La Filosofía de Nietzsche: Conocimiento, Moral, Superhombre y Voluntad de Poder

Friedrich Nietzsche: Pensamiento Filosófico

1. El Problema del Conocimiento

Para la cultura europea tradicional, conocer consiste en alcanzar la realidad verdadera que supuestamente se esconde detrás de las apariencias. Esta concepción se remonta a Platón, quien dividió la realidad en dos ámbitos:

  • Mundo sensible: El mundo percibido por los sentidos, caracterizado por ser cambiante y aparente.
  • Mundo inteligible: El mundo abstracto y racional, donde residen las auténticas realidades o Ideas, inmutables y eternas.

Así, Platón estableció que el conocimiento verdadero se capta únicamente a través de la razón, buscando conceptos abstractos universales que definieran la multiplicidad del mundo físico. A esta línea de pensamiento se unieron otros autores como Aristóteles o Descartes, que intentaban definir la realidad como algo absoluto. La ciencia moderna también adoptó esta postura al formular leyes matemáticas como elementos universales aplicables a todos los fenómenos.

Nietzsche se distancia radicalmente de esta idea, negando la existencia de una realidad suprema y abstracta donde residan conceptos universales.

Para él, la intuición es la única facultad humana que permite captar de forma directa la realidad sensible. Este conocimiento revela que todo lo existente son individuos particulares en continua transformación.

El origen de la creación de conceptos abstractos, según Nietzsche, está ligado al uso de la metáfora, unida a la creatividad de los poetas de la antigua Grecia. El problema surge cuando el uso repetido de estas metáforas lleva a postular un ámbito de verdades universales inmutables y una dimensión trascendente de la realidad. Al fijar una supuesta verdad absoluta, el ser humano olvida el origen poético y creativo de estos conceptos.

A esta falsa creación conceptual han contribuido filósofos y científicos, al confundir las metáforas e imágenes con una supuesta descripción objetiva de la realidad verdadera. El positivismo se sumó a esta confusión al declarar la ciencia como único garante de la verdad por su carácter experimental.

Nietzsche considera que la ciencia no es un camino privilegiado hacia el saber. Su única aspiración legítima es mejorar y potenciar la vida. Para Nietzsche, conocer es proponer una forma imaginativa y poética de recrear el mundo circundante.

Desde esta perspectiva, el arte es una forma de conocimiento mucho más rica y valiosa que la ciencia, porque nos proporciona imágenes continuamente renovadas para expresar el perpetuo devenir de la realidad.

La verdad no es única ni absoluta; es siempre un punto de vista sobre la realidad, una perspectiva. Por ello, Nietzsche defiende el perspectivismo gnoseológico, que sostiene la imposibilidad de una verdad absoluta, ya que todo conocimiento depende del punto de vista del sujeto.

El error fundamental del conocimiento occidental, por lo tanto, comienza con Platón al dividir el mundo en dos y considerar verdadero únicamente el mundo de las esencias. Para Nietzsche, la única realidad existente es la que se capta con los sentidos, la vida misma en su devenir.

2. El Problema de la Moral o la Ética

La crítica moral de Nietzsche se dirige fundamentalmente contra la moral judeo-cristiana, ya que esta también divide la realidad en dos esferas:

  • El mundo terrenal: Considerado algo transitorio, secundario y fuente de pecado.
  • El Cielo o Más Allá: Postulado como la auténtica y verdadera realidad.

Para esta tradición religiosa, el ser humano solo puede unirse a Dios venciendo la tentación y sometiéndose al ascetismo, buscando que su alma sea merecedora de una vida trascendente. Nietzsche se opone frontalmente a esta idea porque provoca el desprecio a la vida terrenal. Considera que el cristianismo es el principal responsable de la pérdida de confianza en la vida, causando la decadencia de Occidente. En su obra “La genealogía de la moral”, Nietzsche aplica un método genealógico para desentrañar el origen y los valores morales de Occidente.

Sostiene que los valores actuales tienen su origen en motivos ocultos que impulsaron su aparición. Para Nietzsche, el origen de la moral primigenia se encuentra en los valores representados por los héroes homéricos (como los de la Ilíada), asociados a lo dionisíaco (del dios Dionisos): la fuerza, el valor, la belleza, la astucia; en suma, todo lo relacionado con vivir una vida física intensa y apasionada.

Vivir de esta manera implica aceptar tanto los momentos de plenitud como la dimensión trágica y sombría de la existencia. A esto, Nietzsche lo denomina “moral de señores”. En ella, lo bueno se identifica con lo noble, fuerte y vigoroso, y se opone a lo malo, entendido como lo débil, enfermizo y cobarde.

El señor afronta su vida física como única y la vive apasionadamente, disfrutando de los placeres terrenales y siendo consciente de los problemas y sufrimientos inherentes a ella. No huye ante el dolor o la adversidad, sabe que son parte de la vida y los afronta viviéndola plenamente.

Sin embargo, los señores son pocos. La mayoría de los seres humanos, según Nietzsche, asumen la “moral de esclavos”, viviendo una vida condicionada por su creencia en un más allá, lo que les lleva a renunciar a afrontar y valorar esta vida.

Inicialmente, predominaron los fuertes, nobles y orgullosos, aquellos que encarnaban la moral de señores. Pero, debido al resentimiento de los débiles, se produjo una inversión: los valores de los señores, que perjudicaban a los débiles, fueron modificados y condenados.

En tiempos de Sócrates y Platón, se empezó a condenar lo simbolizado por Dionisos y se adoptó como modelo al dios Apolo (símbolo de la luz, el orden, la razón y la mesura). Esto provocó que la vida heroica y pasional comenzara a verse con desconfianza. Sócrates y Platón condenaron los valores vitales de los héroes y promovieron una nueva moral basada en la moderación, la prudencia y el control de las pasiones, como preparación para otro mundo (consolidando la moral de esclavos).

Posteriormente, el Cristianismo consolidó esta inversión, logrando que los débiles se impusieran a los fuertes al condenar todas las pasiones vitales de los señores, convirtiéndolas en pecado.

Por ello, Nietzsche considera necesario destruir esta moral tradicional y afirmar la importancia radical de esta vida física. Propone una transvaloración de todos los valores para recuperar los valores afirmativos de la moral de señores.

La escala de valores dominante es, para él, producto del resentimiento y la envidia de los débiles hacia los fuertes. En lugar de ser valientes para vivir su propia vida, prefirieron crear una moral que justificara su debilidad y condenara a quienes osaran vivir de forma diferente.

Por eso, Nietzsche proclama la necesidad de acabar con el símbolo central de esta moral: Dios. Su famosa frase “Dios ha muerto” significa que los propios seres humanos, con el desarrollo de la razón y la crítica, han destruido la base de la creencia en Dios y en los valores absolutos que representaba.

Con la muerte de Dios, el creyente se siente perdido, pues ha perdido el fundamento de sus valores. Cae en el nihilismo: una etapa de pérdida de sentido y confusión en la que la vida parece carecer de valor. Sin embargo, esta fase es necesaria, ya que permite desprenderse de las antiguas mentiras y emprender un nuevo rumbo vital.

De esta crisis puede surgir el superhombre.

3. El Problema del Ser Humano

La propuesta vitalista de Nietzsche busca establecer nuevos valores que afirmen la vida y supongan una nueva manera de vivir. Para ello, es fundamental adueñarse de la propia existencia y reconocer su valor intrínseco.

El valor más importante es la voluntad de poder, una fuerza fundamental que todos los seres vivos poseen y que les impulsa a crecer, superarse, dominar y vivir la vida de forma intensa, persiguiendo su autoafirmación y afrontando los riesgos y peligros.

La transvaloración de los valores que propone Nietzsche parte de la aceptación radical de la vida tal y como es, con su alegría y su dolor, su creación y su destrucción.

Para ello, el individuo debe comprender y abrazar la idea del eterno retorno: la hipótesis de que todos los acontecimientos de la vida se repetirán eternamente, de forma idéntica a como se viven por primera vez. Esta idea confiere a cada instante y a cada decisión personal un valor extraordinario, ya que sus consecuencias resuenan infinitamente.

El eterno retorno provoca un sentimiento de vértigo ante la enorme responsabilidad que implica. De la superación de este vértigo surgirá el superhombre (Übermensch), el individuo capaz de asumir esta responsabilidad, crear sus propios valores y vivir afirmando plenamente la vida y el eterno retorno.

Los valores que atesora el superhombre son la fuerza creadora, la voluntad de poder y la afirmación incondicional de la vida. Este superhombre todavía no ha aparecido en la Tierra; es un ideal hacia el que la humanidad puede tender.

Para que aparezca, el espíritu humano debe pasar por tres transformaciones:

  1. El camello: Representa al espíritu humano actual, doblegado por la carga de los valores tradicionales contrarios a la vida (el «tú debes» impuesto por la moral y la religión).
  2. El león: Simboliza el espíritu que se rebela, destruye los viejos valores (dice «yo quiero») y conquista su libertad. Es la fase crítica y nihilista.
  3. El niño: Representa al espíritu que, una vez liberado de las cargas del pasado, crea desde la inocencia y el juego nuevos valores (dice «yo soy»). Es capaz de inventar una nueva manera de vivir, libre de ataduras, proponiendo valores basados en la afirmación de la vida.

El niño es la prefiguración del superhombre.

4. El Problema de Dios

Nietzsche cuestiona el concepto tradicional de verdad objetiva y absoluta, afirmando que solo existen interpretaciones y perspectivas. Compara la labor del filósofo con la de un médico cultural, cuya función es diagnosticar el estado de salud de una civilización a partir de sus síntomas (sus valores).

El diagnóstico de Nietzsche sobre la cultura europea de su tiempo es que está enferma, en decadencia. Los valores dominantes (como el amor cristiano, la compasión entendida como debilidad) son, desde su perspectiva vitalista, valores decadentes. El síntoma principal de esta enfermedad es que el hombre occidental ha perdido la fe en el valor supremo que fundamentaba todos los demás: Dios.

Nietzsche es testigo y Heraldo del acontecimiento de la “muerte de Dios”. Su crítica a la religión se basa en que esta, al postular la existencia de otro mundo superior, devalúa la vida terrenal y material, abandonando los valores vitalistas.

Según el filósofo, la moral judeo-cristiana es una moral de rebaño, que reduce al individuo a seguir criterios externos y contrarios a sus impulsos vitales. De ahí su insistencia en la necesidad de destruir esta creencia y su influencia moral.

Nietzsche observa que el hombre europeo contemporáneo vive en una situación paradójica: aunque ha dejado de creer realmente en los valores de la tradición judeo-cristiana, finge seguirlos o vive como si aún tuvieran vigencia. Esto lo sume en un estado de nihilismo pasivo: la falta de convicciones auténticas, la incredulidad respecto a la verdad y los valores tradicionales, sin que surjan aún nuevos valores que ocupen su lugar.

La incapacidad de la cultura tradicional para guiar al hombre europeo lo conduce a un punto crítico, donde no tiene más remedio que buscar nuevas orientaciones y soluciones vitales. Por ello, Nietzsche considera que ha llegado el momento para que las fuerzas activas de la vida, la voluntad de poder y el devenir se afirmen en lugar de las fuerzas reactivas y negadoras que han dominado Occidente.

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