Teorías sobre la moral humana: La racionalidad práctica y la reflexión ética

FILOSOFÍA

TEMA 10: Teorías sobre la moral humana

1.1 La racionalidad práctica

La racionalidad práctica se basa en el modo como usamos la razón para guiar nuestra conducta, tanto en lo que se refiere a la producción de objetos como a nuestra relación con los demás.

  • Praxis: ámbito de la racionalidad práctica que orienta nuestra conducta. La política y la moral son resultado de este uso.
  • Poiesis: ámbito de la racionalidad práctica que orienta nuestra acción productiva, como el arte y los distintos saberes técnicos.

La separación entre razón práctica y razón teórica no es radical. Los saberes prácticos necesitan de conocimientos teóricos y viceversa. Los saberes prácticos que orientan nuestra conducta son los únicos imprescindibles para nuestra vida. No es posible llevar una vida humana sin distinguir lo bueno de lo malo en relación con nuestras acciones.

2. La moral y la ética

2.1. La acción moral y la reflexión ética

Una de las facetas más importantes desde la que podemos contemplar nuestras acciones es desde su bondad o desde la falta de ella. De esto, precisamente, se ocupan la moral y la ética, aunque desde perspectivas diferentes.

  • La moral es un rasgo constitutivo de nuestra naturaleza, es una dimensión del S.H. Nuestra libertad nos obliga a decidir, en esta tarea nos ayuda nuestra voluntad, haciendo que prefiramos unas cosas antes que otras. La moral es el conjunto de costumbres y normas que regulan las acciones, tanto individuales como colectivas, y que permiten clasificarlas como correctas o incorrectas, es decir, como morales o inmorales. El S.H. nunca puede ser amoral (carecer de moral) pero sí inmoral (acciones contrarias a la moral).
  • La ética es la reflexión filosófica que trata de aclarar en qué consiste la moral, cuáles son sus fundamentos y cómo se aplica en distintos casos, tanto del ámbito privado como del público. A diferencia de lo que ocurre con la moral, no estamos obligados a ocuparnos de la ética. Se puede ser humano y tener moral sin estudiar la ética.

2.2. Los ingredientes de la moral

La moral es una tarea con la que estamos inevitablemente comprometidos. Afortunadamente, nacemos dotados de los medios apropiados para abordarla: nuestra libertad, nuestra voluntad y nuestro temperamento. Con ellos tenemos que desenvolvernos en las circunstancias familiares, sociales, económicas, históricas, etc., en las que nos ha tocado vivir.

En ese contexto, vamos realizando nuestras elecciones y tomando nuestras decisiones. Como consecuencia de ello, adquirimos unos hábitos que se transforman en virtudes o vicios y que terminan por conformar nuestro carácter. Al mismo tiempo, vamos formando nuestra conciencia moral con la que juzgamos nuestros propios actos y los de los demás.

Ingredientes procedentes de nuestra naturaleza:
  • Libertad: es entendida como la libertad interna, es decir, como la capacidad del individuo para elegir entre varias opciones en asuntos que lo afectan (libre albedrío).
  • Voluntad: facultad que proporciona a los S.H. la capacidad para preferir unas posibilidades frente a otras y actuar con la intención de que las posibilidades elegidas se hagan efectivas.
  • Temperamento: manera de ser natural de un individuo, el temperamento condiciona la forma como un individuo se relaciona con su entorno e influye en sus relaciones, su estado de ánimo, su capacidad para adaptarse a los cambios, etc.

2.3. Los referentes de nuestra moral

Forjar un buen carácter y lograr una conciencia moral madura, capaz de guiarnos en nuestras decisiones, son tareas complejas. El objetivo de ser buenas personas requiere andar un camino largo lleno de dificultades, en donde resulta fácil perderse.

Necesitamos unas referencias que nos sirvan de guía y nos permitan distinguir entre vicio y virtud. Esas referencias servirán también para que nuestros juicios morales sean correctos y equilibrados, en lugar de arbitrarios y caprichosos.

Los referentes de nuestra moral son:
  • Valores: Cualidades de las cosas o las personas que las convierten en atractivas. Una característica de los valores es su polaridad: cada uno tiene su correspondiente valor negativo. Presentan 2 rasgos fundamentales: son exclusivos de los S.H. y están al alcance de todos, aunque requieren un esfuerzo. EJ: bondad, honestidad o belleza.
  • Normas: Reglas que ordenan nuestra conducta, indicándonos qué debemos hacer y qué no. Algunas normas no se limitan a señalar el qué, sino también nos dicen cómo debemos actuar. El poder de la norma moral reside en que su aceptación es interna al propio sujeto y que quien juzga su cumplimiento es la propia conciencia moral. Existen más tipos de normas:
    • Legales: ¿Quién la dicta? El legislador. ¿Quién ha de cumplirla? Los miembros de la comunidad política. ¿Quién juzga su cumplimiento? Los jueces.
    • Sociales: ¿Quién la dicta? La sociedad. ¿Quién ha de cumplirla? Los miembros de la sociedad. ¿Quién juzga su cumplimiento? La sociedad.
    • Religiosas: ¿Quién la dicta? Dios. ¿Quién ha de cumplirla? Todos los S.H. ¿Quién juzga su cumplimiento? Dios.
    • Morales: ¿Quién la dicta? Cada persona. ¿Quién ha de cumplirla? El propio sujeto. ¿Quién juzga su cumplimiento? La conciencia moral.
  • Principios: Son normas de carácter muy general que inspiran la elaboración de normas más concretas y acciones particulares.
  • Ideales: La conducta humana es teleológica (Creencia en que la marcha del universo es como un orden de fines que las cosas tienden a realizar, y no una sucesión de causas y efectos), pero existe una jerarquía entre los fines que podemos perseguir: los hay de corto y de largo alcance. Entre estos últimos, encontramos los ideales de «vida buena», es decir, las metas que orientan nuestra conducta. Los filósofos, en su reflexión sobre la moral, han hecho distintas propuestas sobre cuáles deben ser esos ideales. Los más destacados son el placer, la felicidad, la justicia y la utilidad.

2.4. El desarrollo de la conciencia moral

La conciencia moral es un factor fundamental de la moralidad humana, pero no nacemos con ella sino que debemos adquirirla mediante un proceso largo y complejo en el que se interiorizan y asumen valores, normas principios e ideales que nos permiten juzgar nuestra conducta y la de los demás.

Los psicólogos Jean Piaget y Lawrence Kohlberg han estudiado este proceso:

3. Relativismo y universalismo moral.

Uno de los principales debates del ámbito de la ética está relacionado con el grado de aceptación que se exige en los valores morales. Este debate divide a los filósofos en dos grupos:

  • Relativismo moral: El relativismo moral es una doctrina que afirma que los valores morales y los juicios sobre la moral varían de unas sociedades y de unas épocas a otras. Nada es bueno o malo de manera absoluta. Cada grupo tiene sus propios valores y juzga las conductas en función de ellos. Por tanto, no se pueden juzgar las normas ni las acciones individuales o colectivas desde fuera de una determinada sociedad. A lo largo de la historia han existidos relativistas:
    • Sofistas: En el S. V a.C., defendieron que las normas morales son convencionales, fruto de acuerdos adoptados por los miembros de la sociedad.
    • Baruch Spinoza: Este filósofo del S.XVII pretendió crear una teoría científica sobre la moral, en la que sus afirmaciones se pudiesen demostrar cómo se prueban la verdades matemáticas.
    • Friedrich Nietzsche: El relativismo condujo a este pensador del S.XX a realizar una crítica de la moral en general.
  • Universalismo moral: Sostiene que existen valores morales absolutos que sirven de criterio para juzgar cualquier acción, norma o código de conducta. Socrates y Platón, y Tomás de Aquino son algunos de los defensores del universalismo moral.

5. Éticas de la felicidad

5.1. Eudemonismo

Su defensor más importante fue Aristóteles, quien sostuvo que todos los seres naturales experimentan cambios que están orientados hacía la perfección, es decir aquello que los hace ser lo que son.

Los eudemonistas sostienen que la felicidad consiste en la autorrealización personal. Para el S.H., la perfección de sus esencia consiste en la autorrealización. La felicidad surge de la satisfacción de llegar a ser aquello que uno debe ser.

Según Aristóteles, los S.H. somos animales racionales. Por ser racional, aspira a contemplar la verdad y, por tanto, el conocimiento. La dedicación activa para llegar a adquirir ese conocimiento produce felicidad. Dado que también somos animales, tenemos también necesidades materiales.

En la satisfacción de estas necesidades, Aristóteles considera que son perniciosos tanto el exceso como el defecto. Por un lado, carecer de algo que necesitamos puede producir infelicidad pero, por otro, dedicarnos por completo a cubrir determinada carencia puede provocar que descuidemos lo demás y acabar produciendo igualmente insatisfacción.

Para evitar la insatisfacción, contamos con la virtud, que Aristóteles define como un hábito consistente en saber elegir siempre un término medio relativo a nosotros, situado entre dos extremos igualmente viciosos. Puesto que el término medio nunca es el mismo para todos, su propuesta es una ética de mínimos y no de máximos.

5.2. Estoicismo

El estoicismo defiende que la felicidad se obtiene de modo autosuficiente, viviendo de conformidad con la naturaleza.

Los estoicos consideraban que, desde un punto de vista moral, sólo era importante el componente racional. Pensaban que solamente era un bien moral todo aquello que conservara e incrementara la racionalidad del ser humano. Todo lo relativo al cuerpo, como la salud y la enfermedad, la belleza y la fealdad, la riqueza y la pobreza, son indiferentes desde un punto de vista moral.

Al vincular la moralidad con nuestra racionalidad, los estoicos nos enseñaron que el bien y el mal moral tienen su origen únicamente en nuestro interior. Por lo tanto, el individuo es autosuficiente desde un punto de vista moral. Se puede y se debe lograr la felicidad de forma totalmente independiente de los acontecimientos externos.

La sabiduría moral de los estoicos consiste en cultivar la razón para descubrir el logos, la ley que gobierna a la naturaleza y al ser humano. Una vez conocida esa ley, se comprenderá que solo las acciones acordes con ella son moralmente perfectas y conducen a la felicidad.

5.3. Hedonismo y Utilitarismo

Ambos identifican la felicidad con el placer. El hedonismo busca un placer individual, y el utilitarismo persigue un placer o bienestar social.

La teoría hedonista más famosa es la propuesta por Epicuro, en el S.III a.C., quien sostuvo que la felicidad consiste en la ausencia de dolor corporal y de perturbación en el alma. El camino para lograrla es el placer.

El utilitarismo se desarrolló como corriente ética en el S. XIX. Los ingleses Jeremy Bentham y John Stuart Mill fueron sus principales representantes. Para decidir sobre la moralidad de las acciones, propusieron el criterio de utilidad. Que decía que una acción es moralmente buena si proporciona mayor cantidad de placer al mayor número posible de personas.

6. Éticas de la justicia

Podemos juzgar moralmente una acción en función de las consecuencias que se derivan de ella o de unas convicciones, unos principios morales que hemos abrazado previamente. Las éticas de la felicidad, en la medida en que son teleológicas, se inclinan por juzgar las acciones por sus consecuencias. Las éticas de la justicia, en cambio, valoran las acciones desde la convicción de que las acciones humanas, ante todo, deben ser justas.

Qué nos anima a inspirarnos en la justicia como principio fundamental de nuestra conducta moral. La respuesta a esta pregunta es lo que podríamos llamar sentido del deber.

A veces, las cosas no son como deberían ser; digamos que hay una falta de sintonía entre el ser y el deber ser de las cosas. Cuando esto ocurre, nos parece injusto y sentimos el deber de restituir el orden haciendo que lo que deba ser, sea. Esta vinculación de las éticas de la justicia con la noción de deber ha hecho que también se las llame éticas deontológicas (la ontología se ocupa del ser y la deontología, del deber ser).

Las éticas de la felicidad y las de la justicia no tienen porqué coincidir. Es perfectamente posible que alguien sea feliz sin ser justo, del mismo modo que es posible que alguien justo no logre ser feliz.

6.1. La ética formal de Kant

La reflexión sobre la moral de Kant parte de la exigencia de construir una ética que sea verdaderamente universal. A su juicio, esto solo se puede lograr si no se recurre a la experiencia y se formula una propuesta basada únicamente en la razón.

Todo lo que proviene de la experiencia es siempre particular y solo los principios que se obtienen con el uso exclusivo de la razón son auténticamente universales. Esto es cierto tanto para el uso teórico de la razón, que nos ayuda a conocer la realidad, como para su uso práctico, que sirve para guiar nuestra conducta.

Kant sostuvo que los autores que habían intentado formular una ética universal fracasaron porque proponían siempre un fin concreto a alcanzar y unas normas para lograrlo. Al hacer esto, se veían obligados a recurrir a la experiencia y perdían la pretendida universalidad. Solo recurriendo a la experiencia podemos saber que el placer conduce a la felicidad o que satisfacer nuestra sed produce placer. Entonces ¿cómo sería una ética que prescinda de la experiencia y se base solo en la razón?

Kant afirma que una ética de este tipo únicamente nos debe decir cómo debemos actuar, no qué objetivo debemos perseguir ni qué debemos hacer para conseguirlo. Es decir, debe ser una ética vacía de contenido, una ética puramente formal.

Pero ¿cómo debemos actuar según la ética formal? Kant responde que debemos actuar por deber. Según este filósofo, existen tres tipos de acción en relación con el deber:

  • Acción contraria al deber: Un comerciante actúa contra su deber si sabe cual es el precio justo de lo que vende, pero decide a pesar de ello cobrar un precio abusivo.
  • Acción conforme con el deber: En este caso, el comerciante cobra el precio justo, pero solo porque quiere garantizarse una clientela, no por cumplir con lo que considera que es su deber.
  • Acción por deber: El comerciante cobra el precio justo porque considera, sin más que eso es lo que debe hacer.

A juicio de Kant, para determinar el valor moral de una acción, no importa qué se haga, sino cómo se haga. Lo determinante, entonces, es la voluntad, que es la que nos mueve a actuar de un modo u otro. Así, la voluntad que nos anima a actuar por deber es la buena voluntad, que es la única que puede considerarse moralmente correcta sin ningún tipo de condicionantes.

¿Cómo descubre la voluntad cuál es su deber? Ahí es donde interviene la razón práctica, descubriendo el único mandato que tiene carácter universal y que Kant denomina imperativo categórico. Este dice así: «Obra de tal modo que quieras por tu voluntad que el principio de tu acción se convierta en ley universal».

6.2. La ética dialógica

La ética dialógica o ética del discurso surge en la segunda mitad del siglo XX como una revisión de la propuesta kantiana. Sus principales defensores son Jürgen Habermas y Karl-Otto Apel.

Estos autores sostienen que, para decidir sobre la moralidad de una acción y sobre la universalidad de los principios que la inspiran, no basta con tener en cuenta lo que un individuo aislado descubre empleando su razón práctica. Los S.H. vivimos en sociedad: nuestras acciones y nuestras decisiones afectan a los demás. Por tanto, se trata de convertir en diálogo lo que en Kant era un monólogo.

Para la ética dialógica, las decisiones morales deben adoptarse teniendo en cuenta a todos los afectados por ellas.

La importancia del diálogo en la moral llevó a Apel y Habermas a establecer unas condiciones ideales a las que debe tratar de aproximarse cualquier diálogo real en donde se debatan asuntos relacionados con la moral. Estas condiciones son 2:

  • Principio de universalización: Para que una norma sea válida, es necesario que todos los afectados por ella puedan aceptar las consecuencias y los efectos secundarios que, presumiblemente, se derivarían de su aplicación universal.
  • Principio de la ética del discurso: Para que una norma sea válida, es necesario que sea fruto de un diálogo en el que hayan podido participar todos los que de algún modo se puedan ver afectados por ella, y que, como consecuencia de ese diálogo, todos acepten cumplir esa norma.

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