Aristóteles y su Contexto Histórico-Filosófico
Aristóteles (384-322 a.C.) nace en Estagira. Su vida y su obra transcurren a lo largo del siglo IV a. C., en un momento histórico de progresiva decadencia de la *polis*, que culminará en su definitiva disolución. Fue discípulo de Platón en la Academia, pero llevó a cabo una crítica radical a la Teoría de las Ideas de su maestro, proponiendo un retorno al mundo de los seres naturales y de las cosas concretas y particulares (sustancias).
El principio de teleología universal preside todo su pensamiento. Por lo que respecta a su filosofía práctica, defenderá:
- Una ética *eudaimonista* (expuesta en su *Ética a Nicómaco*).
- Una defensa de la *polis* como único marco en el que alcanzar la perfección moral y la felicidad.
- Una teoría del Estado basada en la naturaleza social y política del hombre y en la prioridad del Estado sobre el individuo, que encontramos expuesta en su *Política*.
El Hombre como Animal Cívico: El Papel del *Logos*
El texto aborda el tema de la naturaleza social y política del hombre. En él, el autor plantea la cuestión de qué es aquello que convierte al hombre en el animal más social de todos y, de forma específica y exclusiva, en un animal cívico. La respuesta de Aristóteles es “la palabra” (*logos*), con la que manifestamos el sentido de lo bueno y de lo justo.
Ideas Centrales del Texto
1. El hombre es por naturaleza un animal cívico
Al igual que su maestro, y en perfecta consonancia con la tradición griega, Aristóteles concebía al individuo en función de la ciudad. Uno de los rasgos esenciales que distinguen al hombre del resto de los animales es que el hombre no solo es un animal social por naturaleza, sino que es también y fundamentalmente un animal político, ya que está destinado naturalmente a vivir en una comunidad política, y solo en ella puede llegar a desarrollar todas las perfecciones que le son propias, es decir, su racionalidad, virtud moral y felicidad. La *polis* es el fin último de todas las uniones sociales. Fuera de ella, el hombre puede ser el peor de los animales.
2. El hombre es el ser más social de todos los animales gregarios porque la Naturaleza le ha dotado de forma específica y exclusiva de palabra (*logos*)
Para Aristóteles, lo que convierte al hombre en un animal cívico o político es la palabra (*logos*), que no la voz, ya que esta también la poseen los otros animales. El hombre es un animal dotado naturalmente de lenguaje. Si la naturaleza nos ha dotado de esta facultad, que solo el hombre posee y que lo distingue del resto de los animales, es para algún fin concreto (principio de teleología universal), porque la naturaleza no hace nada en vano, y ese fin es fundar la comunidad política.
3. La palabra, y no la voz, funda la comunidad política
La voz (que también poseen el resto de los animales para indicar el placer y el dolor) existe para manifestar lo conveniente y dañino, lo justo y lo injusto, algo que posee de modo exclusivo el hombre y en ello se funda la familia y la ciudad. El animal, mediante la voz, expresa el placer y el dolor, pero el hombre mediante el *logos* o la palabra distingue lo justo y lo injusto, lo conveniente de lo inconveniente, algo que diferencia al hombre del resto de los animales, pues solo el hombre la posee. Y es esta capacidad de distinguir lo bueno de lo malo o lo justo de lo injusto nuestra diferencia específica, lo que nos hace seres morales y políticos y lo que nos permite establecer comunidades como la familia y, sobre todo, la ciudad, donde establecemos leyes para regular la convivencia según el criterio de lo justo e injusto. Sin palabra y sin sentido moral, no existiría la ley ni la *polis*.
La Filosofía Práctica Aristotélica: Ética y Política
La filosofía práctica de Aristóteles, desarrollada en la *Ética a Nicómaco* y en la *Política*, se basa en la unión entre ética y política. Su ética es *eudaimonista*: el fin último del ser humano es la felicidad, que no consiste en placeres, honores o riquezas, sino en vivir conforme a la razón, nuestra función más propiamente humana. La felicidad tiene su culminación en la vida contemplativa, aunque también requiere ciertos bienes externos y vivir siempre en el justo medio.
Las virtudes morales son hábitos que nos disponen a obrar bien, situándonos entre el exceso y el defecto según determina la prudencia; no basta conocer el bien, hay que quererlo y practicarlo, por lo que la educación es esencial. Para Aristóteles, el ser humano solo puede realizarse plenamente dentro de la *polis*, ya que es un animal político por naturaleza y la ciudad-estado es una comunidad natural y perfecta, la única capaz de proporcionar las condiciones necesarias para vivir bien. La *polis* “nace para vivir, pero existe para vivir bien”, y el bien de la ciudad es superior al del individuo.
Formas de Gobierno y Justicia
Un Estado es justo cuando busca el bien común, lo que ocurre en la monarquía, la aristocracia y la república o *politeia*; en cambio, es injusto cuando busca el interés particular de los gobernantes, como en la tiranía, la oligocracia y la demagogia o democracia. La mejor forma de gobierno práctica para su tiempo es la *politeia*, en la que predomina la clase media. La ciudad se fundamenta en la justicia entendida como equidad, es decir, tratar igual lo que es igual, aunque Aristóteles excluya de la ciudadanía a esclavos y mujeres. En definitiva, solo en una *polis* justa pueden los individuos alcanzar la perfección moral y la felicidad, pues, apartado de la ley y la justicia, el ser humano se convierte en el peor de los animales.
Reflexión Contemporánea: El Estado y la Educación Ciudadana
¿Qué papel juega hoy el Estado en la educación de los ciudadanos y cuál crees tú que debería jugar?
La educación es uno de los pilares fundamentales de cualquier sociedad democrática. Sin embargo, sigue abierta una cuestión esencial: ¿está cumpliendo el Estado el papel que le corresponde en la formación de los ciudadanos? Sostendré que el Estado, aunque cumple una función imprescindible en la educación, no desarrolla aún plenamente el papel transformador que debería asumir para garantizar una verdadera igualdad de oportunidades.
El Estado actual garantiza un marco básico de escolarización, pero no corrige todas las desigualdades
Hoy el Estado asegura el derecho a la educación mediante la escolarización obligatoria, la financiación de centros públicos y el control de los currículos. Esto proporciona un mínimo común educativo, esencial para la cohesión social. No obstante, esta intervención no basta para eliminar desigualdades sociales evidentes: la brecha digital, las diferencias entre zonas urbanas y rurales y la influencia del nivel socioeconómico siguen condicionando el rendimiento y las posibilidades de los estudiantes. Aunque algunos sostienen que el Estado ya ofrece suficientes recursos, los datos muestran que la igualdad legal no elimina por sí sola la desigualdad real.
El Estado debería asumir un papel más activo para garantizar la equidad educativa
El papel ideal del Estado no es solo impartir educación, sino crear condiciones para que todos puedan aprender en igualdad. Esto incluye aumentar las ayudas a familias vulnerables, invertir en infraestructuras escolares, asegurar atención individualizada y reducir la segregación escolar. Frente a quienes consideran que una mayor intervención estatal limita la libertad educativa, cabe responder que sin equidad de base la libertad se convierte en un privilegio de pocos.
El Estado debe formar ciudadanos críticos, no solo trabajadores
Actualmente, muchas políticas educativas están orientadas hacia la preparación laboral. Sin embargo, siguiendo la tradición de Aristóteles y de la filosofía política clásica, el Estado debería preocuparse también por la formación ética, cívica y reflexiva de los ciudadanos. Una objeción habitual sostiene que la escuela no debe “adoctrinar”, pero la formación crítica no es adoctrinamiento: es ofrecer herramientas para pensar, discernir y participar activamente en la vida democrática.
En definitiva, el Estado juega hoy un papel imprescindible, pero todavía insuficiente, en la educación. Debe avanzar hacia un modelo que garantice no solo el acceso, sino también la equidad material, y que forme ciudadanos capaces de convivir, participar y pensar con autonomía. Solo así la educación cumplirá su función social y democrática.
Reflexión Contemporánea: Ley, Igualdad y Equidad
¿Podemos decir que en la actualidad las leyes expresan el principio de equidad o igualdad?
A primera vista, podría parecer que vivimos en sociedades donde la igualdad está plenamente garantizada por la ley. Sin embargo, cuando observamos la realidad social, económica y educativa, surge la pregunta: ¿son nuestras leyes verdaderamente equitativas o solo igualitarias en teoría? Defenderé que aunque las leyes reconocen formalmente la igualdad, no siempre logran garantizar una equidad real en la práctica.
Las leyes actuales reconocen la igualdad como principio fundamental
En la mayoría de constituciones democráticas, la igualdad ante la ley es un derecho básico. Las leyes prohíben la discriminación por origen, sexo, religión o condición social, y establecen derechos universales, como la educación o la sanidad. Este marco jurídico es un logro indiscutible: asegura que todos los ciudadanos son iguales en dignidad y derechos. Ahora bien, la igualdad legal no elimina automáticamente las desigualdades estructurales. La ley puede declarar igualdad, pero no siempre garantiza que se materialice.
La equidad exige compensar desigualdades reales, y las leyes no siempre lo hacen
La equidad implica tratar de forma diferente a quienes parten de situaciones diferentes para alcanzar resultados verdaderamente justos. Aunque algunas leyes incorporan medidas de acción positiva —becas, ayudas sociales, cuotas de representación—, estas políticas son insuficientes o mal aplicadas. Una posible objeción sostiene que la equidad vulnera la igualdad porque trata de manera desigual a las personas. Sin embargo, la respuesta es clara: tratar igual a quienes están en desigualdad perpetúa la injusticia. La equidad es la condición para que la igualdad deje de ser solo teórica.
La realidad demuestra una brecha entre igualdad jurídica y desigualdad social
Pese a las leyes igualitarias, persisten brechas salariales, desigualdad educativa, discriminación por origen social y territorios que no disfrutan de los mismos servicios públicos. Esto demuestra que la igualdad proclamada en la legislación no basta: es necesario que el Estado implemente políticas que aseguren que cada ciudadano pueda ejercer de manera efectiva los derechos que la ley reconoce formalmente.
Podemos afirmar que las leyes expresan el principio de igualdad desde un punto de vista formal, pero no siempre garantizan la equidad necesaria para que esa igualdad se haga efectiva. Para que la igualdad sea real, el marco legal debe ir acompañado de políticas públicas que compensen desigualdades estructurales y aseguren que los derechos no existan solo en el papel, sino también en la vida cotidiana de todos los ciudadanos.
