Exploración de la Filosofía Medieval: Patrística, Escolástica y la Influencia Árabe

Visión Panorámica de la Filosofía Medieval

El término filosofía medieval abarca el periodo que va del siglo III al XV y coincide con el desarrollo de la filosofía cristiana. El cristianismo no surge como una filosofía, sino como una doctrina de salvación predicada por Jesucristo. En sus inicios, no tiene ningún problema con la filosofía ni interés en convertirse en ella, puesto que se trata de una doctrina que arraiga en las clases más humildes y menos cultas. Pero, poco a poco, se va extendiendo y se hace necesario, en el ámbito de la religión, echar mano de aspectos de la filosofía griega para que los creyentes aclarasen algunas de sus creencias y se defiendan de los ataques externos. De este modo, se utilizó la filosofía tanto para fijar el dogma cristiano como para defenderse argumentalmente de las herejías. Así, se produce la síntesis entre la filosofía y el cristianismo que da lugar a la filosofía medieval. Los principales temas que aborda son: las relaciones entre la razón y la fe, la naturaleza y la existencia de Dios, la libertad del hombre, el problema del mal, los universales y las relaciones entre Iglesia y Estado.

Corrientes de la Filosofía Medieval

La filosofía medieval se divide en dos grandes corrientes: patrística y escolástica. Sin olvidar la importancia de la filosofía judía e islámica para la recepción del pensamiento aristotélico en Occidente, de la mano de filósofos como Maimónides, Avicena y Averroes.

Patrística

La patrística está configurada por un conjunto de pensadores cristianos (los “Santos Padres”) que defienden la fe cristiana utilizando la especulación racional. Movidos por la necesidad de usar conceptos filosóficos griegos para comprender la verdad revelada, formular racionalmente sus dogmas y defender su doctrina del constante ataque intelectual de quienes consideraban irracionales sus creencias. La figura cumbre de la patrística es San Agustín de Hipona (s. IV-V), quien dedicó toda su vida a una apasionada búsqueda de la verdad. Después de pasar por diversas escuelas filosóficas y religiosas, se convirtió al cristianismo, donde halló la respuesta a todos sus problemas. Tomando como base el platonismo y el estoicismo, se enfrenta al problema de las relaciones entre la razón y la fe, sin trazar fronteras entre ellas, puesto que ambas colaboran en el esclarecimiento de la verdad, aunque la fe siempre está por encima de la razón. Del mismo modo, la Iglesia estará por encima del poder temporal del Estado. Estas ideas servirán de base al pensamiento cristiano durante gran parte de la Edad Media.

Escolástica

La escolástica toma su nombre de las escuelas catedralicias, antecedente de las universidades medievales, donde se enseñaban las artes liberales (“trívium” y “quadrivium”) y que se extienden por Occidente a raíz del “renacimiento carolingio”, llegando hasta el siglo XV. Se trata de un movimiento teológico y filosófico que intenta utilizar la filosofía grecolatina clásica para comprender la revelación cristiana, utilizándose la razón para comprender las verdades aceptadas por la fe. El conocimiento y difusión del pensamiento de Aristóteles, traído por los árabes, dará un nuevo sentido a la interpretación de la verdad. Santo Tomás de Aquino (s. XIII) será quien se ocupe de ello. Respecto a las relaciones entre razón y fe, establece una clara separación entre ambas, pues cada una tiene su objeto y su método, pero colaborando en los temas que incumben a ambas. Así, rompe la relación de dependencia de la razón respecto de la fe, poniendo fin a la sumisión de la razón, y fundamentará en la experiencia sensible y la capacidad de la razón natural sus pruebas para demostrar la existencia de Dios.

Crisis de la Escolástica

En el siglo XIV, con Duns Scoto y Guillermo de Ockham, se produce la crisis de la escolástica, lo que supone el inicio de la caída del mundo medieval y el surgimiento de una nueva forma de pensar que dará lugar al Renacimiento y, acto seguido, a la filosofía moderna. La filosofía de Ockham es un auténtico ejercicio de renovación filosófica, lo que le supondrá enfrentamientos incluso con el papado. Plantea la total separación entre la fe y la razón, el nominalismo en el tema de los universales y la separación entre el poder temporal (Estado) y el espiritual (Iglesia), sentando las bases del pensamiento moderno.

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