La Libertad en John Stuart Mill: Críticas y Perspectivas Contemporáneas

Este documento presenta una posición personal sobre el concepto de libertad de John Stuart Mill, abordando tanto defensas a críticas comunes como nuevas objeciones y una propuesta final.

Defensa de Mill frente a Críticas Comunes

Podemos defender a Mill de las siguientes críticas:

  1. Se le acusa de contradecirse al defender en su utilitarismo que la felicidad era el único fin en sí misma y, ahora, hacer lo propio con la libertad.

    DEFENSA: La libertad, como la virtud, son medios para alcanzar la felicidad que, por asociación, pasan a formar parte de ella. Mill no las concibe como fines últimos independientes, sino como componentes esenciales de una vida feliz.

  2. Se argumenta que una materia tan importante como la libertad debería confiarse a los expertos y no a la mayoría.

    DEFENSA: Mill nos previene tanto de la tiranía de la mayoría como de la falibilidad de los expertos, que suele conducir a la imposición intransigente de sus apreciaciones, suprimiendo la libertad individual y condenando a la infelicidad. Su enfoque prioriza la autonomía individual frente a cualquier forma de imposición, sea popular o elitista.

Precisiones y Críticas al Concepto de Libertad de Mill

Agradeciéndole el gigantesco paso dado en pro de la libertad individual, no podemos dejar de precisar que:

  1. Su principio utilitarista del perjuicio es impreciso al no establecer un límite claro entre lo ofensivo y lo perjudicial, por lo que su aplicación de este límite está condicionada por las consideraciones políticas y morales propias y de la sociedad de la que formaba parte.

    Por esta razón, en el ámbito político internacional, parece justificar el “paternalismo estatal” con los pueblos incivilizados, tan propio de la Inglaterra victoriana y que aún hoy día se utiliza para justificar la intromisión de algunos países en asuntos ajenos sin que haya existido o exista un criterio claro e inequívoco para legitimar tal intervención.

    En el ámbito moral, establece que comportamientos “legales” se vean relegados a la clandestinidad o a la esfera de la privacidad cuando no perjudican, aunque puedan resultar ofensivos. El argumento de la madurez del individuo para no dejarse seducir por determinadas prácticas y su inmadurez en otros casos, resulta inadmisible y parece obedecer tan solo al grado de aceptación personal o social de las distintas conductas.

  2. Aunque es elogiosa su preocupación por librar al individuo de las trabas sociales que imposibilitan su libertad, no repara en que la existencia de una verdadera libertad precisa de igualdad social.

    Aunque valoremos muy positivamente su exigencia de la libertad judicial y educativa, de la que lamentablemente aún hoy día tenemos tanta necesidad, su exigencia de que el Estado no controle el mercado laboral y financiero —tan propia del liberalismo de su época y que condujo al “capitalismo agresivo” del siglo XIX— no es compatible con la exigencia al Estado de preservar la libertad individual. Porque en el “libre mercado” no existe igualdad real entre los propietarios de los medios de producción y los asalariados, entre burgueses y proletarios.

    Hoy sabemos eso, y si el capitalismo actual ha suavizado la situación de la que disfruta una nueva clase media, ha sido como consecuencia de un cierto control estatal por medio de leyes que salvaguarden los derechos inalienables de los trabajadores. Esta nueva situación no es extensible a todos los países ni a todos los individuos de un mismo país, por lo que el liberalismo económico no se ha mostrado —aunque podrían discutirse las ventajas e inconvenientes de otras fórmulas— como un programa válido para alcanzar los objetivos previstos por Mill.

    Por otra parte, el control de la natalidad, atendiendo a criterios económicos individuales, aunque hoy subsista en determinados países, no deja de ser discriminatorio.

  3. Por último, parece que Mill no tiene en cuenta —aunque en su descargo ha de decirse que no contaba con los numerosos ejemplos que la historia nos ha proporcionado desde entonces— que el Estado debe recortar la libertad de expresión y acción individual que, resultando solo ofensiva en el momento de su ejercicio, pueda generar un perjuicio futuro para no vernos expuestos a las consecuencias derivadas de la paradoja de la democracia o de la intolerancia.

    Por ello, debería prohibir toda manifestación intolerante y antidemocrática, porque los efectos seductores que ejerce sobre la población pueden acabar con el proyecto de libertad que ha diseñado. Al menos, hasta que el ser humano haya alcanzado el pleno desarrollo moral, como Mill vaticinaba, si eso es posible.

Propuesta: Hacia una Sociedad Abierta

Ante la imposibilidad de poder contar con gobernantes perfectos y desconfiando del optimismo histórico de Mill, propongo una sociedad abierta:

  1. Preocupada por la instrucción y educación moral de la ciudadanía.
  2. Respetuosa al máximo con las libertades individuales.
  3. Caracterizada por la división de poderes y el control de su independencia.
  4. Garantizadora de la igualdad social.
  5. Intolerante con los intolerantes.

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