Corriente etica utilitarista

1 .- Explique brevemente:


Mill define en este fragmento qué debe entenderse por felicidad desde una óptica utilitarista. No se trata, según él, de fijarse en la felicidad que el acto realizado proporciona al agente de la acción sino que hay que tomar en consideración la felicidad propiciada a todos aquellos a los que esta acción afectará. Para que esta noción de felicidad se pueda hacer efectiva, Mill afirma que quien realiza la acción debe ser capaz de distanciarse de su propia acción como si sólo fuese un espectador externo.

2. ¿Qué quiere decir, en el texto, «ser:

Con esta expresión, Mill apunta a una de las dificultades más severas que plantea el criterio de felicidad utilitarista. Efectivamente, el utilitarismo pretende hacer pasar por delante del interés y la felicidad individuales, el interés y la felicidad colectivos. Esto queda reflejado en la conocida fórmula «el máximo placer para el mayor número». El problema de un planteamiento como este, claro, radica en que quien realiza la acción tiene que estar de acuerdo en hacer pasar intereses ajenos por encima de sus individuales. Y no sólo eso, sino que debe ser tan estrictamente imparcial como un espectador desinteresado y benévolo. Cuando los humanos actuamos, no nos comportamos como autómatas de cálculo moral, que podamos evaluar de manera desapasionada y distante las consecuencias de nuestros actos. Todos sabemos que, en la inmensa mayoría de los casos, lo que hacemos afecta en mayor o menor medida los que nos rodean, pero el simple hecho de saberlo no siempre se convierte en un motivo suficientemente fuerte que consiga modificar el curso de nuestra acción hasta el punto de quedar-nos beneficios personales a nosotros mismos. He aquí la dificultad práctica más importante del utilitarismo. Esta dificultad se ve incrementada por el hecho de que Mill pretende que su criterio utilitarista tenga vigencia más allá de los actos puntuales. Es decir, contra un utilitarismo de los actos (que aconsejaría la evaluación de pérdidas y ganancias en cada acto concreto y que sería defendido sobre todo por Jeremy Bentham), Mill propone un utilitarismo de las reglas, que nos permita ir más allá y no tan sólo evalúe la utilidad de los actos concretos sino que establezca también normas morales que se puedan traducir en actos útiles, es decir, que proporcionen felicidad a la mayoría.

Compare el concepto de felicidad:

Una de las teorías éticas con la que el utilitarismo es más fácilmente vinculable es la teoría hedonista de Epicuro (341-270 aC). Como el filósofo griego, Stuart Mill también considera que en la investigación y la satisfacción del placer está la fuente de la felicidad. Desde un punto de vista bastante general, pues, podríamos decir que el utilitarismo de Mill es también una teoría hedonista, ya que se fundamenta, como la ética de Epicuro, en la noción de placer (hedoné, en griego) . Ahora bien, textos como el que estamos comentando nos hacen ver que hay una diferencia muy importante entre el hedonismo epicúreo y el mijo. Y es que, según el filósofo griego, la obtención de la felicidad y el ejercicio del placer es una labor estrictamente individual.
Epicuro desaconseja, de hecho, prácticas orientadas al beneficio social como la política y sólo considera beneficioso, para la obtención de la felicidad, el cultivo de la amistad. Después de leer el texto de Mill que encabeza este comentario, queda claro que la perspectiva utilitarista es muy diferente. Según el filósofo inglés, ni siquiera la obtención de la máxima felicidad individual no sería de verdad felicidad si se diera en un contexto de infelicidad colectiva. La felicidad utilitarista es claramente una felicidad social, que busca hacer encajar la felicidad individual en un marco de máxima felicidad plural y que no permite en ningún caso que la primera pase por encima de la segunda.

4. Usted está de acuerdo con la tesis de Mill:

Una vez más, la tesis de Mill nos plantea un problema más de orden práctico que no teórico. Y es que, afirmar que no se puede ser feliz en un ambiente de infelicidad colectiva y que, en consecuencia, hay que hacer prevalecer la felicidad colectiva por encima de la individual es bastante sencillo de sostener sobre el papel. El problema, sin embargo, radica en que está poniendo en juego nociones tan abstractas, tan poco concretas, que pueden acabar por despistar hacernos severamente y paralizarnos a la hora de emitir un juicio. Hay que decir que, sin lugar a dudas, hablar de los otros durante la primera mitad del siglo XIX en Inglaterra era bastante más sencillo que no lo es para nosotros ahora. En quien tenemos que pensar, cuando Mill nos pide que no nos fijamos en la propia felicidad del agente, sino [en] la de todos los afectados? ¿Quiénes son los afectados de mis acciones en una sociedad cada día más globalizada, es decir, donde las igualdades y, sobre todo, las desigualdades, cada día me hacen más evidentes a escala planetaria? Mis otros ya no son, de modo, mi familia, el círculo compuesto por mis amigos, los vecinos de mi escalera (que ni siquiera conozco) o los conciudadanos del pueblo o ciudad donde vivo. Mis otros son, cada día más, los niños del Brasil o de la India que han cosido los balones de fútbol con las que juego, los miles de mujeres de pueblos africanos que cada día tienen que recorrer decenas de kilómetros para llenar un cubo de agua mientras yo lanzo diariamente esta misma cantidad sólo para esperar que el agua de la ducha salga caliente, todos los que mueren al otro lado de un planeta recalentado por culpa de las emisiones del tubo de escape de mi coche. En realidad, todos y cada uno de mis pequeños actos tienden, cada día más, a tener causas (es decir, a ser posibilidades para) y consecuencias que se me escapan completamente, incluso que no podría saber aunque me propusiera. ¿Qué sentido puede seguir teniendo, en un contexto global como el nuestro, hablar de los demás? Quizás tiene más que nunca, y más que nunca necesitamos pensar en los demás como en todos los demás (si es que eso es posible). En cualquier caso, nos situamos ante un panorama que poco tiene que ver con lo que dibujaba Mill hace casi 200 años, porque nos exige y concretar mucho más el sentido y alcance de nuestra responsabilidad moral.

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