El Pensamiento de Descartes: Duda Metódica, Cogito y las Tres Sustancias

La Duda Metódica de Descartes

Hemos dicho antes que para construir la filosofía solo podemos fundarnos en evidencias, es decir, en ideas claras y distintas. ¿Cómo proceder? Descartes elige el camino de la duda: dudar de todo para ver si queda algo que resista a toda duda, algo que permanezca indubitable y cierto. Ahora bien, ¿cómo debe entenderse y aplicarse la duda? Descartes utiliza la duda “tan solo para buscar la verdad”. Dudar de todo es tan solo un procedimiento para encontrar una verdad indubitable. Descartes, pues, no es un escéptico en ningún momento. La duda no es para él la postura mental definitiva; ni siquiera la postura inicial: parte de la confianza en la posibilidad de alcanzar la verdad. De ahí que su duda sea tan solo una duda metódica.

¿A qué aplicar la duda? A todo. A todas las creencias, especialmente a las que parecen más sólidas y evidentes. Si es posible dudar de ellas, es necesario dejarlas, de momento, a un lado (aunque se recuperen más tarde, una vez confirmadas) porque no valen para fundamentar la metafísica. ¿Ha de aplicarse también a las creencias de la vida práctica, por ejemplo, a la moral y a la política? Deducimos que sí, puesto que Descartes quiere rehacer todos los conocimientos, los prácticos y los teóricos. Sin embargo, considera oportuno continuar provisionalmente con nuestras costumbres hasta hallar su fundamento, su justificación racional.

Respecto a los conocimientos teóricos, comenzamos por ellos:

  • En primer lugar, todo conocimiento que proceda de los sentidos es dudoso dada su escasa fiabilidad: los sentidos con frecuencia nos engañan, y si nos han engañado, aunque tan solo sea una vez, cabe suponer que nos engañen siempre. La sola duda de que nos puedan engañar elimina la certeza absoluta y la garantía de la evidencia.
  • Además, podría muy bien suceder lo que sucede en los sueños, en los que tomamos como reales cosas y sucesos inexistentes excepto en nuestra imaginación; y tan reales las tomamos que incluso nos asustamos por ellas. Pudiera ocurrir que nuestra vida de vigilia no fuera sino un sueño.
  • Aunque así fuera, aun en sueños, las verdades matemáticas no dejarían de serlo. Dos más dos son cuatro, lo pensemos despiertos o lo imaginemos dormidos.

Y es aquí donde Descartes llega más lejos en la aplicación de la duda: cabe pensar, aunque con probabilidad remota, en la existencia de un espíritu maligno “de extremado poder e inteligencia que pone todo su empeño en inducirme a error”. Esta hipótesis del “genio maligno” equivale a suponer: tal vez mi entendimiento es de tal naturaleza que se equivoca necesariamente y siempre cuando piensa captar la verdad. Si cabe la hipótesis, cabe la duda. No queda ya ningún conocimiento libre de duda, de ninguno podemos obtener evidencia, ni de los sensoriales ni de los racionales. La duda, pues, parece haber eliminado todas las creencias, y los escépticos tendrían razón. Pero aquí mismo se hace la luz: puedo creer que no existe el mundo, ni Dios, ni la verdad matemática…

El Cogito, Ergo Sum: La Primera Verdad

No obstante, algo se resiste a toda duda: “Estoy dudando”, y para dudar hace falta pensar, y para pensar, existir: “pienso, luego existo”. Esta verdad puede con todas las dudas. Y es la sola verdad que tengo. Ahora bien, el “pienso, luego existo” (cogito, ergo sum): ¿qué tipo de conocimiento es?

  • No se trata de una deducción del tipo: “Todo el que piensa, existe; yo pienso, luego yo existo”. No se trata de eso. Es una intuición mental: intuyo la conexión necesaria entre mi pensar y mi existir. Intuyo, sin ninguna deducción, la imposibilidad de mi pensar sin mi existir.
  • Se trata de una idea clara y distinta: Es una idea que se impone como evidencia inmediata.
  • Y es la sola verdad que tengo, por ahora, pero una verdad inmutable: me sirve de punto de apoyo para, sobre ella, levantar todo el edificio del saber.

Y ¿qué podría decir sobre lo que es el “yo”? Por ahora, nada más que es una cosa o realidad que piensa, y por pensar Descartes entiende todo ejercicio consciente: dudar, sentir, creer, imaginar… Pero de ningún modo puedo decir que el “yo” tenga o sea un cuerpo, porque tal cosa para mí aun es dudosa, no evidente. Solo puedo afirmar que soy y existo como pensamiento. Por lo mismo, tampoco puedo afirmar ni la existencia del Mundo ni de Dios. ¿Por qué camino podríamos afirmar indudablemente que Dios y el Mundo existen?

La Existencia de Dios

Antes de seguir adelante con la deducción es necesario detenernos con Descartes a hacer balance e inventario de los elementos con que contamos para llevarla a cabo. Este balance nos muestra que contamos con dos elementos: el pensamiento como actividad (yo pienso) y las ideas que piensa el yo. Cuando yo afirmo: “Yo pienso que el mundo existe”, se pone de manifiesto la presencia de tres factores: el yo que piensa, cuya existencia es indudable; el mundo como realidad exterior al pensamiento, cuya existencia es dudosa y problemática, y las ideas de “mundo” y de “existencia”. De este análisis concluye Descartes que el pensamiento piensa siempre ideas y que tales ideas se hallan tan solo en mi pensamiento, por lo que no puedo pasar inmediatamente del mundo como idea en mi pensamiento al mundo como realidad fuera de pensamiento. Entonces, ¿cómo garantizar que a la idea de mundo corresponde una realidad: el mundo? Partamos, pues, de las ideas.

Hay que someterlas a un análisis cuidadoso para tratar de descubrir si alguna de ellas nos sirve para romper el cerco del pensamiento y salir a la realidad extramental. Al realizar este análisis, Descartes distingue tres tipos de ideas:

  • Ideas adventicias: aquellas que parecen provenir de nuestra experiencia externa (las ideas de hombre, de árbol, los colores, etc.).
  • Ideas facticias o ficticias: aquellas ideas que construye nuestra imaginación a partir de otras ideas (la idea de un caballo con alas, por ejemplo).

Está claro que ninguna de estas ideas puede servirnos como punto de partida para demostrar la existencia de la realidad extramental: las adventicias, porque parecen provenir del exterior, y, por tanto, su validez parece estar en entredicho ya que aun es dudosa la existencia de la realidad externa a nuestro pensamiento; las facticias, porque al ser construidas por la imaginación, su validez es cuestionable.

Existen, sin embargo, algunas ideas (pocas, pero, desde luego, las más importantes) que no son ni adventicias ni facticias. Ahora bien, si no pueden provenir de la experiencia externa ni tampoco son construidas a partir de otras, ¿cuál es su origen? La única contestación posible es que el pensamiento las posee en sí mismo, es decir, son innatas. (Henos aquí ante la afirmación fundamental del racionalismo de que las ideas primitivas a partir de las cuales se ha de construir el edificio de nuestros conocimientos son innatas). Ideas innatas son, por ejemplo, las ideas de “pensamiento” y la de “existencia”, que ni son construidas por mí ni proceden de la experiencia externa alguna, sino que me las encuentro en mi yo pensante.

Entre las ideas innatas, Descartes descubre las ideas de infinitud y de perfección, que se apresura a identificar con la idea de Dios (Dios = infinito y perfecto). La idea de Dios no puede ser ni adventicia ni ficticia. Pero queda por demostrar que a tal idea de Dios le corresponde la realidad extramental de Dios. Entre los argumentos utilizados por Descartes merecen destacarse dos:

  • En primer lugar, el argumento ontológico, tomado de San Anselmo.
  • En segundo lugar, Descartes razona que si tengo en mi pensamiento las ideas de infinitud y de perfección, de una realidad infinita y perfecta me han de venir, porque yo finito e imperfecto no podría concebirlas por mí mismo; y esto es así dado que todo requiere para existir una causa proporcionada: a una idea de infinitud debe corresponderle una causa infinita, a una idea de perfección, una causa perfecta. Luego Dios existe.

¿Y qué es? Descartes afirma que la esencia de Dios es la infinitud.

La Existencia del Mundo

Puesto que Dios existe y es infinitamente bueno y veraz, no puede permitir que me engañe al creer que el mundo existe, luego el mundo existe. Dios aparece así como garantía de que a mis ideas corresponde un mundo, una realidad extramental. Conviene, sin embargo, señalar que Dios no garantiza que a todas mis ideas corresponda una realidad extramental. Descartes (como Galileo, como toda la ciencia moderna) niega que existan las cualidades secundarias, a pesar de que tenemos las ideas de los colores, los sonidos, sabores, etc.; se trata tan solo de percepciones subjetivas generadas por mi pensamiento sin que tengan existencia extramental. Dios solamente garantiza la existencia de un mundo constituido exclusivamente por la extensión y el movimiento (cualidades primarias) cuantificables y geométricos, es decir, comprensibles por las matemáticas. A partir de estas ideas de extensión y movimiento, puede, según Descartes, deducirse la física, las leyes generales del movimiento, e intenta realizar esta deducción, algo que solo podrá concluir Newton.

No obstante, Descartes estaba en la idea de matematizar el universo, contando con un instrumento que permitiera reducir el espacio tridimensional a ecuaciones algebraicas. Pero hay que tener en cuenta que Descartes fue el creador del instrumento matemático que hacía factible tal proeza: la Geometría Analítica. De esta forma el racionalismo llegará a su máxima expresión en su anhelo de liberación del conocimiento sensible. Y aunque Descartes en alguna ocasión haya realizado experimentos, nunca ha sido como medio de verificar sus principios físicos, sino cuestiones concretas. Para él, la física es una ciencia deductiva y a priori, y no inductiva, por lo que el contraste con el método de Galileo es claro.

Las Tres Sustancias Cartesianas

De lo anteriormente expuesto, se comprende fácilmente que Descartes distingue tres esferas o ámbitos de la realidad: Dios o sustancia infinita, el yo o sustancia pensante y los cuerpos o sustancia extensa. El concepto de sustancia es un concepto fundamental en Descartes y, a partir de él, en todos los filósofos racionalistas. Una célebre definición cartesiana de sustancia establece que sustancia es una cosa que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra para existir. Tomada esta definición de un modo literal, es evidente que solo podría existir una sustancia, la sustancia infinita (Dios), ya que los seres finitos, pensantes y extensos, son creados y conservados por Él. Descartes reconoció que tal definición solamente puede aplicarse de modo absoluto a Dios, si bien la definición puede seguir manteniéndose por lo que se refiere a la independencia mutua entre la sustancia pensante y la sustancia extensa, que no necesitan la una de la otra para existir.

La teoría cartesiana de la sustancia establece que en cada sustancia se distinguen el atributo (o esencia o naturaleza de la misma) y los modos (forma de ser o presentarse las sustancias, sus variaciones). Así, “Dios” tiene como atributo la infinitud y todas las demás cualidades como la perfección, la omnisciencia… serían sus modos; el atributo del “yo” es el pensamiento, y sus modos, todo ejercicio del pensamiento: imaginar, sentir, dudar…; el “mundo” tiene como atributo la extensión, y sus modos, la figura y el movimiento.

Por otra parte, la separación entre sustancia pensante y sustancia extensa, entre cuerpo y alma, introduce, como hemos dicho, un nuevo problema: ¿cómo se relacionan ambas realidades? ¿Cómo es posible que mi alma y mi cuerpo se coordinen siendo cosas distintas? “Mi yo pensante no es mi cuerpo”. Mi pensamiento no necesita del cuerpo para existir. Esta independencia del alma respecto al cuerpo trata de salvarla Descartes para defender la libertad del hombre: la conexión mecanicista del mundo, de la materia, no deja espacio para la libertad, y todos los valores espirituales del hombre que Descartes trata de defender no se pueden salvaguardar si no es liberando el alma de la materia. Se afirma así que el alma está en una esfera autónoma e independiente de la materia. ¿Cómo salvar esa unidad?

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