Ortega y Nietzsche: Pilares del Pensamiento Moderno – Perspectivismo, Nihilismo y la Voluntad de Poder

Perspectivismo en Ortega y Gasset

En el planteamiento de Ortega, la razón pura racionalista es sustituida por una razón vital que hunde sus raíces en la existencia concreta y que es el origen del conocimiento. No es el yo puro y abstracto el que conoce, sino un yo concreto, sujeto al devenir en el mundo y cuya vida se encuentra ligada a unas circunstancias particulares. De ahí su célebre frase: “Yo soy yo y mi circunstancia”.

El perspectivismo, al abordar la realidad, retiene un cierto número de sus elementos, dejando el resto de los fenómenos ignorados. La realidad solo puede ser vista bajo una determinada perspectiva; sin embargo, esto no es para Ortega una limitación, sino una característica acorde con su dimensión vital e histórica. No habría verdad integral sino desde la unión de las perspectivas individuales, de las verdades parciales.

El individuo y su generación se encuentran con una realidad determinada por las circunstancias.

Ortega reclama la fuerza de la vida, la capacidad de ser uno mismo y el imperativo de la invención como características de una vida auténtica. Como él mismo afirma: “La vida humana es faena poética, invención del personaje que cada cual, que cada época tiene que ser”. Y concluye: “La vida es un quehacer”.

El Nihilismo en Nietzsche

El término proviene del latín “nihil” (nada), y consiste en la actitud filosófica y vital que niega todo valor a la existencia. La idea del nihilismo en la filosofía nietzscheana se apoya en tres fases o etapas:

  1. Nihilismo como decadencia de la vida: Toda la cultura occidental cristiana es nihilista, pues deposita toda su pasión y sus esperanzas en algo inexistente (el Dios cristiano, el Mundo Ideal y Racional de los filósofos), despreciando de modo indirecto la única realidad existente: la realidad del mundo que se ofrece a los sentidos, la realidad de la vida.
  2. Nihilismo pasivo: Tras la muerte de Dios sobreviene la crisis del sentido. Ahora el “nihilista pasivo” no cree en ningún valor, ya que Dios no existe; termina en la desesperación, la inacción, la renuncia al deseo, el suicidio.
  3. Nihilismo activo: Es también nihilista la filosofía que intenta mostrar cómo los valores dominantes son una pura nada, una invención. La filosofía de Nietzsche es nihilista en este sentido, pues propone la destrucción completa de todos los valores vigentes y su sustitución por otros radicalmente nuevos (propone la “transmutación de todos los valores”). Este nihilismo es una fase necesaria para la aparición de un nuevo momento en la historia de la cultura, para el reencuentro con el “sentido de la tierra”, la aparición de una nueva moral y de un nuevo hombre: el superhombre.

La Voluntad de Poder y el Superhombre

Cuando Nietzsche defiende la vida, está defendiendo la vida humana en general por encima de todo. Y según él, la vida es, básicamente, voluntad de poder. Se trata de una apasionada y optimista lucha por vivir. Es una voluntad que está presente en la naturaleza y que supone, en el ser humano, un fenómeno moral. Por tanto, cualquier represión de esta voluntad expresa un resentimiento contra la vida. La voluntad de poder es, por tanto, una afirmación de desarrollo individual, de afirmación de la vida.

Los preceptos religiosos del cristianismo, con su apuesta por otra vida y por la resignación en esta, y los conceptos de la tradición platónica, con su apuesta por la razón por encima de la vida, son enemigos de esta voluntad de poder.

Nietzsche realiza una afirmación de la vida por encima de todo, de la vida como fuerza, como autoafirmación del individuo. Afirmaba la futura llegada de una nueva moral. Esta será la de un hombre que vivirá conforme a la voluntad de poder, un hombre creador de valores, sin la carga del remordimiento que trajo la moral de los débiles. El superhombre para Nietzsche no es él mismo, sino un hombre futuro.

Se trata, en el fondo, de la vuelta a un hombre primitivo, inocente, que Nietzsche explica con una metáfora. No explica cómo aparecerá, pero metafóricamente dice que saldrá de unas transformaciones que llevan del “camello” (que soporta la carga), pasando por el “león” (agresivo pero incapaz de crear valores) hasta llegar al “niño”.

La Muerte de Dios

Esta muerte, en Nietzsche, significa a la vez el final de unos valores que niegan la vida y la afirmación de esta misma vida, de esta vida por encima de cualquier cosa. No se trata de tomarlo en sentido literal. La muerte de Dios significa que no es ya fuente de códigos morales. Dios no solo servía como garante del orden de la verdad, sino también de un orden ético, del orden de los valores.

Ha sido el hombre mismo quien ha matado a Dios. La afirmación de la vida que exige Nietzsche es un acto por excelencia creativo. La muerte de Dios y la pérdida de la verdad tienen que ser recibidos como una feliz noticia; ahora el hombre se enfrenta a la tarea de tener que construir su mundo, su verdad y sus valores desde sí mismo, con sus propias fuerzas y con su propia voluntad.

La Transmutación de los Valores

Nietzsche llamó a la transmutación de los valores (iniciada por los judíos y seguida por los cristianos) una falsificación del sentido original: los “malos” (los esclavos, débiles) pasaron a llamarse “buenos”, mientras que los “buenos” (los nobles, aristócratas) empezaron a denominarse “malos”. Los débiles habían impuesto así su moral sobre los fuertes.

Desde entonces, valores que suponen una renuncia a la vida (perdón, caridad, etc.) se imponen sobre valores que, según Nietzsche, suponen la afirmación de la vida: fuerza, soberbia, etc. Se trata de una moral que Nietzsche califica como hija del resentimiento. Es una moral opuesta a la vida y que hay que eliminar para el triunfo, de nuevo, de la moral de los fuertes. El superhombre la traerá.

El Eterno Retorno

El concepto nietzscheano del eterno retorno debe entenderse en el contexto de su permanente defensa de la vida por encima de cualquier otra realidad. Es un tema que recoge de los presocráticos. Si Dios había muerto, solamente nos queda esta vida, este mundo. Se trata, por tanto, de una concepción del tiempo y de una postura ante la vida y su defensa.

Si se rompe con la idea del final del mundo, se está defendiendo que este permanecerá para siempre, autorregenerándose. Se trata, por tanto, de una forma de romper con el tiempo lineal cristiano y de afirmar la eterna importancia de esta vida, su volver a empezar cíclico.

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