La época helenística y las filosofías de Epicureísmo, Estoicismo y Escepticismo

D. Al morir Alejandro Magno en 323 a.C. (Aristóteles muere un año después), el imperio se divide en tres grandes monarquías dominadas por generales macedonios. Comienza la época helenística, que durará hasta la conquista de Egipto por César en 30 a.C. Los ciudadanos griegos se convierten en súbditos y pierden la conciencia de pertenecer a una comunidad. La polis se subordina a la monarquía. Los ciudadanos libres se sienten ahora cosmopolitas (ciudadanos del mundo). Pero es un mundo inmenso y agitado. La corrupción, las guerras y los cambios de gobierno son constantes. Las diferencias sociales, la desconfianza en la política y el individualismo aumentan. El hombre reclama para sí la autonomía que antes era privilegio de la ciudad. Seguridad personal y felicidad son los nuevos valores. El hombre se repliega en su propio interior y en el cosmos buscando la paz que no encuentra en el mundo exterior. Los filósofos se adaptan a los nuevos tiempos. Buscan soluciones para un hombre angustiado. La filosofía ya no pretende organizar científicamente todo el saber humano, como en Aristóteles, sino definir la felicidad y la mejor forma de conseguirla (medicina del alma). El filósofo es ahora un maestro de virtud. Un modelo a imitar. En ese contexto, surgen en Atenas, en la segunda mitad del s. IV, dos nuevas escuelas: el Jardín de Epicuro y la Stoa de Zenón de Citio: ESTOICISMO: Creen que los seres humanos somos seres naturales y que toda tendencia natural es buena. Identifican naturaleza y razón. Hay una ley o razón universal (Logos) que también determina el comportamiento humano, ya que formamos parte de la naturaleza. En base a lo anterior, establecen una teoría de conductas convenientes para la vida buena, conscientes de que la excelencia ética absoluta es muy difícil de alcanzar: a) Sometimiento y aceptación de la necesidad. Vivir de acuerdo con la naturaleza, natural y humana. b) Abstinencia absoluta de pasiones y placeres. Las pasiones rompen el equilibrio natural. Provocan el error en el juicio. Recomiendan la autodominio o ataraxia: imperturbabilidad y serenidad intelectual. El ideal de vida es el sabio: vivir por la razón y el deber, y liberarse de las pasiones. Es un ideal irrealizable. La vida ética consiste en la tendencia a ese ideal. Los representantes más destacados son Zenón de Citio, en Grecia, y Cicerón, en Roma. EPICUREÍSMO: Creen que los seres humanos somos un cuerpo (átomos) que se disuelve en la muerte. La única guía infalible que tenemos son las sensaciones y afectos del cuerpo, principalmente, placer y dolor. Como consecuencia, la norma de vida ética debe ser la búsqueda del placer (hedonismo moral). Pero no debemos tergiversar su pensamiento, como se hizo históricamente. Por placer los epicúreos entienden goce, un goce que consiste en tener mínimamente cubiertas las necesidades básicas y en saber gozar de lo que es natural y moderado, sin ir más allá. Epicuro distinguía distintos tipos de placeres: a) placeres naturales y necesarios (únicos que nos hacen felices), b) placeres naturales y no necesarios, c) placeres ni naturales ni necesarios. La felicidad consiste tanto en los placeres corporales (naturales y moderados) como en los goces del alma (amistad, recuerdos placenteros…). Son más importantes los goces del alma: alcanzan el presente, el pasado y el futuro. El ideal de vida también es el sabio: persona que goza moderadamente de lo que es natural y necesario, que prefiere la soledad o la compañía de pocos (no es cosmopolita), y que no acepta la naturaleza: es dueño de su vida, y vive sin temor a la muerte, a los dioses y al futuro. Los representantes más destacados son Epicuro y Lucrecio. ESCEPTICISMO: Critican el dogmatismo filosófico: no es posible alcanzar una verdad definitiva. La filosofía es búsqueda. Toda verdad humana es relativa y provisional. La única postura sensata es la epoché: suspender el juicio y no decir nada. A nivel ético, proponen la ataraxia: imperturbabilidad, absoluta indiferencia. Nada debe perturbarnos el ánimo. El escéptico más importante es Pirrón de Elea.



Aristóteles manifiesta, desde la admiración, profundas diferencias con Platón. Tanto en el tema de la naturaleza como en el tema del ser humano. Estas son las más importantes: Crítica del dualismo cosmológico: La tesis fundamental del pensamiento de Platón consiste en la afirmación de que las sustancias (aquello que existe por sí mismo, realidad primordial) son las ideas; para Aristóteles, sin embargo, son los individuos del mundo físico. Platón devalúa el mundo sensible, Aristóteles lo revaloriza. El dualismo cosmológico de Platón le parece un grave error: lo único que consigue es duplicar el problema. Con dos agravantes. Es muy difícil explicar la relación entre dos mundos tan antagónicos. Y, además, la teoría de las ideas es incapaz de explicar la característica más importante del universo, el cambio, ya que la causa de este, las ideas, son inmutables. Platón tenía que recurrir a algo tan poco científico como los mitos, síntoma evidente de su fracaso. En consecuencia, Aristóteles también critica el racionalismo de Platón, que despreciaba los sentidos como mera opinión, y valoraba el conocimiento puramente intelectual. Aristóteles reivindica los sentidos. Cree que todo conocimiento comienza con la experiencia (empirismo), pasa a la imaginación y luego actúa el entendimiento (agente y paciente) para extraer el concepto o conocimiento seguro. Las ideas innatas no serían así posibles. Como dice Aristóteles, nada hay en el entendimiento que antes no estuviese en los sentidos. Frente al dualismo platónico, Aristóteles reivindica el naturalismo: la única realidad existente es el mundo físico, un mundo que debemos explicar desde sí mismo, sin apelar a un mundo externo. No existe ninguna forma perfecta, independiente y trascendente de can que sea copiada imperfectamente por los perros reales, y de la que reciben las propiedades que los definen. Solo existen los perros individuales, perros que comparten un conjunto de características esenciales (ladrar, cuatro patas…) que nos permiten llamarlos perro, a pesar de las diferencias que presentan. Esas características esenciales (ideas para Platón) existen, desde luego, pero no en otro mundo, sino en los perros individuales. Ahí es donde debe buscarlas el científico. Para entenderlo bien, es importante saber que los modelos de conocimiento de Platón y Aristóteles son distintos. El de Platón es la matemática. Nadie entre aquí sin saber geometría, ponía en la Academia. Las matemáticas son ejemplo del carácter necesario de las ideas, de la desvinculación de los sentidos y de un conocimiento absolutamente seguro. Platón tiene nostalgia de ese orden perfecto que no puede acontecer en el mundo físico, cambiante. Aristóteles reflexiona desde la biología, disciplina que él mismo fundó. El biólogo estudia las cosas del mundo físico (flores, insectos…), múltiples, cambiantes y diversas, aparentemente caóticas, pero que aparecen ordenadas en tipos de cosas (especies) que se perpetúan por reproducción. Aristóteles se asombra ante el orden de ese mundo, no del matemático. En lo que sí coincide con Platón es en la crítica del azar atomista: la naturaleza está regida por una rigurosa teleología que es responsable de su orden. En el universo cada cosa tiene su lugar y cada lugar su cosa. Crítica de la política platónica: La utopía platónica no es posible. La Política no es una ciencia exacta, sino empírica. Hay que estudiar las constituciones reales existentes y analizar cómo funciona en cada sociedad concreta. Aristóteles era un pragmático que oponía el término medio a los conceptos absolutos. Es la teoría la que tiene que adaptarse a la realidad y no la realidad la que tiene que adaptarse a la teoría. Los filósofos no deben gobernar. Deben estar en la sombra, asesorando, como él mismo hizo. Intentando que el rey convierta las buenas palabras en buenas acciones. Le aconsejó a Alejandro que la mejor forma de conseguir que los bárbaros derrotados siguieran sometidos a los griegos era oponerse a los matrimonios mixtos. Alejandro se casó con una persa y obligó a los generales a hacer lo mismo. c) No debe abolirse la propiedad privada. d) No deben colectivizarse las mujeres y los hijos. e) La aristocracia filosófica no es la mejor forma de gobierno. Propone una forma mixta entre la aristocracia y la democracia, aunque dependerá mucho de las circunstancias concretas. Separación de política y metafísica: En Platón estaban unidas. La metafísica al servicio de la política. Aristóteles diferencia claramente. Importancia de la educación: coincide con Platón, aunque es menos intelectualista. Empirismo ético y político: Aristóteles cree que para saber qué es la justicia, tanto a nivel individual como colectivo, hay que observar cómo se comportan realmente los seres humanos de carne y hueso. Platón renuncia a la observación, pues no podíamos deducir la idea de justicia de personas y gobiernos que eran injustos. Conclusión: En un primer momento la filosofía de Aristóteles parece totalmente antagónica a la filosofía platónica. Pero hay dos ideas que los aproximan y que hace que muchos autores hablen de que Aristóteles recae en el platonismo: Como biólogo, Aristóteles se da cuenta muy pronto de que es más importante la idea (la esencia, lo universal) que el individuo. El individuo perece, la especie permanece. El biólogo se interesa por el león, no por un león concreto. Este no puede ser objeto de conocimiento seguro y Aristóteles, como Platón, buscaba episteme, no doxa. Eso sí. Nunca tuvo duda de que el individuo es una condición necesaria y previa para el conocimiento. Y de que la esencia debe buscarse en los individuos. Respecto al ser humano, Aristóteles acaba afirmando, como Platón, la inmortalidad de la parte intelectiva del alma humana. Una chispa divina, llega a llamarle. No se sabe muy bien a qué se refería, pero parece que, si como científico negaba la inmortalidad, como ser humano aspiraba a ella.



Para Aristóteles, como para Platón, la polis era el marco natural donde se desarrollaba la vida de las personas. Esto es así porque durante la época clásica (siglos V- IV a.C.) el hombre griego se definía a sí mismo como ciudadano y solo concebía su vida en la ciudad (polis) porque únicamente la ciudad conseguía el ideal de autosuficiencia (autarquía) que permitía al hombre alcanzar su perfección y felicidad. La polis era la organización política y social más adecuada a la naturaleza humana y era en ella donde se podía ser libre y feliz porque en ella se satisfacían las necesidades materiales y espirituales de las personas, lo que les permitía disfrutar del tiempo libre y la cultura. En la polis estaban los espacios de vida en común, religiosa y política, los templos, el ágora, los lugares de convivencia en libertad y diálogo y los ciudadanos sentían que ella era el marco donde podían realizarse plenamente como personas. La ciudad se basaba en gran parte en el trabajo de los esclavos, que no eran maltratados, pero que carecían de todos los derechos de los ciudadanos libres y estos, a su vez, despreciaban las actividades económicas. El trabajo físico estaba mal considerado e incluso se veía con malos ojos el dedicarse a una actividad remunerada. El origen de las poleis griegas clásicas hay que situarlo en la época arcaica (siglos VIII-VI a. C.) cuando los habitantes de las aldeas se trasladaron a las vecindades de fortalezas en busca de refugio. Las poleis eran estados independientes con leyes y derechos de ciudadanía propios. Cada una comprendía una zona urbana y otra rural y no había distinciones políticas entre los habitantes de la ciudad y los del campo circundante. Su tamaño era muy diverso. Muchas fueron pequeñas ciudades con un territorio reducido y pocos miles de habitantes. Sin embargo, algunas como Atenas, Esparta, Corinto y Tebas tuvieron un tamaño considerable y podrían ser consideradas ciudades desde el punto de vista del urbanismo moderno. Pese a su autonomía política las poleis griegas compartían una lengua, unas creencias y unos dioses comunes, además, de la conciencia de su propia superioridad cultural y el desprecio hacia el mundo bárbaro (los bárbaros no habían logrado alcanzar la perfección de los griegos porque no tenían la polis, que representaba la forma perfecta de la vida en común). A partir de mediados del siglo IV a. C. coincidiendo con la hegemonía de Macedonia en tiempos de Filipo II y su hijo Alejandro Magno concluye la independencia de las ciudades griegas. Desde entonces serán los nuevos monarcas y los caudillos militares los que impongan la ley, pese a que algunas ciudades, entre ellas Atenas, conserven una aparente libertad. Tras la muerte de Alejandro Magno se inicia el periodo helenístico (siglo III- I a. C.) en el que ya no es posible la autonomía de las pequeñas ciudades, ni en el plano económico ni en ningún otro. Desaparecen los hombres libres de la época anterior, los límites y las fronteras se quiebran y ahora es el monarca el encargado de proporcionar el bienestar y la felicidad a sus súbditos. Él representa el poder divino y de él emana toda ley.

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