Constancia Hume

Nacíó en Edimburgo (Escocia) en 1711. Su obra filosófica no tuvo gran éxito en vida, lo cual unido a su fama de ateo (en aquel tiempo toda persona que no pertenecía a una iglesia determinada) y escéptico hizo imposible su acceso a la universidad como profesor. Aún así, fue admirado por Voltaire y Kant y amigo de Rousseau. Murió en Edimburgo en 1776.

OBRAS MÁS IMPORTANTES: Tratado de la naturaleza humana, Investigación sobre el entendimiento humano.

1.- El problema del conocimiento

En la «Investigación sobre el entendimiento humano»
Hume comienza la presentación de su filosofía con el análisis de los contenidos mentales. A diferencia de Descartes, para quien todos los contenidos mentales eran «ideas», Hume encuentra dos tipos distintos de contenidos:
las impresiones y las ideas.
La diferencia que existe entre ambas es simplemente la intensidad o vivacidad con que las percibimos, siendo las impresiones contenidos mentales más intensos y las ideas contenidos mentales menos intensos. Además, la relación que existe entre las impresiones y las ideas es la misma que la del original a la copia: «todas nuestras ideas, o percepciones más endebles, son copias de nuestras impresiones o percepciones más intensas». Es decir, las ideas derivan de las impresiones; las impresiones son, pues, los elementos originarios del conocimiento; de esta relación entre las impresiones y las ideas extraerá Hume el criterio de verdad:
una proposición será verdadera si las ideas que contiene corresponden a alguna impresión;
Y falsa si no hay tal correspondencia
.

Las impresiones, por su parte, puede ser de dos tipos:

De sensación, y de reflexión

Las impresiones de sensación las atribuimos a la acción de los sentidos, y son las que percibimos cuando decimos que vemos, oímos, sentimos, etc; las impresiones de reflexión son aquellas que van asociadas a la percepción de una idea, como cuando sentimos aversión ante la idea de frío, y casos similares. Además, las impresiones pueden clasificarse también como simples o complejas;
Una impresión simple sería la percepción de un color, por ejemplo; una impresión compleja, la percepción de una ciudad.

Las ideas, a su vez, pueden clasificarse en simples y complejas.
Las ideas simples son la copia de una impresión simple, como la idea de un color, por ejemplo. Las ideas complejas pueden ser la copia de impresiones complejas, como la idea de la ciudad, o pueden ser elaboradas por la mente a partir de otras ideas simples o complejas, mediante la operación de mezclarlas o combinarlas según las leyes que regulan su propio funcionamiento.

Según Hume, la asociación de ideas se produce siempre siguiendo determinadas leyes:
La de semejanza, la de contigüidad en el tiempo o en el espacio, y la de causa o efecto
. Cuando la mente se remonta de los objetos representados en una pintura al original, lo hace siguiendo la ley de semejanza.
Si alguien menciona una habitación de un edificio difícilmente podremos evitar que nuestra mente se pregunte por las habitaciones contiguas; del mismo modo, el relato de un acontecimiento pasado nos llevará a preguntarnos por otros acontecimientos de la época; en ambos casos está actuando la ley de asociación por contigüidad:
En el espacio, el primer caso; y en el tiempo, en el segundo caso. El caso de pensar en un accidente difícilmente podremos evitar que venga nuestra mente la pregunta por la causa o por las consecuencias del mismo, actuando en este caso la ley de la causa y el efecto.

Estudiando los diferentes tipos de conocimiento, Hume nos dirá que todos los objetos de la razón e investigación humana puede dividirse en dos grupos:
relaciones de ideas y cuestiones de hecho.

Las relaciones entre ideas se corresponden con los juicios de la geometría, álgebra y aritmética, es decir, son los juicios de las matemáticas; dependen exclusivamente de la actividad de la razón y su certeza está relacionada con la demostración y no con cuestiones de hecho.
Las proposiciones de este tipo expresan simplemente relaciones entre ideas, de tal modo que el principio de contradicción sería la guía para determinar su verdad o falsedad.

Las cuestiones de hecho sólo se pueden demostrar por la experiencia, no por la demostración. Si estamos convencidos de que un hecho ha de producirse de una determinada manera, es porque la experiencia nos lo ha presentado siempre asociado a otro hecho que le precede o que le sigue, como su causa o efecto.

Hume criticará radicalmente el principio de causalidad utilizado en la ciencia. Como hemos visto, el conocimiento de hechos está fundado en la relación causa y efecto.  ¿Pero qué contiene exactamente la idea de causalidad? Según Hume, la relación causal se ha concebido tradicionalmente como una «conexión necesaria» entre la causa y el efecto, de tal modo que, conocida la causa, la razón puede deducir el efecto que se seguirá, y viceversa, conocido el efecto, la razón está en condiciones de remontarse a la causa que lo produce.

¿Qué ocurre si aplicamos el criterio de verdad establecido por Hume para determinar si una idea es o no verdadera? Una idea será verdadera si hay una impresión que le corresponde. ¿Hay alguna impresión que corresponda a la idea de «conexión necesaria» y, por lo tanto, es legítimo su uso, o es una idea falsa a la que no corresponde ninguna impresión?

Si observamos cualquier cuestión de hecho, por ejemplo el choque de dos bolas de billar, nos dice Hume, observamos el movimiento de la primera bola y su impacto (causa) sobre la segunda, que se pone en movimiento (efecto); en ambos casos, tanto a la causa como al efecto les corresponde una impresión, siendo verdaderas dichas ideas. Estamos convencidos de que si la primera bola impacta con la segunda, ésta se desplazará al suponer una «conexión necesaria» entre la causa y el efecto: ¿Pero hay alguna impresión que le corresponda a esta idea de «conexión necesaria»? No, dice Hume. Lo único que observamos es la sucesión entre el movimiento de la primera bola y el movimiento de la segunda;
por ninguna parte aparece una impresión que corresponda a la idea de «conexión necesaria», por lo que hemos de concluir que la idea de que existe una «conexión necesaria» entre la causa y el efecto es una idea falsa. ¿De dónde procede nuestro convencimiento de la necesidad de que la segunda bola se ponga en movimiento al recibir el impacto de la primera? De la experiencia: el hábito, o la costumbre; al haber observado siempre que los dos fenómenos se producen uno a continuación del otro, produce en nosotros el convencimiento de que esa sucesión es necesaria.

¿Cuál es, pues, el valor del principio de causalidad? El principio de causalidad sólo tiene valor aplicado a la experiencia, aplicado a objetos de los que tenemos impresiones y, por lo tanto, sólo tiene valor aplicado al pasado, dado que de los fenómenos que puedan ocurrir en el futuro no tenemos impresión ninguna ¿Cuál es el valor de la aplicación tradicional del principio de causalidad al conocimiento de objetos de los que no tenemos en absoluto ninguna experiencia? Ninguno, dirá Hume. En lugar de poder afirmar con seguridad lo que se llaman relaciones causales, sólo se pueden afirmar con probabilidad; la ciencia únicamente puede avanzar con afirmaciones probables, desapareciendo la idea de conocimiento (knowledge) y siendo sustituida por la de creencia (belief).

 En ningún caso la razón podrá ir más allá de la experiencia, lo que le conducirá a la crítica de los conceptos metafísicos (Dios, mundo, alma) cuyo conocimiento estaba basado en esa aplicación ilegítima del principio de causalidad.

2.- El problema de la realidad: La crítica a la idea de sustancia

El término sustancia (o substancia), procede del latino «substantia» que es, a su vez la traducción del griego «ousía». Su significado más general es el de «fundamento» de la realidad, «lo que está debajo», lo que «permanece» bajo los fenómenos, lo subsistente. En cuanto tal, la sustancia es ante todo sujeto, lo que tiene su ser en sí, y no en otro.

Hume se preguntará por la validez de la idea de sustancia, y lo hará recurriendo al criterio de verdad que había fijado anteriormente en el análisis del conocimiento para determinar la validez de una idea. Según tal criterio, una idea es verdadera si le corresponde una impresión; en caso contrario hemos de considerarla falsa. ¿Hay alguna impresión -de sensación o de reflexión- que le corresponda a la idea de sustancia? Hume responderá que no.

No hay ninguna impresión de sensación que corresponda a la idea de sustancia, ya que esta idea no contiene nada sensible. Lo que vemos, oímos, tocamos, son los accidentes de la sustancia, pero no la sustancia, que para Aristóteles es la forma universal y por lo tanto abstracta. Tampoco hay ninguna impresión de reflexión que corresponda a la idea de sustancia; las impresiones de reflexión están constituidas por pasiones y por emociones pero nadie ha hablado nunca de la sustancia como si fuera una pasión o una emoción. Si a la idea de sustancia no le corresponde ninguna impresión de acuerdo con el criterio de Hume, es una idea falsa.

¿Cómo se produce, entonces, la idea de sustancia? La idea de sustancia es producida por la imaginación; no es más que una «colección» de ideas simples unificadas por la imaginación bajo un término que nos permite recordar esa colección de ideas simples, una colección de cualidades que están relacionadas por contigüidad y causación.

No cabe, pues, ni siquiera plantearse la posibilidad de que exista algún tipo de sustancia, Para Hume la idea de sustancia es una idea falsa, tanto si es concebida como algo material como si lo es como algo espiritual, dado que a ella no le corresponde ninguna impresión.

A la crítica de la idea de sustancia se añadirá el estudio de las supuestas ideas o conceptos abstractos.

¿Podemos aceptar la existencia de conceptos abstractos, generales, universales?

¿O, por el contrario, todas nuestras ideas son particulares? Hablar de conceptos abstractos supone aceptar la posibilidad de representar de modo universal la realidad y, por extensión, la esencia, la sustancia de la realidad. ¿Es posible concebir un triángulo que no sea isósceles, escaleno, equilátero, pero que sea todos y cada uno de los triángulos que pueden existir? No, nos dice Hume. Cuando hablo del concepto abstracto de triángulo tengo en la mente la imagen, la representación de un triángulo concreto, particular, al que añado la cualidad, la ficción, de que representa cualquier triángulo.

Todas las ideas son particulares

Lo que llamamos conceptos o ideas abstractas, son el resultado de una generalización inductiva, procedente de la experiencia, por la que terminamos por dar el mismo nombre a todos los objetos entre los que encuentro alguna semejanza o similitud. Lo que llamamos ideas abstractas, universales, son ideas particulares a las que hemos dotado de una cierta capacidad representativa basada en la simple relación de semejanza entre los objetos. Por lo demás, siendo las ideas copias de impresiones, y siendo las impresiones siempre particulares, no puede haber ideas que no sean particulares.

En las Meditaciones Metafísicas Descartes se propone probar la existencia del mundo, del alma y de Dios, las tres sustancias de las que tradicionalmente se había ocupado la metafísica, pero deducidas ahora de principios firmes e inquebrantables, sobre los que pretendíó reconstruir el cuerpo del saber. También Hume se ocupará de estas tres sustancias en las Investigaciones, pero llegando a conclusiones bien distintas a las que la metafísica tradicional y la cartesiana, así como sus predecesores empiristas, habían llegado.

Del mundo como sustancia corporal dirá que sólo conocemos las cualidades, no hay nada por debajo de ellas. Tenemos una tendencia natural a creer en la existencia de cuerpos independientemente de nuestras percepciones; «creemos» que nuestras percepciones están causadas por los objetos, a los que reproducen fielmente, y que si bien las percepciones «nos pertenecen», los objetos están fuera de nosotros, con una existencia continuada e independiente de la nuestra.

Pero si analizamos la cuestión filosóficamente, dice Hume, tal creencia se muestra enteramente infundada. En realidad, estamos «encerrados» en nuestras percepciones, y no podemos ir más allá de ellas, ya que son lo único que se muestra a nuestra mente. Las ideas se producen en nuestra mente como copia de las impresiones. Pero ambas, impresiones e ideas,  son meros contenidos mentales que se diferencian sólo por su vivacidad. Podemos hacer cuanto queramos, pero no podremos nunca ir más allá de nuestras impresiones e ideas. La creencia en la existencia independiente de los objetos externos la atribuye Hume a la imaginación, debido a la constancia y a la coherencia de las percepciones. No se puede justificar tal creencia apoyándose en los sentidos, ni apelando a la razón.

De la sustancia pensante dirá que no tenemos impresión de ningún yo o alma y que es la memoria la que nos da constancia de nuestra mismidad.

De Dios como sustancia infinita no tenemos ninguna impresión de ella por lo que no podemos afirmar su existencia.

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