Virtudes intelectuales

Si el hombre funciona como un todo, sus deseos serán controlados y dirigidos por su pensá­miento

. La virtud consiste en el control de la dimensión volitiva del ser humano por la dimensión pensante del mismo

Por eso define la virtud moral como “una disposición a decidir el término medio adecuado para nosotros, conforme al criterio que seguiría el hombre prudente” (Ética a Nicómaco, II, 1106b). Se trata de encontrar un término medio, el que corres­ponde a cada uno, entendiendo por término medio como algo que se encuentra entre dos extre­mos, uno por defecto y otro por exceso, y que consti­tuyen dos vicios. Con respecto al placer, por ejemplo, el término medio es la templanza, y los extremos la abs­tinencia y el desenfreno. A la hora de enfrentarse al peligro, el término medio es la valentía, y los extre­mos la cobardía y la temeridad.

 Dentro de la parte pensante del alma, distingue tres tipos de funciones:

Contemplativas, prácticas y productivas

La función contemplativa o científica consiste en la contemplación de lo que de universal, necesario e inmutable se da en la realidad, mientras que las funcio­nes prácticas y productivas se refieren a la determina­ción de los medios óptimos para obtener los fines a los que el hombre aspira. Y, en consonancia con esta dis­tinción, habla de tres tipos de virtudes intelectuales: las contemplativas, las prácticas y las productivas. Desde el punto de vista ético, las más impor­tantes de estas virtudes son las prácticas y, sobre todo, la prudencia, que es la virtud que le dice al hombre cuál es el término medio adecuado para él, sin caer ni en el exceso ni en el defecto.

La sabiduría, en opinión de Aristóteles, no sirve para nada más allá de sí misma, es un fin en sí misma, y precisamente por eso constituye el fin más elevado al que el hombre se puede dedicar, ya que no se puede convertir en medio para ninguna otra cosa.

La sabiduría, la contemplación, al ser la actividad supe­rior a la que se puede dedicar el ser humano, proporciona la máxima felicidad.

El hombre es más feliz en la medida en que pue­de dedicarse a la vida contemplativa. Ahora bien, segÚn Aristóteles, no todos los hombres pueden acceder a la vida contemplativa. Excluye expresamente a «las pasivas mujeres», a «los esclavos» y a «los embrutecidos por el trabajo manual».

 Pero dentro de la «polis» es posi­ble que haya unos hombres, los mejo­res, que se dediquen a la ciencia teóri­ca y alcancen la plenitud de desarrollo de su naturaleza humana, sirviendo así de «hombres prudentes» para los demás. Tratar de que el número de estos hombres sea el más elevado posible es la más alta función de la «polis», y uno de los motivos que le llevan a Aristóteles al estudio de la política.

EL HOMBRE COMO SER SOCIAL


Aristóteles piensa que el hombre no pue­de desarrollarse viviendo aislado. No es un ser solitario; necesita de los demás; sólo en comunidad satisface sus necesidades.

El hombre es por naturaleza un ser social; ni es un ani­mal ni un Dios

Hay animales, por ejemplo las abejas, que son también sociales. Emiten sonidos, poseen voz, y con ella pueden comunicar su placer y dolor. Pero el hombre es el más social de todos, por estar dotado de lenguaje, de «lógos». La capacidad lingüística le permite hablar con otros e intercambiar opiniones sobre lo justo y lo injusto, lo conveniente y perjudicial. Puede llegar así a acuerdos que se plasman en leyes y que constituyen las «polis». Ser miembro de una «polis» es, por tanto, tan natural como tener ojos o como tener piernas. 

El hombre es por naturaleza, un animal político

Y la «polis», la Ciudad-Estado, es la sociedad «perfecta», autosuficiente, porque posee los medios adecuados para conseguir sus fines; es temporalmente posterior a la sociedad familiar y a otras sociedades a las que protege y ayuda en el cumplimiento de sus propios fines, «la ciudad es anterior a la casa y a cada uno de nosotros. Ya que el conjunto es necesariamente anterior a la parte».

La organización del estado


Aristóteles fue testigo de las convulsiones que sufrieron las «polis» en su época, por eso, piensa que lo más importante no es la búsqueda de un régimen perfecto de gobierno, sino algo más modesto: conseguir la seguridad y la estabi­lidad que permitan vivir bien y civilizadamente. Por este motivo no se dedica a elogiar ninguna organización de Estado, sino que trata de descubrir la estructura de los Estados existentes, demostrando al hacerlo una extraordinaria capacidad de análisis empírico de la realidad social. En su obra fundamental sobre este tema, La Política, se muestra como un pensador realista y dis­tingue entre «la mejor constitución en absoluto» y «la mejor constitución dadas las circunstancias». Una cons­titución, por muy buena que sea teóricamente, puede que no sea adecuada para un país por las circunstan­cias históricas por las que atraviesa. Son esas circuns­tancias precisamente las que tienen que determinar el tipo de constitución más adecuada para ese país en ese momento concreto. Las tres posibles organizaciones de un Estado son: la monarquía, la aristocracia y la democracia.
En teoría, Aristóteles piensa que el mejor de estos sistemas es la monarquía;
Pero teniendo en cuenta cómo son los hombres, resulta mejor la aristocracia.
En contra de Platón, sostiene que la democracia es un buen sistema de gobierno, pero para poder funcionar exige educación en el pueblo. Cuando alguno de estos posibles sistemas de gobierno en lugar de preocuparse de la «areté» de los ciudadanos se ocupa de buscar su propio provecho degenera en un gobierno vicioso; la monarquía se convierte entonces en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en demagogia.

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