Voluntad

9.2. LA LIBERTAD

 

9.2.1. Libertad psicológica


 Podemos decir que la libertad es la misma voluntad que, mediante la razón, ordena y compara las diversas posibilidades, en vista de la elección, que es el acto propio de la libertad. En la libertad intervienen por tanto la voluntad y la razón. La razón actúa aplicando la voluntad a cosas concretas, y así surge el acto libre.
La libertad no es más que la misma voluntad delimitada por la razón. La voluntad está de suyo inclinada al bien irrestricto, y la razón delimita su ámbito de aplicación a lo posible.Según la relación que la voluntad guarda con otras potencias del hombre, podemos distinguir tres actos fundamentales en la voluntad: el querer, que pertenece de un modo absoluto a la voluntad y es su acto natural permanente; la elección, que es el acto de la voluntad en cuanto se relaciona con la razón; y el imperar, que es el acto de la voluntad en cuanto se relaciona con las potencias inferiores. 
-El querer es el acto permanente y natural de la voluntad, por el cual existe en el hombre una cierta tensión o inclinación hacia la plenitud de su forma. como acto indeterminado y permanente de la voluntad, es algo que no elegimos. Todos lo llevamos puesto con nuestra propia naturaleza, desde que nacemos hasta que morimos. Decir que la voluntad apetece naturalmente la propia realización es lo mismo que decir que apetece la felicidad. La felicidad es el horizonte natural de la voluntad. Sin este deseo genérico de plenitud o felicidad, no elegiríamos nada. Seríamos la pura apatía. Cualquier cosa que decidamos hacer, la elegimos porque, de algún modo, entendemos que satisface nuestra sed de felicidad. -Por la elección determinamos hacia algo concreto la inclinación genérica de la voluntad hacia el bien. Surge la intención o inclinación de la voluntad hacia algo concreto. El término elección subraya más el carácter intelectual del acto, por el cual uno pondera los diversos bienes deseados y a su alcance. En cambio, el término intención subraya más la determinación de la voluntad hacia el bien que se elige. La elección presupone el conocimiento de bienes a nuestro alcance, o al menos que creemos que están a nuestro alcance. Lo imposible nadie lo elige. Sólo elegimos algo que creemos posible. La libertad, en su más profundo sentido, como libertad psicológica, es precisamente esta capacidad de la voluntad de determinarse hacia una cosa u otra en orden a satisfacer la inclinación hacia la propia realización. De hecho, decir que un acto es libre es lo mismo que decir que es un acto elegido, o que es un acto intencional. También podemos definir la libertad como la capacidad de obrar eligiendo. La libertad la tenemos con respeto a lo que no queremos por necesidad o instinto natural. Por necesidad o instinto queremos la felicidad, pero por la libertad queremos una cosa u otra para lograr la felicidad. Por ser la elección un acto del entendimiento y de la voluntad, es un acto racional y pasional al mismo tiempo, porque si por la razón evalúo, comparo las posibilidades a mi alcance, por la voluntad me inclino hacia una de ellas con el deseo de conseguirla. En los animales irracionales hay un cierto automatismo entre el estímulo del apetito y la respuesta del organismo, porque los animales no eligen entre los diversos modos de satisfacer el apetito. Ellos no deliberan: se lanzan inmediatamente hacia el objeto proporcionado a su apetito. En cambio el hombre tiene dominio sobre sus apetitos, porque es capaz de juzgarlos y de ver la conveniencia o no respecto al fin de su vida como un todo. En primer lugar, nadie elige el mal en cuanto mal. Todo lo que uno elige es porque a él le parece bueno, aunque en realidad le pueda ser perjudicial. Cuando elegimos algo perjudicial, puede ser por defecto del entendimiento o de la voluntad, o de los dos a la vez, que es lo más frecuente. El defecto del entendimiento es el error, por el cual hay acciones perjudiciales que consideramos buenas, y por eso nos atraen. Por debilidad de la voluntad también elegimos acciones perjudiciales, y esto sucede porque las pasiones sensitivas son tan contrarias al orden de la razón, que nos impiden ver el defecto de la acción. La pasión, cuando es muy fuerte, nos impide considerar todas las consecuencias del acto inmoral, y nos hace fijarnos sólo en una dimensión atractiva del acto. Algo semejante sucede con todas las inmoralidades, que son elecciones autodestructivas, de nosotros y de los demás, motivadas por alguna dimensión verdaderamente atractiva del acto inmoral. Como ningún bien que nos presenta la razón agota la razón de bien, nada nos atrae de forma irresistible. Si viéramos algo de lo que estuviéramos convencidos que es capaz de saciar completamente y de modo definitivo todos nuestros anhelos de felicidad, no podríamos dejar de elegirlo. Nos inclinaríamos derechamente hacia ese bien. Y esto no sería violentar la libertad, porque violento es lo que es contrario a la inclinación natural. -Imperar es mover a la acción. Es el acto de la voluntad cuando se impone sobre las potencias inferiores. El dominio de la voluntad sobre los apetitos sensitivos es un dominio «político». Los apetitos asienten a la razón, si previamente en ellos hay una cierta disposición a hacerlo. Esta disposición se refuerza por la virtud moral o se debilita por el vicio. Cuando hay virtud moral, la voluntad suele elegir con acierto y el cuerpo suele responder adecuadamente a los impulsos de la voluntad. Si el hombre no tuviese capacidad de imponer su voluntad sobre sus apetitos sensitivos, no sería libre, porque más que moverse a sí mismo, sería movido por los propios apetitos. El hombre, a diferencia de los animales irracionales, se ordena a sí mismo a obrar; los animales son ordenados por otro, por eso decimos que en ellos no hay Imperio, sino impulso. -El término de la voluntad, La felicidad es el gozo de la voluntad. Se puede definir como el descanso definitivo en la posesión del bien amado. Y lo que todos amamos naturalmente es la plenitud de nuestra propia forma, física, intelectual y afectiva. Y amamos igualmente la comunidad de la que nos sentimos parte, y queremos tanto su bien como el nuestro. Y tan feliz nos hace el bien propio como el de la comunidad a la que pertenecemos, porque el bien de algo q es parte presupone el bien del conjunto. Cuando los clásicos decían que las virtudes, especialmente las virtudes intelectuales, producían la felicidad, querían decir que la misma posesión de las virtudes constituía la felicidad. Y así decían que las virtudes producen la felicidad. Si el gozo es el fin del amor, la tristeza es la consecuencia de la pérdida del bien amado, que engendra odio hacia todo aquello que nos impide o dificulta su posesión. El odio es un subproducto del amor, un efecto colateral. Por eso, cuanto mayor sea el bien perdido, mayor será el odio hacia el que nos lo hizo perder. El gozo consiguiente al amor engendra más amor, y la tristeza subsiguiente al odio, engendra nuevo odio, en un círculo que se alimenta a sí mismo. Por eso, el gozo del bien fortalece la voluntad y estimula a continuar los proyectos, mientras que la tristeza desalienta y debilita la voluntad. Y si yo elijo algo que luego resulta que arruina mi vida, entonces soy consciente de que me he equivocado, de que no he hecho lo que realmente quería, de que no he obrado con plena libertad, precisamente porque ignoraba ese desenlace. Cuanto más verdadero sea mi conocimiento, cuanto más fielmente refleje mi mente la realidad de las cosas, tanto más libre serán mis actos. El apetito intelectual o voluntad es diferente de la sensualidad o apetitos sensitivos, pero no es independiente de ellos. La voluntad en el hombre no es una potencia desencarnada, completamente espiritual, sino que se nutre de la fuerza apetitiva de los sentimientos corporales. Los apetitos inferiores, los sentimientos, son a la voluntad lo que los sentidos externos a la inteligencia, pues así como el hombre se forma un sólo concepto a partir de muchas percepciones sensoriales; la voluntad tiende a un bien en la medida en que los apetitos sensitivos mueven las distintas potencias del hombre, lo cual se logra si estos apetecen sus bienes respectivos según su medida justa, asegurada por la virtud moral. Por eso, cuando se habla de pasiones o sentimientos como «límites a la voluntad», hay que entender las pasiones desordenadas, no las pasiones en sí, que naturalmente están ordenadas, al menos incoativamente, hacia la perfección del hombre. Es la virtud moral la que termina de ordenar las pasiones o sentimientos para que secunden con su inclinación la moción de la voluntad. Sin virtud moral, las pasiones desordenadas, sentimientos desbocados, frenarían el ímpetu natural de la voluntad hacia el bien, hasta el punto de engañar a la razón y presentarle como un bien humano un bien parcial proporcionado sólo a un apetito, pero no al hombre entero. El hombre no es libre a pesar de sus inclinaciones naturales, sino a causa de ellas, porque éstas imprimen impulso en todo su obrar. Sin pasiones, el hombre sería un ser completamente apático. El obrar sin pasión es tan inhumano como el obrar si razón. Las potencias apetitivas inferiores a la voluntad, por estar focalizadas hacia objetos muy determinados, no pueden elegir. Un hombre privado de razón y voluntad actuaría siempre movido por su instinto más fuerte. Esto es así porque la facultad apetitiva inferior no tiene capacidad de comparar ni de elegir, sino que tiende a su bien propio de forma inmediata. En cambio la voluntad sí, y en ese sentido se llama libertad. Si uno se guiara sólo por los sentimientos, sería incapaz de llevar a término ningún proyecto a largo plazo. Pero, como la libertad está afincada principalmente en la voluntad orientada por la razón, es capaz de trazar proyectos a largo plazo. Podemos decir que cuanto mayor es la virtud moral de una persona, mayor es su libertad. Si fuera verdad la afirmación vulgar de que la libertad consiste en hacer lo que te pida el cuerpo, nadie sería capaz de llevar a término ningún proyecto que requiera un poco de fortaleza o de constancia. Esta orientación natural del hombre hacia la propia plenitud, fundamento de la libertad, nos muestra que la libertad no es completa indeterminación. Está limitada, en primer lugar, por la orientación natural del hombre hacia su propia realización. Si la libertad fuera completa indeterminación en el obrar, nadie sería libre, ni siquiera Dios. La idea de la libertad como pura indeterminación y ausencia completa de vínculos, donde lo demás se presentan como límites a mi propia libertad, es un error. Los que consideran que la libertad es ausencia de vínculos, entienden que el compromiso, la autoridad y la obediencia son conceptos negativos, como una renuncia a uno mismo, para plegarse a la voluntad de otro. Así entendida, la libertad sería un concepto antagónico de la fidelidad, por la cual uno mantiene en el tiempo una decisión o un compromiso. Cuando la libertad se concibe como pura indeterminación, como expansión omnidireccional de la propia personalidad, suele decirse que la propia libertad termina donde comienza la del otro. Pocas afirmaciones hay en la filosofía tan frecuentes y tan absurdas como ésta. La cuestión de hasta dónde llega mi libertad y hasta donde debo tolerar la actuación ajena es de imposible solución si no hay un acuerdo básico sobre qué conductas son perjudiciales y beneficiosas. Sólo desde una perspectiva realista, que concibe la libertad como la capacidad de llevar a término la propia naturaleza, y por tanto, con el límite de la propia forma como horizonte de la libertad, es posible establecer el contenido de la libertad, y por tanto, de establecer límites en la actuación de cada cual.
Obstáculos a la libertad psicológica: vicio, ignorancia, violencia y miedo
Querer algo es inclinarse conscientemente hacia ese algo con ánimo de poseerlo. En el querer interviene conjuntamente la potencia apetitiva (la voluntad, que inclina) y la potencia aprehensiva (la razón, que identifica el objeto). De ahí que un acto pueda ser involuntario de dos maneras: de una, porque impida el movimiento natural de la potencia apetitiva: es lo involuntario por violencia; de otra, porque perturbe el conocimiento de la potencia aprehensiva: es lo involuntario por ignorancia.
Sólo se da violencia cuando quien la sufre no tiene parte en ella. La violencia es siempre inferida por una causa externa al sujeto que la sufre. La voluntad no puede hacerse violencia a sí misma, porque sería una contradicción.
Por ignorancia se vicia el consentimiento de dos modos: en el objeto elegido y en el efecto de la elección. Si yo elijo una cosa creyendo que es otra, cometo un error en el objeto elegido. Y si yo elijo algo creyendo que me conviene, si luego es perjudicial para mí, tampoco he elegido con plena libertad.
El miedo, como obstáculo a la libertad, no es algo distinto de la violencia o de la ignorancia. El miedo es cierto efecto de la ignorancia o de la violencia, o de las dos conjuntamente. El miedo es una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. Y este daño,
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cuando es real, si es provocado por otro, es violencia; y si es imaginario, es ignorancia.
El vicio, en cuanto impide que los apetitos estén adecuadamente dispuestos conforme al orden de la razón, hace difícil, y a veces imposible, forjar y llevar a término proyectos razonables. La falta de voluntad, motivada por el vicio, incapacita para llevar a buen puerto proyectos que requieran un mínimo de esfuerzo, y en este sentido se dice que el vicio es un obstáculo a la libertad. Esto se ve claramente en el caso de la ruptura de los compromisos, por falta de fortaleza o de un mínimo de autocontrol.
Culpa y pena
 Qué es la culpa
La culpa es el defecto de la misma voluntad motivada por una o varias elecciones inmorales. La culpa es el defecto de la voluntad como la ignorancia es el defecto de la inteligencia, o como la enfermedad es el defecto de las facultades orgánicas.
Ser culpable es ser responsable de una elección inmoral, esto es, autodestructiva de la propia personalidad y lesiva de la comunidad en la que uno participa.
Sólo es capaz de culpa quien obra libremente, esto es, voluntariamente. Donde la voluntad no interviene, no hay culpabilidad.
Cuando la culpa es intolerable por la autoridad pública, precisamente por el daño que causa a terceras personas, entonces se condena al culpable con la pena.
El proceso penal tiene por misión el dilucidar la existencia de la culpa para poder impone una pena.  Diferencia entre la pena y la culpa
Toda sanción penal ha de obedecer a una culpa. Pero, el mal de culpa no es tal porque lleve aparejado una pena, sino que es un mal de por sí, que se intenta corregir con la pena.
La sanción penal, en principio, repugna a la voluntad del penado, pues la voluntad de cada uno se inclina a su propio bien, y ser privado del propio bien, repugna a la voluntad.
El virtuoso huye del mal de culpa, mientras el que no lo es sólo huye del mal de pena que acompaña a la culpa.  Fin de las penas
Desde el punto de vista del Derecho, las penas se imponen sobre los culpables por los siguientes fines:
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 1º Fin expiatorio: el culpable mientas no pague con la condena su delito, está en deuda con la sociedad. La pena, de algún modo, le cura la culpa, y le permite reaparecer en la escena social con la inocencia recobrada. Si un culpable no sufre una pena, pensemos un violador o un asesino, no tendría derecho a ser tratado como un igual por los demás ciudadanos: incluso el mismo delincuente se sentiría tremendamente incómodo en la vida social, precisamente porque arrastra una culpa que no ha reparado con la pena. En cambio, el reo que ha cumplido condena, puede reaparecer de nuevo ante los demás con derecho a ser tratado como un igual, porque ya ha compensado con la pena el delito que cometíó. Hasta psicológicamente es una necesidad pagar con una pena el delito cometido. Por eso, es tan frecuente que muchos de los que cometen críMenes se entreguen a sí mismos a las autoridades, precisamente porque no soportan su culpa, y quieren quitársela de encima.
Este fin expiatorio de la pena exige una cierta proporción entre el delito cometido y la pena sufrida por ello. Los demás fines de las penas no garantizan esta proporcionalidad.
 2º Fin preventivo general: al imponer un castigo público al culpable, todos escarmientan en cabeza ajena, para que nadie se atreva a realizarlo.
 3º Fin preventivo especial: al privar de libertad al culpable, la sociedad está protegida de sus eventuales amenazas, al menos durante el tiempo que dure la condena.
 4º Fin reeducador: con la pena se tiende también a instruir al preso para evitar en el futuro que vuelva a sus andadas. Ya sea dándole un oficio, ya sea mostrándole el daño que provocó su delito.  Reconocimiento de la culpa
Una cosa es que la autoridad reconozca a uno culpable, y otra es que uno mismo acepte ese reconocimiento. En principio, el hombre tiene una inclinación natural hacia el bien, por el cual la conciencia le reprocha o le remuerde cuando realiza un acto inmoral. En este sentido, la capacidad de sentir culpa actúa de modo semejante al dolor físico. La capacidad de sentir dolor en el organismo nos protege de las enfermedades, porque el dolor actúa como una especie de alarma que nos avisa de que algo no va bien en nuestro cuerpo. Si no tuviéramos capacidad de sentir dolor, nos moriríamos en seguida. Por ejemplo, muchos tetrapléjicos se mueren por asfixia, porque no reaccionan cuando algo obstruye sus vías respiratorias, precisamente porque no lo sienten; si lo sintieran, toserían, estornudarían, reaccionarían con arcadas o movimientos violentos, precisamente para expulsar el agente extraño. Quien no tiene capacidad de sentir dolor, está
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orgánicamente indefenso, le falta el sistema de alarma de su salud física. Pues con la capacidad de sentir culpa sucede algo semejante.
Quien es incapaz de dolerse por el mal cometido, quien no sufre por el mal que hace, quien no tiene conciencia que le remuerda, se convierte en un sado masoquista, en una persona capaz de hacerse daño a sí mismo y a los demás, sin ningún sentido de culpa, incluso con gozo. Y así como en el plano físico el principio de la curación pasa por reconocer el dolor y la enfermedad que lo provoca, en el plano moral sucede otro tanto: el principio de la curación pasa por el reconocimiento de la enfermedad como un mal. Por eso, la aprobación del mal cierra las puertas a toda recuperación.
9.2.2. LA LIBERTAD SOCIAL
La libertad social, entendida como libertad exterior, es la ausencia de impedimentos indebidos para la realización de la propia vida. Esta ausencia de impedimentos indebidos supone que existe algo debido. De esta manera se engarza la definición de libertad con el concepto de derecho como el bien debido según justicia.
Entre los impedimentos a esta libertad no sólo están las acciones que positivamente restringen el obrar legítimo de un hombre, sino también las omisiones de aquellas bienes que debemos a los demás. De este modo, también es contrario a la libertad, por ser contrario al derecho como el bien debido según justicia, la falta de bienes y recursos económicos, jurídicos, culturales, afectivos, morales y religiosos.
Locke entendía la libertad principalmente en este sentido, como la capacidad de actuar sin estar sometido a limitaciones o violencias ejercidas por otras personas. Y decía que aunque la ley nos quita libertad, el importe real de libertad social que nos queda es mayor que antes de vivir sin leyes, porque donde no hay ley, suele haber más violencia y, por tanto más limitación de la libertad social.10
El Derecho tiende, en primer término, a garantizar la libertad social, e indirectamente, a promover también la libertad interior, por cuanto ha de garantizar las circunstancias sociales adecuadas, especialmente educativas, para que cada uno pueda desarrollar adecuadamente su libertad psicológica.

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