Aristóteles: Realidad, Conocimiento y Verdad
Aristóteles: Un Realista Gnoseológico
Los realistas gnoseológicos son aquellos filósofos que consideran que la realidad es independiente del sujeto que la conoce y que se puede conocer tal y como es en sí misma. Aristóteles sostiene que el conocimiento, y por tanto la verdad, es posible porque el alma forma copias de la realidad externa, actuando como un espejo que la refleja.
La Estructura de la Realidad en Aristóteles: Sustancia y Accidente
Según Aristóteles, el mundo está compuesto de cosas individuales que tienen realidad por sí mismas y a las que llama sustancias. Las sustancias llevan insertadas ciertas cualidades a las que denomina accidentes. Los accidentes son cosas tales como los colores, los olores, el tamaño, etc. Las sustancias están compuestas, a su vez, de dos principios: la materia primera, que es eterna y absolutamente indeterminada, y la forma sustancial, que es el principio que estructura y organiza la materia primera, y que es universal, es decir, común a todos los individuos de una misma especie.
Los Tipos de Almas Según Aristóteles
Aristóteles denomina almas a las formas sustanciales que estructuran la materia de los seres vivos. Todos los seres vivos tienen, pues, un alma. Ahora bien, dentro de los seres vivos hay diversos niveles de complejidad; ello se debe a que poseen distintos tipos de almas con distintas capacidades. Aristóteles distingue tres tipos de almas: vegetativas, sensitivas y racionales.
Las almas racionales son las propias de los seres humanos e incluyen las capacidades de las almas vegetativas y sensitivas. Entre las capacidades de las almas sensitivas está la de obtener conocimiento sensible, y entre las capacidades de las almas racionales está la de obtener conocimiento racional. Por tanto, el ser humano posee la capacidad de conocimiento sensible y la capacidad de conocimiento racional. A continuación, exploraremos cómo funcionan.
El Conocimiento Sensible
Todo nuestro conocimiento comienza por los sentidos. Aristóteles distingue entre los sentidos externos (vista, oído, olfato, gusto y tacto) y los sentidos internos (sentido común, memoria, imaginación y estimación). A través de nuestros sentidos externos recibimos sensaciones provenientes del exterior: colores, olores, texturas. Según Aristóteles, el alma, a nivel sensible, tiene la capacidad de recibir cualquier forma accidental.
Una vez que esas cualidades o formas accidentales están ya en el alma, interviene el sentido común, que es la capacidad que nos permite distinguir entre las cualidades provenientes de diversos sentidos y agrupar cualidades diversas para formar una imagen única de un objeto. A partir de aquí intervienen la imaginación y la memoria, que nos permiten evocar las imágenes de los individuos una vez elaboradas. Con esto se acaban las posibilidades del conocimiento puramente sensible. Pero el ser humano tiene además la capacidad del conocimiento intelectual o racional.
El Conocimiento Intelectual
El conocimiento intelectual es el conocimiento de lo universal, frente al conocimiento sensible, que trata solo de cosas particulares. Pero lo que hay de universal en las cosas es su forma sustancial. De ahí que un conocimiento será universal cuando sea conocimiento de las formas sustanciales. El conocimiento de las formas es llevado a cabo por el entendimiento a través de un proceso complejo:
- El entendimiento tiene la capacidad de ser cualquier forma sustancial (tiene esa capacidad «en potencia»).
- Cuando el entendimiento detecta una imagen en la memoria o la imaginación, opera sobre ella eliminando sus componentes sensibles y se queda con su estructura, su esencia, es decir, con la forma sustancial subyacente. A este proceso se le denomina abstracción.
- De ese modo, el entendimiento pasa a ser esa forma sustancial en acto, adoptando esa forma sustancial en acto. A esta forma sustancial en el entendimiento es a lo que llamamos concepto.
Una vez en posesión de determinados conceptos, el entendimiento vuelve a las imágenes sensibles del alma y aplica estos conceptos a esas imágenes. Así elabora juicios del tipo: «Esto es blanco» o «Las vacas son rumiantes».
Descartes: La Búsqueda de la Certeza en el Conocimiento
Descartes: Idealismo y Racionalismo
Descartes es un filósofo clave en el desarrollo del pensamiento moderno. Con él, hacen su aparición las gnoseologías idealistas y la corriente racionalista que dominaría el panorama filosófico de la Europa continental durante los siglos XVI y XVII.
El Punto de Partida: El Escepticismo Radical
Descartes convierte la teoría del conocimiento en el eje en torno al cual desarrollará su sistema filosófico. Comienza por plantearse si el conocimiento es posible, si puede, frente a lo que opinan los escépticos, fundamentar el conocimiento. Para fundamentar el conocimiento habrá que encontrar un punto de partida, un primer principio que sea cierto y evidente, es decir, del que no se pueda dudar. Para encontrar ese primer principio, Descartes se comportará como un escéptico radical. Someterá a análisis todo supuesto conocimiento y rechazará aquel del que quepa la más mínima duda. A este procedimiento de dudar sistemáticamente de todo para ver si queda algo en pie se lo conoce como duda metódica.
La Duda Metódica: Pasos y Alcance
Vamos, pues, a someter al proceso de duda todos nuestros conocimientos. Esto nos lleva a seguir tres pasos:
- Dudar de los sentidos: Los sentidos constituyen la primera fuente de información acerca de la realidad. Pero no podemos fiarnos de ellos: existen alucinaciones, distorsiones ópticas, errores de perspectiva, etc.
- Dudar de la realidad: Una vez rechazados los sentidos como fuente de información segura, nos encontramos con otro conocimiento aparente: que vivimos instalados en un mundo real. Pero también eso es cuestionable. No hay forma de asegurar que, por ejemplo, lo que creemos real no sea fruto de un sueño, que nuestra vida entera no sea un sueño prolongado.
- Dudar del entendimiento: Rechazada la información que viene de los sentidos, encontramos otro tipo de información en nuestra mente: aquellas ideas o proposiciones construidas por el propio entendimiento con independencia de los sentidos. Estas ideas, al no proceder de los sentidos, no pueden estar compuestas de rasgos cualitativos tales como colores, olores, sonidos, etc. Por ello, las ideas y proposiciones elaboradas por el entendimiento serán de carácter cuantitativo, es decir, matemático.
¿Podemos dudar de las ideas o proposiciones de carácter matemático? Ciertamente, no podemos. Ni en sueños somos capaces de imaginar una realidad donde dos más dos no sea igual a cuatro, por ejemplo.
Ahora bien, aunque no podamos dudar de las verdades matemáticas, podemos dudar de que estas verdades describan correctamente el mundo externo a mi mente. El entendimiento podría estar mal hecho, hecho por un dios malvado que se divirtió viendo cómo me equivoco en mis cálculos (la hipótesis del genio maligno).
El Primer Principio: El Cogito
Después de llevar la duda a todos los terrenos, encontramos que, pese a todo, nos queda una verdad segura, indudable, evidente: que dudo. Pero dudar es una forma de pensar. Esto nos permite formular un primer principio, una verdad absoluta que ninguna duda puede derribar: «Pienso, luego existo» (Cogito, ergo sum).
Dios como Garante de la Verdad
Una vez garantizado que existimos como seres pensantes, analizamos nuestro pensamiento y encontramos en él diversos tipos de ideas. Algunas de estas ideas son creadas por nuestro propio entendimiento. Entre estas, la idea de infinitud o perfección, es decir, la idea de Dios.
Pero un ser perfecto no puede no existir (argumento ontológico). De modo que ya tenemos dos cosas seguras: que existimos como seres pensantes y que existe un ser perfecto: Dios.
Pero si existe Dios, entonces el tercer paso de la duda no tiene sentido. Un ser perfecto no podría tolerar que nuestro entendimiento estuviera mal hecho o diseñado para equivocarnos. Por tanto, si no podemos dudar del entendimiento, las ideas y proposiciones elaboradas por este, especialmente las de carácter matemático, también serán seguras. Esto implica que al describir matemáticamente el mundo, podemos estar seguros de que lo estamos haciendo correctamente.
La Realidad como Extensión
Para Descartes, solo aquello que es medible y extenso constituye una auténtica realidad objetiva. Aquellas realidades que no se pueden describir en términos matemáticos o reducir a cantidades son consideradas solo modos de afección del sujeto, es decir, realidades subjetivas, pero no objetivas.
Para Descartes, y para la ciencia moderna, la realidad entera se reduce a movimientos de cuerpos que empujan, golpean o tiran de otros cuerpos, dado que tanto los cuerpos (que se pueden descomponer en figuras) como sus movimientos pueden describirse en términos cuantitativos y matemáticos.
Kant: La Construcción de la Realidad y el Conocimiento
La Construcción de la Experiencia: Consideraciones Previas
Kant lleva los planteamientos idealistas un paso más allá. No solo sostiene que la realidad no es independiente de nuestro modo de conocerla, sino que, además, afirma que el mundo de la experiencia es, en parte, una construcción del propio sujeto. Por ello, puede haber una concordancia entre el pensamiento y la realidad, ya que esta, para ser conocida, debe adecuarse a las condiciones que impone de antemano el sujeto. Lo desarrollaremos en los siguientes apartados.
Antes de comenzar a explicar la teoría del conocimiento de Kant, vamos a plantearnos algo más sencillo. Por ejemplo, ¿cómo percibimos un color? Aristóteles y otros pensadores antiguos creían que el color es una propiedad de las cosas (en terminología aristotélica, un color sería una forma accidental que se da en una determinada sustancia).
Sabemos que eso no es así. El color es el resultado de la interacción de algo que viene de fuera (la luz, con ciertas longitudes de onda) con nuestro sistema visual.
De modo que la luz estimula las células fotorreceptoras de la retina, que transmiten un impulso a través del nervio óptico, a ciertas áreas del cerebro que interpretan la información que les llega como «color verde», «color rojo», etc. Por tanto, no es del todo correcto decir que el color es algo «que está en las cosas», como tampoco es correcto decir que el color es algo que está «en mi cerebro». El color es fruto de la interacción de algo que viene de fuera (la luz) con algo que aporta el sujeto que percibe (un determinado sistema nervioso).
Ahora bien, el problema que se plantea Kant es de índole más radical (se trata de un problema filosófico, no fisiológico, biológico o psicológico). Lo que Kant busca descubrir es cómo algo, en general, puede ser captado; cómo algo, en abstracto, puede convertirse en objeto de experiencia. Pero el proceso es similar: se trata de descubrir qué datos provienen del exterior en cualquier tipo de sensación, y qué aporta el sujeto de antemano para que haya sensación.
El Espacio, el Tiempo y las Categorías del Entendimiento
A los datos que proceden de fuera del sujeto que conoce, Kant los llama Impresiones. Pero para que aquello que viene de fuera del sujeto pueda ser captado por este, tiene que responder a algún orden, a alguna forma (al igual que, por ejemplo, para que la luz pueda ser vista, tiene que ser captada en forma de color). Ese orden tiene que valer para toda impresión, dado que estamos tratando de analizar cómo funciona nuestra capacidad de tener sensaciones en general.
Kant descubre que tal orden viene establecido por el espacio, el tiempo y las categorías del entendimiento. Las categorías del entendimiento son conceptos que el sujeto emplea para ordenar la experiencia. Son:
- Unidad
- Pluralidad
- Totalidad
- Relación
- Negación
- Limitación
- Sustancia-accidente
- Causalidad
- Comunidad
- Posibilidad
- Existencia
- Necesidad
El Espacio y el Tiempo como Formas de la Sensibilidad
Veamos algunos ejemplos de cómo intervienen el espacio y el tiempo en la organización de la experiencia:
- Si percibimos una mancha de color amarillo y una textura lisa ocupando el mismo «espacio», las atribuimos al mismo objeto. Nunca recibiremos el mismo objeto ocupando dos lugares distintos en el «espacio» al mismo tiempo.
- Supongamos que vemos dos objetos (dos dados, por ejemplo) exactamente iguales, pero en dos sitios distintos a la vez. No se nos ocurrirá decir que son el mismo dado, porque nuestra manera de organizar las cosas en el espacio y el tiempo nos impide considerarlo así; y concluimos que, aunque sean exactamente iguales, son dos dados diferentes.
Las Categorías del Entendimiento como Conceptos Puros
Veamos ahora algunos ejemplos de cómo las categorías del entendimiento intervienen en la organización de la experiencia:
- Cuando captamos una mesa lisa de color verde, diferenciamos de antemano entre la cosa (la mesa) y sus propiedades (ser lisa, ser verde). Es decir, estamos aplicando la categoría sustancia-accidente para organizar nuestras impresiones.
- Cuando golpeamos una bola de billar con otra y esta se desplaza, no nos limitamos a pensar que la primera alcanza a la segunda y acto seguido la segunda se pone en movimiento (que es lo que realmente vemos), sino que, de antemano, nuestro entendimiento organiza las impresiones aplicando la categoría de causalidad y damos por sentado que el golpe de la primera es la causa del movimiento de la segunda.
Elementos A Priori y A Posteriori en la Experiencia Kantiana
De las impresiones, es decir, de los datos que vienen de fuera, Kant dice que constituyen la materia de la experiencia. Al orden que imponemos a esos datos para poder captarlos (Kant dice «intuir») lo llama forma de la experiencia.
La forma de la experiencia es una condición para que pueda haber cualquier experiencia. Cualquier dato que no respete el orden que imponen el espacio, el tiempo y las categorías no puede ser objeto de la experiencia (y, por tanto, no constituye dato alguno).
Pero si el espacio, el tiempo y las categorías son la condición para que pueda haber experiencia, no pueden proceder ellos mismos de la experiencia. Son, por tanto, elementos a priori (anteriores a la experiencia). Son elementos que el sujeto encuentra en sí y aplica a la experiencia para ordenarla.
Además, para que haya experiencia tiene que haber algo sobre lo que aplicar el espacio, el tiempo y las categorías. Ese algo son las impresiones que, como no proceden del sujeto sino de la realidad, son elementos a posteriori (posteriores a la experiencia), pues solo pueden ser captadas después de que el sujeto les haya aplicado el espacio, el tiempo y las categorías.
El problema de cómo lo pensado por el sujeto puede adecuarse a la realidad queda resuelto en la concepción kantiana del conocimiento, porque la realidad (la experiencia) solo existe como tal en la medida en que se ajusta a las condiciones que establece a priori el propio sujeto.