Filosofía: El Amor a la Sabiduría
El significado literal de la filosofía es amor a la sabiduría. A pesar de todas las condiciones históricas que dieron origen a la filosofía, no todos los griegos se dedicaron a practicarla. La razón, quizás, nos conecta con el origen del pensar. Me refiero por origen a todas aquellas condicionantes psicológicas que llevan a algunos hombres a realizar la filosofía como una actividad personal. La filosofía nace como una necesidad urgente en algunas personas, y no en todas, puesto que se dedicaron a la búsqueda de soluciones a situaciones que nacen del diario vivir.
Se dice que tres son las situaciones que nos llevan a filosofar y que, al parecer, aún compartimos con aquellos primeros griegos que comenzaron a filosofar:
- El Asombro: Se dice que fue esta actitud la que llevó a los primeros filósofos a reflexionar, puesto que, ante el espectáculo del universo, solo pudieron intentar averiguar qué daba sentido a toda esa obra.
- La Duda: La búsqueda de respuestas frente a lo desconocido y la atracción que nos trae todo lo novedoso, nos llevaría a tratar de encontrar una respuesta racional a lo que no sabemos. Se dice que aprendemos en la medida en que las nuevas ideas quiebran nuestras teorías antiguas y nos exigen una respuesta para poder seguir viviendo en paz.
- Las Situaciones Límite: Son momentos en que nuestra existencia se ve amenazada y se recurre a la razón como guía para poder enfrentar estas, dando sentido o simplemente racionalizando lo que ocurre. Un ejemplo es la muerte de alguien cercano; es un hecho que no nos deja indiferentes y que precisa de nosotros una respuesta adecuada.
Filósofos Presocráticos: Los Primeros Pasos del Pensamiento
Heráclito de Éfeso
«Este mundo, el mismo para todos los seres, no lo ha creado ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que siempre fue, es y será fuego eternamente vivo, que se enciende con medida y se apaga con medida» (Fr. 30).
Siguiendo la tradición filosófica jónica, Heráclito ve en un elemento determinado el arché del universo. En este caso, el elemento es el fuego. Para Heráclito, no solo las cosas individuales salen del fuego y vuelven a él, sino que el mundo entero perece en el fuego para luego renacer. He aquí la imagen del ciclo cósmico, la que ya fuera apuntada por Anaximandro; esto es, la antigua idea griega del eterno retorno, así como también la idea de un juicio universal. Se observa al respecto cierta influencia de la astronomía caldeo-babilonia.
Pero el aporte más trascendente de Heráclito no es esta doctrina del fuego, sino sus ideas respecto a la contradicción y el Logos. Todo está, pues, en constante movimiento porque el mundo es permanente: «No es posible descender dos veces al mismo río, tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo estado, sino que por el ímpetu y la velocidad de los cambios se dispersa y nuevamente se reúne, y viene y desaparece». Heráclito no hace otra cosa más que tomar como punto de partida un dato que proviene de la experiencia. Pretender que para Heráclito es más importante el «devenir» y no el «ser» es algo que no es posible justificar a partir de sus textos.
Logos: La contradicción engendra armonía porque hay una ley única que rige el universo, que todo lo unifica y orienta. En este sentido, la idea de Heráclito es muy audaz: afirmar que el Logos o razón universal está también en el hombre, constituyendo su propia razón. Aparece así una idea que se repetirá muchas veces a lo largo de la historia de la filosofía: el orden real coincide con el de la razón; una misma ley o razón rige al mundo y a la mente humana.
Parménides de Elea
El ser al que Parménides refiere es la realidad, o el mundo. Y Parménides no podía concebirlo sino como algo corpóreo (la distinción entre lo material e inmaterial aún no existe). El mundo es algo limitado, compacto, inengendrado e imperecedero, excluyendo toda posibilidad de cambio y movimiento. Es como «una esfera bien redonda», inmóvil y eterna. Finalmente, se observa que de un modo explícito se introduce la distinción entre verdad y apariencia (u opinión) y se otorga primacía a la razón (lo que se puede pensar) por encima de las apariencias sensibles y engañosas.
Los Sofistas: Maestros de la Retórica y el Relativismo
La palabra sophistés significaba maestro en sabiduría. Como tales se presentaban estos señores que andaban de lugar en lugar, participaban en la política y cobraban por sus lecciones. Sabían o simulaban saber de todo: astronomía, geometría, aritmética, fonética, música, pintura. Pero su ciencia no buscaba la verdad, sino la apariencia de saber, porque esta reviste de autoridad. Enseñaban la areté requerida para estar a la altura de las nuevas circunstancias sociales y políticas (recordemos que la palabra areté, traducida generalmente por virtud, no tenía entonces las connotaciones morales que nuestra palabra «virtud» tiene; era más «lo que es propio de», como se explicó en la introducción). La primera exigencia de esa areté era el dominio de las palabras para ser capaz de persuadir a otros. «Poder convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles», dice Protágoras. Gorgias dice que con las palabras se puede envenenar y embelesar. Se trata de adquirir el dominio de razonamientos engañosos. El arte de la persuasión no está al servicio de la verdad, sino de los intereses del que habla. Llamaban a ese arte «conducción de almas». Platón dirá más tarde que era «captura de almas».
No eran propiamente filósofos, pero tenían en común una actitud que sí se puede llamar filosófica: el escepticismo y relativismo. No creían que el ser humano fuese capaz de conocer una verdad válida para todos. Cada quien tiene «su» verdad. Para ellos, las leyes eran convencionalismos humanos, normas que los hombres adoptan para no vivir como animales. En el principio se vivió así y los fuertes se aprovechaban de los débiles. Las leyes protegen al débil del fuerte. En ese sentido son convenientes, aunque no tienen otro fundamento.
Sócrates: El Filósofo del Diálogo y la Autoconciencia
Nacido por el año 470 a.C., su vida fue filosofar y enseñar. Enfocó su curiosidad intelectual en el ser humano y en su capacidad de conocer la verdad. Contemporáneo de los sofistas, muchos creyeron que era un sofista más, pero era más exactamente lo contrario. Nunca intervino en la política. No pronunciaba discursos. No escribió nada. Según él, nunca fue maestro de nadie. Simplemente se dedicaba a conversar con quien quería conversar con él; creía que la sabiduría se adquiere en el intercambio vivo de la conversación, haciéndose preguntas y buscando juntos respuestas. Así y solo así enseñó a pensar, a buscar la verdad y a saber que es posible alcanzarla. A diferencia de los sofistas, no cobraba por sus enseñanzas.
A Sócrates no le preocupaba la ligereza con que se usaban las palabras en la vida normal, en especial las palabras que pretendían expresar nociones éticas, como justicia, templanza, valor, etc. Cada quien parecía usarlas en un sentido diferente, produciendo una grave confusión intelectual y moral. ¿Cómo dar con el sentido verdadero de sabiduría, de justicia, de bondad? El primer paso era reconocer la propia ignorancia. Repetía en sus conversaciones que no sabía nada, pero que era más sabio que los demás porque estaba consciente de su ignorancia, mientras que los otros creían saber. Quien cree saber no se esfuerza en buscar la verdad. El primer paso hacia la verdad es barrer de la mente los prejuicios, las ideas incompletas, los errores que generalmente llenan las cabezas de la gente y no dan lugar a la verdad. Hecha la limpieza, el camino queda abierto.
La Mayéutica Socrática
La mayéutica es el método socrático de enseñanza basado en el diálogo entre maestro y discípulo con la intención de llegar al conocimiento de la esencia o rasgos universales de las cosas. La idea básica del método socrático de enseñanza consiste en que el maestro no inculca al alumno el conocimiento, pues rechaza que su mente sea un receptáculo o cajón vacío en el que se puedan introducir las distintas verdades; para Sócrates, es el discípulo quien extrae de sí mismo el conocimiento. Este método es muy distinto al de los sofistas: los sofistas daban discursos y, a partir de ellos, esperaban que los discípulos aprendiesen; Sócrates, mediante el diálogo y un trato más individualizado con el discípulo, le ayudaba a alcanzar por sí mismo el saber.
Platón: El Mundo de las Ideas y la Estructura del Conocimiento
Platón fue un filósofo griego, alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles, de familia nobilísima y de la más alta aristocracia.
El Mundo de las Ideas
La teoría de las ideas es uno de los principales aspectos de la filosofía platónica. Procede de una división entre un mundo de cosas visibles, materiales, y otro que compone las formas de esos objetos. El autor contempla las formas de dicho mundo como la perfección, los modelos desde los cuales se construyen las cosas físicas, que no son más que copias imperfectas de aquellas. Para Platón, en el mundo de las formas no existe la dualidad ni el cambio; es el mundo de lo que realmente es. En oposición a este, nos encontramos en el mundo sensible, o realidad aparente, la cual es reflejo del mundo inteligible y en el cual nos hallamos, que no es; sin embargo, tiene algo de real por su participación en lo inteligible.
El Mundo Sensible
Según Platón, podemos distinguir dos mundos: el mundo sensible y el inteligible. El mundo sensible es el mundo al que tenemos acceso a través de los sentidos. En él hay dos tipos de entidades: las sombras e imágenes de los objetos y los objetos físicos. Los objetos físicos son cambiantes, por lo que cualquier conocimiento sobre ellos es relativo y temporal. Este mundo no es verdaderamente real, sino que es el mundo de la multiplicidad, del cambio y el devenir. Como diría Heráclito, pura contradicción. El mundo sensible es una copia defectuosa del mundo inteligible. De acuerdo al pasaje de la línea, este mundo se corresponde con el no-ser y la ignorancia. Las imágenes de los objetos materiales dan lugar a una representación confusa (imaginación), mientras que los objetos materiales dan lugar a una representación más precisa (creencia). Ambas formas pertenecen a la doxa (opinión) y no constituyen conocimiento verdadero.
El Hombre y el Conocimiento
Para Platón, el hombre no es sino un alma encerrada a desgana en un cuerpo físico, en una prisión. Las almas de los hombres son eternas, han existido siempre y su mundo es el mundo de las ideas. El «Mito del carro alado» es la alegoría que utiliza Platón para describir las partes del alma y el afán humano por el conocimiento y el ser.
Platón no es un filósofo crítico, es decir, no se plantea la validez del conocimiento. Para Platón, el conocimiento verdadero es inalterable e igual para todos los hombres. En cambio, el conocimiento sensible no es digno de crédito, pues varía de un hombre a otro; la verdadera realidad son solo las ideas, que constituyen una realidad invariable y que solo pueden ser captadas a través de la razón.
El Mito de la Caverna
Para ejemplificar su teoría del conocimiento, Platón echa mano del ya famoso mito de la caverna: Un grupo de hombres vive maniatado en el interior de una caverna. La única fuente de luz que entra es la que se cuela por la boca de la cueva. De espaldas a la pared, ven en ella reflejadas las sombras de las personas que pasan por el exterior. Como esa es la única imagen que perciben, piensan que esas sombras son las cosas reales, no solo sombras de personas. En este mito, Platón trata de explicar que las sombras (cosas sensibles y materiales) participan de la realidad de las ideas (las personas que están fuera de la cueva y provocan las sombras), que resultan siempre eternas, inmutables y perfectas.
La Política Platónica
La ciudad platónica se compone de tres clases sociales que se corresponden con las tres partes del alma; a cada clase se le asigna una tarea y una virtud. La organización social se encuentra estrictamente jerarquizada, ya que no todos los hombres se encuentran dotados por la naturaleza ni deben ocuparse de las mismas tareas. Cada clase social manifiesta el predominio de una parte del alma y, por lo tanto, debe ser educada de acuerdo con las funciones que deba desempeñar. El Estado platónico es, pues, una institución educativa. La existencia de los ciudadanos se entiende en función del bien de la comunidad. Platón prevé un «comunismo» total para las clases sociales superiores: abolición de la propiedad privada y de la familia, de este modo, gobernantes y guerreros estarían a salvo de los peligros de su ambición personal o las de su casta.