El presente documento explora los argumentos filosóficos de Santo Tomás de Aquino respecto a la existencia de Dios, conocidos como las Cinco Vías, y su aproximación al problema del mal. Estas demostraciones se nutren significativamente del pensamiento aristotélico y platónico, adaptado y sintetizado por el Aquinate.
Las Cinco Vías de Santo Tomás de Aquino para la Existencia de Dios
1. Vía del Movimiento (Primer Motor Inmóvil)
Esta demostración, de clara filiación aristotélica, es conocida como la Vía del Movimiento. Parte de la experiencia sensible del movimiento de los seres naturales e introduce el principio metafísico de que todo lo que se mueve es movido por otro. En la cadena de movimientos, entendida como serie causal concatenada, debe haber un primer motor, ya que remontarnos hasta el infinito en dicha serie nos abocaría al absurdo. Por tanto, debe existir un motor que mueve sin ser movido, un motor inmóvil, es decir, Dios.
La demostración se fundamenta en la física de Aristóteles, quien definió el movimiento atendiendo a dos doctrinas: la del acto y la potencia y la teoría hilemórfica. Estas serán utilizadas por el Aquinate en esta demostración. Toda sustancia o ser individual tiene propiedades en acto, es decir, aquellas que posee actualmente, y propiedades en potencia, o aquellas que no tiene pero podría tener. Así, define el movimiento como el paso de la potencia al acto o como la actualización de una potencia. En el mundo, todo lo que existe está en acto o en potencia. Dios, sin embargo, es puro acto sin potencia.
En definitiva, el mundo, en tanto está en potencia, está en continuo movimiento, pasando de la potencia al acto. Pero este movimiento debe producirse en función de algo que sea acto puro, es decir, que mueva sin ser movido, pues sin él no habría podido iniciarse y mantenerse el movimiento del mundo. El ser que mueve sin ser movido, que es acto puro, no es otro que Dios o Motor Inmóvil.
La pregunta que se plantean Santo Tomás (y Aristóteles) es la siguiente: ¿puede una capacidad, una potencia, autoactualizarse, es decir, pasar al acto por sí misma sin necesidad de ninguna otra realidad? La respuesta que dan es: no. Se necesita una realidad en acto que actualice la potencia; esto es lo que Aristóteles llama prioridad del acto sobre la potencia. Santo Tomás aplica, pues, el principio metafísico: «todo lo que se mueve es movido por otro».
Este es un principio extrínseco de movimiento al que se ajusta el cambio que se produce en la naturaleza. Según el Aquinate, existe solo un ser que mueve sin ser movido, un ser sobrenatural, Dios, que cabe caracterizar como Motor Inmóvil y que posibilita cualquier tipo de movimiento. Tomás de Aquino razonará del siguiente modo para establecer la tesis de Dios como motor inmóvil:
- Aquello que mueve no puede ser lo mismo que lo que es movido.
- Es imposible remontarse al infinito buscando la causa en acto que provoca el movimiento de cada cosa.
Por lo tanto, si tenemos una serie de motores móviles en la que cada uno mueve al siguiente, tendremos que aceptar un primer motor, uno que moverá a todos los demás. Sería imposible afirmar que no hay un primer motor, pues si no lo hubiese, la serie de motores sería infinita y no habría un motor en acto puro que originara el movimiento, lo que nos llevaría al absurdo. Por tanto, al haber movimiento en el mundo, ha de haber un primer motor, un Motor Inmóvil al que todos llamamos Dios.
2. Vía de la Causalidad Eficiente (Primera Causa Incausada)
Esta demostración, también de clara filiación aristotélica, es conocida como la Vía de la Causalidad Eficiente. Parte de la experiencia sensible del orden causal que existe en la naturaleza y remite al principio de causalidad: todo efecto tiene una causa. En la serie causal concatenada de causas y efectos, debe haber una primera causa incausada que evite el tener que proceder hasta el infinito, lo cual sería absurdo. Por tanto, debe existir una causa primera que no es efecto de ninguna otra. Esta causa es Dios.
En esta segunda vía, se trata de constatar que hay un orden de causas eficientes en la naturaleza, lo que significa que hay cosas que producen otras y son a su vez producidas. A este punto de partida se aplica el principio de causalidad bajo esta formulación: «no encontramos, ni es posible, que algo sea causa eficiente de sí mismo, pues sería anterior a sí mismo, cosa imposible».
Con esto, Santo Tomás afirma que no hay nada que pueda ser causa de sí mismo. Si el efecto depende esencialmente de la causa, esta ha de ser necesariamente anterior a aquel. Algo que fuese causa de sí mismo estaría ya producido antes de ser producido, lo cual es imposible (por ejemplo, el primer ser humano no pudo engendrar su humanidad, pues para eso tendría que haber existido antes de existir).
Además, y aquí radica el tercer fundamento de la prueba, no podemos remontarnos al infinito en la serie de las causas, por cuanto estas constituyen un orden jerárquico en que unas son principales y otras instrumentales. Si la serie fuese infinita, no habría una causa primera y tampoco un orden de causas eficientes que sí son constatables. Así pues, tiene que haber una causa primera que explica la existencia de todas las cosas y que es ella misma incausada. Es lo que entendemos por Dios.
La Doctrina Aristotélica de las Cuatro Causas
La doctrina de las cuatro causas es un intento de determinar qué significa conocer un hecho, ser o acontecimiento. Conocer consiste en señalar dichas cuatro causas:
- Causa Eficiente: El sujeto que produce o el motor que desencadena el proceso de desarrollo.
- Causa Formal: Atiende a la forma (accidental o esencia). Es la esencia, lo que determina algo y lo hace ser lo que es.
- Causa Final (o teleológica): Remite al objetivo o finalidad, una especie de meta hacia la que el individuo se orienta.
- Causa Material: Relacionada con la composición, el substrato, la condición pasiva, pero necesaria, que recibe la forma y se mantiene a través del cambio. Significa potencia, posibilidad de llegar a ser, algo no realizado y, por tanto, imperfecto.
Mientras la causa final marca la meta (adelante), la causa eficiente opera desde atrás, haciendo posible la cosa. Es importante señalar que Aristóteles no habla de causa eficiente en el contexto de la demostración de la existencia de Dios, ni utiliza el razonamiento para tal fin. Fueron Avicena y Alberto Magno quienes emplearon el razonamiento para demostrar la existencia de Dios, y Santo Tomás sigue especialmente de cerca al primero de ellos.
3. Vía de la Contingencia (Ser Necesario)
La noción de «ser necesario» constituye la base de la tercera de las demostraciones de la existencia de Dios, también conocida como la Vía de la Necesidad. La contingencia del mundo exige la existencia de un ser necesario o Dios.
Esta tercera vía parte del hecho de experiencia de que hay seres que nacen y mueren y, por tanto, son contingentes o posibles. Para Santo Tomás, todo ser es contingente (existe, pero podría no existir), excepto Dios, quien es un ser necesario o que existe necesariamente.
Un ser contingente es aquel en el que no coinciden esencia y existencia. Por el contrario, en un ser necesario, esencia y existencia se identifican. Así pues, existen seres contingentes que no pueden ser causa de sí mismos, pues en algún momento no existían. En la cadena de contingencias debe haber un ser necesario que sea fundamento de todo ser contingente. Este ser necesario es Dios.
4. Vía de los Grados de Perfección (Ser Perfectísimo)
La cuarta vía, de influencia platónica, se basa en la idea de un ser perfectísimo. Entiende que la esencia de Dios incluye toda perfección. El ser perfectísimo es el que obtiene un grado máximo de conocimiento sobre la bondad, la verdad y la unidad.
En la realidad existen diversos grados de perfección: desde la maldad hasta la bondad absoluta, por ejemplo. En el mundo hay entes que se acercan a estas cualidades de forma gradual y progresiva a este máximo. Así, algo que es bueno o verdadero, lo es porque participa de la bondad que se encuentra en el grado máximo.
Recordemos que el cosmos sensible es visto por Platón como participación del cosmos noético, del mundo de las ideas. Las ideas están jerarquizadas en un orden descendente de más a menos generales, formando una cascada de géneros y especies, desde los géneros supremos hasta las especies ínfimas. Más allá de los géneros supremos están las tres grandes ideas de Platón: el Uno, el Bien y la Belleza.
Esta visión es modificada por el neoplatonismo, y en concreto por Agustín, una de las fuentes directas de Tomás, quien, por un lado, identifica a Dios con el Ser, el Uno, el Bien y la Belleza, y por otro, añade que las ideas de las cosas están en Dios. Cada idea tiene su grado de perfección: el hombre es más perfecto que los animales superiores; estos, que los inferiores; estos, que las plantas. En consecuencia, este mundo creado por Dios es visto como un todo jerarquizado.
La doctrina platónica de la participación o mímesis sostenía que el mundo sensible existe porque participa del mundo inteligible. Algo es bello porque participa de la idea de belleza. Por tanto, la bondad y la verdad máximas deben encontrarse realizadas en un ser que sea el máximo de cada género y la causa de todo aquello que se parece a dicho género. Debe haber algo que para todos los entes sea la causa de su bondad, su ser y de todas sus perfecciones, y a este algo se le llama Dios.
5. Vía del Orden o Finalidad (Inteligencia Ordenadora)
En la quinta prueba, o Vía del Orden, Santo Tomás considera a Dios como causa del orden del mundo, como una «inteligencia ordenadora» que rige y dirige el ordenamiento del mundo. Aquí se muestra la influencia de la doctrina del Demiurgo expuesta por Platón en el Timeo.
Este argumento se fundamenta en una concepción teleológica de la realidad y de los seres: todo lo que existe tiende a la consecución de un fin, quedando descartado el azar o la casualidad. Por lo tanto, Santo Tomás hace uso del principio de causalidad: todo tiene una finalidad y esa finalidad ha sido impuesta en la naturaleza de cada ser.
Así pues, todo precisa de una inteligencia ordenadora que lo dirija para conseguir sus fines. La cadena de seres teleológicos no puede remontarse al infinito; luego, tiene que existir necesariamente un ser inteligente por el cual todas las cosas naturales se ordenan a su fin, y a ese ser le denominamos Dios o fin último de todo lo existente.
En definitiva, cuando Tomás contempla que hay fenómenos en la naturaleza que se dan regularmente y que se dirigen a fines, considera que la única explicación posible es que tal orden procede de una inteligencia capaz de concebir ese orden y de imponerlo en la naturaleza. Y piensa que tal inteligencia, capaz de concebir un orden cósmico y de realizarlo, solo puede ser eso que llamamos Dios.
El Problema del Mal según Santo Tomás de Aquino
El problema del mal surge a partir de la objeción de los contrarios o maniquea que Tomás de Aquino apunta al comienzo del Artículo 3: «Si uno de los contrarios es infinito, el otro se anula. Así pues, si Dios es infinita bondad, no podría existir el mal en el mundo; el mal existe, luego Dios no existe». Este argumento responde al modus tollendo tollens de la lógica clásica.
Tras responder a la cuestión de si existe Dios y demostrar que este existe como causa incausada, motor inmóvil, ser perfectísimo, inteligencia ordenadora y ser necesario, Tomás de Aquino procede a solucionar la dificultad mencionada al principio del siguiente modo:
- Dios no quiere el mal, sino que solo lo permite. Y Dios, en su omnipotencia y bondad, permite los males para obtener de ellos mayores bienes, aunque los seres humanos no podamos percibirlo.
- Aunque Dios es la razón de todo lo que existe y acontece en el mundo, se mantiene el determinismo causal de la Naturaleza y la libertad humana.
Para Tomás de Aquino, el mal no es algo positivo, sino solo privación o carencia de bien. Con esta tesis no intenta demostrar que en realidad no hay mal en el mundo, o disminuirlo, solo pretende aclarar que, si Dios creó todas las cosas y el mal fuera una cosa, Dios sería también el creador del mal. Pero, al considerar el mal como privación, este se convierte en algo relativo a los seres, en algo accidental. El mal como tal no existe, ya que todo lo que existe, por el hecho de existir, es bueno, pues procede de Dios, aunque por no ser perfecto encierra la posibilidad de corromperse o de ser malo.
Surge, entonces, la cuestión: ¿Acaso Dios, con su sabiduría infinita, no pudo prever el mal y, por lo tanto, prevenirlo? Con respecto al mal moral, Tomás de Aquino nos dice que, aunque Dios no ha querido el mal, lo permite con vistas a un bien mayor y, sobre todo, para que el hombre sea libre y pueda participar de la propia libertad divina y creadora. Esto no quiere decir que Dios quiera que el hombre obre inmoralmente, sino que otorga al hombre la capacidad de elegir libremente su propio obrar.