Desde los inicios de la filosofía occidental, la cuestión del **conocimiento** ha ocupado un lugar central en los debates filosóficos. En el mundo antiguo, filósofos como **Sócrates**, **Platón** y **Aristóteles** ya abordaban las preguntas sobre qué podemos conocer, cómo lo conocemos y qué justifica nuestras creencias. Sin embargo, a lo largo de la **Edad Media**, la filosofía se sometió principalmente a la influencia de la **teología cristiana**, con figuras como **Santo Tomás de Aquino** intentando conciliar la fe y la razón. Este panorama cambió radicalmente en el siglo XVII con el advenimiento de la **modernidad** y la **Revolución Científica**, cuando la ciencia y la razón comenzaron a ganar preeminencia frente a las viejas concepciones dogmáticas. En este contexto histórico, el **racionalismo** emerge como una corriente filosófica que sitúa a la razón como la única vía fiable para alcanzar conocimiento seguro y veraz.
En el siglo XVII, la tradición **escolástica**, que basaba sus principios en la fe y la autoridad eclesiástica, se ve desafiada por pensadores como **René Descartes**, **Baruch Spinoza** y **Gottfried Wilhelm Leibniz**, quienes postulan que el conocimiento debe basarse en principios racionales y no en las percepciones sensibles ni en la fe. Descartes, en particular, ofrece una solución al problema del conocimiento que cambiaría el rumbo de la filosofía moderna. Frente a la incertidumbre que producía la influencia de la iglesia y los avances científicos, los racionalistas buscaban un fundamento seguro para el conocimiento, confiando en que la razón humana, correctamente ejercida, podría proporcionar certezas absolutas sobre la realidad. La necesidad de un fundamento firme para el conocimiento no solo responde a un desafío filosófico, sino también a las condiciones históricas de la época, marcadas por la emergencia de nuevas ciencias y la transformación del pensamiento europeo. ¿Cómo podemos estar seguros de lo que sabemos? ¿Qué es lo que puede garantizar que nuestros juicios y percepciones son verdaderos? ¿Tiene Dios un papel en nuestra búsqueda de la verdad? ¿Es la razón más fiable que los sentidos?
Para Descartes, la **duda metódica**, que es el principio central del pensamiento cartesiano, fue su respuesta a la crisis de la certeza. Esta no es una duda ciega o escéptica, como la que empleaban los filósofos escépticos, sino una duda radical y sistemática que busca alcanzar la certeza absoluta. Descartes comienza cuestionando todo lo que hasta entonces se había considerado verdadero. Si los sentidos son engañosos, si el mundo físico puede ser ilusorio y si incluso las verdades matemáticas pueden estar sometidas a la manipulación de un ser maligno que nos induce a error, ¿cómo podemos estar seguros de algo?
Al llevar este cuestionamiento hasta sus últimas consecuencias, Descartes llega a una certeza indudable: su propia existencia. En su famosa frase **»Cogito, ergo sum»** (Pienso, luego existo), el filósofo establece que, aunque todo lo demás pueda ser dudado, el hecho de que él está pensando es la única certeza inquebrantable. Si duda, entonces piensa, y si piensa, necesariamente existe como ser pensante. De esta manera, el pensamiento se convierte en el punto de partida de todo conocimiento. Descartes concluye que la razón, al ser capaz de captar ideas claras y distintas, es la única fuente confiable para conocer la realidad.
A partir de esta base sólida, Descartes desarrolla su **método**, que consta de cuatro reglas fundamentales:
- Regla de la evidencia: establece que solo debemos aceptar como verdadero aquello que sea evidente para la razón, es decir, aquello que no pueda ser dudado.
- Regla del análisis: consiste en descomponer los problemas complejos en partes más simples, para poder entenderlos con claridad.
- Regla de la síntesis: propone reconstruir el conocimiento de lo simple a lo complejo, a medida que vamos entendiendo las partes.
- Regla de la comprobación: exige revisar constantemente nuestras conclusiones para asegurarnos de que no estamos incurriendo en errores.
Este método tiene como propósito asegurar que lo que conocemos es verdadero, sin depender de la experiencia sensorial, que para Descartes es falible y engañosa. A través de la aplicación estricta de estas reglas, Descartes confía en que podemos construir un conocimiento verdadero y seguro.
Una de las piezas clave del sistema cartesiano es la existencia de un **Dios** perfecto y no engañador. Para Descartes, la razón humana puede ser confiable porque ha sido creada por un ser perfecto y bueno: Dios. Si un ser infinitamente perfecto ha creado nuestras facultades cognitivas, entonces podemos confiar en ellas. Descartes utiliza el **argumento ontológico** para probar la existencia de Dios. La idea de un ser perfecto debe haber sido puesta en nuestra mente por un ser que tenga esa perfección, y ese ser solo puede ser Dios.
Además, la existencia de un Dios perfecto elimina la posibilidad de que un **»genio maligno»** esté manipulando nuestras percepciones, ya que un ser perfecto no puede engañarnos. Así, Descartes concluye que, bajo la protección de Dios, podemos confiar en las verdades claras y distintas que nuestra razón alcanza. Esta visión garantiza la fiabilidad de las facultades humanas y permite avanzar en el conocimiento del mundo y de uno mismo.
En su **metafísica**, Descartes sostiene que la realidad está compuesta por tres sustancias fundamentales: **Dios**, la **sustancia pensante** (res cogitans) y la **sustancia extensa** (res extensa). La sustancia infinita es Dios, cuya esencia es la perfección. La sustancia pensante corresponde al alma o la mente, cuya esencia es el pensamiento. Finalmente, la sustancia extensa es la materia, cuyo atributo es la extensión: todo lo que tiene volumen y ocupa un lugar en el espacio.
El ser humano, según Descartes, es una combinación de estas dos primeras sustancias. El alma (res cogitans) es pensante e inmortal, mientras que el cuerpo (res extensa) es material y está sujeto a las leyes físicas. Aunque estas dos sustancias son completamente diferentes, Descartes establece que se interrelacionan de alguna manera, permitiendo que las acciones del alma puedan influir en el cuerpo y viceversa. La **glándula pineal**, situada en el cerebro, se convierte en el punto de contacto entre estas dos sustancias. El cuerpo actúa como una máquina, y el alma actúa como el controlador, que guía el cuerpo con libertad.
**Spinoza**, otro filósofo racionalista, también defendió la razón, pero con una visión más radical. Para él, Dios no está fuera del mundo, sino que es la **Naturaleza**. Todo lo que existe es parte de una misma realidad infinita. Los seres humanos también somos parte de esa realidad, y nuestra libertad consiste en comprender las leyes que rigen el universo. Solo con el conocimiento racional podemos liberarnos de los miedos y las emociones negativas, y así ser felices de verdad.
Según Spinoza, entender con la razón nos ayuda a vivir mejor. La razón no es solo para saber, sino también para vivir sin miedo y sin supersticiones. En un mundo lleno de emociones y confusión, él cree que la paz interior llega cuando uno comprende las cosas con claridad. Su forma de pensar une la filosofía con una manera práctica de vivir mejor.
**Leibniz**, por su parte, tenía una visión del mundo más compleja. Según él, todo está hecho de **mónadas**, que son como pequeñas unidades simples, sin forma ni materia, creadas por Dios. Cada mónada refleja el universo entero, y aunque no se relacionan entre ellas, están coordinadas por Dios, como si fueran relojes perfectamente sincronizados. Esto demuestra que el universo tiene un orden y que nada pasa sin una razón.
Leibniz también hablaba de dos tipos de verdades: las **verdades de razón**, que son necesarias y siempre verdaderas, y las **verdades de hecho**, que dependen de la experiencia. Aunque valoraba la experiencia, creía que solo la razón nos da conocimiento seguro. Además, su **optimismo filosófico** lo llevó a pensar que vivimos en el mejor de los mundos posibles, porque Dios, al ser sabio, habría elegido el mejor mundo posible. Aunque hoy esa idea puede parecer ingenua, era su forma de dar sentido al mundo.
El **racionalismo** confía en que la razón es el mejor camino para conocer la verdad. Nació en una época de grandes cambios científicos y filosóficos, pero hoy en día seguimos teniendo problemas parecidos. Vivimos rodeados de noticias falsas, redes sociales y opiniones sin fundamento. En este contexto, recuperar el espíritu crítico de Descartes, la búsqueda de entendimiento de Spinoza y la confianza en el orden del mundo de Leibniz puede ayudarnos a pensar mejor y con más responsabilidad.
Por ejemplo, en un mundo con tanta información sin comprobar, usar la **duda metódica** de Descartes puede ayudarnos a no creer todo lo que vemos. Spinoza nos anima a usar la razón para no dejarnos llevar por el miedo o el odio. Y el optimismo de Leibniz nos recuerda que, aunque las cosas parezcan difíciles, el mundo tiene un sentido que podemos descubrir si pensamos con claridad y calma.
En el contexto del siglo XVII y XVIII, la filosofía **empírica** juega un papel crucial al desafiar las ideas racionalistas predominantes y proponer una nueva forma de concebir el conocimiento humano y la realidad. Filósofos como **Hume**, **Locke** y **Berkeley** son parte fundamental de esta corriente empírica, que sostiene que el conocimiento se origina en la experiencia sensorial y que nuestra mente es, en su mayoría, una **tabula rasa**, un lienzo en blanco que se va llenando con las impresiones de nuestros sentidos. Estos pensadores intentan explicar cómo obtenemos conocimiento y cómo ese conocimiento se relaciona con el mundo exterior, la moralidad y la política. A continuación, se profundiza en las teorías de cada uno de estos filósofos. ¿Cómo influye la idea de la **»tabula rasa»** en la concepción del conocimiento humano de Locke? ¿En qué sentido Hume desafía la noción tradicional de causa y efecto en su filosofía? ¿Qué implica para Berkeley la afirmación de que **»ser es ser percibido»**? ¿Cómo las teorías de estos filósofos empíricos influyeron en el desarrollo de la ciencia y la política modernas?
**David Hume**, uno de los más importantes filósofos empíricos, propone una visión del conocimiento en la que todo lo que conocemos proviene de las percepciones derivadas de la experiencia sensible. Hume divide las percepciones en **impresiones** e **ideas**. Las impresiones son las percepciones directas, como los colores o las sensaciones, que nos afectan con gran fuerza, mientras que las ideas son copias más débiles de esas impresiones. Este enfoque elimina las ideas innatas, pues para Hume no podemos tener ninguna idea sin antes haber experimentado algo sensorialmente.
Además, Hume plantea que las ideas simples pueden combinarse para formar ideas complejas a través de la memoria y la imaginación. La memoria relaciona ideas según el orden temporal en que se presentaron en la experiencia, mientras que la imaginación permite combinarlas libremente. Hume también establece **leyes de asociación de ideas**, como la ley de semejanza, la ley de contigüidad espacio-temporal y la ley de causa y efecto, que rigen cómo las ideas se conectan entre sí en nuestra mente.
Hume introduce una crítica radical a la idea de **causa**. Según él, no podemos conocer la relación causal de los fenómenos a través de la razón a priori, ya que solo la experiencia sensible nos permite ver una sucesión regular de eventos. Sin embargo, esta regularidad no nos da ninguna certeza absoluta, y Hume subraya que nuestros juicios sobre el futuro son simplemente probabilidades basadas en la costumbre de haber observado ciertos patrones. Esto lleva a una visión más escéptica de la ciencia y la metafísica, pues no podemos estar seguros de que el futuro se desarrollará de la misma manera que el pasado.
En el ámbito ético, Hume también fue influyente con su teoría del **emotivismo moral**. Para él, las cuestiones morales no se derivan de la razón, sino de las emociones y las pasiones. Los juicios morales dependen de nuestras reacciones emocionales ante las acciones de los demás y, por lo tanto, no pueden ser sometidos a un análisis lógico como los juicios científicos.
**John Locke**, filósofo inglés del siglo XVII, es conocido principalmente por su teoría política y su defensa de los derechos naturales, pero también hizo importantes contribuciones al empirismo. Para Locke, la mente humana es una **tabula rasa** (una pizarra en blanco) al nacer, y todo conocimiento proviene de la experiencia. La experiencia sensible nos proporciona las ideas simples, que son las unidades básicas del conocimiento, y a partir de ellas formamos ideas complejas mediante la reflexión.
Locke también desarrolló una teoría política en la que defendió los derechos inalienables del ser humano, como la vida, la libertad y la propiedad. Para él, el **pacto social** es fundamental, ya que los individuos renuncian a su derecho natural de hacer justicia por su mano a cambio de la protección de sus derechos fundamentales a través de un gobierno legítimo.
En su crítica al **absolutismo**, Locke abogó por la separación de poderes en el gobierno, estableciendo una distinción clara entre el poder legislativo y el ejecutivo. Esta idea influyó enormemente en el desarrollo de las democracias modernas, particularmente en la **Revolución Gloriosa** de 1688 en Inglaterra.
El **deísmo** de Locke, que considera a Dios como el creador del mundo pero no involucrado directamente en los asuntos humanos, también fue una contribución importante a su filosofía. Locke creía que Dios había creado un orden natural que puede ser comprendido a través de la razón y la experiencia, un concepto que prefiguró muchas ideas de la **Revolución Científica**.
**George Berkeley**, filósofo irlandés del siglo XVIII, desarrolló una teoría conocida como **idealismo subjetivo** o **inmaterialismo**. Para Berkeley, la materia no existe, y lo que percibimos como material es, en realidad, una serie de ideas percibidas por nuestra mente. Según él, las ideas no tienen una existencia independiente fuera de la mente que las percibe, y todo lo que existe es mente o espíritu.
Berkeley también defendió que el mundo físico es una creación de Dios, quien es el único ser capaz de mantener la regularidad de las percepciones. Dios es, para Berkeley, el garante de la continuidad del mundo, ya que, aunque no percibamos las cosas constantemente, nuestra percepción de ellas sigue siendo estable gracias a la voluntad divina. Para Berkeley, las distinciones entre cualidades primarias (como forma, tamaño y movimiento) y cualidades secundarias (como color y sabor) son insostenibles, ya que todas las cualidades dependen de la percepción que tenemos de ellas.
El **empirismo** de Hume, Locke y Berkeley representa una profunda transformación en la forma en que entendemos el conocimiento y la realidad. Hume lleva el empirismo al límite, negando la posibilidad de conocer causas a priori y proponiendo que todo conocimiento es provisional y dependiente de la experiencia. Locke, por su parte, establece las bases para la política moderna y la teoría de los derechos humanos, mientras que Berkeley ofrece una visión radical de la realidad como una construcción mental, con Dios como la fuente de todo orden y percepción. Juntos, estos filósofos marcaron un cambio decisivo en la historia del pensamiento, influyendo en la ciencia, la política y la filosofía moderna.