jueves, 20 de octubre de 2011
Agustín de Hipona (354-430 d.C.)
Ontología y Antropología
El problema del mal (De libero arbitrio)
San Agustín se desvincula de la concepción maniquea, rechazando el mal como una fuerza activa que interviene en la determinación de los hechos (y negando también su principal consecuencia: Dios sería un ser limitado). El mal es entendido como la ausencia de bien/ausencia de ser, y esto es causa del dolor del mundo. Sus vínculos con la filosofía (intelectualismo moral clásico) permiten decir que esta ausencia de bien no es más que el resultado de la ignorancia. Si el hombre obra mal es por un doble hecho, a saber: en tanto que ser finito (por tanto, con límites para saber la verdad absoluta), así como en tanto que ignorante respecto a la verdad que le es posible llegar a conocer y que Dios le dispone. Lo primero no puede solucionarse a menos que Dios amplíe nuestro conocimiento; lo segundo puede remediarse mediante la introspección.
Ahora bien, además, los hombres arrastran el pecado original desde Adán y Eva, que no es otro que el de obrar contrariamente a la ley o voluntad divina, disponiendo del libre albedrío y conociéndola, es decir, sabiendo lo que debe ser hecho: el Bien. Es entendido como una falta o debilidad que está en su condición humana, pero que no tiene por qué ser la fuente de su acción. Podemos poner medios para evitarla y estamos moralmente obligados a ello si disponemos de fe o amor en la Verdad y la Justicia. Dios creó al hombre con libre albedrío y con la posibilidad de la caída. Dios sabía, además, que el hombre caería, pero sabía también, cuando lo creó, que de esta caída saldría un bien mayor en su Creación que el que hubiera habido en esta de no haber dotado al hombre de ese libre albedrío.
Sobre la Trinidad (De Trinitate)
- Como Espíritu Santo: es la verdad absoluta. Hay que entenderlo como el Verbo (logos); la verdad plena, similar a la idea platónica, es decir, fundamento metafísico (eterno, inmóvil, imperecedero) de la realidad (física).
- Como Padre: la sustancia divina entendida como fuerza creadora que da lugar al mundo desde la nada (ex nihilo), esto es, desde sí mismo. [Toma el principio creador platónico del Demiurgo, pero en esta ocasión no crea a partir de la observación del mundo de las ideas, sino desde sí mismo]. La creación es instantánea y total. Con ella se inaugura el tiempo, visto como algo lineal con principio y fin, es decir, no eterno (ab aeterno). La Creación se despliega en el tiempo -concepción histórica- de acuerdo a los principios seminales (ideas) que Dios ha dispuesto en ella: el ser que hay en cada ser. Cuando en el tiempo los seres de la creación no se despliegan según su ser o fundamento, la Creación se despliega contrariamente a su fin.
- Como Hijo: Jesucristo. Es el Verbo hecho carne (materia). Es la verdad que se presenta en el mundo; la perfección encarnada, el bien o la justicia ya no como un hecho metafísico, sino como algo físico, luego un referente imposible de ignorar por parte de los mortales. Cristo no solo se ofrece como verdad encarnada para quien no tenía fe en la existencia de la verdad, el bien y la justicia, sino además como ejemplo del conocimiento de sí, o guía interior que el hombre puede emplear en su introspección y como ejemplo de hombre que sigue la ley de Dios.
Sobre el Conocimiento (Las Confesiones)
De la fe a la razón y de la razón a Dios
“Creo para comprender, y comprendo para creer mejor”.
Aquellos que tengan fe en la verdad (presupuesto de la existencia de lo verdadero) estarán en disposición para emprender su búsqueda. La fe es esa experiencia espiritual que presenta la existencia de la verdad, aunque no su contenido como algo evidente al ser humano. Quien tiene esta experiencia sabrá que la verdad existe, aunque nada sabe sobre ella.
Esta búsqueda resulta inútil si es emprendida en el ámbito de la experiencia sensible. Allí, donde las cosas particulares se le presentan al sujeto, nada hay verdadero; todo se presenta de un modo parcial y limitado, sin plenitud. Es necesario, por tanto, buscar la verdad en otro ámbito y mediante otros métodos que no encierren el error y la confusión. Ese espacio de conocimiento consiste en la interioridad del ser humano, y en él se entra por medio de la experiencia intelectual de la introspección. Agustín invita a dirigir la mirada de la razón hacia la interioridad del sujeto por medio de la razón especulativa (la razón platónica). La verdad se abre en el corazón de los hombres que buscan dentro de sí por medio de la razón: se ilumina (**Iluminación**) en él la verdad movida por la fe. Solo entonces, cuando el hombre reflexiona, se revelan ante la introspección racional las verdades que su espíritu-alma encierra “en su pecho”.
“No vayas fuera, vuelve a ti mismo. En el hombre interior habita la verdad”.
Se ilumina la verdad en él porque Dios depositó en el ser humano este conocimiento de plenitudes. En eso consiste la gracia, a saber, en la revelación que Dios ha depositado en todos nosotros y que aguarda a ser despertada por aquel que, teniendo fe en la verdad, emprende su búsqueda dentro de sí. Dios se ilumina (se encuentra) en el corazón de los hombres.
“Así como toda carencia es desgracia, toda desgracia es carencia”.
“El alma desordenada lleva en su culpa la pena”.
Sobre la Moral y la Política (La ciudad de Dios)
Que de Roma surja la nueva Jerusalén (a partir de la conmoción que le supuso visitar Roma).
San Agustín tiene una imagen universal de la historia en la que el protagonista no es el individuo particular, sino la humanidad en su conjunto. Entiende que la Humanidad se dirige a un fin que no es otro que el del cumplimiento de la Ciudad de Dios. Sin embargo, no hay determinismo en su concepto de la historia, esto es, el hombre y la humanidad, en cuanto seres dotados de **libre albedrío** (y por tanto, mucho mejores que si no dispusieran de esta libertad), tienen la capacidad de obrar según su voluntad de manera acorde o no con la verdad y la ley de Dios.
Como ya hemos visto, la fuente de la verdad es la intimidad del hombre agraciado. En nosotros habita Dios-Espíritu Santo, por la Gracia divina.
Son aquellos en quienes la verdad se revela finalmente quienes conocen la voluntad divina y la ley de Dios, y quienes podrán obrar moralmente bien acordes a la revelación. Dotados de libre albedrío, podrán seguir esta ley que han descubierto en ellos mismos o no; de ahí que el ser humano sea un sujeto moral, luego susceptible de ser juzgada su voluntad. El hombre puede hacer un mal uso de su libre albedrío, y el mal/el dolor que surge de su acción no es responsabilidad de Dios, sino de cada persona.
Aquellos que no dispongan de la Gracia (o cuya gracia no sea dilatada), aunque sí dotados de fe (en Dios, la Verdad, la Justicia y el Bien), podrán libremente seguir a los doctores de la verdad (quienes conocen la verdad).
La humanidad, en tanto que se comporta (formando la comunidad de Santos) según la ley divina, actualiza la Providencia Divina según la voluntad de Dios, encaminándose a una meta o fin de la Historia. Este consistiría en el surgimiento (a lo largo de 6 etapas) de la nueva Jerusalén o ciudad de Dios a partir de la ciudad Terrenal/temporal (o la Roma imperial).
“Así como toda carencia es desgracia, toda desgracia es carencia”.
Los santos son peregrinos que habitan en la ciudad terrenal, y su empresa se debe a la Ciudad divina; lo que les mueve es un amor puesto en Dios y su voluntad, en la verdad y la justicia. Frente a ellos, el linaje de Caín, aquellos que su amor lo ponen en sí mismos y en los valores terrenales-materiales, no en los divinos.
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