El Intelectualismo Moral de Sócrates
Sócrates desarrolló su teoría moral a partir del concepto griego areté, que significa excelencia. Aplicó este término al ser humano en un sentido moral, identificando la excelencia con el uso de la razón. Para él, la virtud consiste en el conocimiento, ya que el ser humano se perfecciona al razonar y saber. Así, el hombre sabio es también moralmente bueno. Según Sócrates, nadie hace el mal a sabiendas; quien actúa mal lo hace por ignorancia. El conocimiento del bien es suficiente para actuar correctamente. Por ello, la educación y el diálogo son fundamentales. Rechaza la idea de que el mal provenga de la voluntad maliciosa. El mal, para Sócrates, es simplemente falta de conocimiento.
El Relativismo Moral de los Sofistas
El relativismo moral, defendido por los sofistas, sostiene que las normas morales son convenciones sin validez universal. Según esta visión, ninguna acción es buena o mala en sí misma; todo depende de la opinión de quien la juzga. La moral varía según el parecer de los individuos. Cada sociedad define lo que está bien o mal según sus intereses y circunstancias. Protágoras afirmaba que “el hombre es la medida de todas las cosas”, expresando que en moral todo es relativo. Lo que una cultura considera un crimen, otra puede verlo como virtuoso. No hay verdades morales absolutas. Todo juicio moral es subjetivo. Por eso, no hay forma objetiva de determinar qué conducta es realmente correcta.
El Eudemonismo de Aristóteles
El eudemonismo de Aristóteles se basa en su visión teleológica de la naturaleza, donde todo ser tiende a un fin propio. En los humanos, ese fin es la felicidad (eudaimonia), que es el objetivo último de todas nuestras acciones. Para Aristóteles, la verdadera felicidad se alcanza perfeccionando nuestra naturaleza racional. Vivir conforme a la razón es vivir virtuosamente. Sin embargo, también debemos satisfacer adecuadamente nuestras necesidades corporales y emocionales. Por eso, propone una ética del equilibrio: la virtud está en el término medio entre dos extremos o vicios. Actuar con virtud es adquirir el hábito de elegir correctamente ese punto medio. Así, el ser humano feliz es aquel que vive razonablemente y en equilibrio.
El Hedonismo de Epicuro
Epicuro sostuvo que el fin último de la vida es la felicidad, entendida como placer, pero no en un sentido físico o superficial. Para él, el verdadero placer consiste en la ausencia de dolor físico (aponía) y de perturbación del alma (ataraxía). La clave para alcanzar esta felicidad está en la prudencia (phrónesis) al elegir nuestras acciones. Así, se aleja del hedonismo impulsivo y defiende una vida racional. Propone una “aritmética de los placeres” para calcular qué deseos satisfacer según las consecuencias. Clasifica los deseos en tres tipos:
- Naturales y necesarios: como comida o abrigo.
- Naturales pero no necesarios: placeres no vitales.
- No naturales ni necesarios: como la fama o el poder.
Solo los primeros deben satisfacerse siempre.
El Emotivismo de David Hume
David Hume, representante del empirismo, defendió que la moral no se basa en la razón, sino en los sentimientos, lo que dio origen a su teoría llamada emotivismo. Según Hume, nuestras valoraciones morales son expresiones emocionales, no juicios racionales. Sentir que algo está bien o mal es una experiencia subjetiva, no una conclusión lógica. Por eso, afirmaba que «la razón es esclava de las pasiones» y solo debe servirlas. La razón trabaja con verdades objetivas, pero los sentimientos no pueden ser verdaderos o falsos. No describen la realidad, solo ocurren en la mente. Así, la moral se fundamenta en cómo nos sentimos, no en lo que pensamos racionalmente.
El Utilitarismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill
El utilitarismo es una teoría ética que identifica el bien con aquello que produce placer y reduce el dolor, buscando la mayor felicidad para el mayor número de personas. Inspirado en el hedonismo de Epicuro, surge en un contexto de cambio hacia sociedades más democráticas y justas. Jeremy Bentham formuló el “principio de utilidad”, según el cual las acciones buenas son las que maximizan el placer colectivo. Sin embargo, surgieron problemas al intentar medir objetivamente el placer y valorar su calidad. John Stuart Mill respondió a esto distinguiendo entre placeres: los intelectuales y morales son superiores a los físicos. Mill defendía que la calidad del placer también debe considerarse. Además, subrayó la importancia de la educación y la libertad para elegir placeres valiosos. El utilitarismo, así, se convierte en una ética del bienestar racional y colectivo.
La Ética del Deber de Immanuel Kant
Hasta el siglo XVIII, las teorías éticas eran principalmente éticas materiales, que decían qué está bien o mal según un fin externo como la felicidad o el placer, y eran heterónomas, es decir, la norma venía de fuera del individuo. Ejemplos de estas teorías son las de Aristóteles, Epicuro y los utilitaristas. Con Immanuel Kant, surge la ética formal, que no impone normas externas, sino que defiende que el ser humano se da sus propias normas, por eso es autónoma. Para Kant, lo importante no es el resultado de la acción, sino la intención con la que se actúa. Una acción es moral cuando se hace por deber, no por interés ni deseo. Así, distingue entre:
- Acciones contrarias al deber.
- Acciones conforme al deber.
- Acciones por deber (siendo estas últimas las únicas con verdadero valor moral).
La Ética Existencialista de Jean-Paul Sartre
Jean-Paul Sartre, filósofo existencialista, distingue entre dos tipos de seres: el ser-en-sí, cuya esencia está definida desde el inicio, y el ser-para-sí, como el ser humano, cuya existencia viene antes que su esencia. Esto significa que el ser humano no nace con un propósito, sino que lo construye con sus acciones, siendo libre y responsable de lo que elige ser. Esta libertad, según Sartre, no es solo un derecho, sino una carga que nos obliga a elegir y asumir las consecuencias, generando angustia. Su ética se basa en que, al elegir algo como bueno para uno, se considera bueno para todos. Como nuestras elecciones tienen impacto en los demás, somos responsables no solo de nosotros, sino también de la humanidad entera. Negar esta libertad es vivir en «mala fe», es decir, autoengañarse.