El Pensamiento de San Agustín de Hipona: La Ciudad de Dios y la Antropología Cristiana

Contexto de la obra de San Agustín

La obra escrita de San Agustín de Hipona es vasta y profunda, comprendiendo 93 tratados en 232 libros, 500 sermones y 217 cartas. Los títulos más significativos, organizados por géneros, son:

  • Autobiográficos: Confesiones y Retractaciones.
  • Filosóficos: Tratan acerca de la vida feliz, la inmortalidad del alma y el libre albedrío.
  • Apologéticos: Destacan La Ciudad de Dios y Acerca de la religión verdadera.
  • Dogmáticos: Abordan la fe y las obras, la presencia de Dios y el tratado De Trinitate (Acerca de la Trinidad).
  • Morales y pastorales: Hablan acerca del bien conyugal.
  • Monásticos: Contienen la Regla.
  • Exegéticos: Comentarios sobre libros del Antiguo y Nuevo Testamento.
  • Polémicos: Dirigidos contra Fausto el Maniqueo y acerca de los hechos de Pelagio.

La Ciudad de Dios (De Civitate Dei)

Su obra fundamental, La Ciudad de Dios, fue escrita entre los años 413 y 427 como respuesta a las acusaciones de los paganos contra los cristianos tras el saqueo de Roma; los paganos sostenían que el Dios cristiano no había sabido proteger la ciudad. Es una obra compleja con distintas interpretaciones, compuesta por 22 libros divididos en capítulos, donde se realiza una interpretación del devenir histórico del género humano basada en conceptos filosóficos e ideas teológicas.

La obra se estructura de la siguiente manera:

  • Libros 1-4: Contra el politeísmo.
  • Libros 5-10: Contra aquellos que sostienen la inevitabilidad del mal.
  • Libros 11-22: Exponen su propia teoría sin limitarse a refutar otras. Estos, a su vez, se dividen en:
    • Libros 11-14: El origen de las dos ciudades.
    • Libros 15-18: El proceso del devenir de ambas.
    • Libros 19-22: Los fines correspondientes de cada una.

La Ciudad de Dios contiene una concepción de la sociedad y una reflexión en torno a la historia, que es para el cristianismo el escenario donde Dios se manifiesta al hombre y tiene lugar el drama de la salvación. Desde Séneca y Marcial se había preparado y madurado el enfrentamiento entre estas dos concepciones de la vida y el mundo: paganismo-cristianismo, representadas en dos ciudades o sociedades, porque, ante todo, «ciudad» significa sociedad.

Los cristianos rechazaban la sociedad imperial, anteponiendo la sociedad espiritual e invisible para los no creyentes. Las dos sociedades corresponden a Satán y a Dios, con el hombre en medio. San Agustín caracteriza la Ciudad Terrena como aquella habitada por hombres que se aman a sí mismos hasta el desprecio de Dios; es una ciudad imperfecta debido a la caída y se rige por leyes humanas. En cambio, en la Ciudad de Dios, los hombres aman a Dios hasta el desprecio de sí mismos; su ley es la de Dios y en ella todo es perfección.

Más que una filosofía de la historia, esta obra es una teología de la historia. Para Agustín de Hipona, el gobernante perfecto es el gobernante cristiano. El teocentrismo, característico de los sistemas filosóficos medievales, se presenta aquí de modo inequívoco: Dios y la providencia, como autores de la historia, desarrollan la salvación del hombre.

Truyol concluye que la visión agustiniana establece que la Iglesia es una sociedad más perfecta que el Estado. El Estado cristiano debe estar dirigido por el amor; por tanto, la Iglesia es superior al Estado por ser una sociedad perfecta y es quien debe conformar al Estado. Esta obra se ha relacionado con la república ideal platónica y con la de Cicerón. Mientras Platón y San Agustín son pesimistas en su concepción del hombre y la sociedad, Cicerón es optimista, pues considera al hombre altruista. Platón se ocupa de la sociedad de los filósofos, Cicerón de la de los ciudadanos y San Agustín de la de los santos.

El hombre como imagen de Dios

El problema de la participación y el neoplatonismo

El problema de la participación platónica reside en lo múltiple dentro de la unidad, basado en el argumento del «tercer hombre». En los siglos II y III aparece el neoplatonismo, con autores representativos como Plotino y Porfirio, quienes presentaron la solución de la emanación: de lo Uno (Dios) surge el Alma (realidad intermedia) y de esta la materia (lo múltiple). Esto se corresponde con el panteísmo, donde «todo es Dios».

Según el cristianismo de San Agustín, la creación es ex nihilo (de la nada). Dios creó lo material y al hombre como una criatura especial, a su imagen y semejanza. La creación es contraria al pensamiento griego, que sostenía que la materia es eterna (arjé). Para Parménides, «el ser es y no puede no ser», sugiriendo que el movimiento no existe; en cambio, en la doctrina de la creación, Dios es un ser necesario, mientras que las demás criaturas son seres contingentes que podrían no existir.

Ejemplarismo y Gracia

El ejemplarismo agustiniano está inspirado en los estoicos y el neoplatonismo. Agustín toma la teoría platónica del mundo inteligible y le da un enfoque monoteísta: las ideas de Platón están en la mente de Dios, quien crea el mundo tomándolas como ejemplos. Dios crea instantáneamente algunas cosas en acto y otras como razones seminales (semillas) que germinarán a su debido tiempo, concepto derivado del estoicismo.

En cuanto a la antropología, todos los hombres nacen con el pecado original, una tendencia al mal consecuencia de la desobediencia de Adán. Según Agustín, la humanidad bajo pena de condenación solo puede salvarse mediante el bautismo para obtener el perdón del pecado contraído por el nacimiento. La gracia es una ayuda sobrenatural concedida por Dios para la práctica del bien y alcanzar la bienaventuranza.

Solo mediante la gracia divina puede el hombre reintegrarse a su situación anterior al pecado, a través de la iluminación del entendimiento. Mediante ella somos libres, pues proporciona la fe. El hombre sin la gracia es incapaz de cumplir la ley. Esto supone distinguir entre el libre albedrío (posibilidad de elección entre el bien y el mal) y la libertad (que solo se alcanza mediante la gracia). El libre albedrío consiste en poder no pecar, mientras que la libertad consiste en no poder pecar. La redención es la muerte de Cristo en la cruz para otorgar esta gracia-libertad.

La Trinidad y la Autoconciencia

En el cristianismo, Dios es Uno y Trino: una única naturaleza o esencia que subsiste en tres personas eternas:

  • El Padre: Primera persona.
  • El Hijo: Segunda persona, el pensamiento de Dios.
  • El Espíritu Santo: Tercera persona, el amor de Dios a su ser y a su pensamiento.

Esto constituye un dogma. Las tres personas de la Trinidad se corresponden con las facultades psíquicas humanas: soy (memoria), conozco (inteligencia) y amo (voluntad). Esta imagen de Dios en el hombre es indudable, pero ¿cómo la conocemos? No es a través de los sentidos físicos ni de la sensibilidad interna (imaginación), sino por el sentido interior o autoconciencia, iluminada por la luz sobrenatural divina.

Frente a los escépticos académicos, que afirman que no se puede conocer ninguna verdad con seguridad, San Agustín postula: «Si fallor, sum» (Si me engaño, existo). Este principio se anticipa al cogito, ergo sum de Descartes: sé que existo, conozco y quiero existir.

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