Comparacion de nietzsche CON heráclito

Di cuál es para Nietzsche el “mundo verdadero” y explica en qué coincide o no con el “mundo verdadero” de Platón y de los “filósofos-momia”
.En primer lugar, cabe remontarnos a la Grecia clásica por tal de explicar el concepto de “mundo verdadero” de Platón y de los “filósofos-momia”. Tanto Sócrates como Platón (su discípulo) toman  gran influencia de Parménides, el cual afirma que “lo racional es real” (frente a Nietzsche “Lo real es superior a lo racional”) y que la razón nos muestra el ser como uno inmóvil e inmutable, “Nada cambia, todo permanece”, cuya base filosófica parte de la negación del devenir, del cambio “Lo que es  no deviene; lo que deviene no es…” (l.6). Es por ello que bajo la necesidad de sustentarse en una realidad eterna, conceptual, inmutable (por miedo al devenir y al cambio),  Sócrates crea el dualismo ontológico, posteriormente desarrollado por Platón, en el cual se plasma la distinción de dos niveles, grados o formas de realidad: la realidad inteligible (correspondiente al Mundo inteligible, o “Mundo verdadero”) y la realidad sensible (correspondiente al Mundo sensible o “Mundo aparente”).El mundo verdadero (fundamento del mundo sensible) sería el mundo del ser, de lo estable, de lo eterno y permanente, es el nivel superior de realidad, de lo auténticamente real, lugar donde se hayan las Ideas, esencias inmateriales, eternas, perfectas e inmutables. Además, este nivel superior de realidad se puede alcanzar a conocer mediante el ejercitar de la ciencia dialéctica, a modo de escaños ascendentes, hasta alcanzar la idea suprema, la Idea de Bien. Esto, por tanto, lleva a la concepción del ser como algo estático, fijo, inmutable y abstracto; desprestigiando a los sentidos (puesto que nos muestran una realidad ilusoria) y otorgándole la potestad a la razón. “Estos sentidos, que también en otras ocasiones son tan inmorales, nos engañan acerca del mundo verdadero.” (l.7-8). En contraste, nos encontramos la concepción de Nietzsche acerca de este mismo “mundo verdadero”, antagonista a la de los “filósofos-momia”. Para nuestro autor éste no existe, es una mentira añadida, es una invención de mundo ideal que desprestigia el nuestro por considerar el ser como algo estático, fijo, inmutable y abstracto; creado por el miedo de unos hombres mediocres al devenir y al cambio de las cosas, el temor a vivir sin seguridades en un mundo enigmático caótico, cambiante “El mundo <<aparente>> es el único: el <<mundo verdadero>> no es más que una mentira añadida” (l.15-16). Es más, supeditar todo bajo conceptos inmutables para Nietzsche conlleva una gran pérdida de mundo, puesto que son construcciones humanas que no pueden expresar, por su carácter fijo, la realidad de la vida que es completamente contraria: devenir. La perspectiva de Nietzsche sería más cercana a Heráclito, quién afirma “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos” “La <<razón>> es la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos. Siempre que muestran el devenir, el perecer, el cambio, los sentidos no mienten…“ (l.12-14).

“Crítica a la Razón y a la Modernidad occidental”

Nietzsche nació en Alemania en el año 1844. Se crió en el seno de una familia marcada por una estricta moral religiosa, bajo una organización familiar casi matriarcal. Realizó una brillante carrera académica, siendo nombrado catedrático de filología clásica en la universidad de Basilea a los 24 años. 1879 dan inicio su serie de viajes por Europa hasta el comienzo de su decadencia, 1888, que le llevará a la locura, además de tener una salud frágil. Falleció en su país natal en 1900. La época que abarca su vida estuvo marcada por el auge de los nacionalismos en Europa, coincidiendo con el nacimiento del imperio alemán y la revolución industrial alemana. Se organizaron movimientos obreros, pero estos a Nietzsche sólo le produjeron desprecio y repugnancia. Además en este momento las ciencias se desarrollan y surgen varias tesis filosóficas como el positivismo, el utilitarismo o el marxismo con un rasgo en común: la sospecha y la denuncia; o el vitalismo (donde destaca la figura de Nietzsche) y el historicismo. El final del s.XIX está marcado por la desconfianza en la razón humana, en la cual había depositado toda su seguridad la cultura occidental.
Es en este contexto biográfico, histórico, cultural y filosófico es en el que debemos situar a Nietzsche y a su obra El crepúsculo de los ídolos, a la cual pertenece el texto que nos ocupa. Nietzsche pretende a través del texto criticar a la metafísica tradicional y a la ciencia, y con ello, realizar también una crítica  a la Razón y a la Modernidad occidental. Para situarnos en contexto cabe retroceder a la Grecia Clásica por tal de analizar los comienzos de la filosofía y a los padres de la cultura occidental, a los que nuestro autor apoda como “esos señores que rinden culto a los ídolos conceptuales”. En ella hallamos un inicial equilibrio entre lo apolíneo (representación de la luz de la razón, la armonía, la alegría, la luminosidad del día y correspondiéndose con las palabras) y lo dionisiaco (la voluntad, lo irracional, la noche, la desmesura, lo instintivo). No obstante, tras Eurípides (que eliminó  lo dionisiaco de la tragedia griega), Sócrates y Platón, se rompe dicho equilibrio. De ese modo, la esencia dionisiaca y vital de la tragedia se cubre con un manto apolíneo aparentemente armonioso y equilibrado; el instinto es anulado por el logos (griego: razón, palabra). Con Sócrates lo dionisiaco y la dimensión vital de la vida desaparecen para dejar paso a una visión reflexiva y teórica de la misma. La búsqueda de una verdad universal, comenzando la época de la razón y del hombre teórico, premia ahora sobre el instinto y el error. Dicho de otro modo, Sócrates, y con él el resto de filósofos que le siguen, representan la antítesis de la concepción dionisiaca del mundo, ya que buscan en su filosofía tornarlo todo en pensable, lógico y racional. Podemos expresar que en la cultura occidental la existencia ha perdido el conocimiento mítico, quedando presa de los fenómenos (síntesis entre el objeto y nuestra capacidad de aprehender, nuestra percepción del objeto) y haciéndose ilustrada, todo ello gracias al predominio de la visión apolínea del mundo frente a la dionisiaca; hecho heredado del pensamiento platónico, como bien hemos observado. Nietzsche concluye, por tanto, que Sócrates es el responsable junto a Platón de la decadencia de la cultura occidental, como consecuencia de su rechazo del devenir. Esta idea es heredada de los filósofos presocráticos de la Escuela Eleática, como son Parménides y Zenón de Elea, en contraposición a la concepción de Heráclito de Éfeso. Parménides nos muestra la razón como instrumento para llegar al conocimiento del ser, sosteniendo que “lo racional es real” (Nietzsche: “lo real es superior a lo racional”); y ésta nos muestra al Ser como uno inmóvil e inmutable (“Nada cambia, todo permanece” y “El ser es, el no ser no es”). Además, Parménides defiende que los sentidos nos presentan una realidad ilusoria al mostrarnos multiplicidad y cambio “Moraleja: deshacerse del engaño de los sentidos, del devenir, de la historia, de la mentira,-la historia no es más que fe en los sentidos, en la mentira. Moraleja: decir no a todo lo que otorga fe a los sentidos, a todo el resto de la humanidad.” (l.8-11) Por su lado, Heráclito, mantiene una visión sumamente dispar: nada es estable; todo cambia y está sujeto al devenir (“Todo cambia, nada permanece” y “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos”). Según él, todo lo que hay y existe en el tiempo es fruto de la lucha entre contrarios. “Pero Heráclito tendrá eternamente razón al afirmar que el ser es una ficción vacía” (l.14-15). Nuestro autor, además, defiende que la sociedad occidental está edificada sobre una ficción que no es otra que el dualismo platónico, que da prioridad al mundo de las ideas y considera el mundo de los sentidos como un mundo aparente “El mundo <<aparente>> es el único: el <<mundo verdadero>> no es más que una mentira añadida” (l.14- 16), nacido del rechazo al cambio y la supeditación de los sentidos frente a la razón, que nos muestran el devenir “La <<razón>> es la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos. Siempre que muestren el devenir, el perecer, el cambio, los sentidos no mienten…” (l.12-14), lo cual denota una moral de esclavos (en la que prevalecen los valores de la debilidad, como el dolor, la humildad, la compasión, y que conlleva a una vida descendente). Llegamos entonces a la crítica a la Modernidad, que si bien ha desterrado del centro de todo a Dios (lo cual le parece correcto a Nietzsche), ha puesto en su lugar a la diosa Razón. La filosofía de Nietzsche pretende someter a crítica la autosatisfacción de Occidente, que se cree la única cultura conocedora de la verdad, creadora de ciencia, en progreso continuo y fundamentada en leyes racionalmente universales. Esa Modernidad, que ha puesto al hombre en el centro de todo, no busca la verdad en sí, desinteresadamente, sino que busca la seguridad, ante el miedo que le produce el caos y el devenir de todas las cosas, partiendo del error de creer que tiene esas cosas inmediatamente ante sí como objetos puros, es decir, de creer que los conceptos contienen la realidad en sí. Para nuestro autor, en cambio, al igual que cuando disecamos las mariposas éstas pierden su color, al someter la realidad al concepto ésta se empobrece. Estos conceptos que se obtienen de “matar” la experiencia primera que los individuos tienen de la realidad, además, reciben el estatus de ídolos en el caso de los “grandes” conceptos (el de Verdad, el de Bien, el concepto de Ser). Se cree en ellos como auténtica realidad cuando verdaderamente son momias y construcciones humanas que no pueden expresar, por su carácter fijo, inmutable, universal, la realidad que es todo lo contrario: cambio, transformación y devenir. Por todo ello, la cultura occidental está condenada al fracaso, a la decadencia, a la muerte (nihilismo pasivo), y debemos ayudarla a morir lo antes posible, filosofando a martillazos, para que surja la nueva cultura, basada en los valores del superhombre (nihilismo activo), al que se corresponde la moral de señores -que impulsa los valores de la fuerza, como el poder, el placer, la grandeza.Por otra parte, además, Nietzsche también realiza su crítica a la ciencia, principalmente refutando su supuesta objetividad, desde su perspectivismo moral. Éste,  sostiene que toda percepción e ideación tiene lugar desde una perspectiva particular (punto de vista cognitivo), y que por tanto, no hay forma de ver el mundo que pueda ser considerada como definitivamente “verdadera” (no siendo todas las perspectivas indefectiblemente válidas de igual modo). Ahora, el afán por la verdad absoluta se vuelca en la ciencia, como por ejemplo en la existencia de las leyes naturales. Nuestro autor, defiende que las leyes son invenciones humanas, ya que no existen regularidades en el mundo, como causa del azar y del devenir. Para él el mundo está lleno de sucesos contingentes, es decir, de sucesos que sí pueden ser o suceder de otra manera. Lo que la ciencia postula, entonces, sería posible con un ser que rige el mundo con una finalidad (Dios), pero puesto que para Nietzsche no existe éste (además de concebirlo como un obstáculo para la vida), no se dan sucesos necesarios (o lo que es lo mismo, sucesos que no pueden ser de otro modo). “El resto es monstruosidad y todavía-no-ciencia: metafísica, teología, psicología, teoría del conocimiento. O ciencia formal… como la lógica, y esa lógica aplicada, la matemática. En ellas la realidad no llega a aparecer, ni siquiera como problema; y tampoco como la cuestión de qué valor tiene en general semejante convención-de-signos que es la lógica” (l.18-23).  Finalmente, Nietzsche a través del texto pretende mostrarnos su crítica a la metafísica tradicional y a los filósofos clásicos, al mismo tiempo que a la Razón y a la Modernidad occidental, derivados de los primeros, mediante la reafirmación del devenir (y por tanto, de la vida misma) y de los propios sentidos, de lo que concluye que el mundo apodado como aparente, es el único.

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