de estas dos opciones es correcta y hay que encontrar una solución entre idealismo y realismo, y relativismo y racionalismo.
Ortega rechaza la visión de una razón ahistórica y transpersonal, pero sin proponer una actitud vitalista radical.
La tesis del realismo se puede desdoblar en dos afirmaciones: la realidad es independiente de la conciencia o la mente que se la presenta o conoce; el sujeto cognoscente no constituye la realidad que conoce.
El idealismo defiende que la realidad es una construcción de la subjetividad, es inseparable de la conciencia que conoce. Las consecuencias de plegarse hacia uno mismo son: el carácter problemático que presenta el mundo como realidad independiente. El idealismo subraya el papel del sujeto y concibe la realidad como un contenido de la conciencia.
La realidad tiene dos caras: el mundo y yo, la subjetividad y las cosas, y ambos extremos se necesitan mutuamente. Ni la realidad es una mera construcción del sujeto ni la realidad es algo independiente y anterior al sujeto. Son dos extremos que se necesitan.
La realidad consta de mundo y de subjetividad, y ambas se necesitan mutuamente. La superación de la modernidad conduce a aceptar el mundo y el yo como realidades que no se pueden escamotear. Este ámbito es el ámbito de la vida.
Ideas y Creencias
En “Ideas y creencias”, Ortega distingue dos tipos de convicciones o pensamientos: las ideas y las creencias. Llama ideas a los pensamientos que se nos ocurren acerca de la realidad, a las descripciones explícitas que podemos examinar y valorar; las sentimos como obras nuestras, como el resultado de nuestro pensar. Se incluyen en este grupo desde los pensamientos vulgares hasta las proposiciones más obtusas de la ciencia. Pero las convicciones a las que Ortega da más importancia son las creencias. Las características principales que atribuye a este tipo de pensamientos son las siguientes:
- Las creencias y las ideas son vivencias que pertenecen al mismo género: no son sentimientos, ni voliciones; pertenecen a la esfera cognoscitiva de nuestro yo, son pensamientos. Que un pensamiento sea creencia o idea depende del papel que tenga en la vida del sujeto; por lo tanto, la diferencia entre uno y otro tipo de pensamiento es relativa, relativa a su significación en la vida de cada persona, al arraigo que dicho pensamiento tiene en su mente. El mismo pensamiento puede ser creencia o idea: las primeras noticias científicas que de la Luna tiene un niño las vive como ideas; con el tiempo, con el vivir en sociedad, estas ideas se instalarán en su mente en la forma de creencias.
- No hay que limitar las creencias, como sin embargo se suele hacer, a la esfera de la religión: hay creencias religiosas, pero también científicas, filosóficas y relativas a la esfera de la vida cotidiana (nuestras creencias relativas a los poderes causales de las cosas de nuestro entorno cotidiano, por ejemplo).
- A diferencia de las ideas, que son pensamientos explícitos, las creencias no siempre se formulan expresamente. No se quiere decir que nunca se pueda ser consciente de ellas; se quiere decir, simplemente, que operan desde el fondo de nuestra mente, que las damos por supuestas, que contamos con ellas. Contamos con ellas tanto cuando pensamos –son los supuestos básicos de nuestras argumentaciones– como cuando actuamos –son los supuestos básicos de nuestra conducta. Con esta tesis Ortega se enfrenta al intelectualismo: el intelectualismo tendía a considerar que los pensamientos conscientes son los que determinan nuestra vida; ahora Ortega señala que esto no es así, pues nuestro comportamiento depende de nuestras creencias y estas apenas son objeto de nuestro pensamiento consciente. Cuando caminamos por la calle actuamos creyendo que el suelo es rígido, que podemos pasear sin que nos “hundamos” en él. Destacar algo tan obvio parece absurdo, y esto es así, dice Ortega, por la fuerza de esta convicción, por ser esta creencia algo totalmente arraigado en nuestro yo.
- Normalmente no llegamos a ellas como consecuencia de la actividad intelectual, de la fuerza de la persuasión racional; se instalan en nuestra mente como se instalan en nuestra voluntad ciertas inclinaciones, ciertos usos, fundamentalmente por herencia cultural, por la presión de la tradición y de la circunstancia. Las creencias son las ideas que están en el ambiente, que pertenecen a la época o generación que nos ha tocado vivir. Las creencias no se pueden eliminar a partir de argumentos concretos, solo se eliminan por otras creencias.
- Identificamos la realidad con lo que nos ofrecen nuestras creencias. Ortega considera que la realidad y las creencias están relacionadas estrechamente: lo que para nosotros es real depende de lo que nosotros creamos, de nuestro sistema de creencias. Así, la realidad que llamamos Tierra es algo muy distinto para un científico que para un campesino de la época de Homero. Para el primero es algo físico, una cosa más de entre todas las del sistema planetario; para el segundo era un dios, un ser vivo al que se podía rendir culto y reclamar auxilio. Con nuestras creencias damos un sentido a la vida que nos toca vivir, a cada una de las cosas que experimentamos; ellas son el suelo en el que se asientan y del que parten todos nuestros afanes.
Wittgenstein: Filosofía del Lenguaje
Filosofía en el Tractatus y las Investigaciones Filosóficas
En el Tractatus no se considera a la filosofía como una ciencia: las proposiciones filosóficas son consecuencia de malentendidos lingüísticos, razón por la que carecen de sentido. Así, la tarea de la filosofía no es hacer un sistema. La filosofía debe esclarecer los límites del lenguaje, para determinar qué tiene sentido y qué no lo tiene. Por tanto, se convierte sobre todo en una disciplina que tiene por objetivo la propia ciencia, la de analizar el sentido lógico de las proposiciones científicas, para lo cual Wittgenstein emplea el análisis lógico del lenguaje. Precisamente por ello, los límites del lenguaje son los límites del mundo, y de lo que no se puede hablar, mejor guardar silencio.
Así pues, ante lo místico (el ámbito de la ética, la estética y la religión), Wittgenstein abre un espacio de silencio, debido a que resulta imposible aplicar a ese ámbito el análisis lógico del lenguaje, aunque de ello se derive que el análisis mismo quede limitado.
En las Investigaciones Filosóficas, Wittgenstein asegura que comprender una palabra o una proposición no consiste en conocer sus referentes (no consiste, en definitiva, en saber que al proferir la palabra Sócrates me estoy refiriendo al filósofo griego del mismo nombre), sino en saber utilizarlas. Puede compararse el lenguaje con una caja de herramientas: en su interior encontramos muchas herramientas, cada una de las cuales tiene una función determinada; es decir, no existe una única función para todas las herramientas. La caja de herramientas desempeñará correctamente su función si se saben emplear adecuadamente las herramientas que contiene.
Función de la Filosofía
Tiene la función de analizar la funcionalidad de los juegos del lenguaje, para disolver los falsos problemas derivados de los usos confusos y erróneos del lenguaje y para esclarecer sus ambivalencias; es decir, tiene una función doble:
- Función descriptiva: comprender y describir los fenómenos.
- Función terapéutica: identificar el uso incorrecto del lenguaje generado como consecuencia de seudoproblemas filosóficos (metafísicos).
Marx: Crítica Social y Alienación
Tipos de Alienación
Según Nietzsche la religión es la revuelta del pueblo llano contra los señores. La religión es una invención de la clase dominante para someter al pueblo llano y para que este no cometa ningún intento de revolución.
Por medio del concepto de alienación se designa la situación del individuo que ha perdido algo que le es propio, convirtiéndose en un ser extraño para sí mismo. La alienación más importante es sin duda la del trabajo.
La alienación económica implica a su vez otros tipos de alienación:
- La alienación social: una clase social, por ejemplo, la burguesía, somete y explota a otra clase, el proletariado.
- La alienación filosófica: La filosofía cumple una función ideológica que favorece a la clase dominante, dando interpretaciones falsas de la realidad para justificar las situaciones más injustas.
- La alienación religiosa: Marx creía que la clase social dominante creó la religión para someter a las clases más bajas de la sociedad. La religión adoctrina en la conciencia de que el ser humano hallará su felicidad en un más allá, dando como resultado que el ser humano debe necesariamente sufrir en esta vida para ganarse después el cielo. Cuando la religión afirma que hay que obedecer las leyes de los Estados burgueses como si fueran leyes divinas, se están definiendo de hecho posturas autoritarias. Así, la religión justifica todo tipo de injusticias.
Según Marx, la premisa fundamental para toda crítica a la religión: la religión aliena porque impone al individuo la distinción entre el mundo concreto en que vive y el mundo ideal que le viene dado, lo cual abre las puertas a todo tipo de enajenación. Así, el ser humano se ve alienado en esa búsqueda del mundo ficticio prometido por la religión.
La religión es la herramienta de la que se sirve la clase dirigente para someter a los oprimidos. La religión desempeña una función social sumamente importante: es “el opio del pueblo”. Si el ser humano fundamenta la religión sobre la dicotomía entre la desgracia y la plenitud, es imposible que llegue a ser dueño de sí mismo a través del respeto y la reflexión.
Las características de la vida religiosa: la falta de certezas del individuo y la mezquindad respecto del Creador y juez del que depende la salvación de su rebaño. El sentimiento religioso por excelencia es la docilidad y la obediencia, sentimientos que enajenan al individuo y lo alejan de su cuerpo y pasiones.
La Iglesia es el elemento conductor de esa alienación.
De lo dicho se deduce que la religión no puede solucionar los problemas que acechan a la humanidad. De modo que al ser humano no le cabe esperar liberación alguna mientras permanezca a su amparo.
Nietzsche: Crítica de la Cultura y Valores
Filosofía de la Sospecha
Nietzsche culpa a la religión del mal camino que ha seguido la humanidad.
Nietzsche piensa que los modelos científicos, religiosos y filosóficos (verdad, bien, etc.) han sido responsables de la perdición del ser humano.
Marx piensa que las ideas políticas y jurídicas están controladas por las altas clases dominantes.
Freud piensa que las directrices racionales son los impulsos irracionales ocultos los que verdaderamente guían nuestra conducta.
Crítica a la Metafísica
La época trágica llegó a su fin con Sócrates, y dio comienzo a la época en la que la razón y la moral eran de mayor importancia; la razón era lo más, por lo que todo lo que no fuera digno de conocimiento resulta imprescindible, se desechan los sentimientos. La historia de la filosofía adopta dos caminos muy opuestos: uno se identifica con el arte trágico y el otro con el de la ciencia y la filosofía. A partir de Sócrates, la filosofía mermó en el caso del primer camino. Entre los filósofos que Nietzsche aprueba son: Anaximandro, Anaxágoras y sobre todo Heráclito, que negó la inmutabilidad del ser, diciendo que la naturaleza verdadera de la realidad es el cambio, todo está cambiando siempre. La metafísica, según Nietzsche, se define por el espacio y tiempo y da realidad a aquello que no es más que el producto de la imaginación humana. O sea que desconfía de los sentidos, porque estos muestran una realidad en perpetuo cambio.
Negación de la Trascendencia
Las distintas religiones han postulado una trascendencia –el más allá y la existencia de Dios– que, según Nietzsche, ha subyugado a los seres humanos. El vitalismo nietzscheano propone que el ser humano busque sus objetivos y fines vitales dentro de sí mismo, no debe someterse a fuerzas exteriores. Así pues, según Nietzsche, en último término no había ninguna diferencia entre Dios y el mundo, puesto que las facultades atribuidas a Dios, aquellas fuera del alcance de los seres humanos, son en realidad las que los seres humanos poseen en su interior. La intención de Nietzsche es liberar al ser humano del yugo que lo oprime. Por lo que el ser carece de jerarquías; no existe nada más allá de este mundo definido por el tiempo y el espacio. Por el contrario, el mundo imaginario es fabricado por el pensamiento humano.
Los Engaños del Lenguaje
Cuando se inventan las palabras, cuando se da un significado concreto y convencional a ciertas palabras, se tiende a pensar, equivocadamente, que estas están nombrando una esencia. Pretender aprehender un fragmento de realidad como si se tratase de la realidad en sí es abandonarse en algo que solo cabe hacer desde el concepto. La mentira se apodera de nosotros cuando utilizamos una serie de palabras como si ellas dieran cuenta de la sustancia o de la realidad en sí. Así pues, el lenguaje nos engaña, porque a través de él, a través de su gramática, se impone existencia a lo que de otro modo no existiría. Solo las personas que sigan su intuición y su instinto artístico serán capaces de ver el engaño de la invariabilidad de las cosas. Por el contrario, aquellos que adoptan una visión científica de la vida acaban engañándose, pues creen que tras el concepto se encuentra algo que no muta, que permanece como sustancia. Así pues, la tarea del filósofo consiste en dejar los conceptos tal y como los encontró, empeñando su vida en aprehender intuiciones artísticas.
El Vitalismo
Según la filosofía vitalista, el meollo de la vida está constituido por el instinto, el deseo y los afectos; o sea, por sentimientos ajenos a la razón. Nietzsche creía que la vida estaba gobernada por una lucha constante entre opuestos, todos los cuales se alimentaban recíprocamente, de tal modo que el fenómeno vital resultaría inaprensible desde un punto de vista racional, siendo la intuición y la imaginación mucho más valiosas que la propia razón.
Lo Apolíneo y lo Dionisiaco
Apolo y Dionisos son dos símbolos, modelos o dioses que sirven para entender dos posturas contrapuestas ante la vida: Apolo, dios de la luz y la medida, representa las formas y las ideas. Dionisos, por el contrario, encarna la deformación y el desenfreno. Eran contrarios, pero no podían existir el uno sin el otro. Y el hecho de que en la cultura occidental se dé por hecho que la razón debe reinar sobre el resto de los deseos impuros, es lo que enciende la ira de Nietzsche, por lo que proclama la necesidad de restaurar el equilibrio perdido entre ambas visiones.
El entendimiento no es el único factor impulsador de la evolución humana, ni tan siquiera el principal; también están la curiosidad, la necesidad de hacer algo o saber más… según Nietzsche.
Nihilismo y Transmutación de los Valores
El nihilismo proviene del latín *nihil* (nada). Es la consecuencia de la muerte de Dios, donde el hombre queda desorientado ya que ha perdido sus valores y sentido de la vida.
Nietzsche afirma que todos los valores que ha creado Occidente son falsos, decadentes y negadores de la vida. Su crítica es desde la razón, hacia cualquier cosa que no sea razonable. Argumenta que no hay prueba razonable de la existencia de una «regla suprema» o algún «creador», que la «verdad moral» es desconocida y defiende la imposibilidad de la ética universal.
Cuando todos estos valores supremos muestran sus debilidades, surge la angustia y la inquietud propia del nihilismo pasivo. Dios, la verdad, el bien y el mal se convierten en palabras vacías, y el hombre reflexivo potenciado por Sócrates, Platón o Descartes no encuentra una piedra segura sobre la que levantar su reflexión y su vida. De este modo, Nietzsche considera que la vida humana no tiene ningún sentido en sí misma, ya que nada puede ser realmente conocido ni comunicado, de manera que el ser humano nunca logrará conocer la verdad y salir del estado de engaño en el que se encuentra. Es decir, la vida no posee verdad alguna y, por tanto, ninguna acción vale la pena.
Cuando todo esto ocurra, habrá llegado una respuesta a esta crisis, y viene proporcionada por el nihilismo activo que consistirá en asumir la muerte de Dios y no esperar a que los viejos valores se derrumben por sí solos, sino contribuir a su destrucción creando valores propios y dando así sentido a la vida. La voluntad de poder crea destruyendo, y destruye en su acto de creación.
Por lo tanto, la cultura europea ha llegado a su propia ruina, a la decadencia; hay que liberar al hombre de todos los valores falsos, devolviéndole el derecho a la vida y a la existencia, dice Nietzsche. Este nihilismo es una fase necesaria para la aparición de un nuevo momento en la historia de la cultura: la aparición de una nueva moral y de un nuevo hombre, el superhombre.
Para ello, el primer paso debe consistir en una transmutación de todos los valores de nuestra cultura tradicional. Nietzsche propone invertir la tabla de valores; es decir, superar la moral occidental, moral de renuncia y resentimiento hacia la vida, mediante una nueva tabla en la que estén situados los valores que supongan un sí radical a la vida.
Moral de los Esclavos y Moral de los Señores
Todos los escritos de Nietzsche posteriores a Así habló Zaratustra están marcados por la idea de transvaloración o inversión de todos los valores. En todos ellos los problemas de la filosofía son, esencialmente, problemas éticos o de valores: la vida, y solo la vida, es el fundamento último de todos los valores.
En La genealogía de la moral analiza el origen de los valores y el valor de este origen. El valor o categoría de toda moral depende de cómo reconozca el valor de la vida, de cómo se ajuste a la voluntad de poder. En la primera disertación toma relieve la distinción entre dos morales: la moral de señores y la moral de esclavos.
La moral de señores es la moral noble en la cual bueno es todo cuanto eleva al individuo, todo cuanto lleva a afirmar la vida; bueno es igual a noble, poderoso, bello, feliz, grato a Dios. Obviamente, malo es su contrario. La moral de esclavos, por otra parte, es la moral del rebaño y de la mediocridad, una moral impregnada de instinto de venganza contra la vida superior; es la moral de la democracia: quiere igualar a todas las personas; una moral que glorifica todo aquello que hace soportable la vida a los débiles. Para esta moral, bueno es igual a pobre, carente, impotente, enfermo, feo.
Nietzsche afirma que la moral original fue la moral de señores, la que se encuentra en la base de toda cultura. Ahora bien, una rebelión de los esclavos, obra de los judíos y el cristianismo, produjo la inversión de los valores morales: el resentimiento de los oprimidos devino creador y generó los valores que loan los débiles. La transvaloración o inversión de los valores quiere ser un retorno a la más originaria y creadora moral: la moral aristocrática.
La Nueva Moral
Para poder distinguir el bien del mal, es decir, para que sea posible la creación de nuevos valores, hay que pensar necesariamente en qué consiste la especificidad de la vida. Nietzsche asegura en reiteradas ocasiones que es la voluntad de poder la que genera los nuevos valores, porque solo ella representa la mutabilidad y la variabilidad de la naturaleza. Todo lo real, todo cuanto existe, tiende a ser más y mejor; eso mismo ocurre, por ejemplo, en los reinos animales y vegetales, donde la lucha por la supervivencia hace que unas especies se sometan a otras.
Esta misma voluntad se manifiesta en los seres humanos, haciendo que estos creen constantemente nuevos valores. Aquí la vida debería ser nuestra rectora, porque solo así la plenitud, la salud y el poder podrían convertirse en los motores de la moral de los señores. Por el contrario, el único motor de la moral de los esclavos consiste en el resentimiento hacia el poderoso, siendo su característica principal el deseo de convertir al débil en un modelo de vida y el intento de que el espíritu fuerte decaiga.
La Crítica al Cristianismo
En opinión de Nietzsche, el origen de la religión es el miedo. La religión nunca ha pretendido decir la verdad, ha caído en el mismo error que la metafísica. (Dios es más allá). Nietzsche arremete contra todas las religiones. El cristianismo rechazó los valores dionisiacos de la antigüedad clásica, inventando un mundo ideal, inexistente. Para Nietzsche, el cristianismo sería simplemente platonismo de naturaleza popular, una filosofía y una moral vulgares para personas débiles y esclavos.
En El Anticristo se dice que la religión no es otra cosa sino la revuelta del pueblo llano contra los señores: para la religión solo cuentan los valores del pueblo llano alzado contra el poderoso, aunque eso no significa que la religión no tenga aspectos positivos. Ahora bien, en general, todas las religiones, y en particular el cristianismo, en la medida en la que en torno a ellas se han agrupado personas débiles y enfermas, han impedido desarrollar a los seres humanos las herramientas necesarias para su proceso de superación personal. Lo que en definitiva criticó Nietzsche al cristianismo fue que este despreciase todo aquello que el cuerpo desea y anhela. Según Nietzsche, el mayor acontecimiento de la historia es la muerte de Dios, abriendo así las puertas al desarrollo humano y la liberación de la fuerza creadora.
Nietzsche negaba que Jesús fuese el hijo de Dios; dice que simplemente era un hombre humilde, bondadoso y sensible, y que fue Pablo de Tarso quien infundió la idea de Iglesia, con lo que ello conlleva (jerarquías, castigos…).
La Muerte de Dios
Cuando Nietzsche alude a la muerte de Dios se refiere a que Dios es una invención del ser humano; solo existe para y con las personas que creen en él. Si cada vez menos personas creen en él, en cierta forma lo estamos matando, por lo que al desaparecer Dios, desaparecerían con él los valores absolutos y las leyes morales objetivas. Nietzsche se refiere con la muerte de Dios, en última instancia, al prevalecimiento completo del ateísmo, que él sabía, o por lo menos creía, que llegaría tarde o temprano.
La Muerte de Dios y el Último Hombre
Tras la muerte de Dios hay unos riesgos evidentes, que son el hecho de que al no tener ninguna creencia nos quedemos desamparados y a la deriva, pero sería ideal darnos cuenta de nuestra condición de superhombre y darnos cuenta de que podemos desarrollar toda nuestra creatividad, trayendo al más acá aquellos sueños y anhelos que hasta ese momento proyectaba en el más allá.
El Superhombre
La muerte conceptual de Dios es, también, la muerte del hombre metafísico. Nietzsche anuncia y alienta la venida del superhombre. Tras la muerte de Dios y de todos aquellos dioses conceptuales llamados «verdad», viene un nihilismo que tiene que ser superado por el establecimiento y la realización del nuevo ideal: el superhombre.
El superhombre es quien da sentido a las cosas y a la tierra. Es la encarnación de la voluntad de poder, es un hombre que concibe la realidad misma y tiene la capacidad para vivir con lo mejor y lo terrible o problemático de esta. El superhombre es el proceso de exigirse constantemente la propia superación, a través de una transvaloración continua. Siempre está superándose a sí mismo, su vida es un constante devenir sin final; Nietzsche lo llama un puente y no una meta, es decir, «sentir el inconformismo de su situación presente y despertar toda capacidad de esfuerzo para conseguir algo mejor, algo todavía no alcanzado». El superhombre no es, ni será un producto terminado de hombre, ya que posee una fuerza constante de superación –lo que lo distingue del resto del rebaño, de la masa–.
La destrucción de todo lo universalizante y homogeneizante dará libertad al surgimiento de individuos superiores, a hombres nuevos, determinados por sí mismos, fuera del uso de lo establecido.
La Voluntad de Poder
Para Nietzsche, la vida es devenir, es movimiento, es lucha, todo lo cual se «domina» por la voluntad, más allá de los «imperativos» morales. Por ejemplo, en la naturaleza no existen las categorías de bueno o malo. El rayo, la lluvia, el sol, el animal, el vegetal, etc., no son ni buenos ni malos, sino que solo son.
A diferencia de Darwin, para Nietzsche, la lucha por la existencia en el hombre no es solo una lucha para sobrevivir o adaptarse, sino que va más allá, es una lucha de dominio, de tomar el control, de crear, de interpretar, de conocer: VOLUNTAD DE PODER. «Solo donde hay vida hay también voluntad: pero no voluntad de sobrevivir, sino (…) ¡voluntad de poder!» (Zaratustra, De la superación de sí mismo).
Y lo dice claramente: «Existe en nosotros un feroz dragón llamado ‘tú debes’, pero también y en contra de él un superhombre que arroja las palabras ‘yo quiero’».
El Conocimiento y la Voluntad de Poder
Nietzsche piensa que el móvil principal del conocimiento no es el anhelo de sabiduría, sino la necesidad de tener que hacer descubrimientos puntuales. En consecuencia, el factor clave de la evolución humana no es la inteligencia sino la voluntad de poder. De esta manera, la voluntad de poder queda vinculada a la aplicación del conocimiento, lo cual, a su vez, está estrechamente relacionado con la supervivencia.
El Eterno Retorno
En su libro Así habló Zaratustra, retoma la concepción filosófica del tiempo postulada por el estoicismo en forma escrita por primera vez en Occidente, y planteaba una repetición del mundo donde este se extinguía para volver a crearse. Bajo esta concepción, el mundo era vuelto a su origen por medio de la conflagración, donde todo ardía en fuego. Una vez quemado, se reconstruía para que los mismos actos ocurrieran una vez más en él. En el «eterno retorno«, como en una visión lineal del tiempo, los acontecimientos siguen reglas de causalidad. Hay un principio del tiempo y un fin… que vuelve a generar a su vez un principio. Sin embargo, a diferencia de la visión cíclica del tiempo, no se trata de ciclos ni de nuevas combinaciones en otras posibilidades, sino que los mismos acontecimientos se vuelven a repetir en el mismo orden, tal cual ocurrieron, sin ninguna posibilidad de variación.
De este modo, todo lo que pudo haber ocurrido ha ocurrido ya de hecho, y en consecuencia, ha transcurrido desde entonces un lapso de tiempo no superior al que vaya a transcurrir en el futuro; en esto consiste precisamente la teoría del eterno retorno de Nietzsche. Aunque esta teoría estaría en contra de la teoría del superhombre. Para salir de este atolladero, Zaratustra cambiará repentinamente de opinión abandonando la concepción del pasado; Nietzsche intentará conciliar ambas teorías mirando al futuro.