Sistema filosófico de Platón Teoría de las Ideas: Platón busca lo que las cosas son realmente. Las cosas de este mundo son mudables y cambiantes. Platón, junto con Sócrates, aspira a encontrar unos principios sólidos e inmutables que nos permitan juzgar lo bueno y lo malo, y saber lo que las cosas son por debajo de su apariencia mutable. Las Ideas constituyen el modelo o patrón del mundo que percibimos a través de los sentidos. Pero la idea de belleza o de justicia no se corresponde con nuestro concepto de ideas. Platón se refiere a otro tipo de realidades que están fuera de nuestra mente y fuera de las cosas sensibles. Él concibe las Ideas como las auténticas realidades a partir de las cuales tienen realidad las cosas sensibles. Precisamente para que la belleza pueda otorgar realidad a las cosas sensibles, es necesario que tenga autonomía y esté separada de las cosas a las que otorga realidad, para no diluirse en las cosas concretas y perder su carácter universal. Cuando decimos que una cosa es bella es porque en ella está presente la idea de belleza, y cuando deja de serlo es porque esta ha desaparecido; pero la belleza no puede desaparecer, porque entonces no podría volver a haber cosas bellas.
Mundo de las Ideas: Es necesario suponer un mundo ideal que contenga modelos perfectos de todos los géneros de cosas que hay en el mundo que vivimos, y puesto que las cosas concretas adquieren su ser de esos arquetipos, ellos serán la única realidad realmente existente, pues comprender lo cambiante solo puede hacerse desde lo que es inmutable. Lo único que puede dar respuesta a por qué las cosas son es la idea. Estas tesis tienen como consecuencia una duplicidad de la realidad: existe una realidad palpable, el mundo sensible; pero hay otra realidad que solo puede captarse con la razón, el mundo inteligible. El mundo visible es el mundo cambiante, pero para poder entenderlo, es precisa otra realidad de lo que no cambia y permanece siempre en sí, igual.
Mito de la Caverna: Es la metáfora con la que Platón reflejó su dualismo ontológico y gnoseológico. El mito representa el estado de ignorancia en el que habita el hombre que solo se deja guiar por sus sentidos y las apariencias de las cosas. El ser humano está encadenado desde su nacimiento no solo a un cuerpo material que le impone unas condiciones, sino a unas estructuras sociales, culturales y lingüísticas de las que es muy difícil sustraerse. Fuera de la caverna se encuentra el mundo de los objetos de verdad, que son la auténtica realidad que tenemos que conocer para no perpetuarnos en la ignorancia. Están iluminados por el sol, que es identificado con la idea de bien, que ocupa el lugar más alto en la jerarquía del mundo de las Ideas y posibilita su «iluminación». De la misma manera que el sol hace que las cosas sensibles aparezcan y podamos verlas, el bien, en el mundo de las Ideas, permite que las cosas sean conocidas por nuestra razón.
Relaciones con lo inteligible y lo sensible: Una sola idea de la que dependen una multitud de seres concretos. En efecto, todas las cosas que pertenecen a una misma clase tienen una semejanza entre sí, porque participan de un modelo arquetípico que es la idea y reciben su ser de esa participación. El demiurgo es una especie de «artesano del mundo» de principio inteligente, que hace las cosas, el orden de la naturaleza, imitando a las Ideas.
Formas de conocimiento: Si el mundo de las Ideas es el único auténticamente real, también es el único objeto de un conocimiento cierto (episteme), por lo que el resto de nuestras maneras de conocer solo pueden ser opinión (doxa). Cuando el alma humana se queda en las impresiones sensibles que emanan de los objetos del mundo visible, solo podemos obtener de esa información pura opinión, que unas veces es una y otras otra, pues los objetos sensibles cambian y no permanecen nunca igual. Pero el conocimiento no puede ser cambiante, ya que no sería fiable; por ello, Platón concluye que la opinión, la doxa, no puede ser verdadera, solo tiene apariencia de verdad, verosimilitud. A través de las opiniones, y en la búsqueda de la verdad, podemos alcanzar un auténtico conocimiento de lo que son las cosas en sí. Este conocimiento es el que nos proporciona la ciencia, episteme, un saber cierto de lo que nunca cambia. Conocer es recordar, reminiscencia (anamnesis). Para Platón, conocer no consiste en adquirir aprendizajes del exterior a través de la experiencia, sino que el saber proviene de nosotros mismos, del interior de nuestra alma que ya tiene en ella todo el conocimiento de las Ideas, pero de una manera latente. La razón que da Platón para esto se funda en una teoría del alma inmortal y habitante del mundo de las Ideas antes de entrar en el cuerpo.
La concepción antropológica: Platón afirma un dualismo antropológico desde el momento en que representa al ser humano como un compuesto de dos partes diferenciadas y unidas de manera accidental: el cuerpo y el alma. La parte corporal es la que nos pone en contacto con el mundo visible; sin embargo, en el ser humano hay otro elemento, el alma, que tiene naturaleza espiritual y actúa como el aliento que da vida al cuerpo. Platón dice que el alma es de una naturaleza distinta al cuerpo y la sitúa en el mundo de las Ideas, siendo además inmortal. Esta reexistencia es la que permite conocer las Ideas en esa existencia anterior, solo que al entrar en el cuerpo y «contaminarse» de la materia, las olvida. De ahí la necesidad del esfuerzo dialéctico para recordar las Ideas olvidadas.
La naturaleza del alma: El alma es lo único que define lo que somos y cómo somos, pero penetrar en su naturaleza sigue siendo un misterio para los seres humanos. El mito del carro alado: El alma es como un carro tirado por dos caballos con alas, que se dirigen a direcciones contrarias, y conducido por un auriga. El mito nos habla de las tendencias contradictorias que existen en todo ser humano: una de esas fuerzas (caballo negro) nos impele a dejarnos llevar por nuestros deseos, nuestras pasiones; en cambio, el caballo blanco simboliza la voluntad, el ánimo o el esfuerzo con el que nos movemos en el mundo. El auriga hace referencia a nuestra capacidad de entender y ordenar racionalmente el mundo y nuestra propia vida.
La ética y la teoría de la virtud: La reflexión sobre la vida moral, la «vida buena», parte en Platón de su vinculación con Sócrates y su figura como reformista moral. Platón considera que la primera necesidad que tiene que satisfacer la filosofía es la de ayudar a los hombres a ser buenos. El vínculo entre vida buena y buena sociedad es absoluto. La virtud es la capacidad que permite a cada cosa o persona cumplir su función propia. El ser humano se define por su alma, y el alma realiza distintas funciones, ya que está compuesta de distintas fuerzas; por tanto, para que cada una de estas fuerzas realice su «función propia» debe guiarse por un principio rector que se lo permita y posibilite. La parte racional se ha de guiar por la sabiduría, pues en ella consiste su ser propio: la voluntad ha de ser fuerte y los deseos, templados o moderados. Para que estas tres partes funcionen armónicamente para conducir al hombre a una buena vida moral, han de estar regidas por la justicia.
Teoría política: En busca de la justicia en la polis: Este ideal de sociedad perfecta es expuesto principalmente en el diálogo de La República, que trata esencialmente de la justicia como «excelencia» del alma y de la ciudad. La sociedad ideal platónica debe basarse en la justicia en sí como idea rectora de la vida común. Se establece así el fundamento metafísico de su teoría política, que no pretende solo describir objetivamente los fenómenos políticos, sino dar unos principios normativos para el gobierno de los hombres.
La organización de la ciudad-estado: Cada miembro de la sociedad debe desarrollar aquellas actividades que le son más propias, y en función de esta «excelencia» se divide la organización social. Platón ofrece un modelo de sociedad jerarquizado. La jerarquización se establece en tres niveles: 1. Gobernantes: es el nivel superior. Lo integran los que aman el saber por encima de todo (filósofos), que han accedido al conocimiento de la verdad y lo pueden mostrar a sus conciudadanos dirigiendo la ciudad y haciendo las leyes. 2. Guardianes: encargados de defender a la ciudad de los extranjeros. La importancia de su función hace que se les exija una entrega total al bien común, por lo que están privados igualmente de todo tipo de bien material. Domina la función voluntariosa del alma, por lo que su «excelencia» es la valentía o fortaleza. 3. Grupos de trabajadores y comerciantes: que tienen la misión de proveer de bienes materiales a toda la población, y son el sustento económico de la sociedad. La fuerza del alma que los caracteriza es el deseo presente en la búsqueda de satisfacción de las necesidades corporales, por lo que la virtud que debe guiar su actuación es la templanza o moderación. Un elemento fundamental en esta organización jerárquica de la sociedad es la paideia, la educación que tiene que estar liderada por el estado que dirija el bien común. Como cada uno de los grupos sociales está constituido por personas que poseen las cualidades naturales propias para desarrollar las funciones de ese grupo, Platón supone un tipo de educación distinto para cada clase, aquella que permita el desenvolvimiento y la expresión de esas cualidades naturales. Para él, la educación más importante es la de los gobernantes, pues van a ser los dirigentes de la sociedad.
Las posibilidades de la felicidad: Platón vincula la felicidad de cada uno con la armonía (justicia) en la ciudad y que las formas de felicidad dependen de la naturaleza de cada uno. Más allá de la utopía: El pensamiento político de Platón no acaba en La República, sino que continúa en diálogos de vejez donde muestra un enfoque más realista y alejado de la búsqueda de la perfección absoluta. Es consciente de la imposibilidad de realización de su ideal en este mundo, pues ni existen hombres sabios que puedan dirigir la polis según la justicia absoluta, ni los hombres que se iban a dejar dirigir completamente como él proponía. Por eso propone como sustitutos del saber y de los sabios, el gobierno según unas leyes permanentes y estables que regulen el funcionamiento de la ciudad.