El Materialismo Histórico: La Base Económica
Marx replantea la cuestión de lo político partiendo de un giro radical: la realidad social no se explica por las ideas, los ideales políticos o los grandes individuos, sino por las condiciones materiales de existencia. La historia —entendida no como anécdota de hechos aislados o como despliegue de categorías abstractas, sino como proceso objetivo— está determinada por el modo en que las sociedades organizan su producción material. Desde esta perspectiva, el motor de la historia no son los parlamentarios, los reyes o los filósofos, sino la dialéctica interna entre las fuerzas productivas (toda la plétora de materia prima, fuerza de trabajo y medios de producción) y las relaciones de producción (la forma en que hombres y mujeres se relacionan entre sí en el proceso productivo, sobre todo en función de quién posee o controla esos medios).
En cada formación social concreta —antiguo régimen esclavista, sistema feudal, capitalismo industrial— esas dos dimensiones se hallan en equilibrio: las relaciones de producción permiten el desarrollo de las fuerzas productivas hasta cierto punto. Pero, a medida que las innovaciones técnicas, la acumulación de riqueza y la expansión de la fuerza de trabajo elevan el nivel de las fuerzas productivas, llega un momento en que las relaciones establecidas se vuelven un freno: las viejas jerarquías, propiedades o fórmulas de explotación ya no encajan con la nueva capacidad técnica de producir. Esa contradicción crea tensiones irreductibles que desembocan en crisis y revoluciones sociales, que a su vez instauran nuevas relaciones de producción acordes con el desarrollo alcanzado —por ejemplo, la sustitución del trabajo servil medieval por el trabajo asalariado en fábricas capitalistas— y vuelven a restablecer un lapso de equilibrio histórico.
La Superestructura: Estado e Ideología
A esa base económica se superpone todo un andamiaje político y jurídico —el Estado, las leyes, las instituciones— que no brota de la razón pura ni de un supuesto contrato original en libertad, sino que es la expresión organizada del poder de clase. El Estado capitalista, sus parlamentos, sus ejércitos o su aparato represor no son instancias neutrales, sino órganos a través de los cuales la burguesía, dueña de los medios de producción, impone sus intereses al conjunto de la sociedad. Las leyes de propiedad, los códigos penales y hasta las libertades formales sirven para proteger y reproducir las relaciones de explotación, garantizando la extracción de plusvalor y la acumulación de capital.
Junto a ese entramado jurídico-político se alza la superestructura ideológica: sistemas de filosofía, religión, moral y costumbres que presentan el orden vigente como “natural”, “inevitable” o “justo”. Marx denomina ideología a este conjunto de “falsa conciencia” porque oculta las verdaderas relaciones de dominio, hace que el asalariado crea que su situación es fruto de su esfuerzo individual o de la bondad intrínseca del mercado, y no el producto de una relación social específica de explotación. La función de la ideología no es esclarecer la realidad, sino hacerla aceptable, reproducible y, por tanto, eternizable.
Lucha de Clases y Revolución
Sin embargo, esta determinación económica no implica un fatalismo rígido. Para Marx la lucha de clases —la confrontación concreta, dialéctica y material entre quienes detentan los medios de producción y quienes solo poseen su fuerza de trabajo— es el espacio donde la superestructura puede rebatir y transformar las condiciones de la base. A través de la organización política del proletariado y la conciencia de clase, es posible desenmascarar la ideología dominante, romper la dependencia psicológica y cultural que mantiene al obrero sometido, y preparar así las condiciones de una revolución victoriosa. Esa insurrección no sería un acto voluntarista ni carismático, sino el desenlace lógico de la contradicción entre fuerzas y relaciones, donde el proletariado conquista el Estado y, ejerciendo su dictadura proletaria, expropia a los expropiadores de ayer, democratiza los medios de producción y allana el camino al comunismo.
Política y Economía: Una Relación Inseparable
En última instancia, política y economía aparecen inseparables: no hay reforma verdadera de la ley, de las instituciones o de las libertades civiles que no plantee simultáneamente la transformación de las relaciones de producción. La emancipación política de los trabajadores —sufragio universal, derechos sociales, autogobierno— resulta vacía si no va acompañada de la socialización real de la tierra, las fábricas y los servicios esenciales. Del mismo modo, la autogestión económica sin seguridad jurídica y libertad de organización política carecería de estabilidad. Solo la superación dialéctica de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, a través de la acción colectiva consciente, puede forjar un orden social en que la política deje de ser instrumento de dominación y devenga auténtica expresión del poder de los productores sobre su propio destino.
El Ser Humano como Praxis
Para Karl Marx, el ser humano no es una esencia fija, abstracta o eterna, sino un ser histórico, activo y social que se constituye a sí mismo a través de su praxis, es decir, mediante su actividad práctica y transformadora. En oposición a la tradición filosófica clásica —heredada de la filosofía griega y mantenida durante siglos por el pensamiento idealista—, que concebía al hombre como un ser esencialmente contemplativo o racional, Marx sostiene que el ser humano es, ante todo, un ser que trabaja, que actúa sobre la naturaleza y sobre su entorno social, transformándolo y transformándose a sí mismo en el proceso.