El Fundamento del Conocimiento en Descartes: Método, Duda y Certeza Racional

El Método Cartesiano

Conocidas las dos operaciones básicas de la razón (intuición y deducción) y su modo propio de conocer, Descartes procede a elaborar el método, el cual define como: “Entiendo por método [unas] reglas ciertas y fáciles, tales que todo aquel que las observe exactamente no tome nunca algo falso por verdadero, y, sin gasto alguno de esfuerzo mental, sino por incrementar su conocimiento paso a paso, llegue a una verdadera comprensión de todas aquellas cosas que no sobrepasen su capacidad”. Descartes se muestra muy insatisfecho con su formación, excepto por las matemáticas. Deja claro que la verdad no se obtiene acumulando ideas consideradas verdaderas, ni son garantías de verdad la antigüedad de un saber, ni la unanimidad de una opinión. Para Descartes, la única garantía de verdad es el método, y solo encuentra un modelo de certeza en las matemáticas. Las matemáticas, para Descartes, son el modelo del método empleado para conseguir conocimientos verdaderos. Por eso se inspira en la lógica, el análisis geométrico de los antiguos y el álgebra de los modernos. Aunque estos tienen defectos que es necesario corregir, y así nos dice: “Lo cual fue la causa de que pensase que había que buscar algún otro método que, comprendiendo las ventajas de esos tres, quedase exento de sus defectos”. Lo que se busca es un método universal que, si se extendiese a todas las otras ciencias, les rendiría los mismos resultados que en las matemáticas, esto es, la obtención de conocimientos verdaderos. Descartes afirma que la razón es única; de ahí que el saber sea único y, por tanto, deba haber un único método para alcanzar la sabiduría. Descartes defiende la idea de una ciencia unificada y universal: la “Mathesis Universalis”.

Los Cuatro Preceptos del Método

Se formulan en el Discurso del Método los cuatro preceptos, tan simples y universales que permiten su aplicación a cualquier ciencia:

a) La Evidencia

Este precepto destaca dos elementos importantes. En primer lugar, el aviso con el que parte: evitar la precipitación y la prevención, pues son dos causas de errores.

  • La precipitación consiste en aceptar como evidente lo que es confuso y oscuro, por no haber procedido a una clarificación suficiente.
  • La prevención es el error contrario: no aceptar como evidente aquello que es claro y distinto.

Ambas son actitudes que llevan al error. Ahora bien, el error no es de la razón —que, bien utilizada, puede encontrar la verdad—, sino de la voluntad, que se decide precipitadamente a aceptar como verdadero aquello sobre lo que aún no tiene certeza absoluta. En segundo lugar, formula el criterio de verdad, estableciendo la claridad y la distinción como notas características de las ideas o naturalezas simples.

  • La claridad es la nítida presencia de un conocimiento en la mente.
  • La distinción es el hecho de estar perfectamente singularizado, separado de todo lo demás, sin que contenga nada que pertenezca a otro.

b) El Análisis

El segundo precepto consiste en “dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como fuese posible y en cuantas requiriese su mejor solución”. A partir de las ideas o naturalezas simples, captadas por intuición, se levantará todo el edificio del conocimiento.

c) La Síntesis

La tercera regla es la síntesis, que consiste en “conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente”. En este proceso interviene el segundo modo del conocimiento o segunda operación fundamental del entendimiento: la deducción. Como ya hemos visto, es una cadena ordenada de evidencias que parte de las ideas claras y distintas para llegar al conocimiento de lo más complejo.

d) La Enumeración

El cuarto precepto es la enumeración. Consiste en “hacer en todos unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada”. La pretensión final de estas enumeraciones es extender la evidencia de la intuición a la deducción, asegurando la continuidad y completitud de la cadena deductiva.

Los dos procesos del conocimiento, el análisis y la síntesis, se corresponden respectivamente con los dos modos de conocer del entendimiento: la intuición (captación inmediata de las naturalezas simples) y la deducción (inferencia necesaria a partir de lo ya conocido con certeza). Este método es, pues, el único adecuado para la razón y para su forma natural de conocer.

La Duda Metódica y el Cogito

El objetivo de Descartes, como ya hemos visto, es encontrar verdades absolutamente ciertas sobre las cuales no sea posible dudar en absoluto, verdades que permitan fundamentar el edificio del conocimiento verdadero con absoluta garantía. El primer paso, por tanto, debe ser dudar de todo lo que creemos y rechazar inicialmente todo aquello de lo que sea posible dudar. La sola posibilidad de dudar ya será motivo suficiente para que una opinión quede rechazada y en suspenso hasta ver si se ajusta al criterio de evidencia. Este primer paso se denomina duda metódica, porque es resultado de la aplicación del primer precepto del método: no admitir jamás ninguna cosa como verdadera en tanto no la conociese con evidencia. El objetivo es encontrar, entonces, una verdad que pueda ser el punto de partida del edificio del conocimiento.

Motivos de Duda

a) Duda sobre la fiabilidad de los sentidos

A veces, los sentidos nos engañan. Efectivamente, existe un gran número de ilusiones y alteraciones perceptivas; estos son hechos innegables. Ahora bien, las experiencias del engaño nos han de llevar a concluir que el conocimiento proporcionado por los sentidos es, como mucho, probable, y lo probable no es lo absolutamente verdadero. Por el contrario, lo probable es altamente dudoso y no se le debe conceder más credibilidad que a lo falso. No olvidemos que Descartes busca una primera verdad absolutamente cierta, sobre la que no pueda dudarse jamás, para iniciar, a partir de ella y por deducción, la construcción del resto del conocimiento.

b) La dificultad de distinguir la vigilia del sueño

A veces tenemos dificultad para distinguir el sueño de la vigilia. Esto nos permite pensar que podríamos estar dormidos y que las percepciones sobre nuestro propio cuerpo no son más que representaciones del sueño. Este segundo motivo de duda llega mucho más lejos: no solo debemos dudar de que las cosas sean como las vemos, sino de la misma existencia de las propias cosas y de sus cualidades primarias (como la extensión), que son el objeto de estudio de la ciencia física. En suma, este motivo de duda nos lleva a rechazar la seguridad sobre la existencia de nuestro propio cuerpo y del mundo material.

c) La hipótesis del Genio Maligno

Descartes lleva la duda a su máxima radicalidad con la hipótesis de un genio maligno, “artero, engañador y poderoso”, que empleara toda su industria en engañarle. Nada le impide pensar, en efecto, que haya sido creado por tal genio de manera que su entendimiento se equivoque necesariamente incluso cuando piensa que ha alcanzado la verdad más evidente, como las verdades matemáticas. Es una hipótesis improbable, pero metodológicamente útil para universalizar la duda. Lo realmente importante de este tercer momento de la duda es que afecta a las verdades matemáticas mismas. Recapitulando: la duda radical exigida por el método le ha llevado a rechazar el conocimiento en su totalidad, desde las percepciones sensibles, pasando por la existencia del mundo, hasta las mismas verdades matemáticas. No obstante, no debemos perder de vista que esta duda es provisional y metódica; es decir, un camino para obtener la verdad absoluta y no una vía hacia el escepticismo, que es precisamente lo que pretende rebatir.

El “Cogito, ergo sum”: La Primera Verdad

La duda metódica no lleva a Descartes al escepticismo. Por el contrario, será de la duda radical, precisamente, de donde extraerá la primera certeza absoluta: la existencia del sujeto que piensa, verdad que expresa en su célebre formulación: “Cogito, ergo sum” (pienso, luego existo). En resumidas cuentas, todo lo que pienso puede ser falso; puedo dudar de que el mundo exista, de que tenga cuerpo, incluso de que las verdades matemáticas sean ciertas si un genio maligno me engaña. Pero de lo que no cabe duda alguna es del hecho de que yo dudo, de que yo pienso. Para dudar, para ser engañado, necesito existir como algo que piensa. Mi existencia como sujeto pensante está, pues, más allá de cualquier posibilidad de duda, y esta proposición absolutamente verdadera es la primera verdad.

Para Descartes, el “cogito, ergo sum” es una verdad inmediata conocida por la intuición. El cogito es una experiencia única en la que se capta de forma inmediata la relación necesaria entre el pensar y el ser, la simultaneidad necesaria entre el pensamiento y la existencia. Es la primera verdad porque es resultado de la intuición y porque, además, posee las dos características esenciales de toda verdad evidente: la claridad y la distinción. Esta primera verdad no solo nos informa de la existencia del sujeto, sino que también aporta conocimiento sobre qué es ese yo: una cosa que piensa (res cogitans). Pero el cogito es algo más que la primera verdad: es también el modelo de toda verdad. Todo aquello que se perciba con la misma claridad y distinción que el cogito será verdadero.

La Teoría de las Ideas y la Existencia de Dios

Una vez establecida la existencia del yo pensante, Descartes deberá enfrentarse al problema de deducir la existencia de la realidad extramental, es decir, del mundo de las cosas materiales. El problema lo podemos formular de la siguiente manera: ¿cómo demostrar la existencia de la realidad extramental partiendo exclusivamente de la existencia del pensamiento? La respuesta a este problema la da mediante su teoría de las ideas, en la que afirma que el pensamiento no recae directamente sobre las cosas, sino sobre las ideas. Las ideas son como una representación o imagen de las cosas en la mente.

Descartes, al haber colocado la idea como objeto del pensamiento, solo tiene certeza de la existencia mental de esa idea (su realidad formal como acto de pensar), pero no tiene ninguna certeza de que el contenido de esa idea (su realidad objetiva) tenga un correlato extramental. En suma, se ha vuelto problemática la existencia de las cosas que pensamos. Pongamos un ejemplo: si yo pienso el mundo, lo que realmente pienso es la idea de mundo, mundo cuya existencia no ha sido demostrada, pues hasta ahora lo único que se ha demostrado y que sé con absoluta certeza es que mi idea de mundo existe en mi pensamiento.

Las ideas, en tanto que actos mentales o modos de pensamiento (realidad formal), son todas iguales. Pero en tanto que representaciones de cosas, es decir, en su contenido (realidad objetiva), son diferentes, pues unas representan unas cosas y otras, otras cosas. Descartes distingue tres tipos de ideas según su origen:

a) Ideas Adventicias

Son aquellas que parecen provenir del exterior, siendo su causa la percepción sensible. Ejemplos de estas ideas son el calor, la suavidad, la rugosidad, los colores, los sonidos, etc.

b) Ideas Facticias

Son aquellas que la mente construye o fabrica a partir de otras. Podemos decir que son ideas creadas por la imaginación; por ejemplo, las ideas de centauro, sirena, quimera, etc.

Estos dos tipos de ideas, adventicias y facticias, son obviamente rechazadas por Descartes como punto de partida para demostrar la realidad extramental, ya que no garantizan la existencia de sus objetos fuera de la mente o podrían ser engañosas.

c) Ideas Innatas

Estas ideas son pocas pero muy importantes. Son las ideas que el pensamiento posee por sí mismo, connaturales a la razón. La razón posee una predisposición natural a formarlas, no son fruto de la experiencia ni de la imaginación. Ejemplos: la idea de pensamiento, la idea de existencia, la idea de infinito. Entre las ideas innatas, Descartes descubre la idea de Perfección-Infinito, que identifica inmediatamente con la idea de Dios. Para demostrar que la idea de Infinito es innata, desecha la posibilidad de que sea adventicia (no podemos tener experiencia sensible de la infinitud) o facticia (un ser finito e imperfecto como yo no puede crear de la nada la idea de un ser infinito y perfecto). Y si la idea de Infinito es la idea de Dios (pues es el único ser del que se puede concebir tal predicado), concluye que la idea de Dios es una idea innata.

Argumentos para la Demostración de la Existencia de Dios

La idea innata de Dios será crucial para salir del solipsismo del yo pensante y para fundamentar la existencia del mundo exterior. Descartes ofrece varias pruebas:

a) Argumento de la causalidad de la idea de Ser Infinito (Argumento Gnoseológico o por la Idea de Infinito)

Este argumento se basa en dos apoyos: 1º La teoría de la realidad objetiva de las ideas: toda idea tiene una realidad objetiva (contenido representativo) que requiere una causa con, al menos, tanta realidad formal (existencia en sí misma) como realidad objetiva posee la idea. 2º La aceptación del principio de causalidad: “de la nada, nada viene”. La idea, como realidad objetiva o representación de una cosa, ha de tener una causa real que sea proporcional a la realidad objetiva contenida en la idea. Así, y este es el argumento, la idea de un ser infinito y perfecto (Dios) que encuentro en mí no puede haber sido causada por mí mismo, puesto que yo soy un ser finito e imperfecto. Por tanto, debe existir un ser infinito y perfecto que sea la causa de esta idea en mí: Dios.

b) Argumento de Dios como causa de mi ser (Argumento de la Contingencia o por la Causalidad Aplicada al Yo)

En mi mente hay una idea de perfección infinita. Yo, que poseo esta idea, existo. Si yo fuese la causa de mi propio ser y de la realidad objetiva de la idea de perfección que poseo, mi realidad formal o en acto debería ser proporcional a esa idea; es decir, me habría dado a mí mismo todas las perfecciones que concibo en la idea de Dios (y es evidente que no las poseo, pues dudo, soy imperfecto y finito). Por tanto, si poseo la idea de perfección y no poseo la perfección que pudiera ser su causa, yo no puedo ser la causa de esa idea ni de mi propio ser. De esto se desprende que la causa de mi ser (finito e imperfecto que alberga la idea de un ser perfecto) y de mi idea de perfección es alguien tan perfecto, al menos, como la idea de perfección que yo poseo, y que la ha puesto en mí. Este ser no puede ser más que Dios, quien me ha creado y ha puesto en mí la idea de sí mismo como la marca del artífice en su obra.

c) El Argumento Ontológico

Fue formulado por primera vez por San Anselmo de Canterbury en el siglo XI. Fue rechazado por Santo Tomás de Aquino, retomado por Descartes, criticado posteriormente por Kant y, en la actualidad, algunos filósofos analíticos contemporáneos han vuelto a considerarlo. San Anselmo lo formula del siguiente modo: todos los hombres tienen una idea de Dios, entendiéndolo como “aquello mayor que lo cual nada puede ser pensado”. Si tal ser solo existiera en el entendimiento, podría pensarse uno mayor (que existiera también en la realidad), lo cual es contradictorio. Por tanto, Dios existe no solo en el pensamiento, sino también en la realidad. Descartes lo adapta: la idea de un ser sumamente perfecto (Dios) implica necesariamente su existencia, ya que la existencia es una perfección, y no se puede concebir un ser sumamente perfecto al que le falte la perfección de existir. Así como a la esencia del triángulo le pertenece que sus ángulos sumen dos rectos, a la esencia de Dios le pertenece el existir.

Dios como Garantía de la Verdad

Una vez demostrada la existencia de Dios y reconocida su naturaleza (perfecta, omnipotente, buena), puede afirmarse su bondad y veracidad. Dios, al ser todopoderoso y sumamente bueno, elimina la hipótesis del genio maligno engañador. Pues pretender engañar, razona Descartes, no es una muestra de perfección, sino de todo lo contrario, una imperfección, lo cual es incompatible con la naturaleza de Dios. Dios no podrá consentir el engaño permanente cuando usamos correctamente nuestra razón. Para Descartes, Dios es el autor de nuestro ser y de nuestras facultades de conocimiento. Dios, como ser perfecto, es su creador, por lo que se convierte en la garantía de verdad de nuestras ideas claras y distintas. Dios es un ser perfecto y no puede inducirnos al error (cuando usamos bien la razón), pues el engaño es una imperfección y contradice su naturaleza divina. En suma, la primera regla del método (la evidencia) y su criterio de verdad (claridad y distinción) solo alcanzan plena validez y fiabilidad objetiva gracias a la existencia de Dios como garante.

El Concepto de Sustancia en Descartes

Descartes ha descubierto tres ámbitos de la realidad o sustancias: Dios (o res infinita, el ser infinito y veraz), el yo (o res cogitans, la cosa pensante) y las cosas materiales (o res extensa).

Tomada en sentido estricto, la definición de sustancia (“aquello que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra cosa para existir”) solo es aplicable a Dios, pues es el único ser absolutamente independiente. Sin embargo, Descartes considera que, por analogía, puede ser aplicada a todos aquellos otros seres de los que percibimos con claridad y distinción que no necesitan de ninguna otra cosa para existir, excepto del concurso ordinario de Dios para ser conservadas en la existencia. Estos son dos: el yo o alma (sustancia pensante) y los cuerpos materiales (sustancia extensa), que son mutuamente independientes en su esencia y no se necesitan el uno al otro para existir.

Descartes distingue, por tanto, dos tipos de sustancias creadas: la sustancia pensante (res cogitans), cuyo atributo esencial es el pensamiento, y la sustancia extensa (res extensa), cuyo atributo esencial es la extensión (longitud, anchura y profundidad). Estas son las dos únicas sustancias creadas que, aunque dependen de Dios para su existencia, son independientes e irreductibles entre sí.

Atributos y Modos de las Sustancias

Cada sustancia tiene un atributo principal que constituye su esencia, y diversos modos o maneras de ser de ese atributo. El atributo de la res cogitans es el pensamiento (dudar, entender, afirmar, negar, querer, imaginar, sentir). El atributo de la res extensa es la extensión en longitud, anchura y profundidad. Sus modos son la figura, el movimiento, la posición, etc.

Descartes, siguiendo las enseñanzas de Galileo, procede a diferenciar entre cualidades primarias y cualidades secundarias de la sustancia extensa. Nos dice que lo único que tiene realidad objetiva en los cuerpos es aquello que percibimos con claridad y distinción. Solo poseen estas características las cualidades primarias, es decir, las cualidades que pueden expresarse matemáticamente y son inherentes a la extensión: la extensión misma (longitud, anchura y profundidad, o volumen), el movimiento y la figura. Estas cualidades (primarias) existen objetivamente en los cuerpos, independientemente del sujeto que las percibe. Las cualidades secundarias, sin embargo, como el olor, el color, el calor, el sonido, el sabor, etc., no existen objetivamente en las cosas tal como las percibimos, sino que son apreciaciones subjetivas, producto de la interacción entre los cuerpos (con sus cualidades primarias) y nuestros sentidos. Descartes, pues, limita el verdadero conocimiento científico del mundo (la física) al estudio de las cualidades primarias.

La Explicación Mecanicista del Mundo

Esta teoría concibe la naturaleza como una gran máquina, un sistema de materia en movimiento regido por leyes mecánicas. Los movimientos son resultados automáticos de otros movimientos, que se transmiten de cuerpo a cuerpo mediante una acción recíproca (choque y empuje). Dios ha creado el universo dotando a la materia inerte (identificada con la extensión) de una cantidad inicial de movimiento que se conserva constante en el universo (principio de conservación del movimiento). La materia extensa es, en principio, divisible indefinidamente, y sus diversas configuraciones y movimientos dan lugar a todas las clases de seres materiales existentes. No existe, pues, diversidad cualitativa de materias; esta es única (extensión) y común a todos los seres corpóreos. La física cartesiana es, en resumidas cuentas, una física exclusivamente de la cantidad (extensión) y del movimiento local, los cuales pueden representarse geométricamente y expresarse matemáticamente. La interpretación mecanicista abarca a todo el universo material, por lo que también está incluido en esta explicación el mundo orgánico (plantas y animales, considerados complejos autómatas). La inclusión del ser humano, al menos en su aspecto material (el cuerpo, que es res extensa), plantea el problema de la libertad, ya que el cuerpo estaría sometido al determinismo mecanicista.

Dualismo Antropológico y la Libertad

Descartes sostiene un dualismo antropológico radical: el ser humano es un compuesto de dos sustancias distintas e independientes: el alma (res cogitans, inmaterial e inextensa) y el cuerpo (res extensa, material y espacial). La relación entre alma y cuerpo, aunque íntima (Descartes dice que el alma no está en el cuerpo como un piloto en su navío, sino más estrechamente unida), es problemática y se describe a menudo como un combate entre los apetitos naturales o pasiones (propias del cuerpo) y la razón y la voluntad (facultades propias del alma).

Las Pasiones del Alma

Las pasiones son percepciones, sentimientos o emociones que se dan en nosotros y que afectan al alma, pero cuyo origen no se encuentra en ella, sino en el cuerpo. Son causadas por los “espíritus animales” (finísimas partículas de sangre) que, a través de los nervios, transmiten los movimientos del cuerpo al cerebro (en particular, a la glándula pineal, donde Descartes sitúa el punto de interacción entre alma y cuerpo) y de ahí afectan al alma. Al ser generadas por el cuerpo, las pasiones se caracterizan por ser:

  • Involuntarias: no dependen directamente del alma racional.
  • Irracionales: no siempre son acordes a los dictados de la razón, aunque no son necesariamente malas en sí mismas.

La fuerza del alma consistirá, precisamente, en tratar de conocerlas, controlarlas y dirigirlas mediante la voluntad y el juicio recto, para que sirvan a la felicidad y la virtud. Para Descartes, las pasiones no son siempre malas; muchas son útiles y necesarias para la vida y la conservación del cuerpo. Sin embargo, su exigencia de ser satisfechas de forma inmediata, sin más consideración, puede obligar a la voluntad a una lucha para encauzarlas racionalmente.

La Libertad

Para Descartes, la libertad solo puede residir en el alma (res cogitans), porque al no ser una sustancia extensa, no está sometida al determinismo de las leyes necesarias de la mecánica que rigen el cuerpo. El alma tiene dos facultades principales: el entendimiento (facultad de conocer) y la voluntad (facultad de elegir o querer). El entendimiento es la facultad de pensar, de tener intuiciones de las verdades claras y distintas y de formar juicios; es finito. La voluntad, por su parte, es la facultad de afirmar o negar, de elegir entre diversas opciones; Descartes la considera infinita (o al menos, no experimentamos en ella límites como en el entendimiento) y la identifica con la libertad. Es en la voluntad donde reside la posibilidad del error (cuando la voluntad asiente a ideas que no son claras y distintas, presentadas por un entendimiento limitado) y también la grandeza del ser humano, capaz de elegir el bien y la verdad.

La Moral Provisional

Mientras Descartes se dedica a la tarea de dudar de todo para reconstruir el saber sobre bases firmes, surge una preocupación práctica: ¿qué principios morales van a guiarle en la vida diaria mientras no encuentre principios éticos absolutamente ciertos y fundamentados racionalmente? Porque, en efecto, podemos suspender nuestros juicios teóricos, pero no nuestros actos; no podemos dejar de tomar decisiones en la vida cotidiana. El problema, pues, es cómo tomar decisiones y llevarlas a cabo en la vida práctica diaria sin caer en la irresolución o el amoralismo (la ausencia de toda moral).

Descartes expone su moral provisional en la tercera parte del Discurso del Método, y con ella busca suplir la ausencia momentánea de una moral definitiva basada en certezas. Esta moral debe entenderse como un “mientras tanto”, hasta que alcance la certeza en el conocimiento metafísico que pueda fundamentar una moral definitiva: como no se puede permanecer irresoluto en la vida práctica, es necesario establecer unas normas provisionales que permitan actuar correctamente.

Las Máximas de la Moral Provisional

  1. Obedecer las leyes y costumbres de mi país, conservar constantemente la religión en la que Dios me ha concedido la gracia de ser instruido desde mi infancia, y regirme en todo lo demás con arreglo a las opiniones más moderadas y más apartadas del exceso que fuesen comúnmente aprobadas en la práctica por los más sensatos de aquellos con quienes tendría que vivir.
  2. Ser lo más firme y resuelto posible en mis acciones y seguir con no menos constancia las opiniones más dudosas, una vez que me hubiese determinado a ello, como si hubieran sido muy seguras. Esto se asemeja al caminante perdido en un bosque que, aunque no sepa cuál es la dirección correcta, debe elegir una y seguirla constantemente para no dar vueltas en el mismo sitio.
  3. Procurar vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, y cambiar mis deseos antes que el orden del mundo; y, en general, acostumbrarme a creer que nada hay que esté enteramente en nuestro poder, sino nuestros propios pensamientos, de suerte que después de haber obrado lo mejor que hemos podido, en lo tocante a las cosas exteriores, todo lo que nos falta para conseguirlo es, con respecto a nosotros, absolutamente imposible.
  4. Como conclusión de esta moral, y sin querer prejuzgar las ocupaciones de los demás, pensé que no podía hacer nada mejor que dedicar toda mi vida al cultivo de mi razón y adelantar cuanto pudiera en el conocimiento de la verdad, según el método que me había prescrito.

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