Conceptos Fundamentales en Filosofía Moderna: Descartes, Rousseau, Kant, Marx, Nietzsche

Conceptos Fundamentales en Filosofía Moderna

DESCARTES: El Problema de Dios

En el sistema cartesiano, la existencia de Dios es una pieza clave tanto para el conocimiento como para la metafísica. En primer lugar, el contexto de esta cuestión parte del proyecto cartesiano de fundamentar el conocimiento sobre bases absolutamente ciertas. Descartes busca superar el escepticismo mediante una filosofía construida con rigor matemático. Para ello, reivindica el método de la duda metódica, descartando todo aquello que pueda ser puesto en duda, hasta llegar a una primera certeza: el «cogito«, la existencia del yo pensante. Sin embargo, para validar las ideas claras y distintas que surgen de la razón, necesita demostrar la existencia de un ser perfecto que no pueda engañarnos: Dios.

La Demostración de la Existencia de Dios

La demostración de la existencia de Dios es extensa y presenta varias vías. La más importante se basa en la idea misma de Dios. Descartes distingue entre tres tipos de ideas: adventicias (proceden de la experiencia), facticias (inventadas por la mente) e innatas (presentes por naturaleza). La idea de Dios, como ser infinito y perfecto, es innata. Dado que poseemos una idea cuya realidad objetiva (lo representado en la idea) es superior a nosotros mismos, no puede haber sido causada por un ser finito como el ser humano. Según el principio de causalidad, debe haber al menos tanta realidad en la causa como en el efecto, por lo que esa idea solo puede haber sido puesta en nosotros por una sustancia perfecta: Dios.

Argumento de la Conservación y Argumento Ontológico

A esto se suma el argumento de la conservación, según el cual no solo fue necesaria una causa para existir, sino que también debe haber una causa que nos conserve en el ser de forma continua. Como no nos damos a nosotros mismos la existencia, dependemos de un ser superior para mantenerla: nuevamente, Dios. Por último, Descartes también recurre al argumento ontológico, en la línea de san Anselmo, pero con una formulación racionalista: Dios, por definición, es un ser perfecto, y entre sus perfecciones debe incluirse la existencia, pues sería contradictorio concebir un ser perfecto que no existe.

Esencia Divina y Creación Continua

Respecto a la esencia divina, Descartes sostiene una tesis de voluntarismo divino: las verdades eternas (como las matemáticas) dependen de la voluntad de Dios, no de su entendimiento. Esto subraya su omnipotencia, aunque plantea tensiones con la idea de racionalidad. Además, plantea la doctrina de la creación continua: Dios no solo creó el mundo, sino que lo sostiene constantemente en el ser. Esta dependencia radical garantiza la validez de las leyes naturales y la fiabilidad del conocimiento, ya que un Dios perfecto no sería engañador.

En definitiva, la existencia de Dios es indispensable para asegurar tanto la ontología cartesiana como la confianza en la razón y en la ciencia. Dios es el fundamento último del conocimiento verdadero.

ROUSSEAU: El Ser Humano

Jean-Jacques Rousseau, en su obra Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, analiza profundamente la condición humana, señalando que la civilización ha sido una fuente de corrupción, desigualdad y esclavitud. A diferencia de pensadores anteriores, como Hobbes, que veían al hombre en estado natural como salvaje y peligroso, Rousseau plantea una visión antropológica distinta: el ser humano es naturalmente bueno y ha sido corrompido por la sociedad. Esta concepción parte de su crítica a la cultura ilustrada de su tiempo y a las desigualdades crecientes que observaba en la vida moderna. En lugar de ver el progreso como una mejora, Rousseau considera que la historia es una decadencia moral, donde la razón y el egoísmo han reemplazado a la compasión y la libertad.

La Teoría del Estado de Naturaleza

Rousseau justifica su visión del ser humano mediante la teoría del estado de naturaleza, aunque no como un hecho histórico real, sino como una construcción teórica para comprender lo que somos al margen de la influencia social. En este estado primitivo, el ser humano es libre, autónomo, movido por el amor de sí (instinto de conservación) y la piedad natural (empatía hacia el sufrimiento ajeno). Este “buen salvaje” es autosuficiente, no conoce la propiedad privada, ni el lenguaje articulado ni las instituciones sociales. Vive en una armonía simple con la naturaleza, sin necesidad de competir con los demás.

El Origen de la Desigualdad

A medida que los seres humanos comenzaron a vivir juntos y a desarrollar herramientas, surgieron la interdependencia, la comparación y el orgullo. En su historia especulativa del origen de la desigualdad, Rousseau argumenta que la propiedad privada fue el primer paso hacia la corrupción del ser humano. “El verdadero fundador de la sociedad civil fue aquel que cercó un terreno y dijo: ‘Esto es mío’”, escribe. La división del trabajo, la aparición de la agricultura y la metalurgia acentuaron las desigualdades y dieron lugar a una sociedad dominada por el egoísmo, la ambición y la vanidad. Así, se instauraron las jerarquías, los privilegios y el sometimiento de unos por otros.

La Propuesta de Educación Natural

Frente a esta decadencia, Rousseau propone un ideal de educación natural, expuesto en su obra Emilio. El objetivo es formar individuos libres, autónomos y morales, que puedan resistir la corrupción social. La educación debe respetar las etapas naturales del desarrollo del niño, no imponerle conocimientos precoces ni valores artificiales. Especial atención se da a la adolescencia, como etapa de formación del carácter y de los sentimientos morales, especialmente el respeto y el amor propio bien entendido. Rousseau sostiene que solo mediante una educación adecuada, basada en la libertad y la experiencia directa, puede el ser humano recuperar su autenticidad.

Conclusión sobre el Ser Humano

En conclusión, Rousseau ve en la naturaleza humana una bondad original que ha sido pervertida por las estructuras sociales. Su propuesta es una crítica radical a la civilización moderna, y al mismo tiempo, una apuesta por la regeneración del ser humano a través de una educación que cultive la libertad, la empatía y la autenticidad personal.

ROUSSEAU: La Política

En su pensamiento político, Rousseau parte de la misma crítica a la sociedad que realiza en el plano antropológico: la civilización, tal como está organizada, corrompe y esclaviza al ser humano. Su propuesta política, desarrollada principalmente en El contrato social, busca una solución a este problema: cómo construir una sociedad en la que el hombre, aunque renuncie a la libertad natural, siga siendo libre. Para ello, Rousseau reformula el concepto del contrato social y la soberanía popular.

El Nuevo Contrato Social

A diferencia de Hobbes o Locke, Rousseau no cree que el contrato social deba establecer un gobierno que represente a los ciudadanos desde arriba. Para él, el contrato debe fundar una comunidad en la que todos los ciudadanos, como iguales, se unan bajo una voluntad general que exprese el interés común. En este nuevo sentido, el contrato social no somete al ciudadano a una autoridad externa, sino que lo convierte en legislador y sujeto al mismo tiempo. Así, cada uno obedece únicamente a la ley que él mismo ha contribuido a formular, manteniendo su libertad.

La Voluntad General y la Soberanía

La voluntad general no es simplemente la suma de las voluntades individuales, sino la expresión racional del bien común. Rousseau distingue entre la voluntad general, que busca el interés de todos, y la voluntad de todos, que puede ser solo la agregación de intereses particulares. La soberanía reside en el pueblo y es inalienable, indivisible y absoluta. Esto significa que ningún grupo ni individuo puede ejercer legítimamente el poder en lugar del pueblo, y que las leyes deben emanar siempre de la voluntad general.

La República y las Formas de Gobierno

La República, para Rousseau, no es solo una forma de gobierno, sino cualquier forma de Estado regido por leyes justas y por la voluntad general. Aunque la soberanía corresponde al pueblo, este no gobierna directamente en todo momento, sino que delega funciones ejecutivas en un gobierno. Sin embargo, este gobierno debe estar estrictamente subordinado a la soberanía popular. Rousseau clasifica las formas de gobierno en democracia, aristocracia y monarquía, según cuántos ejerzan el poder ejecutivo. Pero su preferencia está por una democracia directa en pequeños Estados, donde los ciudadanos puedan participar activamente en la vida pública.

Igualdad Civil y Propiedad

Además, el contrato social debe asegurar no solo la libertad política, sino también la igualdad civil. Todos los ciudadanos deben ser tratados como iguales ante la ley, y tener las mismas oportunidades para influir en la vida política. Rousseau rechaza las desigualdades económicas extremas, ya que considera que la riqueza excesiva corrompe la virtud cívica y rompe el lazo social. Por eso, propone limitar el derecho de propiedad y promover una forma de vida austera y comprometida con el bien común.

Conclusión sobre la Política

En síntesis, Rousseau busca una política que regenere al ser humano, devolviéndole la libertad y la igualdad perdidas. Su ideal republicano se basa en la soberanía popular, la participación activa de los ciudadanos y la subordinación del gobierno a la voluntad general. Aunque sus ideas pueden parecer utópicas, han sido fundamentales en el desarrollo de las democracias modernas y en la defensa de los derechos ciudadanos.

KANT: El Problema de la Ética

La ética de Kant parte de una concepción racional y autónoma de la moral. Frente al empirismo moral o al utilitarismo, que basan la moralidad en las consecuencias o en sentimientos, Kant busca establecer principios universales y necesarios a partir de la razón práctica. La pregunta que guía su Fundamentación de la metafísica de las costumbres es: ¿qué hace que una acción sea moral? Kant responde que no son las consecuencias ni la inclinación, sino la conformidad con el deber por respeto a la ley moral.

El Imperativo Categórico

La ley moral se expresa en el imperativo categórico, una fórmula racional que ordena obrar de manera que la máxima de nuestra acción pueda valer como ley universal. A diferencia de los imperativos hipotéticos, que dependen de condiciones o fines particulares, el imperativo categórico tiene validez absoluta y se dirige a todo ser racional. La primera formulación exige que solo actuemos según máximas que puedan universalizarse sin contradicción. Por ejemplo, mentir o incumplir promesas no puede universalizarse sin destruir la posibilidad de la propia acción.

Tipos de Deberes

Kant distingue entre dos tipos de deberes según las pruebas de universalización: los deberes perfectos (como no mentir o no suicidarse) surgen de contradicciones en la concepción de la máxima, mientras que los deberes imperfectos (como ayudar a los demás o desarrollar talentos) provienen de contradicciones en la voluntad. Esta formulación exige coherencia racional y respeto por la dignidad moral.

La Humanidad como Fin en Sí

La segunda formulación del imperativo categórico ordena tratar a la humanidad, tanto en uno mismo como en los demás, siempre como un fin en sí y nunca como un medio. Esto implica reconocer la dignidad intrínseca de cada persona, pues los seres racionales no tienen precio, sino valor absoluto. Esta formulación subraya el respeto por la autonomía moral y prohíbe toda forma de instrumentalización del otro.

La Autonomía de la Voluntad

La tercera formulación destaca la autonomía de la voluntad, es decir, la capacidad de los seres racionales para legislar moralmente por sí mismos. La moralidad consiste en actuar no por miedo ni por inclinaciones, sino por respeto a la ley que uno mismo se da como ser racional. Esta auto-legislación fundamenta la dignidad y la igualdad de todos los agentes morales.

Libertad y Postulados de la Razón Práctica

Ahora bien, ¿por qué debemos obedecer la ley moral? Kant sostiene que la libertad práctica es la condición de posibilidad de la moralidad. Aunque desde la razón teórica no podemos demostrar que somos libres, desde la razón práctica debemos suponer la libertad para considerar a los agentes como responsables. Esta es la “deducción” de la moralidad: la moral solo es posible si suponemos que somos libres.

Finalmente, Kant introduce los postulados de la razón práctica: la libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios. Estos no son conocimientos teóricos, sino condiciones necesarias para la moral. La libertad es indispensable para la autonomía; la inmortalidad asegura la posibilidad de progresar moralmente hacia el bien supremo; y Dios garantiza la unión entre virtud y felicidad, que en este mundo parecen separadas. Así, Kant articula una ética racional, autónoma y universal, que no depende de consecuencias, sino del deber y del respeto a la ley moral como expresión de la razón.

MARX: El Problema del Ser Humano

Karl Marx desarrolla una concepción del ser humano profundamente vinculada a las condiciones materiales y sociales en las que vive. Para él, la esencia del ser humano no es abstracta ni fija, sino que se constituye históricamente a través de su relación con el trabajo, la sociedad y las estructuras económicas. En este sentido, Marx enfatiza tres rasgos fundamentales de la condición humana: la existencia concreta, pues el ser humano es un ser que vive en condiciones materiales específicas; el carácter social, ya que se desarrolla en interacción con los demás; y la historicidad, dado que cambia con el devenir de las formas de organización social. En su núcleo, el ser humano es homo faber, un ser capaz de transformar el mundo mediante el trabajo, que posee un potencial emancipador cuando se realiza libre y conscientemente. No obstante, el trabajo también puede convertirse en un instrumento histórico de dominación cuando es controlado por otros y se vuelve ajeno al trabajador.

La Alienación

Uno de los conceptos centrales en Marx es la alienación, entendida como extrañamiento y enajenación del ser humano respecto a su esencia. Marx distingue entre alienación económica y alienación ideológica. La primera se produce cuando el trabajador pierde el control sobre lo que produce y sobre su actividad, lo que genera pérdida de sentido, sufrimiento y deshumanización. La segunda se refiere a una falsa conciencia, es decir, a la aceptación pasiva del sistema por parte del trabajador, al no percibir las causas reales de su opresión.

División de Clases y Superestructura

La alienación está estrechamente ligada a la división de clases, una constante histórica según el materialismo histórico marxiano, que interpreta la historia como una sucesión de luchas de clases. En todas las sociedades divididas en clases, existe un antagonismo estructural entre explotadores y explotados, que determina las relaciones sociales. Esta división se reproduce y justifica mediante una superestructura ideológica (derecho, religión, Estado), que actúa como un mecanismo de conservación del orden establecido.

El Capitalismo y la Explotación

En el capitalismo, esta lógica se intensifica. La burguesía, que posee los medios de producción, explota al proletariado, que solo dispone de su fuerza de trabajo. Este se ve obligado a venderla bajo el chantaje del salario, recibiendo menos valor del que genera: esa diferencia, la plusvalía, es apropiada por el capitalista. Esta es la base de la explotación económica en el capitalismo. Además, el trabajo en el capitalismo está profundamente alienado. El obrero se aliena del producto, que le es arrebatado; de la actividad del trabajo, que se convierte en una obligación sin sentido; de los otros trabajadores, con quienes compite en lugar de cooperar; y, en última instancia, de sí mismo, pues el sistema produce una fetichización de la mercancía y una cosificación del trabajador, reducido a mero instrumento productivo. A esto se suma una conciencia alienada reforzada por el Estado y el derecho, que presentan la desigualdad como algo natural y justo.

El Comunismo como Emancipación

Frente a esta situación, Marx propone el comunismo como horizonte de emancipación humana. Este no es una utopía ideal, sino el resultado necesario del desarrollo del capitalismo, cuyas propias contradicciones —como las crisis económicas y la concentración de capital— preparan su caída. La toma de conciencia del proletariado es clave para esta transformación revolucionaria. En el comunismo, se busca abolir la propiedad privada y con ello eliminar el antagonismo de clase, así como suprimir la explotación y la alienación, permitiendo que el trabajo recupere su carácter libre, creativo y humano.

NIETZSCHE: El Problema del Conocimiento

Nietzsche se presenta como maestro de la sospecha al cuestionar las verdades y valores sobre los que se ha construido la cultura occidental. Según él, la conciencia y la moral tradicional no son racionales ni universales, sino manifestaciones de una valoración vital concreta. Su crítica apunta especialmente a la metafísica y la moral occidentales, a las que identifica como síntomas de una voluntad de poder reactiva que niega la vida y exalta lo eterno, lo racional y lo estable por encima del devenir, el cuerpo y lo sensible.

Crítica a la Moral Occidental

La moral occidental, según Nietzsche, surge del resentimiento de los débiles frente a los fuertes. A esta moral reactiva, que él denomina “moral de esclavos”, se opone la moral noble o de señores, afirmativa y activa. Con Sócrates y Platón comienza una inversión de valores que desprecia lo sensible y valora lo eterno, instalando una dualidad entre un mundo verdadero y uno aparente. Así, la metafísica se convierte en una construcción al servicio de una voluntad debilitada que huye del devenir.

La Verdad como Metáfora

Nietzsche también cuestiona la idea tradicional de verdad. En su texto Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, sostiene que la verdad es una metáfora fijada por el uso, no una representación objetiva del mundo. El lenguaje simplifica y deforma la realidad, imponiendo estructuras que no existen en ella. La voluntad de verdad, entonces, esconde una voluntad de poder que busca controlar y estabilizar lo caótico de la vida.

El Nihilismo

Este proceso lleva al nihilismo, entendido como la historia de un error: Occidente ha construido valores y verdades que acaban negando la vida misma. El nihilismo negativo se manifiesta en la afirmación de la nada y en la pérdida de sentido provocada por la caída de los valores tradicionales (Dios, verdad, bien). El nihilismo reactivo aparece como agotamiento: nada tiene valor, el mundo se percibe como ilusión, y reina un pesimismo paralizante.

Superación del Nihilismo

Frente a este panorama, Nietzsche propone la superación del nihilismo mediante una transvaloración de todos los valores. Esta implica afirmar la vida tal como es, sin buscar fundamentos fuera de ella. Recuperar el valor del devenir, del cuerpo y de lo sensible requiere abandonar la voluntad de verdad en favor de una voluntad de poder creativa. En lugar de una verdad única y eterna, Nietzsche apuesta por perspectivas múltiples, donde el conocimiento no es contemplación pasiva, sino afirmación activa del mundo.

NIETZSCHE: El Problema de la Ética

La ética de Nietzsche representa una crítica radical a la moral tradicional, especialmente a la moral judeocristiana que ha dominado Occidente durante siglos. A diferencia de las concepciones éticas que buscan fundamentos racionales, universales o divinos, Nietzsche analiza los orígenes históricos y psicológicos de la moral, revelando que lo que entendemos como «bien» o «mal» no son categorías objetivas, sino productos de una determinada voluntad de poder. En La genealogía de la moral, Nietzsche distingue entre dos tipos de moral: la moral de señores y la moral de esclavos. La primera, activa y afirmativa, es propia de los fuertes, los nobles, los que se saben creadores de valores. En ella, lo bueno se identifica con lo elevado, lo vital, lo poderoso. En cambio, la moral de esclavos nace del resentimiento: los débiles, incapaces de ejercer poder directamente, crean un sistema de valores opuesto, donde lo bueno pasa a ser lo humilde, obediente y sufriente, y lo malo es todo lo que representa fuerza y afirmación.

La Inversión de Valores y la Moral del Rebaño

Esta inversión de valores es el núcleo de la crítica nietzscheana. En lugar de afirmar la vida, la moral tradicional la niega, exaltando el más allá, el alma, el sacrificio, y condenando los instintos, el cuerpo, el placer. El cristianismo, según Nietzsche, perfecciona esta inversión: convierte el sufrimiento en virtud, glorifica la culpa, y coloca el sentido de la vida en un más allá eterno. El sacerdote, figura central de esta moral, representa la administración del sufrimiento: su poder se basa en mantener viva la culpa y la obediencia. Esta moral del rebaño, como la llama Nietzsche, iguala a los individuos, reprime lo excepcional y lo creativo, y fomenta una humanidad pasiva. En este contexto, Dios es la figura suprema que garantiza y legitima esta moral: una entidad trascendente que impone normas absolutas, frente a las cuales el ser humano debe someterse.

La Muerte de Dios y el Nihilismo

Sin embargo, esta estructura comienza a tambalearse en la modernidad. Con el avance de la ciencia, la secularización y el pensamiento crítico, la fe en Dios y en los valores absolutos se debilita. Es aquí donde Nietzsche proclama: “Dios ha muerto”. Esta frase no es una celebración atea superficial, sino el diagnóstico de una crisis cultural profunda: el fundamento último de la moral ha desaparecido, y con él, el sentido que sustentaba la vida occidental. Este es el origen del nihilismo: la conciencia de que no hay un orden objetivo, un propósito trascendente, ni un valor supremo que guíe la existencia. El nihilismo negativo se manifiesta en el vacío, la desesperanza y el agotamiento vital. Pero Nietzsche no se queda ahí. Su propuesta ética consiste en superar el nihilismo mediante una transvaloración de todos los valores. En lugar de buscar fuera de la vida su justificación, hay que afirmarla en sí misma, con todo lo que implica: el sufrimiento, el devenir, el caos.

El Superhombre y el Eterno Retorno

Esta nueva ética requiere un tipo de ser humano distinto: el superhombre (Übermensch), aquel que ha roto con la moral del rebaño, ha asumido la muerte de Dios, y es capaz de crear sus propios valores sin recurrir a fundamentos externos. El superhombre no teme al devenir ni a la contradicción: vive como si cada instante tuviera que repetirse eternamente, lo que Nietzsche expresa con la idea del eterno retorno. Esta concepción exige afirmar la vida en su totalidad, sin negar nada de ella. La ética nietzscheana, por tanto, no prescribe normas, sino que propone una actitud: la afirmación radical de la existencia, la creatividad vital y la fidelidad a la tierra. No se trata de decir lo que se debe hacer, sino de transformar el modo en que se valora. La moral ya no será una negación de la vida, sino su celebración.

NIETZSCHE: El Problema de Dios

La crítica de Nietzsche a Dios no se limita a una negación religiosa, sino que constituye uno de los pilares de su filosofía. Para él, la figura de Dios representa la culminación de una serie de valores y creencias que han marcado profundamente la cultura occidental. Desde esta perspectiva, la idea de Dios no es originaria ni universal, sino que tiene un origen histórico y moral. En particular, Nietzsche analiza cómo la moral cristiana —y su antecedente en el platonismo— construyen a Dios como una hipóstasis de los valores del resentimiento. La moral cristiana, nacida de la moral de esclavos, invierte los valores naturales: en lugar de exaltar la fuerza, la vida, la afirmación, ensalza la humildad, la obediencia y el sufrimiento. Esta inversión no es inocente: responde a una voluntad de poder reactiva, propia de quienes no pueden dominar por medios directos y, en cambio, transforman su debilidad en virtud.

Dios como Garante de la Moral Reactiva

En este contexto, Dios es la expresión suprema de esa moral. Se convierte en el garante del bien y el mal, en juez supremo y fundamento del orden cósmico. Pero este Dios es también una proyección de una humanidad decadente, que ya no es capaz de afirmar la vida sin recurrir a trascendencias. Platón ya había dado el primer paso al separar el mundo sensible del mundo verdadero, pero es el cristianismo quien lleva esta escisión a su punto máximo, situando el valor en un mundo ultraterreno, eterno, perfecto, mientras condena la tierra, el cuerpo y el devenir. Así, Dios se transforma en el símbolo de una voluntad de negación, de una humanidad que ha perdido su capacidad de valorar por sí misma.

La Crisis y el Nihilismo

Nietzsche diagnostica que esta construcción ha entrado en crisis. Con la modernidad, el progreso científico y la crítica ilustrada, los fundamentos teológicos se debilitan. Ya no se cree como antes, pero se sigue viviendo según la moral que ese Dios sustentaba. Esta incoherencia conduce al nihilismo: si Dios ha muerto, entonces no hay ningún valor supremo que justifique el sufrimiento, el esfuerzo o el sacrificio. La vida aparece como absurda, sin sentido. El nihilismo negativo se manifiesta en esta pérdida de sentido, en la experiencia de la nada. El nihilismo reactivo, por su parte, se expresa como agotamiento, resignación, pesimismo. La voluntad de poder se debilita, el hombre se refugia en ideales vacíos, en una existencia pasiva. Nietzsche ve en esta situación un peligro, pero también una oportunidad.

Transvaloración y el Superhombre

La muerte de Dios no debe ser solo una pérdida, sino una ocasión para crear nuevos valores. Aquí entra su propuesta de la transvaloración: no se trata de encontrar otra figura divina, sino de aprender a valorar desde la vida misma. El hombre debe recuperar la tierra, el cuerpo, el deseo, el devenir. Ya no hay un sentido dado: debe ser creado. En este horizonte surge el superhombre, aquel que ha asumido plenamente la muerte de Dios, ha superado el nihilismo y se atreve a vivir sin redención, sin justificación externa. La figura del superhombre representa una humanidad futura que dice sí a la vida, incluso en sus aspectos más difíciles. Esta afirmación radical se expresa también en la doctrina del eterno retorno, según la cual todo vuelve una y otra vez. Vivir como si cada acto fuera eterno exige una valoración profunda de cada instante, una fidelidad incondicional a la vida.

Conclusión sobre Dios en Nietzsche

En resumen, la muerte de Dios en Nietzsche es el punto de partida para una transformación profunda del ser humano. No implica solo una crítica a la religión, sino la denuncia de todo sistema de valores que niegue la vida. Frente al vacío del nihilismo, Nietzsche propone una ética de la afirmación, una nueva espiritualidad sin trascendencias, centrada en la tierra, en el cuerpo y en la potencia creativa del ser humano.

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