Conceptos Clave de la Filosofía: Dios, Conocimiento, Ética y Política

Tomás de Aquino

Dios

Tomás de Aquino, filósofo cristiano del siglo XIII, es una figura clave por su capacidad de unir la fe cristiana con la filosofía aristotélica. Según él, existen verdades accesibles sólo por la razón, otras sólo por la fe, y un tercer grupo de verdades conocidas por ambos caminos: los preámbulos de la fe. Estas verdades religiosas demostrables racionalmente constituyen el ámbito de la teología natural.

Entre estos preámbulos se encuentra la existencia de Dios, que Tomás intenta demostrar racionalmente. Distingue entre argumentos a priori, que no dependen de la experiencia, y a posteriori, basados en la observación. Rechaza los primeros por su escasa eficacia para la mayoría de las personas, y defiende que la demostración debe partir de la experiencia sensible para remontarse a Dios como Ser Supremo.

Así, formula cinco vías para demostrar la existencia de Dios, basadas en la observación de la naturaleza como realidad incompleta y dependiente. Las cuatro primeras comparten una estructura: se parte de un hecho observable, se aplica el principio de causalidad, se niega una regresión infinita de causas y se concluye con la existencia de Dios como causa última.

La primera vía parte del movimiento, concluyendo que debe existir un primer Motor Inmóvil. La segunda se basa en la causalidad eficiente, que lleva a una Causa Primera. La tercera observa la existencia de seres contingentes y deduce un Ser Necesario. La cuarta considera los grados de perfección y concluye que debe haber un Ser Perfecto. La quinta, distinta a las anteriores, parte del orden en el comportamiento de los seres irracionales, que actúan según fines sin poder darse esos fines por sí mismos, lo que lleva a postular una Inteligencia Ordenadora: Dios.

Además, Tomás sostiene que podemos conocer a Dios por dos caminos complementarios. La vía negativa niega en Dios los límites e imperfecciones de las criaturas. La vía de la eminencia le atribuye en grado sumo las perfecciones que vemos en ellas.

Finalmente, afirma que en Dios la esencia y la existencia son lo mismo, a diferencia de las criaturas, cuya existencia es añadida. Siguiendo a Aristóteles, usa la distinción entre potencia y acto para explicar que Dios es acto puro, un ser eterno que no necesita actualizar ninguna potencialidad porque ya es plenamente actual.

Kant

Conocimiento

Kant respondió, en su Crítica de la razón pura, a “¿qué puedo conocer?”. Su objetivo era delimitar los límites del conocimiento humano, evaluando la metafísica racionalista de alcanzar conocimientos sobre realidades que están más allá de toda experiencia sensible. Kant buscó un punto de equilibrio entre el dogmatismo racionalista, que confiaba en la razón pura para alcanzar verdades absolutas, y el escepticismo empirista, que negaba validez a todo conocimiento que no derivara de la experiencia.

Para ello, Kant clasifica los juicios: por un lado, en juicios analíticos (explican lo contenido en el sujeto) y sintéticos; por otro, los clasifica como a priori (independientes de la experiencia) y a posteriori (dependientes). Kant centra su análisis en los juicios sintéticos a priori, los que no derivan de la experiencia y aportan nuevo conocimiento y, a su vez, tienen validez universal y necesaria, como sucede en las matemáticas o en ciertos principios de la ciencia natural.

Ahora bien, para explicar cómo son posibles estos juicios, Kant propone un cambio radical en el enfoque del conocimiento, lo denomina giro copernicano. En lugar de suponer que el conocimiento debe ajustarse a los objetos, plantea que los objetos deben ajustarse a las estructuras del sujeto. Esta perspectiva da lugar al idealismo trascendental, una doctrina según la cual sólo podemos conocer los fenómenos, es decir, las cosas tal como aparecen en nuestra experiencia, y no los noúmenos o cosas en sí.

Según Kant, el conocimiento requiere de la cooperación de la sensibilidad, que nos proporciona las intuiciones sensibles, y el entendimiento, que organiza esas intuiciones mediante conceptos. Sin intuiciones no hay contenido, y sin conceptos no hay forma ni unidad en la experiencia: ambas facultades son imprescindibles. Además, cada una de ellas posee ciertas formas a priori que estructuran toda experiencia posible. El espacio y el tiempo son las formas puras de la sensibilidad, lo que explica la posibilidad de las matemáticas como conocimiento sintético a priori. Por su parte, el entendimiento se vale de las categorías, conceptos puros como el de sustancia o causalidad, que permiten unificar y ordenar la multiplicidad de datos sensibles.

A partir de este análisis, Kant concluye que la metafísica no puede aspirar a un conocimiento demostrativo sobre el alma, el mundo o Dios, ya que no son objetos de experiencia posible. En la “Dialéctica trascendental”, Kant explica por qué toda pretensión de conocer los noúmenos lleva a contradicciones irresolubles. Sin embargo, no niega el valor de las ideas de la razón: aunque no puedan tener un uso constitutivo, sí pueden tener un uso regulativo, orientando la investigación científica y el pensamiento filosófico como ideales hacia los que tender.

Así, Kant establece una nueva visión del conocimiento, basada en las condiciones subjetivas que lo hacen posible, a la vez que pone límites claros a la razón humana: podemos conocer cómo aparecen las cosas, pero no cómo son en sí mismas.

Ética

Kant, filósofo del siglo XVIII, es una de las figuras clave de la Ilustración. Defendió la autonomía del pensamiento, definiendo la Ilustración como la “salida del hombre de su culpable minoría de edad”, es decir, el momento en que la humanidad se atreve a pensar por sí misma. Para Kant, usar la razón es un deber: debemos ejercerla tanto en su uso teórico (para conocer) como en su uso práctico (para actuar moralmente).

En el ámbito moral, Kant no busca ofrecer una nueva moral concreta, sino una herramienta racional que nos permita saber cómo debemos actuar, especialmente ante dilemas éticos. La base de su ética es la intención con la que actuamos: una acción es moral cuando se realiza por deber, no por interés o inclinaciones. La moralidad, entonces, no depende de los resultados ni de lo que deseamos conseguir, sino de si nuestra intención puede convertirse en una ley universal válida para todos.

Kant rechaza las éticas materiales, que dependen de fines particulares o condiciones empíricas, ya que estas solo generan máximas hipotéticas: “haz esto si quieres conseguir aquello”. En cambio, propone una ética formal y autónoma, guiada por el imperativo categórico, que se formula así: “obra sólo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal”.

Este principio puede expresarse de otras formas igualmente válidas: tratar a la humanidad, tanto en uno mismo como en los demás, siempre como un fin y nunca como un mero medio; o actuar como si fuésemos legisladores en un reino universal de los fines, es decir, responsables de nuestras máximas como si valieran para todos. La moral kantiana exige universalidad, respeto a la dignidad humana y autonomía.

Además, Kant distingue entre acciones conformes al deber (que coinciden con lo que el deber manda, pero no necesariamente por una intención moral) y acciones por deber (realizadas únicamente porque se reconoce el deber). Solo estas últimas tienen verdadero valor moral. Por eso, su ética es deontológica: lo que importa no es el resultado de la acción, sino el principio que la guía.

Por último, Kant sostiene que la moral solo es posible si somos libres. Aunque no podemos demostrar empíricamente la libertad, debemos postularla como condición necesaria de la moralidad. También postula la inmortalidad del alma y la existencia de Dios como fundamentos prácticos que sostienen la esperanza de una armonía entre virtud y felicidad, dado que alcanzar la plena autonomía moral es extremadamente difícil en una vida humana.

Descartes

Dios

René Descartes fue un filósofo, matemático y científico francés del siglo XVII, considerado el padre de la filosofía moderna y uno de los grandes representantes del racionalismo. Sostenía que la razón, y no los sentidos, debía ser la base del conocimiento verdadero. Para alcanzar una certeza absoluta, propuso la duda metódica, que consistía en poner en cuestión todo aquello que pudiera ser dudoso, incluso las verdades matemáticas.

A través de este método, llegó a una única verdad indudable: la de que él mismo existía como ser pensante, expresada en su famosa fórmula “pienso, luego existo”. Sin embargo, esta certeza le dejaba en una posición solipsista, ya que no podía estar seguro de la existencia del mundo exterior. Para resolver este problema, Descartes planteó la posibilidad de que un genio maligno lo estuviera engañando constantemente. La única manera de superar esta duda era demostrar la existencia de un Dios perfecto que no engaña.

Para ello, recurrió a dos argumentos. El primero fue una versión del argumento ontológico: como Dios es un ser que posee todas las perfecciones, y la existencia es una de ellas, entonces Dios debe existir necesariamente. El segundo fue un argumento causal: como los humanos tienen la idea de un ser perfectísimo, esa idea no puede haber sido causada por nosotros mismos, seres imperfectos, por lo que su causa solo puede ser Dios, quien, por tanto, debe existir.

Una vez demostrada la existencia de un Dios bueno y veraz, Descartes considera que podemos confiar en nuestras ideas claras y distintas, siempre que sigamos el método racional con rigor. Gracias a ello, es posible afirmar la existencia no solo de la mente (sustancia pensante), sino también del cuerpo y del mundo físico (sustancia extensa). De este modo, Descartes supera el solipsismo inicial y establece las bases de un conocimiento seguro, basado en la razón y garantizado por la existencia de Dios.

Ser Humano

Descartes fue un filósofo, matemático y científico francés del siglo XVII considerado uno de los padres de la filosofía moderna. Es uno de los máximos exponentes de la filosofía racionalista que defiende la primacía de la razón frente a los sentidos como fuente de conocimiento, considerándose sólo como verdaderamente real aquello que puede ser aprehendido por medio de la razón.

En la filosofía de Aristóteles el alma era sólo la forma del cuerpo. Esto quería decir que no tenía sentido pensar en la existencia separada del alma y el cuerpo (y también, por ello, que era completamente absurdo pensar algo así como que el alma pudiese tener una existencia independiente después de la muerte del cuerpo). La razón o el pensamiento eran características de nuestra organización corporal, del mismo modo que lo son la locomoción, la respiración o la excreción.

Descartes, en cambio, considera al ser humano de un modo dualista, pues piensa que en él se dan simultáneamente, pero de manera separada una sustancia extensa y una sustancia pensante. El cuerpo de los seres humanos ha de ser explicado del mismo modo que el resto de los cuerpos extensos: estudiando los mecanismos que lo componen, como si fuera una máquina muy complicada diseñada por un gran ingeniero. La sustancia pensante, en cambio, no ocupa un lugar concreto en el espacio y actúa como el timonel del cuerpo. En el hombre hay que distinguir, por tanto, aquella conducta que depende exclusivamente del cuerpo (procesos físicos como la respiración, la digestión, la circulación de la sangre) y que puede explicarse mecánicamente, de aquella conducta que depende de nuestra mente (como el lenguaje y el conocimiento) y que nunca podrá explicarse en términos mecánicos. Este modo de explicación mecanicista de la sustancia extensa lleva a Descartes a ser determinista, pues considera que todo lo material está sujeto a las leyes de la naturaleza y el cuerpo humano no es una excepción. Por eso, el comportamiento del cuerpo puede ser determinado con precisión, pudiendo calcularse que ocurrirá con él con total exactitud.

Pero ya que los humanos somos estas dos cosas a la vez, Descartes se encuentra con el problema de determinar cómo se relacionan alma y cuerpo, ya que está claro que hay interferencias entre las dos sustancias, como sucede cuando mi cuerpo extenso tiene una herida y mi sustancia pensante se ve afectada, no pudiendo razonar con normalidad. Para explicar este punto, Descartes señala que hay en nuestro cerebro un órgano especial, la glándula pineal, que es el punto de donde se produce la conexión entre la mente y cuerpo. El cuerpo interfiere entonces con el alma por medio de las pasiones, que son las representaciones con las que se encuentra la sustancia pensante que, sin ser innatas, no tienen su origen en la sustancia pensante. Estas pasiones tienen su origen en el cuerpo y son involuntarias, inmediatas y no siempre racionales, por lo que el alma ha de intentar someterlas a la razón, lo cual no siempre es fácil.

Rousseau

Política

Rousseau fue un pensador apasionado y original del siglo XVIII, que influyó profundamente en la filosofía política y en la teoría de la educación. Su obra puede situarse tanto en la Ilustración como en los inicios del Romanticismo. Aunque se dedicó a diversas actividades, su legado principal proviene de sus reflexiones sobre la sociedad, la moral y la libertad.

Rousseau sostenía que el progreso científico y técnico no ha ido acompañado de un avance moral. Mientras que en el estado de naturaleza el ser humano vivía con un equilibrio entre el “amor de sí” (instinto de conservación) y la “piedad” (compasión natural), en la sociedad moderna estas pasiones han sido sustituidas por el “amor propio”, que genera rivalidad, vanidad y dependencia de la opinión ajena. Esta degeneración moral se acentuó con la aparición de la propiedad privada, que instauró desigualdad, competencia y conflictos.

El estado de naturaleza, aunque libre, era ineficiente para la vida en común. Por ello, Rousseau propone el contrato social, mediante el cual todos los individuos ceden su poder y libertad natural a la colectividad, pero bajo la condición de que todos hagan lo mismo. Así nace la voluntad general, expresión del bien común, que debe guiar la legislación. Las leyes se deciden entre todos los ciudadanos, que son a la vez legisladores (ciudadanos activos) y súbditos (obedientes a las leyes), creando así una república basada en la participación directa y en la igualdad.

Rousseau distingue entre la voluntad de todos (suma de intereses individuales) y la voluntad general, que refleja lo que es mejor para el conjunto de la sociedad. La voluntad general no es simplemente mayoritaria: es el resultado de una deliberación racional y desinteresada orientada al bien común. Por tanto, no basta con votar; es necesario pensar colectivamente, dejando a un lado intereses egoístas.

Aunque alguien pueda no estar de acuerdo con una ley, deberá obedecerla si ha sido acordada según la voluntad general. Para garantizar esto, Rousseau defiende la necesidad de un poder coercitivo que obligue a todos a cumplir las decisiones democráticas. Esta «obligación a ser libre» es necesaria para evitar que la sociedad se disuelva y se vuelva al caos del estado de naturaleza.

En la república, la soberanía pertenece al pueblo, es indivisible e inalienable, pues no puede delegarse ni dividirse. Sin embargo, el poder ejecutivo sí puede ser delegado, incluso a un monarca, siempre que este se limite a ejecutar las leyes dictadas por la voluntad general. El verdadero soberano no es el rey ni ningún grupo reducido, sino el conjunto de los ciudadanos organizados democráticamente.

Nietzsche

Dios

Friedrich Nietzsche fue un filósofo alemán del siglo XIX conocido por su rechazo a los valores tradicionales de la cultura occidental, a los que consideraba contrarios a la vida. En sus obras desarrolló una crítica profunda a la moral del sufrimiento, la humildad y el sacrificio, que, según él, representan una forma decadente de existencia.

Nietzsche dirige su crítica especialmente hacia la metafísica occidental, cuyos orígenes sitúa en Sócrates y Platón. Según el filósofo, estos pensadores rompieron con la vitalidad del mundo griego al privilegiar la razón (lo apolíneo) y despreciar lo instintivo y caótico (lo dionisíaco). Platón, en particular, consolidó esta ruptura con su teoría de los dos mundos: uno perfecto e inmutable (el de las Ideas) y otro imperfecto y aparente (el mundo real).

Esta visión fue retomada y simplificada por el cristianismo, al que Nietzsche califica como “platonismo para el pueblo”. La religión cristiana, desprecia esta vida en favor de un “más allá”, reprimiendo los instintos y negando el cuerpo. En su lugar, Nietzsche propone un vitalismo, una filosofía que afirma la vida en todas sus dimensiones y rechaza los valores impuestos por la moral tradicional.

Uno de los conceptos centrales de su pensamiento es la muerte de Dios, con la que no se refiere a un hecho literal, sino al progresivo abandono de la fe religiosa en la sociedad moderna. Esta “muerte” abre un periodo de nihilismo, en el que los valores tradicionales pierden sentido, pero también permite la posibilidad de crear nuevos valores más afirmativos, vitales y auténticos.

Este renacer está encarnado en la figura del superhombre, aquel que es capaz de superar la moral decadente y afirmar la vida tal como es, con todas sus contradicciones, a través del concepto de amor fati (amor al destino). Así, Nietzsche plantea una nueva manera de entender la existencia, más libre, creativa y fiel a la vida misma.

Ética

Friedrich Nietzsche fue un filósofo alemán del siglo XIX conocido por su rechazo a los valores tradicionales de la sociedad occidental, a los que consideraba contrarios a la vida. En sus obras, desarrolló una crítica profunda a la moral basada en el sufrimiento, la humildad y el sacrificio, valores que, según él, han llevado a una existencia decadente y nihilista.

Para comprender el origen de esta decadencia, Nietzsche propuso una genealogía de la moral, es decir, un análisis histórico del surgimiento de estos valores. Señala como responsables a Sócrates y Platón, quienes rompieron el equilibrio vital de la cultura griega antigua. Según Nietzsche, los antiguos griegos sabían armonizar el espíritu dionisíaco (impulso vital, instintivo, caótico) y el apolíneo (racional, armónico y ordenado), como puede verse en las tragedias clásicas. Sin embargo, Sócrates impuso el predominio de la razón y Platón consolidó esta visión con su teoría de los dos mundos, despreciando el mundo sensible en favor de un ideal trascendente.

Esta visión fue adoptada por el cristianismo, al que Nietzsche llamó «platonismo para el pueblo». La fe cristiana, centrada en el más allá, en la salvación y en el dominio de los instintos, representa una negación de la vida terrenal.

En este contexto, Nietzsche distingue dos tipos de moral: la moral de los señores, propia de una élite fuerte y afirmadora de la vida, y la moral de los esclavos, nacida del resentimiento de los débiles, que valora la obediencia, la compasión y la humildad.

No obstante, Nietzsche no se limita a criticar: también propone una nueva forma de vivir tras la muerte de Dios, es decir, el fin de la autoridad religiosa y la necesidad de crear nuevos valores. Esta nueva etapa abre paso al superhombre, quien afirma la vida con intensidad, acepta lo trágico mediante el amor fati (amor al destino) y vive guiado por la voluntad de poder, fuerza creativa y expansiva.

Finalmente, el superhombre es aquel que puede asumir el eterno retorno, la idea de que la vida, con todos sus momentos, debe ser deseada como si fuera a repetirse infinitamente. Aceptar esto implica un amor pleno por la existencia y una afirmación total de la vida.

Marx

Política

Karl Marx fue uno de los filósofos más influyentes de la historia, no solo en el ámbito teórico, sino también en el político. Su pensamiento se caracterizó por una crítica radical al capitalismo y por una defensa activa de la justicia social y la igualdad. Frente al idealismo, Marx propuso una visión materialista de la historia: lo que determina la vida social no son las ideas, sino las condiciones materiales en las que viven las personas.

Según el Manifiesto Comunista, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases: en cada época, el conflicto central ha sido el enfrentamiento entre opresores y oprimidos. Para comprender esta dinámica, Marx desarrolló el materialismo histórico, una doctrina que sostiene que la base económica de una sociedad (la infraestructura) determina su ideología, cultura, religión y leyes (la superestructura). En este marco, el trabajo es la actividad fundamental del ser humano, ya que permite transformar la naturaleza para satisfacer nuestras necesidades.

Marx también elaboró una crítica profunda al sistema capitalista, al que consideraba una forma de organización social basada en la explotación. En este sistema, todo se convierte en mercancía, incluida la fuerza de trabajo. A los trabajadores no se les paga por el valor de lo que producen, sino por el coste de mantenerlos vivos (su salario), mientras que el capitalista se apropia del excedente producido, el llamado plusvalor.

Marx pensaba que este sistema está destinado a colapsar por sus propias contradicciones internas. Cuando las fuerzas productivas crezcan más allá de lo que las relaciones capitalistas puedan contener, se producirá una crisis (como la sobreproducción), que hará inevitable una revolución. Esta dará lugar a una dictadura del proletariado, etapa transitoria en la que el poder estará en manos de los trabajadores y se transformarán las estructuras económicas y sociales. Finalmente, con la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción, se abolirán las clases sociales y se alcanzará el comunismo, una sociedad sin explotación ni desigualdad.

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