El logos o razón como elemento subyacente a todas las cosas

ERÁCLITO, obra titulada


De la naturaleza, que trataba del universo, la política y la teología,  la causa de la afección habría sido su retiro en el monte, donde se alimentaba de hierbas, movido por su misantropía. explicó la práctica totalidad de los fenómenos naturales, atribuyendo al fuego el papel de constituyente común a todas las cosas y causa de todos los cambios que se producen en la naturaleza. El universo de Heráclito está, ciertamente, formado por contrarios en perpetua oposición, lo cual es condición del devenir de las cosas y, al mismo tiempo, su ley y principio; pero los contrarios se ven conducidos a síntesis armónicas por el logos, proporción o medida común a todo, principio normativo del universo y del hombre que, en varios aspectos, resulta coextensivo con el elemento cósmico primordial, el fuego, por lo que algunas interpretaciones los identifican. Cada par de opuestos es una pluralidad y, a la vez, una unidad que depende de la reacción equilibrada entre ambos; el equilibrio total del cosmos se mantiene merced a la interacción sin fin entre los opuestos, garantía de que el cambio en una dirección acabará por conducir a otro cambio en la dirección contraria.

El logos expresa la coherencia subyacente de las cosas, que los hombres deben tratar de comprender, ya que la sabiduría consiste en entender cómo se conduce el mundo, y ese entendimiento ha de ser la base de la moderación y el autoconocimiento, que Heráclito postuló como ideales éticos del hombre

Pensamiento 1


Respecto a los contenidos esenciales de su interpretación de la naturaleza, siguiendo la línea abierta por los filósofos de Mileto, podemos destacar


a) la afirmación del cambio, o devenir, de la realidad, («Este cosmos [el mismo de todos] no lo hizo ningún Dios ni ningún hombre, sino que siempre fue, es y será fuego eterno, que se enciende según medida y se extingue según medida.”) que se produce debido a:


b) la oposición de elementos contrarios, que es interpretada por Heráclito como tensión o guerra entre los elementos. («Conviene saber que la guerra es común a todas las cosas y que la justicia es discordia y que todas las cosas sobrevienen por la discordia y la necesidad.») Ahora bien, esa «guerra» está sometida a:


c) una ley universal, el Logos, (que podemos interpretar como razón, proporción…) que regula todo el movimiento de la realidad conducíéndolo a la armónía, y unificando así los elementos opuestos; de donde se sigue la afirmación de la unidad última de todo lo real. («No comprenden cómo esto, dada su variedad, puede concordar consigo mismo: hay una armónía tensa hacia atrás, como en el arco y en la lira».) }

2.La identificación del cosmos con un fuego eterno probablemente no deba ser interpretada en el sentido de que el fuego sea una materia prima original, del mismo modo en que lo eran el agua para Tales o el aire para AnaxíMenes. El fuego sería la forma arquetípica de la materia, debido a la regularidad de su combustión, que personifica de un modo claro la regla de la medida en el cambio que experimenta el cosmos. Así, es comprensible que se le conciba como constitutivo mismo de las cosas, por su misma estructura activa, lo que garantiza tanto la unidad de los opuestos como su oposición, así como su estrecha relación con el Logos

3.La idea de que el mundo nos ofrece una realidad sometida al cambio no es original de Heráclito: a todos los pensadores presocrácticos les impresiónó dicha observación. Las afirmaciones de que «todo fluye» y «no se puede bañar uno dos veces en el mismo río» se las atribuye Platón libremente en sus diálogos, sugiriendo la correspondiente consecuencia:

«nada permanece»

. Es probable que Heráclito insistiera en la universalidad del cambio más que sus predecesores pero, por los fragmentos que conservamos de su obra, lo hacía aún más en la idea de la medida inherente al cambio, en la estabilidad subsistente.

4.Probablemente Platón se dejara influir por las exageraciones sofísticas del siglo V, y por las de los seguidores de Heráclito, como Cratilo, quien al parecer afirmaba que ni siquiera era posible bañarse una vez en el mismo río; pero sus consideraciones transmitieron a la posteridad una imagen deformada del pensamiento filosófico de Heráclito, en la que abundará posteriormente Aristóteles, quien acusará a Heráclito de negar el principio de contradicción (“Una cosa no puede ser ella misma y su contrario, en el mismo aspecto y al mismo tiempo.”) al afirmar que los opuestos son «uno y lo mismo». Parece claro por los fragmentos conservados que con esa expresión Heráclito quería significar no que eran «idénticos» sino que pertenecían a un único complejo, o que no estaban esencialmente separados. (Kirk y Raven, «Los filósofos presocráticos», Madrid, Gredos, 1970.)

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