San Agustín: Fundamentos de su Pensamiento Filosófico
1. Razón y Fe en San Agustín
San Agustín se preguntó cómo llega el hombre al conocimiento de las verdades más profundas. Buscó respuesta en el maniqueísmo, pero luego lo desechó. Creía en la posibilidad de acceder a un conocimiento sensible, de nivel inferior, sobre las cosas del mundo gracias a los sentidos. Reconoce que la razón y la fe pertenecen teóricamente a ámbitos distintos, pero ambas contribuyen a alcanzar la verdad.
La razón ayuda al ser humano a obtener la fe: “Intellege ut credas” (Entiende para creer). La fe orienta y guía a la razón: “Crede ut intelligas” (Cree para entender).
Considera que el camino de la fe es la vía más segura, la única que puede dar una satisfacción plena. El camino hacia el conocimiento superior, el de las verdades eternas donde confluyen la razón y la fe, se inicia con la experiencia interior o autoconciencia. En el interior de uno mismo es donde se encuentra la verdad, aunque esto solo es posible si se recibe la iluminación divina. San Agustín llama sabiduría a este conocimiento superior y afirma que el alma no se siente satisfecha hasta que no llega a esta sabiduría.
2. Teoría del Conocimiento
La teoría del conocimiento de San Agustín es prácticamente igual que la de Platón, aunque con adaptaciones cristianas.
San Agustín considera tres grados de conocimiento:
Conocimiento Sensible (Nivel Inferior)
Es un acto del alma que usa los órganos de los sentidos como instrumentos suyos. Es un tipo de conocimiento común a los animales y a los hombres, pero con él no se alcanza el verdadero conocimiento.
Nivel Racional (Conocimiento Dirigido a la Acción)
Es propio de los hombres y no compartido por los animales. Este conocimiento aún necesita de los sentidos y se refiere a los objetos sensibles, pero está dirigido a la acción.
Sabiduría (Contemplación de lo Eterno)
Es el más alto nivel de conocimiento, que consiste en la contemplación de las cosas eternas e inmutables exclusivamente con la mente y sin intervención de las sensaciones. Tales cosas son tanto ideas como verdades.
Esta manera de entender el conocimiento es meramente platónica, aunque San Agustín no admitió ni la reminiscencia ni la preexistencia del alma.
Las Ideas Ejemplares y la Iluminación
¿Dónde están las ideas? Las ideas no son contenidos mentales, sino esencias objetivas; por lo tanto, la pregunta no se refiere a un lugar físico sino a una especie de situación ontológica. San Agustín aceptará básicamente esta teoría y considera que estas ideas, llamadas ideas ejemplares, están en la mente de Dios, han existido eternamente y sin cambios. Para que los humanos puedan captar estas ideas tiene que producirse una iluminación divina. Recordaremos el sol del Mito de la Caverna de Platón.
3. Dios y el Mundo: El Problema del Mal
Todas las cosas del mundo tienen en Dios, desde la eternidad, sus correspondientes ideas ejemplares. A partir de estas ideas ejemplares ha sido creado el mundo. Las ideas ejemplares son eternas, mientras que el mundo material ha sido creado.
San Agustín establece un orden jerárquico:
- En la cima se encuentra Dios, causa de todo.
- Después están las almas que buscan la verdad eterna en su interior.
- En un nivel inferior se hallan los cuerpos y todas las cosas materiales.
En este gran orden nos falta un escalón de oscuridad, que es el mal. Partiendo de Plotino, afirma que el mal es privación, falta de ser; propiamente, el mal no es ser y, como solo el ser ha sido creado por Dios, el mal no proviene de Dios.
Junto con la creación material del mundo fue creado el tiempo. Considera que ni el pasado ni el futuro existen, ya que el pasado solo existe en el presente que lo recuerda y el futuro solo existe en el presente que lo imagina.
4. El Hombre y la Gracia Divina
San Agustín sigue el modelo dualista platónico: el hombre es un alma inmortal que ocupa y sirve a un cuerpo mortal. El alma, sin embargo, no ha existido eternamente, sino que ha sido creada por Dios. Como herencia del pecado original, el alma está dominada por el cuerpo. El ser humano para salvarse necesita una ayuda exterior que es la gracia divina.
Aplica al alma humana la concepción tripartita de Dios (Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo):
- El alma entiende (es inteligente).
- El alma quiere (es decir, tiene voluntad).
- El alma recuerda, de modo que su identidad perdura en el tiempo.
El alma está ligada, pues, a la temporalidad porque nos une al pasado (tiene memoria) y al futuro (tiene expectativas).
Libertad y Libre Albedrío
Los cristianos hablan de un premio o un castigo en el más allá y por ello exigen que el ser humano sea responsable de sus actos y así poder hablar de un comportamiento moral. Esto lo trata en su libro De libero arbitrio. San Agustín distingue entre:
Libertas (Máxima Libertad)
Es el deseo de amar el supremo bien y de satisfacer así la búsqueda humana de la felicidad. Dios es el bien supremo; con él, el ser humano lo tiene todo y alcanza la felicidad. El hombre más libre es aquel que realiza lo necesario para alcanzar su supremo bien.
Liberum Arbitrium (Libre Albedrío)
Consiste en la capacidad de decidir libremente; pero es una capacidad frágil y debilitada como consecuencia del pecado original. El ser humano tiende al mal. Solo podrá elegir y hacer el bien si recibe la Gracia divina. Con la gracia divina, el libre albedrío se transforma en libertas y tiende al bien.
5. Política y Sociedad: La Ciudad de Dios
San Agustín presenció el saqueo y la caída de Roma y, tres años después, comenzó a escribir su obra La Ciudad de Dios, que critica a las viejas divinidades y ofrece una visión lineal de la historia. Fue uno de los libros más influyentes durante la Edad Media, ya que define las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Toda la historia de la humanidad consiste en la lucha entre dos ciudades:
- La Ciudad de la Luz o Celestial, simbolizada por Jerusalén.
- La Ciudad de la Oscuridad o Terrenal, simbolizada por Roma.
En nuestro mundo están mezcladas, pero la auténtica ciudad o comunidad de los elegidos por Dios es invisible. El conflicto que cada individuo sufre, es decir, su lucha interna entre el bien y el mal, entre el amor a Dios y el amor a las cosas del mundo, es una reproducción del viejo conflicto que aparece en la Biblia con Caín y Abel. Las dos ciudades son en realidad dos ideas abstractas. Sin embargo, este libro se interpretó históricamente como si la Iglesia y el Estado fueran dos ciudades y el Estado debiera someterse a los principios de la Iglesia.
