Ética de mínimos y de máximos

3. Somos inevitablemente libres
1. La diferencia entre el ser humano y el animal
En el animal, la suscitación procede de un estimulo, al que responde
de forma ajustada, gracias a su dotación biológica. Este ajustamien­to se denomina «justeza» y se produce de forma automática.
EI ser humano, sin embargo, no responde al estímulo automáti­~mente, sino a través de un proceso en el que podemos distinguir los
siguientes pasos:
Gracias a su inteligencia, capta el estímulo como una realidad por la que se siente afectado y que constituye para él un mundo y no simplemente un medio.
Al sentirse afectado, no responde de forma abltgmilti~a¡ sino qllP imagina distintas posibilidades de respuesta entre las gue se ve
. Obligado a elegir.
Éste es el nivel más básico de libertad,
Para elegir una de las posibilidades ha de renunciar a las demás y justificar su elección. Lo que en el animal era justeza automática, en el ser humano es justificación activa. El ser humano es forzosamente libre porque se ve obligado a elegir eñ::­tm ellas y a justificar su eleccón.
Los filósofos existencia listas afirmaron que en los seres humanos «la existencia precede a la esencia». Lo cual significa que los humanos no nacemos ya hechos, sino que nos vamos haciendo a nosotros mis­mos al elegir unas posibilidades y renunciar a otras. Esto nos genera angustia por todas las posibilidades a las que hay que renunciar. Y por eso dijo Jean-Paúl Sartre «no somos libres para dejar de ser libres».
2. Libertad de elección
La forma más común de entender la libertad es como una capacidad de la voluntad de elegir entre distintas posibilidades, tras una delibera­ción en la que ponderamos las ventajas y los inconvenientes de las po­sibles acciones.
Una capacidad semejante exige:
Que nuestra voluntad no esté ya determinada a obrar.
Que no esté totalmente indeterminada, de forma que sea arbitraria.
La indiferencia ante dos bienes que nos atraen por igual no es
, ya gue entonces la elección es irracional por arbitraria. .
Que tengamos buenasrazones para elegir tras una deliberación.
3. Libertad como autonomía
Kant ofrece una caracterización de la libertad que va más allá de la elección entre 105 medios para llegar a un fin ya dado. Personas po­demos proponernos unos fines u otros: 5 05 autónomas o se ve cuando nos proponemos unas normas que no hemos extraído de nuestra experiencia. La experiencia muestra que siempre se ha mentí­do, siempre se ha matado y, sin embargo, afirmamos que no es digno de seres humanos hacerlo. Esta sabiduría la hemos extraído de noso­tros mismos, es nuestra propia ley. Kant la llama ley de la libertad o ley moral, y el hecho de que tengamos conciencia de ella prueba que nos damos nuestras propias leyes, que somos libres.
La libertad es, desde esta perspectiva, la propiedad de la voluntad de ser una ley para sí misma. No podemos explicarla científicamente, es decir, por causas, pero sí afirmar que existe.
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or eso al contemplar el universo conviene asumir al menos dos
perspectivas:
La de 105 acontecimientos externos a la voluntad de las personas, que la ciencia puede intentar explicar como efectos, causados por fenómenos que les preceden en el tiempo.
La de la voluntad humana, capaz por sí misma de iniciar una serie de efectos, y que es, por tanto, libre.
Con lo cual se observa que ~ tipos de leyes:
Las leyes naturales, a las que estamos sometidos como seres físicos que somos. Ellas nos obligan, por ejemplo, a caer cuando tropezamos.
Las leyes de la libertad, dadas por 105 seres racionales. Ellas nos permiten organizar nuestra vida y nuestra convivencia de modos hu­manizadores. Ellas permiten, por ejemplo, que la sociedad nos pres­te ayuda sanitaria para paliar las consecuencias del tropezón.

2. Saber ser justo
saber ser justo es ser capaz de ignorar el interés de unos pocos en favor del interés de todoS:-
Lo justo se refiere a aquello que es exigible a cualquier ser racional que quiera vivir moralmente, mientras que lo bueno, lo que propor­ciona la felicidad, lo es solamente para una persona, un grupo o una cultura .
Con la distinción entre lo justo Y lo bueno podemos ya intentar res­ponder a la pregunta de si hay valores o criterios morales universales: los hay de justicia, pero no de felicidad. La justicia se exige, a la felici­dad se invita. Por eso hoy en día ha hecho fortuna la distinción entre éticas de mínimos y éticas de máximos, entre éticas de la justicia y éticas de la felicidad.
3. Éticas de la justicia y éticas de
las éticas de la justicia o éticas de mínimos se ocupan sólo de la dimensión universalizable del fenómeno moral, es decir, de aquellos deberes de justicia exigibles a cualquier ser racional Y que, en definiti­va, componen unas exigencias mínimas.
Las éticas de la felicidad, por el contrario, intentan ofrecer ideales -. De vida buena, en los que el conjunto de bienes de que las personas podemos gozar se presentan jerarquizada mente como para producir la mayor felicidad posible. Son, por tanto, éticas de máximos, que acon­sejan seguir su modelo, nos invitan a tomarlo como orientación de la
conducta, pero no pueden exigir que se siga, porque la felicidad es co­~ de consejo e invitación, no de exigencia.
)
Quién está en forma?
Si quisiéramos responder a la gran pregunta de este tema «¿quién i está en íorrna?». «¿quién está alto de mora’?». Habríamos de contes-
tar que está alto de moral, está en forma, quien actúa según los princi­\\. Píos universales de justicia e intenta con prudencia día a día aprender a ser feliz.
4. Ética cívica y orden ético internacional
La existencia de contenidos morales diversos y a la vez de ciertos jui-
cios morales universales.
El pluralismo de las sociedades democráticas, que consiste en com­partir unos mínimos de justicia, desde los que se conviene que cada uno viva según su modelo de felicidad Y pueda invitar a otros a vivir
según él, nunca imponerlo.
Construir una ética cívica democrática, que consistiría en los míni­mos que los ciudadanos comparten, alimentados por los máximos
que profesan.
Aplicar esos mínimos a \\os distintos ámbitos de la vida social (medici-
na, empresa, ciencia y tecnología, educación, política, ecología), de modo que se encuentre alta de moral, en forma. Ésta es la tarea de
la parte de la ética que se llama ética aplicada .
Construir una ética universal, un «nuevo orden ético internacio­nal», desde aquellas exigencias de justicia que son inapelables, entre las que se cuenta el deber de respetar los modelos de felicidad de los distintos grupos y culturas. El deber de respetar, por tanto, las diferencias culturales legítimas.

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