Fundamentos del Pensamiento Medieval: Agustín y Tomás sobre Conocimiento, Ser, Ética y Dios

El Conocimiento en la Filosofía Medieval: San Agustín

Para San Agustín, el ser humano anhela alcanzar la felicidad y el goce del bien supremo, que identifica con Dios. El disfrute de la felicidad requiere conocer la verdad, la cual puede conocerse o bien por la razón o por la fe. Estas no son incompatibles, sino que han de colaborar: la fe dirige nuestra inteligencia en la búsqueda de la verdad, y la razón nos permite entender los contenidos de la fe. Nuestra búsqueda de la verdad está impulsada por el amor, pero no por un amor egoísta, sino por el amor espiritual ordenado (caridad), que busca elevarse a la verdad única, inmutable y eterna.

Agustín propone una teoría del conocimiento que progresa de lo exterior a lo interior y de lo inferior a lo superior. Parte del conocimiento sensible puede conducir al escepticismo, a no ser que se encuentre una verdad indubitable. Considera que esa verdad es la certeza interior que proporciona la autoconciencia: si el sujeto se engaña al razonar, es evidente que piensa, y si piensa, existe. Por lo tanto, es en el interior del hombre donde reside la verdad. Seguidamente, ha de emprenderse un camino de ascensión espiritual que recorre dos grados: el conocimiento discursivo o ciencia, y el conocimiento intuitivo de las verdades eternas, que el hombre no puede alcanzar por sí solo, sino apoyado en una acción directa ejercida por Dios sobre su mente: la iluminación intelectual.

La Concepción del Ser Humano en San Agustín

San Agustín mantiene una visión dualista del ser humano de raíz platónica. El alma es un principio racional y espiritual que se sirve del cuerpo, siendo superior e independiente de él; por eso, puede apartarse del mundo exterior sensible para buscar el conocimiento y la unión con Dios. Solo el alma permite al hombre conocer a Dios y unirse con Él. El alma humana es la «imagen de Dios» en el hombre: es inmortal, simple e inmaterial. En el alma encontramos tres facultades: la memoria, la inteligencia y la voluntad.

En cuanto al origen del alma, San Agustín rechaza la idea platónica de preexistencia. Para él, el alma fue creada por Dios en el primer hombre, pero le supone un problema determinar cómo se transmite. Sus textos oscilan entre el Creacionismo (creación directa de cada alma por Dios) y el Traducianismo (transmisión del alma de padres a hijos). San Agustín quería hacer frente a la cuestión de la transmisión del pecado original, porque si Dios crea en cada caso el alma individual, ¿cómo es que crea un alma pecadora? Aunque no llega a dar una solución definitiva, se inclina por aceptar el Traducianismo para explicar este punto.

San Agustín también aborda el problema de la libertad humana. Frente a la objeción de que si Dios es omnisciente y prevé todo lo que va a suceder, el hombre no puede ser libre, Agustín mantiene que la providencia divina no excluye la libertad humana. Dios ha dado al hombre libre albedrío para que pueda elegir entre el bien y el mal, haciéndose así digno de recompensa o castigo. Esto se relaciona con su concepción de las dos ciudades: la Ciudad de Dios, basada en el amor a Dios hasta el desprecio de sí, y la ciudad terrenal, construida sobre el amor propio hasta el desprecio de Dios.

La Ética Agustiniana

El punto de partida de la ética de San Agustín es el problema de la libertad humana. Sostiene que, aunque Dios conoce de antemano nuestras decisiones y el uso que haremos de nuestra libertad, el hombre es libre para escoger entre el bien y el mal. Así, intenta resolver el problema del mal moral. El alma está hecha para dirigirse amorosamente hacia Dios. Prueba de ello es que en el alma se encuentra la ley natural, que es el reflejo de la ley eterna dictada por Dios.

La existencia del mal en el mundo no prueba que Dios no exista, ni que sea el causante del mal. Dios no crea el mal; el mal es la privación del bien. Agustín distingue varios tipos de mal:

  • Mal metafísico: Se refiere a la imperfección inherente a todo ser creado en comparación con la perfección absoluta de Dios. En el universo se dan diferentes grados de ser, y todos los seres, aunque imperfectos, tienen su propio sentido y bondad en el orden de la creación.
  • Mal físico: Incluye el dolor, el sufrimiento y la muerte, que pertenecen a la condición de la naturaleza creada y finita. No podemos responsabilizar a Dios por ello, ya que desconocemos Su plan completo para la creación.
  • Mal moral: Es el pecado, y procede de nuestro mal uso del libre albedrío, cuando la voluntad humana se aparta del bien supremo, que es Dios.

El alma no puede salvarse por sí sola; necesita la gracia divina, que permite que surja en el ser humano el impulso a amar y elegir el bien. La virtud, ayudada por la gracia, conduce al hombre a respetar la ley eterna, lo que le encaminará hacia la paz verdadera, la justicia y el orden, idealmente reflejados en la Ciudad de Dios.

Pensamiento Político de San Agustín

San Agustín plantea en su obra La Ciudad de Dios que la historia humana es una historia de salvación, representando el progreso desde la creación hasta la llegada del reino de Dios. Para él, no hay una separación tajante entre la ética y la política; la vida moral es inseparable de la vida comunitaria, porque el principio constitutivo de lo social es el sentimiento del amor. Las distintas comunidades se distinguen por el sistema de valores y los objetos de amor comunes que las guían.

Es el amor el que permite dividir a la humanidad en dos ciudades que conviven en el mundo: la Ciudad de Dios y la ciudad terrenal. La primera está formada por los individuos que aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos; la forman todos los justos, y hacia ella camina la Iglesia como su representación terrena (aunque no identificándose plenamente con ella). La segunda está formada por aquellos que solo se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios; quieren vivir siguiendo los impulsos de la carne y buscan bienes mutables y terrenales. La historia humana representa una lucha entre estas dos ciudades, en la que, según Agustín, tendrá lugar el triunfo final de la Ciudad de Dios.

Para que el Estado se encamine hacia la justicia, debe seguir los principios morales del Cristianismo. Agustín mantiene una posición providencialista: Dios ha previsto y garantiza la victoria final del bien sobre el mal. Divide el curso de la historia en seis épocas, análogas a los seis días de la creación. El «Agustinismo político» influyó notablemente en la forma de entender las relaciones entre la Iglesia y el Estado durante la Edad Media.

La Existencia de Dios: Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás de Aquino considera que podemos conocer la existencia de Dios de dos maneras: a través de la revelación (fe) o utilizando la razón. La proposición «Dios existe» es uno de los llamados «preámbulos de la fe», verdades que pertenecen a la teología natural y que pueden ser demostradas racionalmente.

Tomás rechaza el argumento ontológico de San Anselmo para la demostración de la existencia de Dios (que parte de la idea de Dios como el ser mayor que el cual nada puede pensarse). Considera que, si bien esta demostración puede ser evidente en sí misma (quoad se), no es evidente para nosotros (quoad nos), ya que no conocemos adecuadamente la esencia de Dios. Por ello, propone una demostración a posteriori de la existencia de Dios, es decir, partiendo de los efectos observados en el mundo (accesibles por los sentidos) para llegar a la Causa primera que los ha producido: Dios.

Tomás ofrece cinco demostraciones racionales de la existencia de Dios, conocidas como las «cinco vías». Todas parten de un hecho de la experiencia y concluyen que tiene que existir un ser que sea el fundamento último de esa experiencia: Dios.

Las Cinco Vías son las siguientes:

  • 1. Vía del movimiento: Parte del hecho del movimiento en el mundo. Todo lo que se mueve es movido por otro. Como una cadena infinita de motores movidos es imposible, debe haber un Primer Motor Inmóvil, que es Dios.
  • 2. Vía de la causalidad eficiente: Observa un orden de causas eficientes en el mundo sensible. Nada es causa eficiente de sí mismo. Es imposible una serie infinita de causas eficientes, por lo que debe existir una Primera Causa Incausada, que es Dios.
  • 3. Vía de la contingencia y el ser necesario: Constata que hay seres contingentes (que pueden ser o no ser). Si todos los seres fueran contingentes, hubo un tiempo en que nada existió, y por tanto nada existiría ahora. Por ello, debe existir un Ser Necesario por sí mismo, que no recibe su existencia de otro, y este es Dios.
  • 4. Vía de los grados de perfección: Se observan diferentes grados de perfección (bondad, verdad, nobleza, etc.) en los seres. Estos grados implican la existencia de un ser que posea esas perfecciones en grado máximo, un Ser Sumamente Perfecto, que es causa de toda perfección en los demás. Este ser es Dios.
  • 5. Vía de la finalidad y el orden cósmico: Se observa que los seres naturales, incluso los que carecen de conocimiento, obran por un fin y tienden a un orden. Este orden y finalidad no pueden ser fruto del azar, sino que implican una inteligencia ordenadora que dirige todas las cosas a su fin. Esta inteligencia es Dios.

Tomás afirma que en Dios esencia y existencia se identifican (Él es el Ser mismo subsistente), mientras que el resto de los seres son contingentes (su esencia no implica su existencia, la reciben de otro). Dios gobierna el mundo mediante la ley eterna (Su propia razón divina), de la que participan las criaturas racionales a través de la ley natural (inscrita en su naturaleza). Un gobierno justo, inspirado en estos principios, no solo contribuye al orden del universo, sino que también busca instaurar el verdadero «reino de los cielos» en la medida de lo posible sobre la tierra.

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