Concepto de sustancia y causalidad Hume

Kant fue un hombre de su tiempo, en cuyo pensamiento reconocemos, además de los ideales ilustrados que recorrían Europa, la huella de movimientos y sucesos sociales y políticos decisivos.

La Ilustración fue un amplio movimiento de ideas desarrollado durante el S.XVIII, caracterizado por su defensa de la libertad, racionalidad, progreso, ciencia… Kant, con su lucha por la autonomía en el pensamiento y en la acción acuña la quintaesencia de la Ilustración. Esta autonomía es requisito indispensable para el “Sapere Aude” (atrévete a pensar por ti mismo), que conduce al hombre a la mayoría de edad intelectual.

Kant era un hombre dedicado a la reflexión filosófica, cuyas preocupaciones se resumen en 3 preguntas: ¿qué puedo conocer?
, ¿qué debo hacer? Y ¿qué me cabe esperar si hago lo que debo? Esta inquietud por la epistemología, ética y religión puede condensarse en una cuestión fundamental: ¿qué es el hombre? Para Kant, comprender la realidad y naturaleza humanas nos permitirá resolver todas nuestras dudas.

“Invitados por la importancia del conocimiento”, Kant nos explicará en su Crítica de la razón pura cómo es posible el conocimiento de los hechos y los límites de este. Sin embargo, la actividad racional no se limita a conocer objetos, sino que también deberá conocer cómo ha de obrar. Por lo tanto, el hombre posee en su razón 2 funciones diferenciadas; que nos permiten distinguir entre razón práctica (conocimiento de la  correcta conducta humana) y razón teórica (conocimiento de la naturaleza ).

Centrándose en su pregunta “¿qué puedo conocer?”, hilo conductor de toda la razón pura, Kant se da cuenta (tras la lectura de las obras de Hume) de que no le satisfacen ni las respuestas racionalistas ni las empiristas: “disgustados del dogmatismo, que no nos enseña nada, e igualmente del escepticismo que nada nos promete”. Y es que, ciertamente, sin experiencia no hay conocimiento, pero tampoco todo es experiencia. Kant elaborará una síntesis entre ambas corrientes, centrando su atención en el papel que el propio sujeto juega en este proceso de conocimiento.

El paralelismo que Kant establece entre su contribución a la epistemología y la aportación copernicana a la astronomía se basa en que ambos imprimen un giro completo al planteamiento tradicional en respectivos campos. Así, concluye que si resulta tan complicado justificar la universalidad de las múltiples y cambiantes particularidades de los objetos al tratar de adaptarlas al sujeto es porque, al contrario, es el sujeto quien impone sus estructuras o formas a priori al objeto: esta filosofía será denominada Idealismo trascendental. 

Con el objetivo de poder legitimar los grandes avances científicos de su época, Kant establecerá mediante su “teoría de los juicios” las condiciones que todo enunciado deberá cumplir para ser considerado universal y, por tanto, científico. Según Kant, un juicio constituye la atribución de ciertas propiedades a un sujeto determinado. Para que el juicio sea científico, deberá ser extensivo (ampliando nuestro conocimiento) y universal (válido en cualquier circunstancia). Los juicios son clasificables, según su extensión, en analíticos (no extensivos) y sintéticos (extensivos); y según su validez en juicios a priori (universales e independientes de la experiencia) y a posteriori (contingentes, atados a la experiencia).Basándose en las divisiones de Hume y Leibniz, combinará estos tipos dando lugar a “juicios sintéticos a posteriori”, “juicios analíticos a priori” y, a mayores, “juicios sintéticos a priori”; tercera posibilidad extensiva y a la vez universal, que por tanto cumple las condiciones científicas. Para establecer las posibilidades reales de conocimiento científico, Kant necesitará en primer lugar analizar la naturaleza, función y límites de la razón; ya que sólo así podremos comprender por qué es posible la ciencia y cómo son posibles estos juicios sintéticos a priori.


La primera facultad que interviene en el proceso de conocimiento es la sensibilidad (capacidad de abrirnos al mundo y captar todo aquello que nos rodea), que Kant analizará en su “estética trascendental”. Nos explica que lo que conocemos no es la realidad objetiva, sino aquello que ha pasado por nuestro filtro o sensibilidad (fenómeno). Este no se corresponde con la realidad en sí o “nóumeno”, sino simplemente con nuestra percepción de ella. Por lo tanto, la naturaleza y funcionamiento de la sensibilidad nos condiciona a ver el mundo de una determinada manera, ya que esta está formada por una serie de estructuras que nos capacitan y limitan a recibir las impresiones de un modo determinado. Además, la sensibilidad cuenta con formas a priori, el espacio y el tiempo; anteriores a la experiencia y determinantes en nuestra manera de captarla y ordenarla (ya que toda impresión debe situarse en un espacio y tiempo concretos). Así, según Kant nuestras impresiones son una síntesis del material sensorial y las estructuras internas del propio sujeto. 

Nuestras impresiones están ya estructuradas y ordenadas en el espacio y en el tiempo, pero todavía se presentan inconexas y carentes de sentido. Será misión del entendimiento (facultad de realizar juicios a partir de impresiones) el interpretarlas y ordenarlas. Esta segunda facultad del conocimiento es analizada en la “analítica trascendental”, y será posible gracias a los conceptos, que agrupan y dotan de sentido las distintas impresiones. Kant los clasificará en empíricos (tomados de la experiencia) y categorías o “conceptos puros” (estructuras a priori que surgen espontáneamente en el entendimiento, independientes de la experiencia). Las categorías consisten en: unidad, pluralidad, totalidad, realidad, existencia, posibilidad, negación, limitación, sustancia, causa, reciprocidad y necesidad. A pesar de ser imprescindibles para la existencia de conocimiento, por sí solas son simples conceptos vacíos: se requiere la conjunción de categorías e impresiones para obtener conocimiento de un fenómeno u objeto.

La tercera y última facultad cognitiva, la razón, será estudiada en la “dialéctica trascendental”. Esta se ocupa de avanzar o razonar buscando principios más generales. Esta facultad, al igual que las dos anteriores, también se ve sometida a ciertas formas a priori: las 3 ideas trascendentales (alma, mundo y Dios). Bajo la idea de alma, la razón agrupa todo fenómeno subjetivo fruto de la experiencia interna bajo la idea de “yo”. La idea de mundo hará lo propio con los fenómenos procedentes de la experiencia externa, agrupándolos bajo un mismo proceder; y la idea de Dios unificará las dos anteriores (los fenómenos del “yo” y los del mundo, siendo esta  la idea más general). Kant legitima el uso de estas ideas como instrumento para facilitar la capacidad de conocer, como medio para alcanzar principios más generales, manteniendo siempre presente que se tratan de ideas inalcanzables. Por el contrario, de considerar el mundo, yo y Dios como realidades objetivas con un correlato en la realidad, estaríamos conduciendo a la razón a intentar conocer esas ideas y por tanto traspasar los límites de lo que es posible conocer, cayendo en ilusiones y engaños.

Ahora que conocemos el funcionamiento del proceso de conocimiento, “nos resta solamente una pregunta crítica: ¿es, en general, posible la metafísica?”. Esta disciplina se ocupa de las ideas trascendentales (yo, alma y mundo) “ofrecíéndosenos con el título de razón pura”; es decir, como si estas contasen con un correlato empírico. Este uso trascendente de la razón supone un paso ilegítimo, ya que estaríamos intentando acceder al nóumeno. Para llegar a esta, el humano tendría que salir de si mismo y abandonar sus estructuras a priori, procedimiento imposible; por lo que el nóumeno se convierte en límite del conocimiento. El tratar las ideas trascendentales como realidades últimas que aportan sentido y finalidad, intentando traspasar este límite, es lo que hace caer a la metafísica en falacias y engaños. Así, ante la duda de si es posible una “metafísica verdadera”, la teoría epistemológica kantiana obliga a este a responder que: “por ahora, no admitimos ninguna”. 

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