Hume: Teoría del Conocimiento y Crítica de la Causalidad

HUME 2. La teoría del conocimiento y crítica principio de causalidad

En la introducción al Tratado de la naturaleza humana, Hume enfatiza la necesidad de relacionar todas las disciplinas con la naturaleza humana, proponiendo una ciencia del hombre basada en el método experimental. Aboga por emplear la experiencia y la observación como fundamentos sólidos, aplicando el método experimental a la psicología y la moral humanas. Hume busca extender los métodos de la ciencia newtoniana al estudio de la naturaleza humana, tanto en el conocimiento humano como en la moral.

IMPRESIONES E IDEAS

Hume parte del empirismo, afirmando que el conocimiento válido proviene de la experiencia. Niega la existencia de ideas innatas y las percibe como derivadas de la experiencia sensible, denominándolas ‘percepciones’.

IMPRESIONES

Las impresiones son los datos inmediatos de la experiencia externa o interna. Son el resultado del conocimiento directo que obtenemos a través de los sentidos. Se destacan por su viveza y la sensación de conexión con la realidad que generan.

IDEAS

Las ideas se originan a partir de las impresiones y son representaciones o copias de estas en el pensamiento. Son menos vívidas que las impresiones, lo que sugiere una diferencia de grado más que de naturaleza entre ambas. Un ejemplo ilustrativo es el contraste entre la impresión de mirar una hoja de papel y la idea que surge al imaginarla con los ojos cerrados.

Según Hume, toda idea se deriva de una impresión correspondiente, lo que determina su validez. Esta tesis, basada en el empirismo, guía el criterio para evaluar la validez de nuestras ideas: una idea es válida si procede de una impresión. Hume sostiene que el poder de la mente se reduce a combinar materiales sensoriales, enriqueciéndose únicamente mediante la asociación de ideas basada en la semejanza, contigüidad y relación causa-efecto. Esta perspectiva lleva a Hume a negar la existencia de ideas universales o abstractas, argumentando que todas las ideas son particulares y se derivan de impresiones específicas.

Relaciones de ideas y conocimiento de hechos

Hume establece dos tipos fundamentales de conocimiento: relaciones entre ideas y conocimiento de hechos. Comienza analizando las relaciones de ideas, ejemplificadas por proposiciones matemáticas como ‘El todo es mayor que la parte’. Estas proposiciones son verdaderas en virtud de la relación entre las ideas de ‘todo’ y ‘parte’, independientemente de los hechos. Las matemáticas, en este sentido, proporcionan proposiciones analíticas y necesarias, absolutamente ciertas pero no referentes a realidades concretas. Por otro lado, el conocimiento de hechos se refiere a proposiciones sintéticas que describen eventos específicos, como ‘El sol saldrá mañana’. Estas proposiciones no poseen la misma necesidad lógica que las matemáticas; su opuesto es concebible y su veracidad se basa en la experiencia. La certeza sobre hechos se limita a las impresiones actuales y recuerdos de impresiones pasadas, según Hume. En cuanto a los hechos futuros, como el amanecer del sol mañana, Hume señala que nuestro conocimiento se basa en inferencias causales. Toda afirmación sobre hechos implica una inferencia de causa y efecto. Dado el papel central de la inferencia causal en el conocimiento humano, especialmente en la ciencia física, Hume plantea la necesidad de investigar su naturaleza y los fundamentos para utilizarla más allá de la experiencia sensorial inmediata.

Análisis de la idea de causalidad. Costumbre y creencia

La comprensión de la relación causa-efecto en las ciencias de hechos, como la física, requiere un análisis cuidadoso de lo que la experiencia nos ofrece al respecto. La experiencia nos enseña que algunos sucesos están conectados de manera regular, pero Hume argumenta que esta conexión no es necesaria en el mismo sentido que las relaciones de ideas en las matemáticas. Para Hume, la creencia en la relación causa-efecto se basa en el hábito o la costumbre, derivada de la repetición uniforme de la experiencia pasada. Aunque esta creencia no ofrece certeza absoluta, proporciona certeza práctica que nos permite actuar en el mundo. Sin embargo, esta comprensión nos aleja del ideal de universalidad y necesidad del conocimiento. La expectativa de que a una causa le seguirá su efecto solo puede ser probable, no absolutamente cierta. Los fundamentos de las ciencias de hechos no se encuentran en principios de justificación racional, como la existencia de una conexión necesaria entre los fenómenos, sino en la creencia y la probabilidad. Mientras que la certeza absoluta se reserva para la matemática, en las ciencias de hechos nos conformamos con una certeza práctica, lo cual, según Hume, es suficiente para la vida humana.

Metafísica

El criterio empirista de significado, que establece que una idea es válida si se deriva de una impresión, junto con el análisis de la relación causa-efecto, permite a Hume criticar tanto la metafísica escolástica, previamente rechazada por Descartes, como la metafísica racionalista. Ahora exploraremos los aspectos esenciales de esta crítica.

El problema de la sustancia

Según Hume radica en la falta de una impresión que pueda derivar en la idea de sustancia. Hume argumenta que no poseemos una idea de sustancia que sea diferente a la de una colección de ideas simples unidas por la imaginación, a las cuales se les asigna un nombre específico para recordar esa colección. Por ejemplo, nuestra idea de una rosa es una colección de ideas simples como olor, color y textura, pero no poseemos una idea de lo que es ‘la’ rosa más allá de esta colección de ideas simples, ya que no tenemos una impresión de qué es exactamente ‘la’ rosa.

El problema de la realidad exterior

El dilema de la realidad exterior según Hume se basa en su restricción de la inferencia causal solo a impresiones. Esto significa que podemos inferir de una impresión a otra, pero no más allá, hacia algo no experimentado. Aplicando este criterio al problema de una realidad exterior independiente de nuestras impresiones, Hume cuestiona la validez de inferir la existencia de objetos como causas de nuestras impresiones. Según él, la idea de causa y efecto se deriva de experiencias pasadas de la constante unión entre dos eventos, pero al estar solo presentes las percepciones en la mente, solo podemos establecer relaciones causa-efecto entre percepciones, no entre percepciones y objetos. Por lo tanto, no podemos inferir la existencia de objetos a partir de percepciones. A pesar de ello, la creencia en la existencia del mundo exterior persiste en la mente humana, suponiendo que este mundo es la causa de nuestras percepciones y que existe independientemente de ellas.

El problema de la demostración de la existencia de Dios

La demostración de la existencia de Dios plantea un dilema para Hume, ya que la mayoría de los argumentos utilizan el principio de causalidad, partiendo del mundo como efecto para llegar a Dios como su causa. Sin embargo, debido a su escepticismo sobre la relación causa-efecto, Hume rechaza estas pruebas tradicionales. Analicemos algunas de las razones fundamentales detrás de su negación de cualquier demostración de la existencia de Dios.

Según Hume, la validez de una inferencia causal radica en la similitud entre los hechos conocidos en el pasado y los que se intentan comprender en el presente. Sin embargo, ¿cómo podemos aplicar esta inferencia causal a dos entidades tan distintas y sin paralelo como el mundo y Dios? Además, incluso en el mejor de los casos, no se puede inferir la existencia de un creador infinito a partir de un mundo finito, ya que si el efecto refleja a la causa y el efecto es finito, como lo es el mundo, entonces solo podemos concluir que la causa también es finita, y no Dios con los atributos que le atribuye la religión.

La noción de identidad personal

Hume aborda la noción de identidad personal, la cual ha sido tradicionalmente considerada como una sustancia separada de nuestras ideas e impresiones. A diferencia de sus predecesores, como Descartes, Locke y Berkeley, Hume cuestiona esta idea y no puede recurrir a su análisis de la causalidad, ya que la existencia del Yo no se basa en una inferencia causal, sino en una ‘intuición inmediata’ (‘Pienso, luego existo’).

Sin embargo, Hume critica la noción de Yo como una realidad separada de las impresiones e ideas. Argumenta que no hay una impresión constante que pueda fundamentar la idea de un Yo permanente, ya que las impresiones y sensaciones cambian continuamente. Esta crítica socava la noción de una entidad estable y permanente como el Yo.

Hume sostiene que la creencia en la identidad personal se basa principalmente en la memoria, que reconoce la conexión entre las diferentes impresiones que experimentamos. Sin embargo, identificar esta conexión como una identidad sustancial es un error, ya que la sucesión de impresiones no implica una identidad permanente.

Hume cuestiona la justificación racional de la existencia de un mundo exterior y de Dios, dejando sin respuesta la procedencia de nuestras impresiones. Su empirismo radical limita el conocimiento al ámbito de las impresiones, rechazando la metafísica como más allá de la experiencia. Concluye que cualquier texto que no contenga razonamientos sobre relaciones de ideas o cuestiones de hecho debe ser descartado como sofismas y supercherías.

Hume concluye su estudio del conocimiento humano con escepticismo. Las ciencias formales ofrecen un conocimiento necesario pero no extensivo; las ciencias naturales proporcionan conocimiento extensivo pero no certero debido a la crítica al principio de causalidad; la metafísica es imposible como ciencia tras la crítica al concepto de sustancia.

Hume sugiere que al aceptar nuestras limitaciones y cambiar convicciones por creencias, podemos disfrutar la investigación como un placer natural, sin pretender conocerlo todo.

Hume cuestiona todo con buen humor, desde la razón hasta la existencia de Dios, sugiriendo que ni siquiera la duda escapa a la sospecha. Reconoce que la conciencia de la ficción puede evitar conflictos por las verdades.

A pesar del escepticismo, Hume enfatiza la importancia de seguir haciendo ciencia y reconoce su utilidad, pero ahora con la conciencia de que nada es absolutamente cierto y necesario.

Moral

La teoría del conocimiento es solo una parte del proyecto general de Hume, que busca fundar y desarrollar una ‘ciencia del hombre’.

Hume aspira a realizar una tarea similar a la de Newton en relación con la naturaleza física, buscando constituir una ciencia de la naturaleza humana basada en el método experimental.

El problema de la fundamentación de los juicios morales

El tema central es el problema de la fundamentación de los juicios morales, que expresan la aprobación o reprobación de ciertas conductas y actitudes por parte del hombre.

Desde la antigua filosofía griega, se ha debatido sobre el origen y fundamento de los juicios morales. Muchos pensadores han argumentado que estos juicios se basan en la razón, que conoce la naturaleza humana y determina lo bueno y lo malo en función de ella.

Hume ofrece argumentos detallados para sostener que los juicios morales no se derivan de la razón. Para él, la moral no puede considerarse una rama del conocimiento humano, ya que la razón o un supuesto conocimiento intelectual de la naturaleza humana no fundamentan nuestras valoraciones morales.

Según el empirismo de Hume, el conocimiento humano se divide en relaciones entre ideas y conocimiento de hechos. Sin embargo, los juicios morales no enuncian ni relaciones entre ideas ni hechos. Mientras que los juicios de hecho pueden ser contrastados con la experiencia para determinar su veracidad, los juicios morales no pueden, ya que no enuncian lo que es, sino lo que debería ser. Hume argumenta que los juicios morales no expresan hechos, sino que están basados en sentimientos de aprobación o reprobación que surgen en el individuo. Estos sentimientos son objetos del corazón, no de la razón, y se encuentran en la persona, no en el objeto de juicio.

El sentimiento, fundamento de los juicios morales

El juicio o valoración moral no proviene de la razón, sino del sentimiento. La virtud o vicio de una acción se determina por el placer o desagrado que causa en el individuo, según Hume, estableciendo así el fundamento del emotivismo moral.

El sentimiento moral implica una aprobación o reprobación desinteresada hacia acciones y características humanas específicas.

Hume define la virtud como aquello que genera en un espectador el sentimiento placentero de aprobación, y el vicio como su opuesto.

La fundamentación de las valoraciones morales en los sentimientos podría llevar al relativismo moral, ya que diferentes personas pueden experimentar diferentes sentimientos hacia la misma acción. Sin embargo, Hume argumenta que existe un acuerdo básico en el funcionamiento de los sentimientos morales entre los seres humanos, aunque puedan haber discrepancias en la valoración moral de ciertos actos.

La utilidad como base de la moral

Hume plantea la cuestión fundamental de por qué ciertas acciones generan sentimientos de agrado y aprobación en los seres humanos, mientras que otras provocan desagrado o rechazo.

Según Hume, la utilidad es la principal fuente de aprobación moral. Por ejemplo, la virtud de la benevolencia, que suscita comúnmente la aprobación moral, se fundamenta en la felicidad y satisfacción que aporta a la sociedad a través de sus relaciones y acciones beneficiosas.

Es importante destacar que cuando Hume habla de utilidad, no se refiere exclusivamente al beneficio personal, sino a la utilidad social. La simpatía, un sentimiento intrínseco a la naturaleza humana, impulsa a las personas a compartir y participar en las emociones de los demás, lo que también contribuye a la aprobación de la benevolencia.

En resumen, debido al sentimiento de simpatía hacia los demás, todo lo que contribuye a la felicidad de la sociedad recibe nuestra aprobación y buena voluntad.

Este mismo principio se aplica a la justicia. La base de su alabanza como virtud y los sentimientos de aprobación que despiertan las acciones justas radican en su utilidad social, especialmente en el correcto reparto de los recursos escasos.

Sin embargo, al estar basada en la utilidad pública, la justicia no está sujeta a leyes eternas independientes de las circunstancias humanas y de la utilidad común. Hume argumenta que la justicia es un producto de la convención humana, una invención que surge de la preocupación por el bienestar individual y público.

En última instancia, Hume no presenta la moral como un conjunto de rigideces y privaciones. Por el contrario, su objetivo es la felicidad humana. Si el fundamento de la moralidad es la utilidad, no tendría sentido una moral desagradable y austera.

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