El Pensamiento de Nietzsche: Muerte de Dios, Nihilismo y Superhombre

Dios en el Pensamiento de Nietzsche

El pensamiento de Nietzsche constituye, ante todo, una deconstrucción de la tradición filosófica occidental, una tradición que se inaugura con Sócrates y que con el propio Nietzsche llega a su fin.

Nietzsche interpreta que, desde Sócrates, la tradición filosófica occidental se ha caracterizado por una voluntad o una aspiración a la nada, una negación de la vida, un nihilismo (de «nihil»: «nada»), un nihilismo que tiene su expresión en un plano metafísico, un plano moral y un plano epistemológico.

Nietzsche interpreta que la tradición platónico-cristiana se ha erigido sobre la concepción de una realidad trascendente, en la que se fundamentaba la verdad y el bien absoluto (el Bien platónico o el Dios de la tradición judeocristiana). Ahora bien, para Nietzsche, esta concepción de Dios es la máxima expresión del nihilismo de la tradición europea. Dios, para Nietzsche, resume y representa todo aquello que se opone a la vida. El ideal ascético promovido por la moral platónico-cristiana, fundado sobre la creencia de una realidad trascendente, ha despreciado el valor de la vida, y ha condenado todo aquello que fuera un signo de plenitud y vitalidad —el deseo, el instinto, la fuerza, la sexualidad— y ha santificado todo aquello que se oponía a la vida: la resignación, la represión, el celibato, el sacrificio. «Dios ha sido hasta ahora la máxima objeción contra la existencia» —afirma.

La Muerte de Dios

En La gaya ciencia, Nietzsche presenta la idea de la muerte de Dios, una idea central en el pensamiento del filósofo alemán, que será desarrollada profusamente en Así habló Zaratustra. Nietzsche presenta este acontecimiento como un acontecimiento gravísimo, cuyas profundas implicaciones apenas comienzan a entreverse: «este acontecimiento tremendo no ha llegado todavía a oídos de los hombres», «el rayo y el trueno requieren tiempo».

La muerte de Dios es, ante todo, la máxima expresión del fin de una era, del colapso de la tradición occidental, del fin de los valores que habían orientado y dado sentido a esta tradición durante siglos.

Implicaciones de la Muerte de Dios

  • En el plano metafísico: La muerte de Dios significa la superación de la oposición Mundo Real – Mundo aparente sobre la que se había erigido la tradición occidental. Implica el fin de la creencia en una realidad trascendente y la reducción de la realidad al mundo aparente que conocemos a través de los sentidos, sujeto al cambio, al devenir, a la transformación. «El mundo aparente —afirma Nietzsche— es el único que existe. El mundo “verdadero” no es más que un añadido mentiroso».
  • En el plano epistemológico: Este acontecimiento supone la crisis de la concepción de una Verdad absoluta. Que Dios haya muerto significa que no existe una verdad absoluta. La «cosa en sí» de Kant es, para Nietzsche, un contrasentido. Todo lo que existe son representaciones, perspectivas parciales de la realidad que buscan imponerse unas a otras: «no existen hechos, sólo interpretaciones».
  • En el plano moral: La muerte de Dios implica el fin de los valores morales absolutos, el fin de la concepción de un Bien real y absoluto. La muerte de Dios implica, por tanto, el inmoralismo, la ausencia de valores y de sentido: «Dios ha muerto —afirma Nietzsche— todo vale».

Así, la muerte de Dios es la expresión del fin de todo aquello que daba sentido a la tradición filosófica europea, el fin de la concepción de una Realidad trascendente, de una Verdad absoluta y de un Bien absoluto: «Algún día mi nombre se asociará al recuerdo de algo terrible, de una crisis como jamás antes la hubo en la Tierra», apunta Nietzsche en Ecce Homo. En definitiva, la Muerte de Dios es la máxima expresión del «crepúsculo de los ídolos» de occidente.

Del Nihilismo Negativo al Nihilismo Positivo

Ahora bien, esta ausencia de valores y de sentido, esta «nada», a la que se enfrenta el ser humano tras la muerte de Dios, no es el nihilismo negativo que ha caracterizado a la tradición occidental, sino un nihilismo positivo, una «nada» que posibilita una nueva creación, en la que el propio hombre debe ser superado.

Así, Zaratustra anuncia la llegada del superhombre (Übermensch) quien, situándose más allá del bien y del mal, rechaza las ilusiones de un mundo trascendente y los viejos valores y, en ausencia de un Dios creador, crea él mismo nuevos valores, valores que por fin afirman la vida. El superhombre —afirma Nietzsche— «es un nuevo comenzar», «un santo decir sí».

El Ser Humano en la Filosofía de Nietzsche

El pensamiento de Nietzsche constituye, ante todo, una deconstrucción de la tradición filosófica occidental, una tradición que se inaugura con Sócrates y que con el propio Nietzsche llega a su fin.

Así, Nietzsche interpreta que la tradición filosófica occidental, ya desde Sócrates, se ha caracterizado por una oposición a la vida, una voluntad o una aspiración a la nada, un nihilismo (de «nihil»: «nada»), que tiene su expresión en el plano metafísico, epistemológico y moral.

Para Nietzsche la tradición platónico-cristiana ha promovido valores que negaban la vida: todo lo que era un signo de vitalidad (el instinto, el deseo, la fuerza, la sexualidad) ha sido considerado inmoral y rechazado, y en su lugar se ha promovido el ideal ascético, en el que se santifica todo aquello que sea signo de debilidad: el sacrificio, la abnegación, la resignación, la castidad, la compasión. Nietzsche interpreta que este ideal es la expresión de individuos decadentes, cansados, enfermizos, que, por resentimiento hacia la vida, niegan todo aquello que sea una expresión de vida y plenitud. Son, para Nietzsche, «predicadores de la muerte»: «Atacar las pasiones es —dice Nietzsche— atacar la vida misma».

El mismo Sócrates, queriendo sacrificar un gallo a Asclepio antes de morir, parece sugerir que la vida es una enfermedad que se cura con la muerte.

La Muerte de Dios y el Nihilismo Positivo

En La gaya ciencia, Nietzsche presenta la idea de la muerte de Dios, una idea central en el pensamiento del filósofo alemán, que será desarrollada profusamente en Así habló Zaratustra. Nietzsche presenta este acontecimiento como un acontecimiento gravísimo, cuyas profundas implicaciones apenas comienzan a entreverse.

En el plano metafísico, la muerte de Dios significa la disolución de la oposición Mundo Real – Mundo aparente; el fin de la creencia en una realidad trascendente y la reducción de la realidad al mundo aparente que conocemos a través de los sentidos, sujeto al cambio, al devenir, a la transformación.

En el plano epistemológico, este acontecimiento supone la crisis de la concepción de una Verdad absoluta y el perspectivismo.

En el plano moral, la muerte de Dios implica el fin de los valores morales absolutos y el inmoralismo: la ausencia de valores y de sentido.

En definitiva, la muerte de Dios es la expresión del fin de todo aquello que daba sentido a la tradición filosófica europea, el fin de la concepción de una Realidad trascendente, de una Verdad absoluta y de un Bien absoluto, el «crepúsculo de los ídolos».

Ahora bien, esta ausencia de valores y de sentido, esta «nada», a la que se enfrenta el ser humano tras la muerte de Dios, no es el nihilismo negativo que ha caracterizado a la tradición occidental, sino un nihilismo positivo, una «nada» que posibilita una nueva creación, en la que el propio hombre debe ser superado. «El hombre es un puente y no un fin», «una cuerda tendida entre el animal y el superhombre».

El Superhombre y la Voluntad de Poder

Así, Zaratustra anuncia la llegada del superhombre (Übermensch) quien, situándose más allá del bien y del mal, rechaza las ilusiones de un mundo trascendente y los viejos valores y, en ausencia de un Dios creador, crea él mismo nuevos valores, valores que por fin afirman la vida.

El superhombre es, para Nietzsche, la máxima expresión de la voluntad de poder: fuerte, libre, independiente, creador.

En el capítulo «De las tres transformaciones», el superhombre se ve personificado en la tercera y última transformación del espíritu, el niño, símbolo de un nuevo comienzo, de la inocencia, del querer, de la ligereza, del juego, de la afirmación de la vida. Este «santo decir sí» que representa el superhombre encuentra su máxima expresión en la afirmación del eterno retorno: ama la vida hasta el punto de querer que cada instante, cada placer, cada alegría, cada dolor y cada tristeza se repitan infinitamente. «Mi fórmula para expresar la grandeza en el hombre es amor fati: el no querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el futuro ni por toda la eternidad».

El Conocimiento en la Filosofía de Nietzsche

El pensamiento de Nietzsche constituye, ante todo, una deconstrucción de la tradición filosófica occidental, una tradición que se inaugura con Sócrates y que con el propio Nietzsche llega a su fin.

Nietzsche interpreta que, desde Sócrates, la tradición filosófica occidental se ha caracterizado por una voluntad o una aspiración a la nada, una negación de la vida, un nihilismo (de «nihil»: «nada») que se expresa en el plano metafísico, el plano moral y el plano epistemológico.

Según Nietzsche, la tradición platónico-cristiana ha tendido a despreciar el conocimiento sensible por ofrecer el conocimiento de una realidad sujeta al tiempo, al cambio, al devenir, y ha pretendido comprender y categorizar la realidad a partir de realidades inmutables, sustraídas del tiempo, es decir, a partir de conceptos. La tradición filosófica europea se ha constituido sobre la concepción de una realidad trascendente inmutable (como la realidad inteligible de Platón o el Reino de los Cielos cristiano) en la que se fundamentaría la Verdad absoluta y el Bien absoluto, y del que el mundo sensible no sería más que un «residuo», una mera apariencia.

Ahora bien, para Nietzsche, en el desprecio del conocimiento sensible y de la realidad aparente subyace la negación de todo lo que constituye la vida, es decir: cambio, dinamismo, transformación, procreación, evolución. «La voluntad de verdad —afirma Nietzsche— pudiera ser una oculta voluntad de muerte».

Para Nietzsche, la razón abstracta, articulada a través del lenguaje, lejos de revelar la auténtica naturaleza de la realidad, la falsea, la adultera. El concepto introduce la ilusión de la permanencia, de la sustancialidad, de la duración, de la identidad; pero la realidad es, ante todo, dionisíaca: irracional, irreductible, dinámica, caótica. Las ideas platónicas, la sustancia aristotélica o incluso la «cosa en sí» de Kant, no son más que ficciones vacías en las que se expresa el nihilismo de la tradición filosófica occidental.

El Conocimiento como Voluntad de Poder e Interpretación

La razón no es, para Nietzsche —en esto se observa claramente la influencia de su maestro, Schopenhauer— sino un instrumento al servicio de la voluntad de poder. El deseo de conocer es, ante todo, un deseo de dominar, de imponerse a la realidad para servirse de ella.

Para Nietzsche, el conocimiento es, ante todo, un proceso de interpretación. El conocimiento es, esencialmente, relacional, lo que significa que cada voluntad o cada ser interpreta la realidad desde una perspectiva diferente. Cada voluntad expresa la realidad desde una perspectiva parcial.

El error de la tradición filosófica europea ha sido considerar que, más allá de las perspectivas parciales de la realidad, existía una verdad absoluta, trascendente, eterna. Sin embargo (y ésta es precisamente la implicación de la Muerte de Dios en el plano epistemológico) no existe una Verdad absoluta, inmutable, eterna. No existe la «cosa en sí» de Kant. La realidad es, esencialmente, perspectiva. Todo lo que existe son diferentes perspectivas parciales o diferentes representaciones de la realidad, que buscan imponerse las unas a las otras. «No existen hechos —afirma Nietzsche— sólo interpretaciones».

Así, Nietzsche sugiere, contra la tradición filosófica occidental, que la verdad es un constructo y que, como tal, está sujeta al cambio, a la evolución, a la transformación. Aunque la postura de Nietzsche acerca de la ciencia oscile a lo largo de su obra, Nietzsche parece admitir que tampoco la ciencia revela la verdad, puesto que la misma verdad científica es un constructo sujeto a la evolución y a la transformación. También la verdad científica —y en esto coincidiría con Kant— constituye una representación de la realidad, no la realidad en sí.

La Ética en la Filosofía de Nietzsche

El pensamiento de Nietzsche constituye, ante todo, una deconstrucción de la tradición filosófica occidental, una tradición que, para Nietzsche, se inaugura con Sócrates y que con el propio Nietzsche llega a su fin.

En su obra, Nietzsche analizará críticamente la moral platónico-cristiana, que interpretará, ante todo, como una expresión de decadencia.

Moral de Señores y Moral de Esclavos

En La genealogía de la moral y en Más allá del bien y del mal, Nietzsche rastrea, como filólogo, el origen de los términos de «bueno» y «malo», concluyendo que, en diversas lenguas, en su origen, «bueno» refería a «aristocrático», «noble», mientras que «malo» refería al «vulgo», a «la plebe». Esta constatación lleva a Nietzsche a diferenciar dos tipos de moral: la moral de señores y la moral de esclavos.

La moral de señores es una moral de dominadores, de aquellos que crean valores, una moral cuyos valores expresan vitalidad, plenitud, fuerza, instinto, orgullo. La moral de esclavos es una moral de dominados, una moral que expresa debilidad, que condena todo aquello que sea signo de plenitud y de fuerza y que santifica todo aquello que se oponga a la vida.

Para Nietzsche, aunque originalmente la moral de señores fuera la moral dominante, en determinado momento se produjo una inversión de los valores, en lo que Nietzsche denomina la «rebelión de los esclavos».

Nietzsche acusa a los judíos de haber llevado a cabo esta inversión por resentimiento hacia la plenitud y la fuerza de sus dominadores, imponiendo la moral de esclavos y condenando los valores aristocráticos. Con el triunfo del cristianismo —heredero de la transvaloración judía y del platonismo— en el seno del Imperio romano, la moral de los esclavos triunfó definitivamente.

Crítica a la Moral Platónico-Cristiana

Así, Nietzsche interpreta que la tradición filosófica occidental, ya desde Sócrates, se ha caracterizado por una oposición a la vida, una voluntad o una aspiración a la nada, un nihilismo (de «nihil»: «nada»), que tiene su expresión en el plano metafísico, epistemológico y moral.

Para Nietzsche la tradición platónico-cristiana ha promovido valores que negaban la vida: todo lo que era un signo de vitalidad (el instinto, el deseo, la fuerza, la sexualidad) ha sido considerado inmoral y rechazado, y en su lugar se ha promovido el ideal ascético, en el que se santifica todo aquello que sea signo de debilidad: el sacrificio, la abnegación, la resignación, la castidad, la compasión. Nietzsche interpreta que este ideal es la expresión de individuos decadentes, cansados, enfermizos, que, por resentimiento hacia la vida, niegan todo aquello que sea una expresión de vida y plenitud. Son, para Nietzsche, «predicadores de la muerte».

El mismo Sócrates, pidiendo sacrificar un gallo a Asclepio antes de morir, parece sugerir que la vida es una enfermedad que se cura con la muerte.

La Muerte de Dios y el Inmoralismo

La muerte de Dios, una idea central en el pensamiento del filósofo alemán, presentada en La gaya ciencia y desarrollada en Así habló Zaratustra, es tal vez la máxima expresión del fin de la tradición platónico-cristiana. Este acontecimiento, presentado por Nietzsche como algo gravísimo, cuya significación apenas comienza a comprenderse, tiene implicaciones metafísicas, epistemológicas y morales.

En el plano moral, la muerte de Dios implica el fin de los valores morales absolutos, el fin de la concepción de un Bien real y absoluto sobre el que se había constituido la tradición filosófica europea. La muerte de Dios implica, ante todo, el inmoralismo, la ausencia de valores y de sentido. «Dios ha muerto, todo vale» —afirma Nietzsche.

Del Nihilismo Negativo a la Creación de Valores

Ahora bien, esta ausencia de valores y de sentido, esta «nada», a la que se enfrenta el ser humano tras la muerte de Dios, no es el nihilismo negativo que ha caracterizado a la tradición occidental, sino un nihilismo positivo, una «nada» que posibilita una nueva creación, en la que el propio hombre debe ser superado.

Así, Zaratustra anuncia la llegada del superhombre (Übermensch) quien, situándose más allá del bien y del mal, rechaza las ilusiones de un mundo trascendente y los viejos valores y, en ausencia de un Dios creador, crea él mismo nuevos valores, valores que por fin afirmen la vida. El superhombre —afirma Nietzsche— «es un nuevo comenzar», «un santo decir sí».

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