Ideas Clave de Nietzsche y Marx: Un Contraste Filosófico

Comentario

El fragmento de La gaya ciencia de Friedrich Nietzsche es uno de los textos más icónicos del filósofo, conocido por proclamar que «Dios ha muerto«. Esta expresión no se refiere a la muerte literal de una deidad, sino al colapso de los valores cristianos que durante siglos han dado sentido a la cultura occidental. Para Nietzsche, este «acontecimiento» marca una transformación radical en la conciencia europea, donde las antiguas certezas que estructuraban el pensamiento y la moral se desmoronan.

La tesis principal del texto es que la pérdida de fe en el Dios cristiano representa no solo un cambio religioso, sino una ruptura cultural profunda que desafía las estructuras morales, filosóficas y sociales construidas sobre esta creencia. Nietzsche describe este cambio como una sombra que comienza a extenderse lentamente sobre Europa, indicando que las consecuencias de esta «muerte» no son inmediatas, sino graduales y profundas. Solo unos pocos, con una mirada más aguda, pueden percibir que «acaba de ponerse un sol», sugiriendo que la civilización occidental se adentra en un crepúsculo donde las antiguas certezas se vuelven cada vez más dudosas y extrañas.

El filósofo también señala que esta transformación es tan vasta que la mayoría aún no comprende su magnitud. Sin un Dios que garantice el orden moral y el propósito último de la existencia, conceptos como la compasión y la humildad pierden su justificación trascendental, y la historia misma queda privada de sentido. Este vacío, lejos de ser meramente teórico, tiene profundas implicaciones para cómo vivimos y comprendemos el mundo.

En resumen, Nietzsche advierte que el colapso de esta antigua fe desencadenará una crisis cultural sin precedentes, obligando a la humanidad a reimaginar su lugar en el cosmos y a buscar nuevas fuentes de significado. Es un llamado a confrontar el nihilismo y a encontrar el valor necesario para reinventar los valores que sustentan nuestra existencia.

Discusion

El diagnóstico cultural que hace Nietzsche en La gaya ciencia sobre la «muerte de Dios» puede ponerse en diálogo con la filosofía de Immanuel Kant, otro pensador fundamental de la modernidad. Aunque ambos abordan la crisis de los fundamentos metafísicos en Occidente, sus perspectivas son radicalmente diferentes.

Kant, en su Crítica de la razón pura (1781), establece límites claros para el conocimiento humano, afirmando que solo podemos conocer los fenómenos, es decir, las cosas tal como se nos aparecen, mientras que la realidad en sí misma permanece inaccesible para nuestra razón. Sin embargo, en su Crítica de la razón práctica (1788), Kant defiende la existencia de Dios como un postulado necesario para la moralidad. Para Kant, aunque no podamos probar a Dios con la razón pura, la idea de un ser supremo es necesaria para sostener el sentido de justicia y orden moral en el universo.

Nietzsche, en cambio, no solo rechaza esta necesidad, sino que considera que la creencia en Dios es precisamente lo que ha debilitado a la humanidad. Para él, la moral cristiana, que Kant intenta preservar, es una forma de esclavitud espiritual que impide la plena afirmación de la vida. Mientras Kant ve la moralidad como un imperativo categórico universal, Nietzsche la interpreta como un producto histórico que refleja las necesidades y debilidades de las sociedades que la adoptaron.

En este sentido, donde Kant busca establecer un fundamento racional para la ética, Nietzsche propone una «transvaloración de todos los valores«, un proceso en el que las antiguas normas morales deben ser rechazadas para dar paso a una nueva forma de vida más libre y poderosa. Kant construye una ética basada en la autonomía y la dignidad humana, mientras que Nietzsche apuesta por la creación de nuevos valores que trasciendan las restricciones morales tradicionales.

En resumen, mientras Kant intenta salvar la moralidad en un mundo que ha perdido sus certezas metafísicas, Nietzsche busca liberarse por completo de ellas, proponiendo un camino más arriesgado y radical hacia la autotransformación humana.

Marx

Ser Humano

Marx aborda la cuestión del ser humano en los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, donde sostiene que el ser humano es esencialmente un ser social y de praxis, es decir, un ser que no solo interpreta el mundo, sino que lo transforma activamente a través del trabajo. Para Marx, el trabajo es la forma en que el ser humano se relaciona con la naturaleza, no solo adaptándose a ella, sino transformándola conscientemente para satisfacer sus necesidades. A diferencia de los animales, que actúan por instinto, el ser humano tiene la capacidad de planificar y estructurar su trabajo de manera creativa, lo que le permite no solo sobrevivir, sino también mejorar su entorno y alcanzar una mayor comodidad. Un ejemplo de esta diferencia se puede ver en las abejas, que también trabajan para producir miel, pero lo hacen de manera instintiva y repetitiva, sin capacidad de transformar conscientemente su entorno.

El trabajo, para Marx, es el medio a través del cual el ser humano desarrolla su humanidad y su dimensión social. Sin embargo, en una sociedad capitalista el trabajo pierde su carácter libre y creativo, convirtiéndose en una actividad impuesta y alienante. Esto se debe a que el sistema económico no solo determina las condiciones materiales de existencia, sino también el ser social, es decir, la posición que cada persona ocupa en las relaciones de producción, y por lo tanto, modifica la conciencia de cada individuo. Así, el trabajador, reducido a instrumento del proceso productivo, se encuentra alienado tanto de su actividad como de sí mismo, en una sociedad donde las relaciones humanas dependen del capital.

Por ello, para Marx la alienación no es ni natural ni eterna, ya que depende de estas relaciones de producción, que son históricas y cambiantes. Para él, el ser humano solo puede alcanzar su verdadera humanidad en una sociedad comunista, en la que no existan clases sociales ni explotación. En este contexto, el trabajo dejaría de ser una actividad alienante y pasaría a ser una expresión libre de la creatividad y la naturaleza social del ser humano.

No obstante, se puede criticar la visión de Marx, ya que, en la práctica, el trabajo cooperativo y libre que él propone no siempre se lleva a cabo. En muchas sociedades modernas, el trabajo sigue siendo controlado por estructuras de poder que reproducen la alienación, en lugar de liberarla. Además, la idea de una sociedad sin clases podría parecer utópica, ya que las experiencias históricas de revoluciones no siempre han logrado eliminar la desigualdad, y en algunos casos, han dado lugar a nuevas formas de opresión o concentración de poder.

En conclusión, Marx sostiene que el ser humano solo se realiza plenamente en una sociedad sin clases, donde el trabajo sea libre y creativo. No obstante, su ideal comunista enfrenta dificultades prácticas e históricas que han impedido su realización.

Política

Marx aborda la política desde una perspectiva materialista, donde las estructuras políticas están determinadas por las condiciones materiales y las relaciones de producción. Según él, las ideologías y formas políticas reflejan las relaciones de clase y poder que surgen de la organización económica de la sociedad. La política no es independiente, sino el instrumento con el que las clases dominantes refuerzan su control sobre la clase trabajadora.

Para Marx, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, donde las clases sociales en conflicto buscan el control sobre los medios de producción, y las estructuras políticas se crean para proteger los intereses de la clase dominante. En el capitalismo, la burguesía controla los medios de producción y el proletariado sobrevive vendiendo la fuerza de su trabajo. Un ejemplo de esto es la Revolución Rusa de 1917, donde los obreros y campesinos tomaron el control para derrocar al zarismo y la burguesía. Aunque prometía una sociedad sin clases, en la práctica el poder se concentró en una nueva élite, reflejando las dificultades que hay para lograr una sociedad sin clases.

Marx sostiene que el Estado, en cualquier forma política, actúa como un instrumento de opresión de una clase sobre otra. En el capitalismo, el Estado garantiza el orden y la estabilidad de las relaciones capitalistas, protegiendo la propiedad privada y manteniendo la explotación. La solución política de Marx es la revolución proletaria, que derrocaría a la burguesía y establecería una dictadura del proletariado, en la que los trabajadores controlarían los medios de producción, y que eventualmente llevaría a una sociedad comunista, sin clases, ni Estado, con los medios de producción de propiedad colectiva.

La propuesta de Marx también ha recibido críticas. Aunque la revolución proletaria se ha producido en la historia, no siempre ha llevado a una dictadura del proletariado, y aunque se nacionalizaron los medios de producción, en muchos casos no hubo autogestión ni se acabó con la explotación. Por eso, aunque la revolución ocurrió, los resultados estuvieron lejos del comunismo que Marx defendía.

En resumen, Marx ve la política como reflejo de las relaciones económicas y de clase, y propone la revolución proletaria para acabar con la explotación. Aunque su propuesta comunista ha sido difícil de aplicar, su crítica al papel del Estado y las desigualdades sigue siendo vigente.

Nietzsche

Ética

La ética de Nietzsche se aleja de las concepciones tradicionales de la moralidad, especialmente las influenciadas por la religión y la moral cristiana, que, según él, reprimen la vida, la creatividad y la individualidad. A su juicio, la moral cristiana promueve la debilidad, la sumisión y la renuncia a los instintos naturales del ser humano, contrarios a su impulso vital. Por ejemplo, la figura de Cristo, según Nietzsche, representa una moral de sacrificio y humildad, contraria a la afirmación de la vida y el poder personal.

Debido a esta crítica, Nietzsche introduce el concepto del “superhombre” (Übermensch), un ideal ético que representa al individuo que ha superado las limitaciones de la moral tradicional. El superhombre es quien crea sus propios valores, guiado por su voluntad de poder, que no es dominio sobre los demás, sino una fuerza interior que impulsa al individuo a superar sus propios límites y afirmar su existencia.

Por ello, Nietzsche diferencia entre el «moralista» o «hombre de rebaño» y el individuo excepcional. La moral de la mayoría, según él, es una moral de reactividad, en la que los individuos se conforman con normas establecidas. En cambio, los individuos excepcionales deben vivir según sus propios principios, sin someterse a valores externos.

Una idea central en su ética es la «muerte de Dios«, que refleja el fin de las creencias trascendentales. Debido a esto, Nietzsche aboga por una moralidad basada en la autotrascendencia, el autoconocimiento y la creación de valores desde el interior del ser humano. Al negar la existencia de un ser divino que dé sentido a la vida, el individuo debe encontrar su propósito de forma autónoma.

Nietzsche también introduce la “voluntad de poder” como el impulso fundamental que guía la vida humana, entendida como un impulso de autoafirmación y crecimiento personal. Para él, la vida no debe ser vista como algo a soportar o escapar, sino como algo a afirmar y vivir plenamente. Esto quiere decir que debemos afirmar nuestra existencia con todas sus experiencias, aceptando tanto las pruebas como los momentos de satisfacción para crecer.

No obstante, su ética ha sido criticada por promover un individualismo extremo, que podría llevar a la intolerancia o al elitismo. Al defender la creación de valores propios, algunos argumentan que Nietzsche podría fomentar un relativismo moral, donde cualquier acción se justificaría en función de la voluntad de poder del individuo.

La ética de Nietzsche cuestiona la moral tradicional y defiende la creación de valores propios mediante la afirmación de la vida y el ideal del superhombre, aunque su individualismo puede entrar en conflicto con las normas sociales.

Conocimiento

Nietzsche aborda el conocimiento desde una perspectiva radicalmente subjetiva. Para él, el conocimiento no refleja una verdad objetiva ni universal, sino que está condicionado por la subjetividad del ser humano y por sus intereses particulares. Esto se debe a que toda interpretación del mundo está guiada por la «voluntad de poder«, un impulso vital que no busca simplemente dominar a los demás, sino afirmarse a sí mismo y crear sentido. Así, el conocimiento no consiste en descubrir una verdad externa e inmutable, sino en construir significados personales que respondan a nuestros deseos, pasiones e instintos.

Un buen ejemplo de esta concepción puede encontrarse en el arte. Un pintor como Picasso no busca reproducir la realidad tal como es, sino expresar su visión subjetiva del mundo. A través de sus obras, proyecta emociones, ideas y una forma particular de interpretar la existencia. Este tipo de conocimiento, basado en la creatividad y la afirmación del yo, es el que Nietzsche considera auténtico.

Frente a esta visión vitalista, Nietzsche critica duramente el «conocimiento ascético«, típico de la tradición cristiana y de la filosofía que busca verdades absolutas. Este saber, según él, está al servicio de una moral que niega la vida, reprime los instintos y valora la renuncia. En su lugar, propone un «conocimiento afirmativo«, que celebre la existencia tal como es, con todos sus aspectos: deseos, contradicciones, pasiones y luchas. En esto se anticipa a corrientes como el existencialismo de Sartre, que también defienden la libertad individual y la autenticidad frente a las normas impuestas.

Otro concepto clave en su pensamiento es el del eterno retorno, según el cual deberíamos vivir nuestra vida de manera que estuviéramos dispuestos a repetirla infinitas veces sin arrepentimiento. Esta idea refuerza su visión del conocimiento como una forma de vida consciente y coherente con uno mismo. Por ejemplo, un emprendedor que, pese a los fracasos, sigue luchando por su proyecto personal estaría actuando según esta lógica, creando su propio sentido y afirmando su existencia con plenitud.

Finalmente, Nietzsche plantea un relativismo del conocimiento: si cada interpretación está guiada por la voluntad de poder y por la perspectiva del individuo, entonces no existen verdades absolutas. Lo que se considera verdadero depende del contexto cultural, histórico y personal. Así, valores como la justicia, la belleza o la moralidad son construcciones que varían entre culturas y épocas. En conclusión, para Nietzsche, el conocimiento no es objetivo ni universal, sino subjetivo, creativo y vital. Su función no es descubrir una verdad trascendental, sino afirmar la vida y la individualidad en toda su complejidad.

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