Conceptos Fundamentales de la Filosofía Política: De la Antigüedad al Contractualismo

Cualidades Esenciales de las Instituciones Políticas

La soberanía es la capacidad ilimitada de decidir sobre un territorio determinado, tanto en lo que afecta a cuestiones internas y a su población como en lo referido a la relación con otros territorios y sus habitantes. Dependiendo de las ideologías políticas, la soberanía puede recaer sobre un único individuo elegido por Dios, sobre cualquier miembro de la sociedad considerado individualmente o sobre el conjunto de ellos.

El poder político es la capacidad que tiene un individuo o grupo de individuos de tomar decisiones, influir en ellas o evitar que otros tomen decisiones que afecten a todos los miembros de una sociedad o a una parte de ellos. El poder político se plasma en leyes o normas que todos debemos cumplir y cuyo incumplimiento puede ser castigado de diversas formas.

La autoridad es el derecho a influir en los demás cuando el poder es reconocido y aceptado por aquellos que se colocan a sí mismos bajo el deber de obedecer.

La legitimidad consiste en el derecho a ejercer el poder en un régimen político. Es una cualidad fundamental para mantener la estabilidad del sistema, puesto que, en su ausencia, el único modo de ejercer el poder político es a través de la intimidación y la violencia sistemática. La legitimidad se logra cuando aquellos que deben obedecer reconocen, sin ser coaccionados, el derecho a ejercer el poder político por parte de quien lo ejerce.

La legalidad consiste en la actuación acorde con lo que dictan las leyes. El principio de legalidad obliga tanto a los poderes públicos como a las personas particulares a ajustar sus actuaciones a lo establecido en las normas jurídicas vigentes. Estas normas deben tener carácter público, de modo que puedan ser conocidas por todos de antemano, y han de haberse aprobado de conformidad con un procedimiento regulado.

El Convencionalismo de los Sofistas

Los sofistas, como Gorgias, fueron los primeros en advertir que la organización política de una sociedad es independiente de la organización que posee la naturaleza en su conjunto, ya que la primera está sometida a leyes humanas mientras que la segunda es ajena a ellas. Así, los sofistas distinguieron dos tipos de leyes:

  • Physis: Es la ley natural, aquella a la que todo ser natural debe someterse de forma necesaria y que no puede ser cambiada por el ser humano.
  • Nomos: Es la ley política que regula las relaciones entre los seres humanos dentro de una sociedad y que puede ser cambiada si así lo acuerdan sus miembros.

Esta distinción llevó a los sofistas a formular su doctrina del convencionalismo de las normas políticas: las normas políticas son fruto de un pacto entre los miembros de la sociedad. Dicho pacto es, precisamente, lo que les otorga validez. Además de definir las normas políticas como fruto de un acuerdo, los sofistas afirmaron que no existe ninguna instancia superior a ese acuerdo que permita comparar normas diferentes de distintas sociedades y juzgar si una es mejor que otra. El convencionalismo los condujo a un relativismo que aceptaba cualquier forma de organización política, siempre que fuera elegida por los miembros de la sociedad.

Los sofistas no propusieron ningún modelo de sociedad ideal, pero se declararon defensores de la democracia ateniense por convicción y porque era la organización política en la que sus enseñanzas eran más útiles. Expertos en el arte de la oratoria, los sofistas se dedicaban a impartir clases, principalmente a los miembros privilegiados de la sociedad. Saber hablar en público era muy útil en un sistema en el que las decisiones políticas las tomaban los ciudadanos reunidos en asambleas.

El Concepto de Democracia en la Grecia Clásica

Desde finales del siglo VI hasta finales del siglo IV a. C., Atenas tuvo un gobierno democrático. Sin embargo, la democracia ateniense era muy diferente de la actual.

La democracia actual es representativa, mientras que la ateniense era directa. Es decir, en la democracia actual, los cargos electos actúan en representación de los ciudadanos que los han votado; pero en la democracia ateniense, las decisiones se adoptaban en asambleas en las que todos los ciudadanos tenían el derecho de participar y votar. Sin embargo, solo una pequeña parte de la población de Atenas gozaba de la ciudadanía, ya que únicamente se le otorgaba a los hijos varones de ciudadanos atenienses que hubiesen completado su formación militar. Por tanto, se excluía del derecho a la ciudadanía a los extranjeros, las mujeres y los esclavos.

En Atenas, la mayoría de los cargos públicos eran elegidos por sorteo y solo se podían desempeñar una vez en la vida. Únicamente se elegía por votación a los responsables de las finanzas públicas, que debían ser hombres ricos, puesto que estaban obligados a responder con sus bienes si no cumplían con sus obligaciones al ejercer el cargo, y a los generales que estaban al frente del ejército.

Por último, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad, en la democracia ateniense no existía la división de poderes, de modo que los ciudadanos reunidos en asamblea promulgaban leyes, gobernaban, juzgaban y dictaban sentencias.

Ideas Políticas Clave en los Siglos XVI y XVII

El contractualismo fue el enfoque dominante en este período. Concebía la sociedad y el Estado como fruto de un pacto entre individuos provenientes de una situación previa a la vida en sociedad, que se denominó estado de naturaleza.

Como no es posible describir el estado de naturaleza por medio de la observación directa, ya que no existen hoy seres humanos que vivan en esas condiciones, la estrategia de quienes reflexionaron sobre este asunto consistió en describir cómo se imaginaban que habría sido un estado de ese tipo. De estas descripciones se derivan una serie de consecuencias que determinan el tipo de pacto que, a juicio de estos filósofos, debería constituir el fundamento del Estado.

El Contrato de Sumisión: Thomas Hobbes

Para Thomas Hobbes, los seres humanos en estado de naturaleza son seres egoístas y despiadados que solo buscan satisfacer sus propios intereses sin reparar en los demás. Esto lleva a concebir la vida humana anterior a su integración en las sociedades como una guerra de todos contra todos (bellum omnium contra omnes).

La sociedad es la solución frente a ese estado de guerra total. Ahora bien, siendo los seres humanos tan egoístas y belicosos, ¿cómo garantizar que se respete el pacto sobre el que habrá de fundarse la sociedad? La respuesta de Hobbes es que el diseño del Estado que surja, si no quiere fracasar, habrá de anticiparse a las dificultades para poder evitarlas antes de que se produzcan.

La sociedad debe proporcionar a quienes se integren en ella lo que les falta en el estado de naturaleza: seguridad, orden y protección. A cambio, sus miembros tienen que ceder los derechos y las libertades de los que gozaban en el estado de naturaleza. El pacto social propuesto por Hobbes surge de una transacción en la que se intercambian derechos por seguridad.

Para que un pacto de este tipo pueda tener éxito, es necesario elegir a uno de entre los miembros de la sociedad que será investido de un poder diferenciado del resto. Este administrará los derechos y las libertades según su criterio. Con el poder que esa cesión le confiere, podrá tomar las decisiones necesarias para garantizar el orden y la seguridad que los demás demandan. De este modo, el elegido se convertirá en una especie de monarca todopoderoso y todos los demás pasarán a ser sus súbditos. La teoría política de Hobbes supone un respaldo al absolutismo monárquico que estaba empezando a implantarse en buena parte de los Estados europeos de la época.

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