La Necesidad Humana de Entender y Encontrar Sentido
Una cosa parece clara: a diferencia de los animales, que consumen su vida viviéndola, ocupados todo el tiempo en procurarse los medios de subsistencia, los humanos no nos contentamos con vivir, sino que necesitamos encontrar el sentido a este vivir; necesitamos entender por qué vivimos y cuál es la mejor manera de hacerlo. Queremos vivir bien. Los animales viven sumergidos por completo en un presente hecho de necesidades por satisfacer para seguir viviendo, de estímulos que desencadenan respuestas tan apropiadas como previsibles. Nosotros, por el contrario, no acabamos de acomodarnos nunca en el presente, no nos sentimos del todo bien, y a menudo nos vemos arrastrados hacia atrás por un pasado que añoramos o proyectados hacia adelante hacia un futuro que presentimos mejor. Así, pues, a diferencia de lo que pasa con los animales, lo que caracteriza a los humanos es una permanente inadaptación al mundo, que nos lleva a corregirnos continuamente haciendo y rehaciendo nuestra existencia individual y colectiva. Una de las diferencias fundamentales entre nuestra especie y las demás es la actitud con que nos enfrentamos a la realidad que nos rodea. Los animales se enfrentan con una actitud práctica: su interés por el mundo termina donde terminan sus necesidades. Los humanos, en cambio, no vemos en la realidad únicamente un medio de subsistencia o una fuente de peligros, sino un mundo lleno de misterios e interrogantes, un universo fascinante que nos provoca perplejidad y curiosidad. En definitiva, es el distanciamiento entre el hombre y su medio lo que permite la aparición de una nueva forma de relacionarse con la realidad. A esta nueva manera de mirar el mundo la llamamos actitud teórica o cognoscitiva, una actitud que al parecer es exclusiva de nuestra especie.
Ciencia: Razones, Hechos y el Método Científico
La ciencia no es un saber infalible, pero la aplicación sistemática del método científico le permite detectar y eliminar los errores. La consecuencia es la mejora constante de las teorías, que se van corrigiendo y perfeccionando continuamente, y el progreso innegable de la ciencia. Hasta el Renacimiento, la ciencia y la filosofía constituían un mismo saber racional y teórico sobre el mundo. Pero se trataba de un saber cualitativo, poco preciso, basado en especulaciones sin un fundamento teórico sólido. El razonamiento iba por un lado, la experiencia por el otro. A lo largo del siglo XVI y XVII se produjo un fenómeno conocido como Revolución Científica que contribuyó a cambiar radicalmente la imagen que se tenía del mundo y del propio ser humano. Ante las insuficiencias de los métodos deductivo e inductivo, el método hipotético-deductivo introduce una nueva manera de hacer ciencia. Cuando se detecta un problema, algo que se quiere explicar, se elabora una hipótesis o explicación provisional que habrá que poner a prueba después por medio de pruebas experimentales. Si la hipótesis resiste estos test de contrastación, diremos que queda provisionalmente corroborada y adquiere el rango de ley científica. Si existe contradicción entre la teoría y los hechos, no podemos hacer como si no pasara nada. Esto es lo que pasó, por ejemplo, cuando los hechos mostraron que la Tierra gira alrededor del Sol y no al revés, como se creía anteriormente. Por medio del método científico podemos hacer descripciones de los fenómenos cada vez más precisas y aproximadas. Sin embargo, describir el mundo no es la única función de la ciencia. Tan importantes como las descripciones de los hechos pasados o presentes son las predicciones de los hechos futuros, como saben bien los meteorólogos o los economistas. Método, objetivos y actitudes son, pues, las tres diferencias principales que encontramos entre la tarea científica y la filosófica. Ahora bien, aunque la filosofía y la ciencia sean distintas, esto no significa que no tengan ninguna relación entre sí.
Filosofía: Creencias, Razones y la Actitud Crítica
Filosofía y religión tienen en común la aspiración de totalidad: ofrecen una respuesta a todos los interrogantes serios que los humanos somos capaces de plantearnos. Sin embargo, mientras que la religión responde de forma dogmática a estos interrogantes, la filosofía lo hace de forma crítica. De aquí se desprende que la filosofía es el ámbito del razonamiento y la crítica, una crítica que implica cuestionar de entrada la validez de cualquier afirmación. En filosofía, lo que cuenta son los argumentos, las buenas razones, las ideas bien fundamentadas. Hacer filosofía significa acostumbrarse a convivir con la incertidumbre, a ver la duda como una invitación a la reflexión y no como una imperfección del pensamiento. Una duda que nos lleva a desconfiar de las respuestas fáciles, los eslóganes publicitarios y de los tópicos políticos del momento que, repetidos de forma insistente por los mass media, acaban imponiéndose como si fueran verdades absolutamente indiscutibles. En todo caso, el filósofo se encuentra en una posición mucho más favorable en el camino hacia la verdad que gran parte de las personas que se consideran sabias. La razón es que muchos de los que creen saberlo todo, en realidad no saben nada; tienen un falso conocimiento basado en percepciones erróneas de las cosas. La única exigencia que deben satisfacer todas las opiniones filosóficas es que sean racionales, argumentadas y coherentes. Ni más ni menos. No hay lugar en filosofía para los dogmas de fe o las verdades reveladas, propias de la religión. Lo importante es entender que en filosofía nadie tiene la última palabra. En filosofía, las cuestiones quedan siempre abiertas, disponibles para ser planteadas una y otra vez a la luz de nuevos métodos y descubrimientos. Por eso no se puede hablar propiamente de progreso filosófico de la misma manera que se habla de progreso científico. Su labor se centra, por un lado, en el análisis de los fundamentos de la ciencia y, por otro, en la reflexión sobre el sentido humano.