San Agustín de Hipona: Fe, Razón, Felicidad y la Ciudad de Dios

Fe y Razón: Creer para Entender

Para San Agustín, es clave entender que, aunque la fe no es demostrable por la razón, sí que es razonable; es decir, que se le puede buscar un sentido inteligible. Es por eso que la fe debe ser comprendida (intellige ut credas, crede ut intelligas – entiende para creer, cree para entender), no meramente aceptada de forma ciega. En cuanto a la fe, esta responde a las preguntas últimas que la razón por sí sola no puede contestar, ya que nuestra razón es finita y limitada. Es por ello que la fe amplía el horizonte del conocimiento al que la razón no llega. Debido a esto, San Agustín asegura que son vías complementarias para llegar a la Verdad absoluta, que se identifica con Dios.

Felicidad y Posesión de Dios

San Agustín trata el tema de la felicidad (beatitudo) y su relación con Dios en gran parte de su obra filosófica. La verdadera felicidad, según San Agustín, solo la podemos encontrar en la posesión de Dios, y el objetivo principal de esta vida es alcanzar dicha felicidad. Para ello, los seres humanos deben amar a Dios sobre todas las cosas. Además, la felicidad auténtica reside en conseguir bienes que sean perdurables, ya que lo perecedero no podemos poseerlo ni cuándo ni por el tiempo que deseamos, generando así inquietud. De esta manera, la felicidad plena se identifica con Dios, ya que Él es el único Bien sumo, eterno e inmutable. Las personas que, impulsadas por sus deseos, buscan cualquier otra cosa distinta de Dios, no conocerán la verdadera felicidad, incluso si obtienen los bienes terrenales que anhelan, pues estos son pasajeros y no pueden satisfacer el anhelo más profundo del corazón humano. Es decir, nadie será feliz si no posee aquello que satisface plenamente su deseo más íntimo, y solo Dios, el Bien infinito, puede hacerlo.

La Existencia de Dios y las Ideas Ejemplares

Dios es el fundamento y el objetivo último de la filosofía de San Agustín. El ser humano descubre en su propia interioridad, en su mente o alma, verdades universales, necesarias y eternas. La primera es la aspiración natural a la verdad y a la felicidad, pero hay más: los principios lógicos de la razón, las verdades matemáticas, o ideas como “igualdad”, “justicia”, “bien” o “bondad”. Estas aparecen en el entendimiento como verdades inmutables, intemporales y que no dependen de la mente humana individual para existir; se imponen a la razón.

Para San Agustín, el fundamento de estas verdades eternas reside en Dios. Adapta la teoría platónica de las Ideas, situándolas en la mente divina:

  • Ideas Ejemplares: Son los arquetipos o modelos eternos de todas las cosas creadas, que existen en el entendimiento divino. Son la Verdad misma.
  • Razones Seminales (o Germinales): Son principios activos, como ‘semillas’ (rationes seminales), insertados por Dios en la materia creada, que contienen en potencia el desarrollo futuro de los seres según las Ideas Ejemplares.

Con esta teoría de la iluminación divina, San Agustín explica cómo conocemos las verdades eternas: no por nosotros mismos ni por abstracción del mundo sensible únicamente, sino porque Dios, como un sol interior, ilumina nuestra mente para que podamos captar estas verdades inmutables, reflejo de las Ideas Ejemplares. Así, Dios está presente en nuestro acto de conocer la verdad.

La Libertad y el Problema del Mal

Según San Agustín, el ser humano está dotado por Dios de libre albedrío (liberum arbitrium), que es la capacidad de elegir entre el bien y el mal. Sin embargo, esta libertad de elección no garantiza por sí misma la capacidad de realizar el bien y perseverar en él (eso requiere la ayuda de la gracia, la libertas mayor).

Agustín aborda el espinoso problema del mal. Sostenía que el mal no es una sustancia o una entidad positiva creada por Dios, sino una privación o ausencia del bien debido. El mal moral es el resultado del mal uso del libre albedrío por parte de las criaturas racionales (ángeles y humanos) al apartarse voluntariamente de Dios, el Bien supremo. El pecado original, heredado de Adán, introdujo el desorden en la naturaleza humana y una inclinación hacia el mal (concupiscencia).

No obstante, Agustín también enfatizaba la absoluta necesidad de la gracia divina, un don gratuito de Dios, para sanar la voluntad herida por el pecado, inclinarla hacia el bien y otorgar la fuerza para realizarlo, posibilitando así la redención y la salvación a través de la fe en Jesucristo y el arrepentimiento.

Por tanto, para Agustín, la libertad humana es un don divino fundamental, pero también conlleva una profunda responsabilidad y sus elecciones tienen consecuencias eternas. La verdadera libertad no es solo poder elegir, sino poder elegir y realizar el bien, lo cual solo es posible con la ayuda de la gracia.

Filosofía de la Historia: La Ciudad Terrena y la Ciudad de Dios

San Agustín es uno de los primeros y más influyentes pensadores en desarrollar una teología de la historia, especialmente en su obra magna «La Ciudad de Dios» (De Civitate Dei). Él interpreta la historia humana universal como el escenario de una lucha constante entre dos ‘ciudades’ o comunidades espirituales, definidas por el amor que las anima:

  • La Ciudad de Dios (Civitas Dei): Formada por aquellos que aman a Dios por encima de sí mismos (amor Dei usque ad contemptum sui). Viven según el espíritu, buscando la paz eterna y la gloria de Dios. Incluye a los ángeles fieles y a los seres humanos redimidos por la gracia.
  • La Ciudad Terrena (Civitas Terrena): Compuesta por aquellos que se aman a sí mismos por encima de Dios (amor sui usque ad contemptum Dei). Viven según la carne, buscando la felicidad en los bienes temporales, el poder y la gloria mundana. Incluye a los ángeles caídos y a los seres humanos que viven apartados de Dios.

La pertenencia a una u otra ciudad es de carácter espiritual y moral, interior. Estas dos ciudades no se identifican plenamente con ninguna institución terrenal visible (como la Iglesia o el Estado), aunque estas instituciones puedan ser el ámbito donde sus miembros actúan y donde sus valores predominan en ciertos momentos. Están entrelazadas y en conflicto a lo largo de toda la historia humana, desde la caída hasta el Juicio Final.

San Agustín subraya, en conexión con la doctrina de la Comunión de los Santos, que los actos de las personas tienen consecuencias comunitarias. La historia es el desarrollo de esta pugna entre el bien y el mal, entre el amor a Dios y el amor propio desordenado. El fin de la historia será la separación definitiva de ambas ciudades y el triunfo final de la Ciudad de Dios.

La Influencia de la Filosofía Platónica en el Pensamiento de Agustín

El encuentro de San Agustín con los escritos neoplatónicos (especialmente Plotino) fue decisivo en su itinerario intelectual y espiritual, aunque siempre subordinó y transformó estas ideas a la luz de la revelación cristiana.

Se pueden señalar varias analogías e influencias:

  • Dualismo Metafísico: Platón distinguía entre el mundo sensible (material, cambiante) y el mundo inteligible de las Ideas (inmaterial, eterno, verdadero). De forma análoga, Agustín distingue entre la realidad creada, temporal y cambiante, y la realidad divina, eterna e inmutable. Sin embargo, para Agustín, el mundo creado es bueno por ser obra de Dios, no una mera sombra o cárcel como en algunas interpretaciones de Platón.
  • La Realidad Suprema: La Idea de Bien en Platón es el principio supremo de la realidad y la inteligibilidad. Agustín identifica el Bien supremo con el Dios personal, creador y providente del cristianismo, que es el Ser mismo (Ipsum Esse), la Verdad y el Amor.
  • Las Ideas: Agustín reinterpreta las Ideas platónicas como las Ideas Ejemplares eternas en la mente de Dios, modelos según los cuales todo ha sido creado.
  • Conocimiento de la Verdad: Platón explicaba el conocimiento de las Ideas mediante la reminiscencia (el alma recuerda las Ideas contempladas antes de unirse al cuerpo) y la dialéctica ascendente. Agustín propone la teoría de la iluminación divina: Dios ilumina la mente humana para que capte las verdades eternas e inmutables.
  • Ética y Ascesis: Platón enfatizaba el dominio de la razón sobre las pasiones para purificar el alma y ascender al conocimiento. Agustín traduce esto en términos cristianos como la lucha contra el pecado y la concupiscencia, orientando la voluntad hacia Dios con la ayuda de la gracia.
  • Antropología: Mientras Platón veía el cuerpo como una ‘cárcel’ para el alma inmortal (cuya meta es liberarse), Agustín, siguiendo la doctrina cristiana, defiende la unidad sustancial de alma y cuerpo como constitutiva del ser humano. La esperanza cristiana no es la liberación del cuerpo, sino la resurrección final con un cuerpo glorioso.

En resumen, San Agustín adoptó elementos del marco conceptual platónico y neoplatónico, pero los integró y transformó profundamente dentro de su cosmovisión cristiana.

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