Marx: Conocimiento y Ser Humano
Para Marx, el verdadero conocimiento es la praxis, un concepto que une intrínsecamente el pensamiento y la práctica, permitiendo al ser humano transformar la realidad. La praxis es un proceso dialéctico que comienza con el entendimiento (la parte teórica) y se completa con la acción en el mundo real aplicando dicho pensamiento (la parte práctica). Según Marx, una idea es verdadera si se materializa y comprueba en la vida real, mientras que es falsa si permanece como una teoría abstracta y separada de la práctica. Él lo resume en su famosa tesis sobre Feuerbach: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo«.
Desde esta perspectiva, el ser humano se realiza plenamente cuando transforma activamente la realidad a través de su praxis, volviéndola más racional y acorde a sus necesidades. La realidad externa no es una entidad abstracta, sino algo que existe de forma social, fundamentalmente creada y moldeada por el trabajo humano. Además, Marx sostiene que las relaciones sociales (como la esclavitud, la explotación o la igualdad) son relaciones existenciales, es decir, determinan de manera crucial las condiciones de vida y la forma de ser de cada persona. Por lo tanto, una sociedad será verdaderamente justa solo si permite que todas las personas puedan desarrollar libremente su praxis, desplegando su racionalidad y viviendo en condiciones de igualdad.
Marx: Realidad y Conocimiento desde el Materialismo Histórico
Marx concibe la realidad a partir de la relación dialéctica entre dos elementos materiales fundamentales: el ser humano y la naturaleza. Esta relación no es estática, sino que se desarrolla dentro de un proceso histórico-social concreto. En consecuencia, la realidad esencial que debe estudiarse es la sociedad humana en su devenir histórico, y la herramienta para este estudio es el materialismo histórico.
Según esta teoría, toda sociedad posee una estructura formada por dos niveles interrelacionados:
- La base económica (o infraestructura): Corresponde al modo de producción de los bienes materiales, incluyendo las fuerzas productivas (trabajo, medios de producción, tecnología) y las relaciones de producción (las formas de propiedad y organización social del trabajo).
- La superestructura: Abarca las formas de conciencia social, las instituciones políticas y jurídicas, la cultura, la religión, la filosofía, etc.
Ambas partes, base y superestructura, se relacionan de manera dialéctica, influyéndose mutuamente, aunque Marx otorga una determinación en última instancia a la base económica.
Contradicciones y Revolución
La base económica de una sociedad puede cambiar cuando surgen contradicciones internas en el sistema productivo. Estas contradicciones (por ejemplo, entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción existentes) evidencian que el sistema no funciona adecuadamente y no se ajusta a una organización racional de la sociedad. Cuando estas contradicciones se agudizan, la sociedad entra en un período de crisis.
Esta crisis genera las condiciones objetivas para la transformación social, es decir, se sientan las bases para una posible revolución. Las condiciones para la revolución pueden ser:
- Objetivas: Problemas estructurales y crisis inherentes al propio sistema económico (ej. crisis de sobreproducción, pauperización creciente).
- Subjetivas: La toma de conciencia de clase por parte de un grupo social (especialmente la clase explotada) que se da cuenta de la injusticia de su situación y se organiza para cambiarla.
Ideología y Falsa Conciencia
Frente a las tensiones y la posibilidad de cambio, la superestructura, particularmente a través de las clases dominantes, genera mecanismos de defensa para mantener el orden existente. Uno de los más importantes es la ideología. Para Marx, la ideología dominante en una sociedad es una falsa conciencia, un sistema de ideas y creencias que presenta la realidad de forma distorsionada, legitimando el sistema social vigente y ocultando sus contradicciones y la explotación inherente a él. Hace que las personas (especialmente las clases dominadas) acepten como natural y justo un orden que en realidad va en contra de sus intereses.
Un ejemplo paradigmático de ideología es la religión. Según Marx, en la religión, el ser humano proyecta en un Dios y en un «otro mundo» las cualidades y aspiraciones que él mismo debería realizar y afirmar en este mundo. Por eso, la califica como el «opio del pueblo», ya que adormece la conciencia crítica de las masas, les ofrece consuelo ilusorio y les impide ver y luchar contra la injusticia de la realidad terrenal.
Capitalismo, Explotación y Alienación
La tarea crítica de la filosofía, según Marx, es analizar y desenmascarar las estructuras del capitalismo, un sistema socioeconómico donde el ser humano, especialmente el trabajador, no puede desarrollar libremente su praxis y alcanzar su plena realización.
La sociedad capitalista se caracteriza por estar dividida en clases sociales antagónicas, cuya contradicción fundamental se da entre la burguesía (propietaria de los medios de producción) y el proletariado (los trabajadores que solo poseen su fuerza de trabajo). Mientras la burguesía detenta la propiedad privada de los medios de producción, los trabajadores se ven obligados a vender su fuerza de trabajo (su capacidad de realizar praxis) para poder sobrevivir.
De esta relación surge la explotación, que es la base de la lucha de clases. La explotación capitalista se fundamenta en la alienación (o enajenación) en el trabajo. Esta alienación se manifiesta de varias formas, pero centralmente ocurre cuando:
- El producto del trabajo del obrero no le pertenece a él, sino al capitalista que lo emplea.
- El trabajador se siente ajeno a su propia actividad laboral, que no es una expresión de su creatividad sino un medio forzado para subsistir.
- El trabajador se aliena de su propia esencia humana (su capacidad de praxis libre y creativa).
- El trabajador se aliena de los demás seres humanos, reduciendo las relaciones a meros intercambios económicos.
El salario que recibe el trabajador no equivale al valor total que produce con su trabajo. Representa únicamente el coste de su subsistencia y reproducción como fuerza laboral. La diferencia entre el valor producido y el salario pagado es la plusvalía, la fuente del beneficio capitalista. Por tanto, la praxis del trabajador en el capitalismo se utiliza fundamentalmente para generar plusvalía, no para su propia realización.
Debido a estas condiciones de explotación y alienación, el proletariado no puede realizarse como ser humano pleno y racional dentro del sistema capitalista. Por ello, Marx postula la necesidad histórica de una Revolución proletaria. En este proceso, la clase trabajadora debe adquirir conciencia de clase (comprender su situación de explotación y su papel histórico) y superar la influencia de la ideología burguesa. Cuando la revolución triunfe, los medios de producción serán socializados (propiedad colectiva), se abolirán las clases sociales y comenzará la transición hacia una sociedad comunista, considerada por Marx como el inicio de la verdadera historia de la humanidad, libre de alienación y explotación.
Nietzsche: Crítica a la Metafísica Tradicional y el Conocimiento
Nietzsche emprende una crítica radical contra la metafísica tradicional occidental, cuyo origen sitúa en Platón. Esta tradición filosófica, según él, se ha basado en la creencia de que lo más importante y auténticamente verdadero son las esencias: entidades abstractas, inmutables y eternas. Como consecuencia, esta forma de pensar ha concebido la realidad fundamental como algo fijo, inmóvil y ajeno al cambio.
Esta concepción dualista postulaba la existencia de dos mundos:
- Un mundo verdadero y superior: El mundo inteligible de las esencias o Ideas (accesible solo a la razón).
- Un mundo falso o aparente: El mundo sensible en el que vivimos, caracterizado por el cambio, la multiplicidad y la imperfección (considerado una mera copia o sombra del mundo verdadero).
Sin embargo, para Nietzsche, la invención de este «mundo verdadero» superior no surge de un descubrimiento objetivo, sino del miedo a la vida, del resentimiento y de la debilidad de aquellos filósofos (y posteriormente, de la tradición judeocristiana) que no podían aceptar ni afirmar la vida tal como es: cambiante, contradictoria, a menudo dolorosa y sin un sentido trascendente preestablecido. A la actitud que busca esta supuesta verdad fija y eterna la denomina Voluntad de Verdad. Es el deseo de usar la razón para encontrar una seguridad y estabilidad que la vida misma, en su constante fluir y devenir, no ofrece.
Nietzsche llega a afirmar que toda la filosofía occidental posterior a Platón ha sido, en esencia, una forma de platonismo, una metafísica que, al postular un mundo trascendente como el verdaderamente valioso, acaba por ir en contra de la vida terrenal y sensible.
Perspectivismo y Voluntad de Poder
En lugar de la metafísica tradicional, Nietzsche propone aceptar la realidad como un cambio constante, como un puro devenir, sin un origen divino, un propósito final o una estructura racional fija. La realidad es vida, y la vida es fundamentalmente caótica, múltiple y sin un sentido inherente más allá del que nosotros le demos.
Desde esta visión, no puede existir una verdad única y objetiva válida para todos. Cada individuo interpreta el mundo desde su propia perspectiva, condicionada por sus instintos, valores y necesidades vitales. Esto es lo que se conoce como perspectivismo nietzscheano. Por lo tanto, la tradicional Voluntad de Verdad, que aspira a un conocimiento absoluto y desinteresado, es una ilusión engañosa y, en última instancia, nihilista (negadora de la vida).
Frente a la decadente Voluntad de Verdad, Nietzsche defiende la Voluntad de Poder (Wille zur Macht). Esta no debe entenderse simplemente como un deseo de dominio sobre otros, sino como la fuerza vital fundamental que impulsa a todo ser a crecer, autoafirmarse, superar obstáculos y expandir su potencia. Es la afirmación activa de la vida y de la propia perspectiva. La Voluntad de Poder permite vivir con mayor intensidad, creando e imponiendo interpretaciones del mundo que potencien la vida y la capacidad de acción del individuo.
Los Conceptos como Metáforas
Coherente con su crítica a la verdad absoluta, Nietzsche analiza el lenguaje y los conceptos. Explica que los conceptos, que la filosofía tradicional consideraba como reflejos fieles de las esencias, son en realidad metáforas olvidadas. Son construcciones humanas, herramientas útiles para la comunicación y la supervivencia, pero que inevitablemente simplifican, solidifican y se alejan de la riqueza cambiante de lo real.
Describe el proceso de formación de un concepto así:
- Primero, tenemos una percepción sensorial única e individual de algo.
- Creamos una imagen mental (una primera metáfora) de esa percepción.
- Usamos una palabra (un sonido, una segunda metáfora) para nombrar esa imagen.
- Finalmente, esa palabra se generaliza y se aplica a muchas otras experiencias similares pero no idénticas, olvidando su origen metafórico y singular. Así nace el concepto abstracto.
Considerar estos conceptos como verdades absolutas y objetivas es un error que nos aleja de la experiencia vital directa y de la realidad como devenir. Por ello, Nietzsche adopta un criterio pragmático para la «verdad»: algo es «verdadero» en la medida en que sirve para vivir mejor, para potenciar la Voluntad de Poder. En este sentido, valora positivamente la metáfora consciente y la creación artística, pues no pretenden engañosamente ser la realidad misma, sino que se asumen como interpretaciones personales, como herramientas creativas para configurar y afirmar la vida.
Nietzsche: Dios, Ser Humano y Moral
Nietzsche ofrece una visión crítica del ser humano de su tiempo, al que describe a menudo como pesimista, débil, domesticado («animal de rebaño») e indigente en un sentido espiritual, cuya principal herramienta de defensa ha sido la inteligencia racional utilizada para negar o controlar los instintos vitales.
Aunque este ser humano se considera a sí mismo el centro y la cumbre de la creación, Nietzsche lo ve como algo inacabado, como un «puente y no una meta«: un ser en tránsito, en proceso de una posible evolución hacia algo superior: el Superhombre (Übermensch). El ser humano, como parte del devenir constante de la vida, debe superarse a sí mismo, abandonando los viejos valores decadentes asociados a la Voluntad de Verdad y abrazando la afirmación vital de la Voluntad de Poder.
Crítica a la Moral Tradicional y a Dios
Antes de alcanzar (o siquiera vislumbrar) la figura del Superhombre, el ser humano común, el hombre «débil», sigue los dictados de la moral tradicional judeocristiana. Nietzsche la denomina despectivamente «moral de esclavos» o «moral del rebaño». Esta moral, según él, nace del resentimiento de los débiles contra los fuertes y nobles. Se basa en valores como la humildad, la compasión (entendida como piedad niveladora), la obediencia, la resignación y el rechazo de los instintos y placeres terrenales en favor de una supuesta recompensa en un más allá.
Esta moral encuentra su fundamento último en la idea de Dios. Para Nietzsche, Dios es el símbolo máximo de todos los valores antivitales: representa la negación de este mundo en favor de uno trascendente, la justificación de la debilidad y el sufrimiento, y la imposición de una ley moral universal que ahoga la individualidad y la creatividad. Por tanto, la moral de esclavos es antinatural, niega los instintos vitales y promueve la idea de una verdad única y de la necesidad de sacrificar la vida individual y presente por una ilusoria vida futura.
El camino hacia la superación del hombre actual y la posible llegada del Superhombre implica necesariamente el rechazo radical de Dios y de la Voluntad de Verdad que lo sustenta.
La Muerte de Dios y el Nihilismo
Nietzsche proclama la «Muerte de Dios» como el acontecimiento central de la modernidad. Esto no significa necesariamente que Dios haya existido y haya muerto literalmente, sino que la creencia en el Dios cristiano y en los valores absolutos que representaba ha perdido su fuerza y credibilidad en la cultura occidental. Los fundamentos de la moral, el conocimiento y el sentido de la vida tradicionales se han desmoronado.
La consecuencia inmediata de la Muerte de Dios es el Nihilismo: la experiencia de la falta de sentido, la pérdida de todos los valores supremos y la sensación de vacío. Nietzsche distingue dos tipos de nihilismo:
- Nihilismo negativo o pasivo: Es la actitud de desesperación, pasividad y resentimiento ante la pérdida de los antiguos valores. Conduce a la decadencia y al «último hombre», el ser conformado y sin aspiraciones.
- Nihilismo positivo o activo: Es la asunción consciente y valiente de la Muerte de Dios como una liberación. Es una etapa necesaria que permite destruir los viejos ídolos y abre la posibilidad de crear nuevos valores. Este nihilismo activo es el preludio de la Transmutación de todos los Valores y la aparición del Superhombre.
La Transmutación de los Valores y el Superhombre
La Transmutación de todos los Valores (Umwertung aller Werte) es el proyecto central de Nietzsche. No se trata simplemente de cambiar unos valores por otros, sino de cambiar la forma misma de valorar. Se debe pasar de valorar desde el resentimiento, la negación de la vida y la búsqueda de un más allá (propio de la moral de esclavos), a valorar desde la afirmación de la vida terrenal, la fuerza instintiva y la Voluntad de Poder (lo que él llama, en contraposición, una «moral de señores»).
El Superhombre es el ideal humano que surge de esta transmutación. Es aquel que ha superado al hombre actual, débil y nihilista. Es un ser fuerte, creativo, autónomo, que vive más allá del bien y del mal de la moral tradicional. Acepta la vida plenamente, con su alegría y su dolor, su belleza y su crueldad, tal como es: trágica, cambiante, sin un sentido trascendente preestablecido y abierta a múltiples perspectivas.
Las Tres Metamorfosis
En «Así habló Zaratustra», Nietzsche describe simbólicamente el proceso de transformación espiritual hacia el Superhombre mediante tres metamorfosis:
- El camello: Representa al espíritu paciente y obediente, que carga con el pesado fardo de los valores tradicionales y los deberes impuestos («Tú debes»).
- El león: Simboliza al espíritu que se rebela, que lucha contra el «gran dragón» del deber y conquista su libertad diciendo «Yo quiero». Destruye los viejos valores, pero aún no es capaz de crear nuevos.
- El niño: Representa la inocencia, el olvido, un nuevo comienzo. El niño juega, crea sus propios valores espontáneamente, vive la vida como un juego y una obra de arte, afirmando el presente con un sagrado «Yo soy».
El Eterno Retorno
El niño, como encarnación del Superhombre, es capaz de asumir la prueba más difícil: el Eterno Retorno de lo idéntico. Esta es la idea (presentada como hipótesis o como prueba existencial) de que todo lo que hemos vivido, cada instante, cada alegría y cada sufrimiento, se repetirá infinitamente de la misma manera. Solo el Superhombre, que ama la vida incondicionalmente y encarna la Voluntad de Poder, puede aceptar e incluso desear este Eterno Retorno, pues ha creado una existencia tan plena, intensa y afirmativa que la perspectiva de revivirla eternamente le resulta maravillosa, no aterradora.
En resumen, el Superhombre nietzscheano rechaza la moral de esclavos y la idea de igualdad niveladora. Es un creador constante de nuevos valores basados en la afirmación de la vida y la Voluntad de Poder. Vive en un mundo inmanente, sin necesidad de trascendencia, haciendo de su propia existencia una obra de arte única y autojustificada.