Visiones Filosóficas: Condición Humana, Sociedad y Valores en Arendt, Marx y Nietzsche

Hannah Arendt

Antropología

Según Hannah Arendt, la antropología del ser humano se basa en dos conceptos fundamentales: condición y acción. Arendt diferencia claramente la condición humana de la naturaleza humana, ya que las condiciones como la vida, la natalidad, la mortalidad, la mundanidad, la pluralidad o el hecho de habitar la tierra no determinan absolutamente quiénes somos, pues no nos condicionan por completo. Para la autora, la actividad humana se estructura en tres formas principales: labor, trabajo y acción, cada una vinculada a una condición específica del ser humano.

La labor es la actividad más básica, relacionada con la supervivencia biológica, y es común a todas las especies animales. El trabajo, en cambio, permite la creación de objetos tangibles y artificiales, y su condición correspondiente es la mundanidad, ya que genera un mundo distinto del natural. La acción es la actividad más elevada, libre y racional, mediante la cual los seres humanos se relacionan entre sí, adquieren identidad y se muestran al mundo; su condición asociada es la pluralidad, ya que se realiza siempre en presencia de otros.

La acción, por tanto, representa el aspecto más propiamente humano de nuestra existencia, ya que a través de ella vivimos en común y dejamos una huella en el mundo. Por esta razón, es necesario asumir la responsabilidad de nuestras acciones, ya que la libertad conlleva consecuencias. Arendt también desarrolla el concepto de vita activa, entendida como la vida orientada a los asuntos públicos y políticos, que ella reivindica frente al lugar tradicionalmente privilegiado de la vida contemplativa en la filosofía.

Por último, introduce el concepto de la banalidad del mal, con el que señala que algunas personas pueden cometer actos atroces simplemente por seguir las normas de un sistema sin reflexionar críticamente sobre sus acciones.

Política

El totalitarismo es una doctrina política que defiende el poder absoluto del Estado sobre todos los aspectos de la vida y de las libertades individuales. Se opone a la democracia, basada en la soberanía popular y la división de poderes. Hannah Arendt estudia el totalitarismo a partir de ejemplos como el nazismo y el estalinismo, surgidos en el siglo XX como movimientos de masas que explotan el miedo, la frustración y el aislamiento de los individuos, ofreciéndoles pertenencia a cambio de obediencia total al líder.

Estos regímenes se sostienen mediante la propaganda, que transforma ideas absurdas en verdades incuestionables, y el terror, que mantiene a la población bajo amenaza constante. En Los orígenes del totalitarismo, Arendt analiza cómo el racismo, el antisemitismo y el imperialismo son la base de ideologías totalitarias que eliminan los derechos humanos y establecen sistemas controlados por la policía.

Según Arendt, el totalitarismo crea masas de individuos aislados, sin vínculos sociales, fáciles de manipular y entregados al fanatismo. El control estatal invade incluso la vida privada, generando un ambiente de miedo y desconfianza. Los campos de concentración sirven como instrumento para reforzar ese terror. En este contexto, Arendt introduce el concepto de mal radical, que se refiere a aquellos actos que dañan conscientemente a otros, sin remordimiento.

El totalitarismo no busca solo dominar, sino eliminar la pluralidad y volver superfluos a los seres humanos, negándoles su capacidad de pensar, actuar libremente y convivir con otros. Su objetivo es lograr un poder total que anule la libertad, la solidaridad y la vida política.

Karl Marx

Antropología

Marx sostiene que no existe una esencia fija del ser humano, sino que este se define por su actividad, especialmente el trabajo. El ser humano se construye a sí mismo a través de sus acciones, siendo su dimensión práctica más importante que la teórica. El trabajo lo conecta con la naturaleza y con los demás, transformando el mundo y ocupando un lugar en la sociedad. Por eso, Marx afirma que «la esencia humana es el conjunto de las relaciones sociales».

Retomando el concepto de alienación de Hegel y Feuerbach, Marx lo redefine como el proceso por el cual el ser humano se vuelve ajeno a sí mismo. Esto ocurre cuando el trabajador, en lugar de desarrollarse mediante el trabajo, queda sometido a él. Mientras los medios de producción estén en manos privadas, el trabajador no será dueño del fruto de su trabajo, lo que lo cosifica y lo convierte en un instrumento al servicio del capitalista. En el trabajo industrial, repetitivo y despersonalizado, el trabajador no se identifica con el producto ni con su tarea, y se convierte en mercancía, en valor de cambio.

La alienación económica es la principal, pues surge de una estructura basada en la propiedad privada. El trabajador se separa de lo que produce, de su humanidad y de los otros, creando una sociedad dividida entre burgueses y proletarios. Esta división lleva a otras formas de alienación: la social, por la separación en clases según la riqueza; la política, donde el Estado sirve a los intereses de los dominantes y no del pueblo; la religiosa, que consuela con ilusiones y frena la revolución (de ahí que Marx diga que «la religión es el opio del pueblo»); y la metafísica, que justifica racionalmente el orden social injusto.

Para Marx, la superación de la alienación implica eliminar la propiedad privada, las clases sociales, el Estado y las ideologías que sostienen la opresión, para que el ser humano recupere su libertad, su conciencia y su capacidad transformadora.

Sociedad

Para Marx, el trabajo es esencial para la supervivencia del ser humano, pero no es una actividad aislada, sino social. A través del trabajo se establecen relaciones de producción, que forman la base económica de la sociedad, llamada infraestructura. Esta infraestructura condiciona la superestructura, es decir, las leyes, las instituciones y la conciencia social. No es la conciencia la que determina el ser, sino el ser social el que determina la conciencia.

En la producción intervienen las fuerzas productivas (materias, fuerza de trabajo y medios de producción) y las relaciones de producción, que pueden ser de colaboración o de explotación. Cuando unos poseen los medios de producción y otros solo su trabajo, se crean clases sociales enfrentadas. Esta oposición da lugar a la lucha de clases, motor del cambio histórico.

El capitalismo, basado en la propiedad privada de los medios de producción, se sostiene gracias a la plusvalía: el obrero produce más valor del que recibe como salario, y el capitalista se queda con esa diferencia. Esto genera explotación y alienación, ya que el trabajador queda subordinado al capital.

La competencia entre capitalistas y la explotación creciente del proletariado llevarán a una crisis. Marx cree que los obreros tomarán conciencia de su situación, se organizarán y realizarán una revolución que abolirá la propiedad privada. Así se pasará al socialismo y, finalmente, al comunismo: una sociedad sin clases, sin explotación, donde se trabaje según la capacidad y se reciba según la necesidad.

Friedrich Nietzsche

Moral

Nietzsche critica la moral tradicional mediante el método genealógico, analizando el origen de los conceptos «bueno» y «malo». En su origen, «bueno» significaba noble, poderoso y distinguido, mientras que «malo» era lo vulgar y débil. Así, en la antigua Grecia, la virtud estaba ligada a la fuerza y al poder. A partir de esto, distingue dos tipos de moral: la moral de los señores, propia de los fuertes que crean sus propios valores, afirman la vida, el placer, la grandeza y desprecian el resentimiento; y la moral de los esclavos, propia de los débiles, que desde la impotencia valoran cualidades como la humildad, la compasión y la paciencia, convirtiendo la debilidad en virtud. Esta última ha terminado imponiéndose en la cultura occidental, en una «rebelión de los esclavos» que comienza con el judaísmo y se consolida con el cristianismo, el cual exalta al débil y niega los valores vitales. Nietzsche propone superar esta inversión con una transmutación de los valores, tras la muerte de Dios, y mediante la figura del superhombre, que afirma la vida y crea nuevos valores sin depender de normas impuestas. Critica además al cristianismo por nacer del miedo y fomentar valores de sumisión, obediencia y culpa, negando la vida. También rechaza la filosofía tradicional, que concibe el ser como algo fijo y eterno (como en Parménides y Platón), mientras que para Nietzsche, lo real es el mundo cambiante, múltiple y vital, accesible solo desde una perspectiva.

Dios

La muerte de Dios en Nietzsche representa el colapso del ideal supremo que sustentaba la cultura europea: Dios era el fundamento de la moral, la filosofía y la religión, el creador de valores y la máxima autoridad. Con su desaparición se derrumban los valores absolutos, ya no hay bien ni mal, ni verdad universal, ni más allá. Esta muerte se gestó con el antropocentrismo del Renacimiento, el racionalismo que puso la razón como base de todo, y el positivismo que solo acepta el conocimiento científico. Su momento clave es la Ilustración, cuando la razón se independiza y niega toda autoridad superior. Para Nietzsche, al decir que «Dios ha muerto», quiere expresar que los hombres están desorientados, sin un horizonte último. Esta crisis permite el surgimiento del superhombre, que crea nuevos valores desde la vida misma.

Nietzsche afirma que es el hombre quien ha creado a Dios, como consuelo frente al sufrimiento y refugio ante la imposibilidad de aceptar la vida trágica. Dios no solo es el del cristianismo, sino cualquier idea elevada a verdad absoluta: la ciencia, la naturaleza, el progreso. Dios es símbolo de todo aquello que pretende dar sentido a la vida desde fuera de ella. Su muerte implica el fin de ese falso sentido.

De esta situación nace el nihilismo, destino de la cultura occidental. Significa que los valores tradicionales se han vaciado: ya no sostienen la vida, se han convertido en nada. La cultura occidental ha sido nihilista al buscar el sentido en algo más allá del mundo real. Nietzsche distingue tres formas: el nihilismo como decadencia, que desprecia la vida al valorarla desde lo trascendente; el nihilismo pasivo, que cae en la desesperación y la inacción al no creer en nada tras la muerte de Dios; y el nihilismo activo, que reconoce la falsedad de los antiguos valores y los destruye para crear otros nuevos, siendo una etapa necesaria hacia el superhombre y una moral afirmadora de la vida.

Conocimiento

Para entender el pensamiento de Nietzsche, es clave situarlo como un pensador vitalista, dentro del movimiento filosófico del vitalismo, que surge en el siglo XIX y defiende la vida concreta como el criterio último de la actividad filosófica. Según Nietzsche, la vida se presenta como un proceso de constante lucha y cambio, donde la vida es un devenir continuo. En este contexto, la vida es identificada con la voluntad de poder, una fuerza que impulsa al ser humano a afirmarse y expandirse. La voluntad de poder es una amalgama de instintos, deseos y pasiones, que busca dominar el entorno, sin finalidad ni consciencia real. Nietzsche niega la razón como la base de la realidad, pues para él el mundo no es racional sino caótico y múltiple.

Nietzsche también critica profundamente la cultura occidental, señalando que el mayor error de Occidente fue poner la razón por encima de la vida. La cultura griega en sus inicios integraba tanto lo apolíneo (racional) como lo dionisíaco (irracional), con una visión de la vida que afirmaba su totalidad, pero con Sócrates empieza a negarse esa visión al reducir la vida solo a la razón lógica. Platón intensifica esta decadencia al proponer un mundo ideal de Ideas, negando el mundo real. El cristianismo, según Nietzsche, sacraliza este mundo falso y niega la vida, lo que requiere una crítica para crear nuevos valores más vitales.

En cuanto al conocimiento, Nietzsche critica la epistemología tradicional, argumentando que la verdad no es inmutable y solo tenemos apariencias que no pueden ser comprendidas a través de conceptos. El conocimiento, según él, se produce a través de la intuición y se expresa mediante metáforas, pero el concepto es una abstracción que aleja del conocimiento directo. Además, propone el perspectivismo, la idea de que todo conocimiento es relativo al punto de vista del sujeto, y rechaza la posibilidad de una verdad objetiva, incluso en lo que respecta a la mente humana. Para Nietzsche, todo conocimiento está influido por la interpretación del sujeto, lo que implica que no existen datos puros ni verdades absolutas.

Síntesis del Pensamiento de Nietzsche

El pensamiento de Nietzsche es un claro ejemplo de vitalismo, una corriente filosófica que coloca la vida como el centro de la actividad filosófica. Para él, la vida es un proceso constante de lucha y transformación, representado por la voluntad de poder, que impulsa al ser humano a afirmarse y expandirse.

Esta voluntad de poder es una mezcla de deseos, instintos y pasiones que buscan dominar el entorno y afirmar la existencia, sin un fin claro ni consciencia real, ya que el mundo es irracional y caótico, no regido por la razón.

Nietzsche critica profundamente la cultura occidental, que considera ha cometido el error fundamental de priorizar la razón sobre la vida. En sus primeros momentos, la cultura griega integraba lo racional (apolíneo) con lo irracional (dionisíaco), pero con Sócrates y Platón se impuso una visión racionalista del mundo, que alienó los instintos vitales y proponía un mundo ideal, desconectado de la realidad concreta. El cristianismo, según Nietzsche, amplifica esta decadencia al presentar una realidad trascendente, ajena a la vida, lo que lleva a la necesidad de una nueva crítica cultural y la creación de nuevos valores.

En cuanto al conocimiento, Nietzsche critica la epistemología tradicional, rechazando la noción de que la verdad sea inmutable. Él propone que el conocimiento es subjetivo y perspectivista, es decir, todo conocimiento está condicionado por el punto de vista del sujeto, y no existe una verdad objetiva ni datos puros que nos permitan conocer el mundo en su esencia.

En relación con el problema de Dios, Nietzsche declara la «muerte de Dios», lo que simboliza la desaparición de los valores absolutos que durante siglos fundamentaron la cultura occidental. La «muerte de Dios» es el fin de la concepción tradicional de un orden trascendental que da sentido a la vida, abriendo el camino al nihilismo. Este nihilismo se manifiesta de tres formas: como decadencia vital, donde los valores tradicionales ya no tienen sustancia; como nihilismo activo, que propone destruir estos valores para crear nuevos; y como nihilismo pasivo, que surge de la crisis de sentido y la desesperación ante la falta de un fundamento trascendental para la vida.

Para Nietzsche, esta crisis es un paso necesario para la superación de la cultura occidental tradicional, y la aparición de una nueva moral, que abra paso al superhombre, un ser capaz de crear y vivir según nuevos valores, afirmando la vida en su totalidad.

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