Mundo supralunar

Platón quería ser un reformador político y pensaba que gobernar bien era un asunto de
saber. Si en política gobiernan los más fuertes, los más ricos o los más demagogos, no hay manera de
hacer un sistema de gobierno justo. Él pensaba que se puede saber en política, que se puede hacer
ciencia en política (y en todo), pues Sócrates le había enseñado que se puede llegar a hacer
definiciones de la valentía o de la justicia que valen para todos y todos aceptarían. Además, los
pitagóricos le habían enseñando que en matemáticas también hay ciencia, un conocimiento exacto,
válido para todos e inmutable. Por tanto, su punto de partida es que podemos hacer afirmaciones
que son verdaderas para todos y que siempre serán verdaderas. Ahora bien, si en el mundo material
en el que vivimos todas las cosas están en continuo cambio, de ellas no podemos hacer ciencia, es
decir, verdades eternas inmutables, por lo que del mundo material sólo tenemos opiniones
cambiantes. Entonces, ¿a qué mundo se refieren nuestras verdades eternas? Tiene que haber otro
mundo donde los seres sean perfectos e inmutables. A los seres de ese mundo Platón les llamó
ideas. Para explicar esto Platón inventa el maravilloso relato de la caverna; en él se ve cómo la
mayoría de la gente cree que lo único que existe es el mundo material y dedica toda su vida a
acumular riqueza y placeres, que no son más que meras sombras, copias malísimas de la auténtica
realidad, las ideas. Para Platón la vida ética y la felicidad consisten en conocer la ideas y en renunciar
a creer que los sentidos son los que nos enseñan la verdad de las cosas, así como en dedicar la vida a
la auténtica sabiduría que nos proporciona el intelecto; vivir consiste en desatarse del mundo
material, dejar las preocupaciones materiales, y trabajar por y para el conocimiento de las ideas;
hacer una política justa consiste en saber qué es la idea de justicia para luego aplicarla en el mundo
sensible en que vivimos. Cuando muramos, nuestro cuerpo se deshará, pero nuestra alma irá a la
región eterna de las ideas que es su auténtico lugar y no este mundo material.
En la sociedad hay tres tipos de personas: los que destacan por su sabiduría, los que por
su fortaleza y los que por sus apetitos. Un estado estará bien gobernado si los que mandan no son los
fuertes (los militares) o los que buscan los placeres y el dinero (los ricos), sino los sabios, los filósofos.
Cada grupo social tiene su función y su virtud. Los filósofos deben ser sabios y deben gobernar. Sólo
los que conocen la idea de justicia o la idea estado pueden gobernar. Los fuertes deben ser los
guardianes de la ciudad y su ejército; los que se guían principalmente por sus apetitos deben ser
comerciantes, labradores, artesanos…; deben dedicarse a producir riqueza y vivir de ella. Parte de
esta riqueza tiene que ser utilizada para el mantenimiento de los filósofos y los guardianes, pues
Platón, como pensaba que la riqueza era la causa de toda la corrupción política, había afirmado que
ni filósofos ni guardianes podrían tener propiedad de nada; así no tendrían tentaciones de robar nada
del Estado. Las principales virtudes de la política son: la sabiduría, en los gobernantes; la fortaleza, en
los guardianes, la templanza, en el resto de la sociedad y, por último, la armonía entre las tres clases,
armonía que Platón llamaba justicia, es decir, que cada uno desempeñe bien su propio trabajo y
coopere con las otras clases por el bien de la ciudad. La principal tarea del estado sería una educación
que separase a los hombres según el alma que predomina en ellos y que les educase a cada uno para
ajustarse a su función. Así la vida política y social sería justa y no volverían a suceder cosas tan
lamentables como la muerte de Sócrates.


ARISTOTELES


La cosmología aristotélica es un buen ejemplo del talante integrador del pensamiento aristotélico, pues vemos que usa ideas de los autores presocráticos (los cuatro elementos del mundo sublunar, por ejemplo), mantiene prejuicios de la cultura griega (la perfección del movimiento circular, o el hilozoísmo), ideas centrales del platonismo (la importancia de las Formas), a la vez que incorpora planteamientos propios que permiten engarzar esas ideas de otros en un sistema coherente (por ejemplo, la idea del movimiento como el paso de la potencia al acto).
El cosmos aristotélico es heterogéneo, en cuanto que distingue dos zonas: el mundo sublunar y el supralunar, ambos centrados en la Tierra. El seguimiento de las observaciones comunes es una constante en este sistema, y una de las claves de su éxito, de ahí su geocentrismo. El mundo sublunar se compone de los cuatro elementos clásicos presocráticos (tierra, agua, aire y fuego), cada uno de los cuales tiende, en estado libre, a regresar a su lugar natural (la presuposición hilozoísta griega está presente aquí), que sería desde el centro a la periferia, en el orden mencionado. Las influencias artificiales de algún agente externo los aparta de su zona, y lleva incluso a que se mezclen unos con otros. Nuestra zona del Cosmos es de hecho el único lugar en el que existe la descomposición (la muerte) precisamente porque la gran mayoría de seres que vemos son compuestos de los cuatro elementos, como lo somos nosotros. La influencia que determina la mezcla de los mismos es el rozamiento que sobre ellos ejerce la órbita de la Luna. Todo en este Cosmos se transmite por rozamiento, pues según Aristóteles es fácil comprobar en la experiencia que en estado natural no existe el espacio vacío, sino que todo está en contacto con todo (de ahí el axioma de su física: Todo lo que se mueve es movido por otro).
En cuanto al mundo supralunar, comprendido desde la Luna (incluida) hasta órbita de las estrellas fijas, todo en él está hecho del quinto elemento, el éter, una forma sutil de materia que deberá moverse en círculos, la figura perfecta de los griegos. La simplicidad de los cuerpos celestes es la causa de su eternidad: siempre existieron los mismos astros, y siempre habrá los mismos por esta razón (algo con lo que chocarán las observaciones de Galileo en el siglo XVII). En cuanto al límite físico del cosmos, esa órbita de estrellas fijas que se mueven en conjunto manteniendo sus distancias relativas, representa un reflejo de la idea griega de que lo infinito es sinónimo de inacabamiento, y por tanto de imperfección. Su movimiento se transmite por rozamiento a través de todo el orbe celeste, y viene a su vez causado por la presencia tras ellas del Primer Motor, una de las ideas más originales y de más influencia del estagirita, pues según él, más allá de las estrellas, donde ya no existe ni el espacio a ocupar ni la materia que lo ocupe, debe existir un Ser supremo cuya mera presencia suscite el movimiento de las estrellas. Ese Ser sería la explicación de su movimiento (y, en consecuencia, del funcionamiento de todo el Cosmos descrito),y no podría ser material, porque tras ellas no existe espacio a ocupar, ni por tanto podría tener en sí potencialidad alguna, de manera que sería Acto Puro, Forma pura: un Ser que es ya todo lo que puede ser. La única actividad factible para este Ser sería el pensamiento, pero sólo de Él mismo, pues lo contrario supondría introducir materialidad en su
naturaleza, algo imposible. El Primer Motor, por tanto, es puro pensamiento de sí mismo, no sabe que el cosmos existe, pero este funciona gracias a su presencia, que actúa como causa final para las estrellas, que de esa manera inician la cadena de transmisión del movimiento hasta el centro del Universo, donde estamos.
Ese Acto Puro, un Dios que es el que es (coincidencia con el pensamiento judeocristiano que tendrá gran repercusión en nuestra historia) está en la eternidad, fuera del tiempo, precisamente por estar más allá de los astros, la observación de cuyo movimiento constituye precisamente eso que llamamos tiempo. Para Él todo es un instante detenido de puro pensamiento de sí mismo. Este es el Dios de Aristóteles, que nada tiene que ver con ningún planteamiento religioso, sino que es una hipótesis científica que cierra todo su sistema cosmológico, como causa final suprema del Universo. El talento de Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, sabrá adoptar este modelo para la cultura cristiana, eliminando ese ensimismamiento del Ser Supremo y otras ideas, como la eternidad de este cosmos, pues para Aristóteles, como para todos los griegos, la idea de creación ex nihilo era absurda. Ese Dios no creó el Cosmos, según nuestro autor, sino que es su pieza fundamental desde siempre y por siempre.
Por otra parte, el papel que juegan las Formas platónicas en este Universo no es estar situadas en otro lugar, pues Aristóteles se negó a la duplicación de mundos, sino estar presentes de manera inmanente en cada uno de los seres particulares hilemórficos que componen ese inmenso sistema. Las Formas siguen siendo en Aristóteles los universales que busca la mente, pero no ya sacándonos de este mundo, sino llevándonos a profundizar en él, buscando la naturaleza propia de cada ser que ellas constituyen, desde la observación de los particulares concretos en cada uno de los cuales están guiando definiendo su ser o guiando su desarrollo. Por eso la cosmología aristotélica es una buena manera de hacernos ver de qué manera Aristóteles devuelve a este mundo el mundo de las Ideas de Platón.

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