Concepción Del Hombre Que Plantea Santo Tomás de Aquino

San Agustín de Hipona (Siglo V d.C.)


Representa a la perfección el paso del paganismo al cristianismo, entre filosofía y religión, entre fe y razón. Pertenece a la patrística. Padre de la Iglesia.

Gnoseología o Teoría del conocimiento agustiniana


Tiene como problema la relación entre fe y razón. S. A. Busca una verdad que no solo satisfaga su mente sino también su corazón. Hay que implicarse en la búsqueda de la verdad, algo que de alguna manera exige la fe, la confianza. Las verdades absolutas transcienden a las verdades particulares porque se encuentran en la mente divina, idea que S. A. Adopta de Plotino, para llegar a comprender la realidad para alcanzar la verdad tenemos que contar también con la fe, eso sí, sin prescindir de la razón que es necesaria antes de tener fe y después de tener fe; antes para encontrar motivos para creer, después para esclarecer los contenidos de la fe, de la verdad revelada. En S. A. Fe y razón se identifican. Su lema es “Intellege ut credas, crede ut intellegas” > “Entiende para creer, cree para entender”. Como la razón es limitada, necesita no solo de la fe sino también de la iluminación, del mismo modo que el sol ilumina los objetos sensibles, corpóreos, la iluminación divina da luz a las verdades eternas contempladas por la mente, por tanto, hay que ir a buscar la verdad en el interior del alma, el alma racional reelabora los datos que nos proporcionan los sentidos generando juicios que compara con los modelos eternos, con las ideas ejemplares que sabemos que están en la mente divina. Dios es la verdad.

Teología agustiniana


Dios es la Verdad. S. A. Identifica la Verdad con Dios, la Verdad es la manifestación del ser realísimo de Dios. La existencia de Dios no viene probada por un razonamiento pero tampoco ese asunto de fe ciega, Dios se muestra en la misma estructura que el alma poseedora de la fe, el hombre descubre en los actos de su vida espiritual, el pensar, el sentir, el querer, verdades eternas, inmutables, necesarias. Detrás de lo imperfecto descubrimos la idea de perfección, detrás de lo relativo lo absoluto, tras lo humano y contingente, lo trascendental y necesario. Un ser es contingente cuando no tiene en sí mismo su razón de ser, cuando es pero podía no haber sido, cuando debe su ser a otro ser. Cuando es “ab allio” > “desde otro”. Un ser es necesario cuando tiene su razón de ser en sí mismo, cuando es y no puede dejar de ser. Cuando no debe su ser a otro ser, cuando es “a se” > “desde sí”. Estas ideas de perfección trascendencia, necesidad, infinitud… no pueden provenir de la experiencia, por lo tanto, ha tenido que ser Dios quien ha depositado en nuestra alma o espíritu, dichas ideas, luego Dios ha de existir.

De libero arbitrio “El libre albedrío” (voluntad libre) La posibilidad de elegir es necesidad. El alma aprehende a Dios como Verdad necesaria e inmutable pero dicha aprehensión no es posible si Dios no existe. Aprehender (hacer algo como propio, asimilar) Se basa en el consenso, excepto unos pocos depravados, toda la especie humana confiesa, reconoce que Dios es el autor del mundo, además, el hombre no podrá alcanzar la felicidad que busca si no es por la creencia en una realidad suprema que garantice la posibilidad de alcanzarlo.

Antropología agustiniana


La posibilidad de buscar a Dios está en la propia naturaleza del alma, el hombre es un compuesto de cuerpo y alma, la inmaterialidad del alma y el hecho de que es una realidad racional con entidad propia son las pruebas de su inmortalidad, S. A. Usa el mismo argumento que Platón, el alma es el principio vital y como la vida es incompatible con la muerte, el alma no puede morir. El alma subsiste a la muerte. El hombre es alma esencial, espiritual e inteligente que sirve de un cuerpo mortal y terrestre, el cuerpo no es la cárcel del espíritu frente a Pitágoras y Platón, el alama debería dominar al cuerpo en el que habita, pero debido al pecado original es el cuerpo el que domina al alma, tal es la influencia del cuerpo que el alma no se puede salvar por sus propias fuerzas sino que necesita de la gracia divina, la voluntad del hombre está dañada por el pecado original, lo que la impide imponer sus actos al cuerpo.

Al estudio del alma se le llama psicología.

Frente al platonismo que identifica maldad con ignorancia, no hay voluntad de hacer el mal. La moral cristiana hace hincapié en la capacidad de la voluntad de elegir entre el bien y el mal, es decir, en el libre albedrío.
Por el estado en que quedó el alma después del pecado original según S. A., el libre albedrío está más inclinado al mal que al bien, por eso necesita de la gracia divina para que el libre albedrío pueda ser de verdad libre y por tanto, capaz de obrar el bien.  Uno de los grandes problemas a los que se enfrenta en pensamiento agustiniano es el problema del mal.

Ética agustiniana


El problema del mal

Es un hecho constatable que el mal está presente en el mundo. Como creador de todo, Dios debería ser el responsable último del mal, lo cual supondría admitir que Dios no es tan bueno como creemos, o que siéndolo no ha podido evitar el mal en el mundo. Antes de convertirse al cristianismo, S. A. Fue maniqueo, seguidor del maniqueísmo o doctrina de Maní, según la cual hay dos principios de la realidad: Ormuz (el bien) y Arimán (el mal),  el mal no es más que el efecto del enfrentamiento entre ambos. Ésta doctrina acaba abandonándola gracias a un amigo le plantea el siguiente problema: El principio del bien por propia naturaleza no puede enfrentarse al mal, tampoco puede verse obligado por el mal porque sería inferior, por lo que no puede haber dos principios de la realidad, solo hay uno: el bien.

El mal ha de deberse al hecho de que los seres creados son corruptibles, contingentes, finitos y limitados. No pueden ser absolutamente buenos porque entonces serían Dios. Dios no puede crear dioses, la creación supone degradación ontológica (Plotino) y es esa degradación la responsable del mal, el mal no es un ser, una sustancia. El mal es privación de bien, carencia de ser. En el caso del hombre consiste en hacer un mal uso de la libertad que es un bien, el pecado ético es el alejamiento voluntario de la perfección divina, una renuncia voluntaria a seguir los dictados del creador porque el hombre renunció a lo espiritual a favor de lo mundano, de ahí que para salvarse precise de la gracia divina siempre que su voluntad se Oriente a Dios, al bien.

Política agustiniana


Su obra De Civitate Dei (la ciudad de Dios) constituye la primera obra en la que se hace una referencia totalizadora y universal a cerca de la naturaleza y del final de la historia, por lo tanto, podría ser considerado como el iniciador de la reflexión filosófica sobre la historia.

El motivo que lleva a S. A. A escribir La Ciudad de Dios es la defensa del cristianismo frente a la caída del Imperio romano. Para los paganos la disolución del Imperio se debe al abandono de la fe tradicional, de los dioses romanos a favor del Dios cristiano. Mientras Roma fue fiel a sus dioses, crecíó y prosperó, cuando se ausentó del cristianismo sobrevino la caída. S. A. Dice que la caída se debe al empeño de mantener la fe en unos dioses que nada pueden hacer por el Imperio.

 La historia no es un constante repetirse de acontecimientos ya sucedidos ni una contante vuelta atrás, la historia tiende a un final distinto al principio, alfa α y omega Ω no coinciden. La historia es el escenario de la lucha de dos ciudades o reinos, la ciudad terrena de los impíos, la ciudad de Satán y la ciudad de Dios o ciudad celestial constituida por la comunidad de los justos.

La vida del hombre individual está dominada por una alternativa fundamental, vivir según la carne o vivir según el espíritu, la misma alternativa que domina la historia de la humanidad, la ciudad de Dios se inicia con la creación de los ángeles y su primer componente humano es Abel, alcanza su máxima expresión en la iglesia; la ciudad de Satán se inicia con el pecado original siendo su primer representante Caín. Aunque en el tiempo se entremezclen, la lucha entre las dos ciudades se resolverá al final de los tiempos con el triunfo de la ciudad de Dios, de la comunidad de los elegidos, al final triunfa el bien.

La ciudad de Dios representa una expresión del pensamiento político de S. A.. Como Platón, S. A. Tiene una visión pesimista del hombre y de la sociedad, para él, el Estado solo encarnará la justicia cuando sea un Estado cristiano, es el cristianismo en que hace buenos a los ciudadanos y puesto que la iglesia es la organización social del cristianismo y la única sociedad perfecta, el Estado deberá tomar sus principios de esta. Esta postura inicia la teoría de la colaboración entre la iglesia y el Estado, la iglesia debe proporcionar los principios de conducta a la sociedad civil, en consecuencia, el papado deberá estar por encima del poder temporal.

El fundamento hay que buscarlo en la convicción agustiniana de que no hay fronteras entre la fe y la razón. Será la Ilustración (Siglo XVIII) la responsable de la separación entre fe y razón.

Santo Tomás de Aquino (Siglo XIII)


Máximo representante de la patrística. Ya no hay que hacer apología de un cristianismo que lleva siglos dominando la historia de Occidente, por lo tanto, más que defensa se trata de esclarecimiento del dogma, y para aclarar el dogma de nuevo es precisa la razón, luego uno de los mayores problemas a los que tendrá que enfrentarse el tomismo es el de la aparente oposición entre la verdad revelada y la verdad filosófica.

Gnoseología o Teoría del conocimiento tomista


Relación entre la fe y la razón.

La razón se va a convertir en la “anála” (sierva) de la fe. Enfrentado al mismo problema, Averroes (árabe español) sostendrá que hay dos caminos para acceder a la verdad, el de la fe y el de la razón, pero de no llegar a las mismas conclusiones habrá que plantearse qué error habrá cometido la razón puesto que con la revelación no hay errores, fe y razón son independientes pero siempre ha de prevalecer la fe, como Averroes, S. T. Admitirá la independencia de la razón con respecto a la fe frente a S. A., eso sí, conciliándolas mediante la distinción de tres tipos de verdades:

  1. Verdades teológicas


    Conocidas solo por revelación, evidentes pero no para el hombre. (trinidad)

  2. Verdades filosóficas

    Accesibles a través de la razón, no son evidentes. (leyes naturales)

  3. Verdades teológico-filosóficas

    Reveladas y accesibles a través de la razón, lo que significa que si no las conocíéramos por revelación podríamos acceder por la razón.

Las verdades que son a la vez teológicas y filosóficas se diferencian entre sí por la vía de acceso, pero su contenido ha de coincidir, puesto que para S. T. Solo existe la verdad revelada y dos vías de acceso: la fe y la razón, puesto que no puede haber incompatibilidad entre lo que dice cada una, de hecho la razón es el principal auxiliar de la fe pero no es suficiente, hace falta la revelación con lo que se aproxima a la teoría de la iluminación agustiniana. De darse contradicción a la fe, como sosténía Averroes habrá que revisar el razonamiento, convencido de la autonomía de la razón, el conocimiento para S. T. Consistirá en la investigación de la realidad a partir de las facultades de conocimiento. El conocimiento empieza en los sentidos.

Según S. T., el conocimiento es un acto que resulta de la uníón e interacción del cuerpo y el alma, uníón subtancial, materia y forma, siendo así, nada hay en el intelecto que previamente no haya sido en los sentidos, es desde la experiencia desde donde habremos de remontar por abstracción hasta las ideas más generales, hasta las universales. Abstraer es separar, dejar de lado lo que las cosas tienen de distinto para quedarnos con lo que tienen en común, yendo así de lo particular a lo general (inducción) y el proceso de abstracción comienza cuando los sentidos captan el objeto sensible, concreto, lo que S. T. Llama la especie sensible impresa.
Con los datos que nos proporcionan los sentidos, la imaginación elabora una imagen correspondiente al objeto, elabora el fantasma o especie sensible expresa.
Es con la imagen con lo que el intelecto agente abstrae lo universal eliminando todo lo concreto para quedarse con lo universal o especie inteligible impresa (forma substancial). Por último, el entendimiento paciente elabora con los datos que le proporciona el intelecto agente, el concepto universal o especie inteligible expresa, lo que Aristóteles llama substancia 2ª. El intelecto paciente es el que tiene propiamente la capacidad abstractiva, es el que representa mentalmente el objeto percibido por los sentidos, y se denomina paciente porque está en potencia con respecto a la especie inteligible impresa que elabora el entendimiento agente. El entendimiento paciente se encarga de combinar, relacionar, juzgar, negar, afirmar o comparar objetos formando los juicios universales que constituyen el conocimiento científico.

Metafísica u Ontología tomista


S. T. Logra conciliar la idea de creación con la idea de eternidad del mundo. En su obra Opúsculo sobre la eternidad del mundo dice: “Si el creador es acto puro (Aristóteles)
Entonces ha estado creando desde siempre, de modo que el mundo tiene principio, es creado pero lo es desde siempre, desde la eternidad. No obstante, recurre a la tradición platónica para superar algunas dificultades que el cristianismo plantea a la filosofía.

En primer lugar, la idea de creación conlleva implícitamente la contingencia de los seres frente a la necesidad del creador, problema que S. T. Solventa recurriendo al árabe español y platónico Avicena, que establece la distinción entre seres contingentes y seres necesarios, entre los conceptos de esencia y existencia.

Por esencia
Avicena entiende aquello que hace que algo sea lo que es y no otra cosa, la esencia es acto frente a la existencia que consiste en la actualización de la esencia, de manera que en S. T. Va a ser la forma la que esté en potencia puesto que solo su actualización se produce con existencias concretas.

Lo que existe es contingente, existe pero no puede no existir, todo esto porque no tiene la razón de ser en sí mismo sino en Dios, lo que significa que en Dios debe estar precontenido todo lo que puede llegar a ser, pero esto nos llevaría a caer en el panteísmo. Para evitar caer en el panteísmo, S. T. Recurre a la necesidad de Dios estableciendo una radical diferencia entre seres creados y creador. Dios es un ser en el que esencia y existencia coinciden. En la esencia de Dios está implícita su existencia, Dios no puede no ser, es un ser necesario y tiene en sí mismo la razón de ser. No debe su ser a nadie aunque en él esté precontenido todo.

Siguiendo a San Agustín introducirá las esencias arquetípicas o ejemplares en la mente divina de manera que la creación se concibe como actualización por parte de Dios por una forma que se halla en su mente y de la cual participa la criatura que llega a ser, deviene. S. T. Recurre de nuevo al concepto de participación pero de nuevo él no logra dar una explicación clara de en qué consiste  participar, ahora bien, el hecho de que las criaturas participan de las ideas divinas permite según S. T. Demostrar racionalmente concretar a los conceptos universales que están en la mente divina.

Teología tomista


A través de sus obras, S. T. Distingue dos teologías:

La teología revelada parte del dogma por lo que no pone en tela de juicio las verdades de la fe, consiste en el intento de llegar a la comprensión y clarificación del dogma sin desvirtuarlo.

La teología natural se pregunta por Dios al margen de la revelación, no da nada por hecho por lo que busca las respuestas en los principios que se obtienen a través de la actividad de la razón.

La teología revelada no es filosofía, la natural sí. La primera verdad que pretende encontrar a través del conocimiento abstractivo es la de la existencia de Dios, de ahí que construya cinco argumentos o vías que demuestran “a posteriori” la existencia de Dios. Se trata de argumentos inductivos que poseen una estructura común: Primero parten de la observación de los hechos que se explican recurriendo a la exposición de un principio metafísico que nos conduce a un proceso infinito y puesto que es imposible que en la realidad finita se dé lo infinito, se concluye.

1ª Vía del Movimiento


En el mundo existen seres en movimiento, seres que pasan de la potencia al acto, ahora bien, todo ser que se mueve debe su movimiento a otro ser, el cual a su vez ha tenido que se movido por otro, así “ad infinitum”. Podemos retroceder en la serie infinita de motores movidos pero toda serie ha de tener un comienzo, un motor que mueva todos los demás sin moverse, el primer motor o motor inmóvil “PrimumMovens” (Aristóteles)

2ª Vía de la Causalidad


Existen seres de la naturaleza que tienen una causa, la cual a su vez ha sido causada por otra y así “ad infinitum” pero puesto que no puede haber una serie infinita de causas causadas, ha de existir una causa incausada que cause toda la serie.

3ª Vía de la Contingencia


En la naturaleza existen seres contingentes que son pero podrían no haber sido. Todo ser contingente debe su ser a otro ser el cual debe su ser a un ser anterior, y así “ad infinitum” y como la serie de seres contingentes no puede ser infinita ha de haber un ser necesario que no debiendo su ser a otro dote de ser a los demás.

4ª Vía de la Perfección o Grados del ser


En la naturaleza observamos seres con distinto grado de perfección, ahora bien, todo ser imperfecto lo es a comparación con otro más perfecto que a su vez es menos perfecto que otro ser y así “ad infinitum” como la serie de seres imperfectos no puede ser infinita ha de haber un ser perfectísimo.

5ª Vía de la Finalidad


(Argumento teleológico [“thelos”>finalidad, fin] llamado por Kant, las otras vías son cosmológicas. A los de San Anselmo se les llama ontológico) En el mundo existen seres que actúan conforme a un fin y ello incluso sin poseer inteligencia, todo ser es ordenado a un fin y lo es por un ser inteligente que a su vez es ordenado a un fin por otro ser inteligente y así “ad infinitum”. Lo que hace necesaria la existencia de un ordenador supremo que ordene a todos los demás seres conforme a fines y por supuesto, ese ser es Dios.

Aparentemente las vías tomistas demuestran la existencia de Dios.

Primero Hume y después Kant afirmarán que en la observación de la naturaleza no hay motivo alguno para suspender la serie infinita de motores movidos, causas causadas… a no ser que presupongamos que el mundo no es eterno o que es creado, pero esa es una verdad de fe.

Falacia circular o petición del principio: para demostrar algo utilizas lo que quieres demostrar pero no demuestras nada.

Una vez establecida la existencia de Dios, Santo Tomás se ocupa de los atributos divinos ideando tres vías que le permitan acceder al conocimiento de la naturaleza divina, lo que él llama la teología esencial que también es filosofía.

1ª Vía afirmativa


Consiste en afirmar en Dios todo lo que de positivo encontramos en su creación.

2ª Vía negativa


Consiste en negar en Dios todo lo que de negativo encontramos en su creación.

3ª Vía de la eminencia


Consiste en afirmar en Dios en grado sumo todas las perfecciones que encontramos en su creación. Dios es sumamente bueno, inteligente…

Antropología tomista


Se explica aplicando al hombre el hilemorfismo, la naturaleza humana es un compuesto de materia primera y forma substancial que es el alma, el alma no se sirve del cuerpo frente al platonismo y al agustinismo, ni está encerrada en él. De carácter racional, el alma informa directamente la materia primera configurando un ser único, o dual en el que la unidad cuerpo-alma es substancial, el alma confiere al hombre todas sus determinaciones, tanto su corporeidad como su operatividad vegetativa, sensitiva e intelectiva.

Al morir el hombre, el cuerpo deja de estar informado por el alma, corrompíéndose, dejando de actuar las operaciones racionales sensitivas y vegetativas en lugar de la sustancia humana, quedan multiplicidad de substancias materiales, ahora bien, no solo el alma pertenece a la esencia del hombre. También el cuerpo, frente al platonismo. Según S. T. El mismo ser que razona es el que siente y crece, la uníón cuerpo-alma es natural. Esta concepción del ser humano plantea el problema de la inmortalidad, a pesar de reconocer la unidad substancial cuerpo-alma, S. T. Admitirá que el alma es incorruptible y por tanto, inmortal porque el alma es una forma subsistente, espiritual, lo que demuestra el hecho de que es capaz de conocer la esencia de las cosas, si fuera material en vez de espiritual solo conocería aspectos concretos de los seres. En el alma hay un deseo natural de persistencia, un deseo que no puede ser vano, sino que debe poder ser satisfecho y dicha satisfacción solo puede provenir de Dios, el deseo de permanencia se concreta en el movimiento de la criatura racional hacia Dios, fin último de la existencia humana.

Ética tomista


Afirmará que el fin último del hombre es la felicidad (eudemonismo), entendida como consecución de la “bienaventuranza» o visión inmediata de Dios (Motor Inmóvil en Aristóteles). Ahora bien, para Santo Tomás, la felicidad propuesta por Aristóteles es imperfecta, puesto que es la que puede alcanzarse en esta vida: se trata de una felicidad basada en la contemplación racional, filosófica, no religiosa, de un principio metafísico abstracto. La felicidad de S. T. Incluye la visión beatífica de Dios: un ver a Dios y conocerle como Él es, por obra y gracia de un don del mismo Dios.
Por ley entiende Santo Tomás el precepto de la razón dirigido al bien. Distingue tres formas de ley:

Ley eterna


Producida por la razón divina, está en Dios. Rige la totalidad del universo y, puesto que tiene su origen en la razón divina, puede ser conocida parcialmente, como ley natural, por el hombre, que recibe su capacidad racional de Dios. Constituye el fundamento moral de toda ley.

Ley natural


Es evidente, universal e inmutable. Coincide con las leyes físicas en los seres no inteligentes y con la ley moral en el caso de los seres inteligentes. La ley moral es reflejo de aquella parte de la ley eterna que hace referencia a la conducta humana. Lo toma del estoicismo.

La ley humana positiva


Constituye el conjunto de disposiciones particulares descubiertas por la razón humana. No puede ir nunca contra la ley natural o sus disposiciones. Incluye tanto las leyes de la ciencia como las del derecho.
La existencia de la ley eterna y de la ley natural no anula la libertad humana. El hombre, como ser libre, puede no seguir la ley natural inmutable (estoicos). De él depende la elección y  la limitación de su entendimiento puede llevarle a elegir la opción menos adecuada. No obstante, la conducta humana está regida por la conciencia  y por la virtud.
La naturaleza de la Virtud no es una manera de ser (Platón)
Sino una manera de obrar basada en el hábito y que conjuga la gracia divina con el justo medio
aristotélico.
Como Aristóteles, S. T. Reconoce la existencia de tres afecciones del alma,entre las que se incluyen las virtudes:

potencias o facultades, que nos permiten realizar operaciones y son las responsables de que padezcamos las pasiones;
pasiones, que representan el modo como nos afectan las cosas, se trata de impulsos acompañados de placer o de dolor como la ira, el miedo, la apetencia, el amor, los celos, etc.;

hábitos o costumbres, que nos orientan bien o mal respecto de nuestras pasiones, según se de la hybris (exceso, soberbia) o la mesostés (mesura).
Las virtudes son hábitos que se adquieren por el ejercicio y la repetición. La virtud no pertenece al ámbito de la epistéme, como propónían Sócrates y Platón. La virtud se adquiere, forma parte de la doxa, porque el bien es múltiple y polifacético, es algo peculiar en cada caso y no un concepto común genérico como la idea de Platón. La virtud es el natural obrar del hombre que busca su perfección, su felicidad. Y puesto que un hombre es un ser racional cuya naturaleza específica consiste en pensar y en querer, es posible distinguir dos grandes grupos de virtudes: “dianoéticas» (razón discursiva) y «éticas» (costumbre).
El ejercicio adecuado de la actividad intelectual nos dota de las virtudes dianoéticas: todas aquellas que están relacionadas con la capacidad de reflexión y deliberación, con la capacidad de entender cómo es el mundo y cómo aplicar ese conocimiento de la forma más acertada. Aristóteles distingue cinco virtudes que después también reconocerá Santo Tomás. Las tres primeras forman parte de la razón teórica, las dos últimas de la práctica.
-Sophia – sabiduría o comprensión contemplativa y abstracta de la realidad.
-Epistéme – ciencia o conocimiento objetivo de aquello que es universal y necesario, por tanto, demostrable.
-Nous – inteligencia intuitiva o habilidad para captar los principios más generales o axiomas de la ciencia.
-Techné – arte, técnica o capacidad de saber hacer o producir de manera racional.
-Phrónesís – prudencia, razón práctica o juicio que nos permite aplicar los principios generales a todo tipo de situaciones, nos ayuda a reconocer los medios que nos acercan al bien y la forma de llevarlos a la práctica.
El ser humano no es sólo intelecto, es también voluntad, sentimientos, deseo. Ttambién son necesarias las virtudes éticas. Entre las virtudes éticas podemos citar: la templanza o dominio de uno mismo; la fortaleza o valentía, que no se confunde con la temeridad; la amabilidad; la veracidad; el buen humor y, por supuesto, la justicia, la virtud suprema que engloba todas las demás. La virtud consiste entonces en decantarse por el justo medio atendiendo a nuestra naturaleza y a lo que haría un hombre prudente y juicioso (areté).

Política tomista


S. T. Realiza una síntesis entre el cristianismo y el aristotelismo. Como Aristóteles, Santo Tomás está convencido de que el hombre es un ser social por naturaleza, un ser político. La sociedad implica la ordenación racional de la convivencia con vistas a la consecución de ciertos fines. El Estado, sus instituciones y las leyes tienen un fundamento natural que garantiza la justicia de la ley humana positiva o conjunto de normas descubiertas por el hombre. La ley humana no puede ir en contra de la ley natural, igual para todos los hombres y puesta por Dios en las criaturas para que puedan alcanzar el fin que les es propio; en el caso del hombre, la adecuada actitud moral que desemboca en la felicidad.
Los súbditos no están obligados en conciencia a obedecer leyes injustas. La rebelión está pues justificada en caso de violación de las leyes divinas y en caso de la tiranía por el título u origen del poder (el usurpador). S. T. Entiende que el mejor gobierno sería una constitución mixta en la que el poder del monarca, símbolo de la unidad, sea atemperado por elementos tomados de la aristocracia, que gobernaría la administración, y de la democracia, pues el pueblo debería elegir a los magistrados encargados de velar por sus intereses. En cualquier caso, la ley humana no puede violar la ley natural. A partir de la ley natural se fue abriendo paso la creencia en unos derechos naturales, innatos, eternos e inmutables, establecidos por Dios como evidentes a la razón humana. Más tarde, esos “derechos naturales” se entenderán como “derechos humanos”.
Puesto que la ley humana está sujeta a la ley natural, reflejo de la ley eterna, el Estado es autónomo en cuanto al fin natural (bien común o bienestar), pero debe subordinarse a la Iglesia en cuanto a la ordenación para conseguir el fin último sobrenatural, la felicidad y la bienaventuranza o contemplación directa de Dios.

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