A – Naturaleza y voluntad: el Faktum de la Moral
Si en la frase que citábamos al principio «el cielo estrellado» representaba la naturaleza, «la ley moral» representa la voluntad. Según Kant, naturaleza y moralidad (o voluntad) son dos ámbitos irreductibles de la experiencia humana. Kant parte del hecho de que en el hombre se da una conciencia moral (el hombre se plantea qué debe y qué no debe hacer, experimenta que sus actos se realizan, no por azar, sino de acuerdo con esa conciencia del bien y del mal). La voluntad es autónoma, se da a sí misma la ley de su actuación (al menos, tal como aparece en la experiencia del hombre). Por tanto, la voluntad debe representar un ámbito o dominio distinto del de la naturaleza, pues en esta última reina el más estricto determinismo newtoniano.
Además, la conciencia moral del deber es absoluta, frente a los consejos de la prudencia (que obligan sólo si se quiere alcanzar la felicidad, p. ej. «controla tu ira»), y frente a las reglas de habilidad (que mandan como medios para alcanzar un fin, p.ej. una receta de cocina). Lo que manda la conciencia moral, el deber moral, en cambio, no está sometido a ninguna condición, es una orden incondicional. Este hecho constituye lo que Kant denomina el Faktum de la Moral. La tarea de la Ética será determinar las condiciones de posibilidad de este hecho (que Kant toma como punto de partida y que considera un hecho indiscutible).
B – Clasificación de los actos por su relación con el deber
Según Kant, «sólo la buena voluntad es absolutamente buena» (esto es, es buena sin restricción), porque en ella basta con la intención (la excelencia de la buena voluntad es independiente del resultado de las acciones). Todos los demás bienes (dones de la naturaleza, fortuna,…) son bienes sólo como medios para alcanzar determinados beneficios, no son buenos intrínsecamente.
Kant define el deber como la buena voluntad bajo restricciones (el deber es la buena voluntad sometida a limitaciones, porque el deber se impone). El hombre está sometido al deber porque es un ser simultáneamente racional y sensible: en tanto que racional está llamado a cumplir el deber, pero en tanto que sensible está sometido a inclinaciones que pueden ser contrarias a lo que ordena el deber. Sólo una voluntad santa (aquella sobre la que no tienen influjo las inclinaciones sensibles) cumpliría siempre el deber espontáneamente, sin experimentarlo como una limitación. Pero, según Kant, ningún hombre tiene una voluntad santa.
Por su relación con el deber, los actos pueden clasificarse en estas cuatro categorías:
- Contrarios al deber: p. ej. no intentar salvar a una persona que se está ahogando (tal vez porque es mi acreedor y me interesa que muera). Esta acción es contraria a lo que ordena el deber y, por tanto, es inmoral.
- De acuerdo con el deber por inclinación mediata: p. ej., salvar a la persona que se está ahogando porque es mi deudor (y me interesa que se salve para que pueda pagarme). Según Kant esta acción es moralmente neutra: no puede ser mala (porque de hecho hago lo que ordena la ley moral), pero tampoco es buena (porque el motivo es el interés económico, el dinero).
- De acuerdo con el deber por inclinación inmediata: p. ej., salvar a la persona que se está ahogando porque es un familiar mío, es decir, por amor. Aunque pueda parecer que el amor es una motivación mucho más noble que el dinero, según Kant, estamos en la misma situación que en el caso anterior, se trata de una acción moralmente neutra (porque el amor es también una forma de inclinación).
- De acuerdo con el deber y realizada por el deber mismo: p. ej., salvar a la persona que se está ahogando porque comprendo que es mi deber, independientemente de quién sea y de que me interese o no (de forma que, aunque no me interesara que la persona viviera, p. ej., porque fuera mi acreedor, yo intentaría salvarle). Sólo esta acción es moralmente buena.
La conclusión de lo anterior es que la bondad de una acción se determina por la intención. Lo decisivo es la forma de la acción (independientemente de sus resultados, de su éxito o de su fracaso). Así, la Ética de Kant es una Ética formal (porque sólo establece la forma a la que han de ajustarse nuestras conductas) y autónoma (porque el sujeto se da a sí mismo la norma de actuación).
Pero esta Ética no rechaza el concepto de bien, pese a ser formal, sólo que ahora no es el concepto de bien el que fundamenta la ley moral, sino a la inversa: es la ley, el deber (que se funda en la autonomía de la voluntad) la que determina lo que es bueno, al contrario de lo que sucede en éticas materiales. Este es el giro copernicano en Ética.
C – Imperativo categórico
En la razón encontramos imperativos hipotéticos (que obligan sólo bajo ciertas condiciones, p. ej., «si quieres ser feliz, debes…»); pero encontramos también un imperativo categórico (una norma moral que obliga sin condiciones). La ley moral se expresa en el imperativo categórico. Se trata de un enunciado que es:
- Imperativo: expresión de un deber (una exigencia, un mandato).
- Categórico: incondicional.
- Formal: no define el contenido o fin de la voluntad, sino sólo la forma de la acción.
Según Kant la ley moral es única (sólo hay una ley moral), pero admite varias formulaciones. Las dos formulaciones principales del imperativo categórico son:
- I.- «Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca solamente como un medio».
- II.- «Obra de tal manera que la norma que te impongas pueda valer como ley universal».
Según la primera formulación persona y cosa son dos conceptos distintos, distinción que yo debo reconocer en mi conducta. Una persona es un ser dotado de un valor propio, de una dignidad, a diferencia de una cosa, que sólo tiene valor como medio para alcanzar determinados fines. La primera formulación del imperativo categórico me obliga a no tratar nunca a ninguna persona como si fuera una cosa (esto es, a no utilizarla como un medio para mis fines).
Según la segunda formulación, mi conducta (para ser moralmente correcta) debe ser universalizable, esto es, debe poderse proponer como un ejemplo universal, que sería deseable que todo el mundo imitara. Ésta (la universalizabilidad) es la forma que debe tener la acción, según la ley moral.
Ambas formulaciones son equivalentes: pues si yo trato a una persona como a una cosa, no es deseable que todo el mundo imite mi conducta (no es universalizable). Y a la inversa.