Fundamentos de la Filosofía Clásica: Doctrina y Comparativa de Platón y Aristóteles

Platón: El Fundamento de la Verdad y la Justicia

1. Ontología y Epistemología: El Dualismo de la Realidad y el Conocimiento

El problema de la realidad y el conocimiento en Platón nace de la necesidad de superar tanto el materialismo de los físicos como el relativismo de los sofistas. Para Platón, aquello que está en continuo cambio no puede ser fundamento de un conocimiento verdadero, porque lo que nunca permanece idéntico nunca “es” plenamente. Por ello, distingue dos niveles de realidad: el Mundo Sensible y el Mundo Inteligible.

  • El Mundo Sensible está formado por las cosas materiales que percibimos con los sentidos y se caracteriza por la multiplicidad, el cambio y la imperfección; por este motivo no permite un conocimiento firme, ya que las cosas sensibles “son y no son”.
  • Frente a él se encuentra el Mundo Inteligible, compuesto por las Ideas, que son realidades eternas, únicas y estables, fundamento auténtico del ser. Las cosas sensibles solo imitan o participan de estas Ideas, por lo que poseen un grado inferior de realidad.

Esta distinción ontológica se corresponde con la diferencia entre opinión (dóxa) y ciencia (epistéme). La opinión incluye la imaginación y la creencia y se ocupa del ámbito sensible, por lo que es un saber inestable. En cambio, la ciencia surge del pensamiento matemático y de la intelección pura y se dirige a las Ideas, lo que la convierte en un conocimiento universal, necesario y verdadero. La comparativa entre ambos niveles queda así integrada: el mundo sensible, por su carácter cambiante, solo permite la opinión, mientras que el mundo inteligible, por ser permanente, hace posible la ciencia. Platón afirma que “solo podemos conocer lo que es real”, lo que significa que la estructura del ser determina la estructura del conocer.

El conocimiento auténtico exige un ascenso desde las apariencias hacia lo inteligible, tal como se representa en el Mito de la Caverna. En conclusión, Platón resuelve el problema defendiendo un dualismo en el que la verdadera realidad es la inteligible y donde conocer consiste en separar el alma de lo sensible para contemplar las Ideas. Así, realidad y conocimiento se corresponden: lo perfecto fundamenta la verdad, mientras que lo cambiante genera únicamente opinión.

2. Antropología: El Dualismo Radical del Ser Humano

El problema del ser humano en Platón parte de su concepción dualista de la realidad. Para él, el hombre está compuesto por cuerpo y alma, pero solo el alma posee auténtica dignidad y verdad. El cuerpo pertenece al Mundo Sensible, caracterizado por el cambio y la imperfección, mientras que el alma procede del Mundo Inteligible, donde se encuentran las Ideas eternas. Esta diferencia de origen explica la tensión constante en la vida humana: el alma aspira a la verdad y la razón, pero el cuerpo la arrastra hacia los deseos y las apariencias.

Dentro del alma, Platón distingue tres partes:

  1. La racional, que busca la verdad.
  2. La irascible, que impulsa al valor y al esfuerzo.
  3. La concupiscible, que desea placeres y bienes materiales.

Estas tres partes permiten explicar los distintos comportamientos humanos y muestran que el hombre es un ser complejo, dividido internamente. La función propia del ser humano es que la parte racional dirija a las demás, porque solo así el alma actúa conforme a su origen divino. Cuando la razón gobierna, el hombre vive de manera justa; cuando domina el deseo, se aleja de su verdadera naturaleza.

Aquí aparece la comparativa fundamental con otras posturas, especialmente la aristotélica. Mientras Aristóteles entiende al ser humano como una unidad sustancial de cuerpo y alma, Platón defiende un dualismo radical, donde el cuerpo es una carga que limita al alma y la aparta del conocimiento. Para Platón, el cuerpo es una especie de prisión y la verdadera identidad del hombre reside en su alma racional. La tarea humana consiste en purificarse de lo sensible y orientarse hacia lo inteligible, despertando el recuerdo de las Ideas que el alma contempló antes de unirse al cuerpo.

En conclusión, Platón resuelve el problema del ser humano afirmando que solo el alma, por su relación con las Ideas, expresa la esencia auténtica del hombre. La vida humana es un proceso de liberación y de retorno hacia lo inteligible, guiado por la razón y alejado de los engaños del mundo sensible. El ser humano alcanza su plenitud cuando ordena sus partes internas y se orienta hacia el conocimiento y la verdad, cumpliendo así su verdadera naturaleza.

3. Ética y Moral: La Búsqueda del Bien Supremo

El problema ético en Platón surge como oposición al relativismo moral de los sofistas. Platón defiende que existen criterios objetivos para distinguir el bien del mal, y estos se encuentran en el mundo inteligible, donde residen Ideas como el Bien, la Justicia, la Belleza o el Valor. De todas ellas, la más elevada es la Idea de Bien, que ilumina al resto y constituye el fin último de la vida moral. La auténtica felicidad se alcanza mediante la contemplación del Bien, que permite orientar la vida hacia lo verdaderamente valioso.

La ética platónica se basa en la relación entre las virtudes y las partes del alma:

  • La parte racional se perfecciona mediante la sabiduría.
  • La irascible mediante la fortaleza.
  • La concupiscible mediante la templanza.

La virtud suprema es la justicia, que aparece cuando cada parte cumple su función y se mantiene en armonía con las demás. Aquí se integra la comparativa esencial: la virtud es el resultado de un orden interior, y un individuo justo es aquel en quien la razón dirige, el valor sostiene y el deseo obedece. Esta organización interior coincide con su visión política: así como una ciudad es justa cuando cada clase realiza su tarea, una persona es justa cuando cada parte del alma actúa según su naturaleza.

Además, Platón sostiene que el alma debe purificarse de las pasiones y del peso del cuerpo, ya que estos distraen del conocimiento verdadero y dificultan la contemplación del Bien. La vida moral implica un proceso de autodominio, alejamiento de lo sensible y búsqueda constante de la verdad. El filósofo es quien dirige su existencia hacia la virtud y se aparta de lo que no contribuye al bien del alma.

En conclusión, Platón resuelve el problema ético afirmando que la moral se fundamenta en el orden racional del alma y en la existencia de valores universales. La comparación entre virtudes y partes del alma demuestra que la justicia es equilibrio, y que solo el conocimiento del Bien permite vivir de manera verdaderamente moral.

4. Política y Sociedad: La Ciudad Justa y la Analogía Alma-Estado

Para Platón, la sociedad no surge por un mero acuerdo, sino porque el ser humano es un ser social por naturaleza. El objetivo central de la política es averiguar cómo debe organizarse la comunidad para que sea justa. Para ello, Platón establece una analogía entre el alma y el Estado.

Platón traslada la estructura tripartita del alma al ámbito político y organiza el Estado en tres clases sociales:

  1. Los gobernantes-filósofos (equivalentes a la parte racional), encargados de dirigir la ciudad.
  2. Los guardianes (vinculados a la parte irascible), responsables de la defensa.
  3. Los productores (relacionados con la parte concupiscible), encargados de la economía.

La comparativa fundamental se expresa en la idea de que el orden justo del Estado refleja el orden justo del alma. Cuando la razón gobierna en el individuo, este actúa sabiamente; del mismo modo, cuando gobiernan los filósofos, el Estado es justo. Si la parte irascible colabora para controlar las pasiones, el individuo es fuerte; y del mismo modo los guardianes protegen a la ciudad. Cuando los deseos se moderan en la persona, esta alcanza equilibrio; y del mismo modo, cuando los productores cumplen su función sin dominar, la ciudad prospera.

De esta relación surge la definición platónica de justicia: cada parte debe cumplir su función sin interferir en las demás, tanto en el individuo como en la sociedad. Platón también describe la degeneración de los regímenes: de la aristocracia se pasa a la timocracia, luego a la oligarquía, más tarde a la democracia y finalmente a la tiranía, el peor gobierno posible. Esta decadencia política refleja la pérdida de dominio de la razón en el alma.

En síntesis, Platón resuelve el problema político defendiendo un Estado en el que el equilibrio entre clases garantiza la justicia. La ciudad ideal es una ampliación del alma virtuosa, donde la filosofía guía la convivencia y asegura el bien común.

Aristóteles: La Sustancia, la Experiencia y la Vida Virtuosa

1. Metafísica y Realidad: La Unidad Hilemórfica

El problema de la realidad en Aristóteles surge como respuesta al dualismo platónico. Mientras Platón separaba dos mundos, el sensible y el inteligible, Aristóteles sostiene que la realidad es una sola y está formada por sustancias individuales, que son los seres concretos que percibimos. Cada sustancia está compuesta inseparablemente de materia y forma (hilemorfismo), de modo que no existe una esencia aparte del mundo, sino que la forma está dentro de las cosas mismas y las hace ser lo que son.

Para explicar el cambio, Aristóteles introduce la distinción entre potencia y acto. Todo ser posee un aspecto que ya está realizado (acto) y otro que puede llegar a realizar (potencia). El cambio es el paso de la potencia al acto, lo que permite comprender que una cosa pueda transformarse sin dejar de ser ella misma. Así, el movimiento y la diversidad del mundo no exigen recurrir a Ideas separadas, sino que se explican desde la estructura interna de cada realidad.

Aquí aparece la comparativa esencial con Platón. Platón consideraba que lo sensible es mera apariencia y que la auténtica realidad está en las Ideas. Aristóteles, en cambio, afirma que lo real son las sustancias, y que la explicación de la esencia no está en otro mundo, sino en la propia forma que configura cada ser. De este modo, elimina la división entre dos planos de realidad y sitúa el fundamento del ser en aquello que podemos estudiar a partir de la experiencia.

En conclusión, Aristóteles resuelve el problema de la realidad defendiendo una visión unitaria y dinámica del ser, donde la sustancia hilemórfica (materia + forma) y la relación entre potencia y acto explican tanto la permanencia como el cambio. La realidad deja de entenderse como copia de modelos ideales y se convierte en un conjunto de seres concretos que poseen en sí mismos su principio de ser y de transformación.

2. Antropología: La Unidad Sustancial del Ser Humano

La concepción aristotélica del ser humano se basa en su teoría hilemórfica, según la cual el hombre es una unidad sustancial compuesta de cuerpo (materia) y alma (forma). A diferencia de Platón, no considera que el alma sea una entidad separada del cuerpo, sino el principio vital que organiza y posibilita todas las funciones humanas. El alma es el acto del cuerpo, aquello que lo convierte en un ser vivo, de manera que cuerpo y alma forman una única sustancia y no dos realidades unidas externamente.

Aristóteles distingue en el alma tres funciones:

  • Vegetativa: responsable de la nutrición y el crecimiento.
  • Sensitiva: que permite percibir, desear y moverse.
  • Racional: exclusiva del ser humano y fundamento de su vida intelectual.

Esta última incluye el entendimiento agente y el entendimiento paciente, cuya relación plantea preguntas sobre la inmortalidad del alma, asunto que Aristóteles no resuelve de forma contundente. Desde este análisis, conocer y actuar no son funciones de un alma separada, sino de toda la persona.

Aquí se establece la comparativa clave entre Aristóteles y Platón respecto al ser humano. Platón defendía un dualismo radical, considerando el cuerpo como cárcel del alma y relegando la verdadera identidad al mundo inteligible. Aristóteles, en cambio, afirma la unidad esencial del hombre: no es el alma quien siente o piensa, sino el hombre entero gracias al alma. Esta integración permite explicar el conocimiento como un proceso que comienza siempre por los sentidos y culmina en la inteligencia, eliminando la idea de reminiscencia platónica.

En conclusión, Aristóteles entiende al ser humano como una unidad sustancial cuya especificidad radica en la razón. Su visión integra cuerpo y alma en un solo ser, describe sus funciones vitales y fundamenta en esa estructura tanto el conocimiento como la vida moral. La esencia humana consiste en vivir conforme a la razón, realizando así su naturaleza propia.

3. Ética: La Felicidad como Actividad Racional (Eudaimonía)

La ética de Aristóteles parte de la idea de que el ser humano busca un fin último que dé sentido a su vida, y ese fin es la felicidad (eudaimonía). A diferencia de Platón, que situaba el Bien en un mundo separado, Aristóteles entiende la felicidad como una actividad racional realizada en esta vida, mediante la cual la persona desarrolla plenamente su naturaleza. La vida feliz no depende del placer pasajero, sino de una actividad del alma guiada por la razón y sostenida a lo largo del tiempo.

La clave para alcanzar esa felicidad es la virtud, que Aristóteles define como un hábito adquirido gracias a la práctica repetida. La virtud no es innata ni se reduce al conocimiento: es una disposición estable que permite actuar bien de forma deliberada, regulando deseos y emociones. Esto se refleja en la Teoría del Término Medio, según la cual la virtud consiste en encontrar el equilibrio justo entre dos extremos viciosos, uno por exceso y otro por defecto. Ese término medio depende siempre de lo que la recta razón considera adecuado.

Aquí aparece la comparativa con Platón. Mientras Platón hacía depender la moral del conocimiento de las Ideas, Aristóteles entiende que la virtud se construye mediante hábitos concretos, en la práctica diaria. Ambos piensan que la virtud conduce a la felicidad, pero Platón la sitúa en la contemplación del Bien, mientras Aristóteles la vincula a una vida racional equilibrada y encarnada en acciones reales.

En conclusión, Aristóteles resuelve el problema ético afirmando que la felicidad se logra mediante una vida conforme a la virtud, entendida como hábito racional y moderado. Su ética propone una existencia equilibrada y guiada por la razón, donde el ser humano alcanza su plenitud actuando con excelencia.

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